La historia detrás de las lecturas semanales de la Torá y de los profetas

Ariel Winkler

Lo que podemos aprender de la historia y el desarrollo de la sinagoga y de las lecturas semanales de la Biblia. 

El centro de la vida de un judío religioso es la sinagoga. Tras la destrucción del antiguo centro espiritual del pueblo judío, el Segundo Templo, se produjo un cambio radical. La sinagoga y el Beit Midrash (escuela religiosa) se convirtieron en el centro de la vida judía. La sinagoga se llama el “pequeño templo” (Mikdash me’at – שדקמ טעמ) porque se ha convertido en un sustituto del Templo. El pluralismo del pueblo de Israel en la época de Jesús (saduceos, fariseos, esenios y mesiánicos) dio lugar al judaísmo rabínico-farisaico, que sustituyó, suprimió y persiguió a todas las demás corrientes. Los sacerdotes y levitas fueron sustituidos por los rabinos, los sacrificios eternos ofrecidos en el Templo fueron reemplazados por las oraciones y tradiciones y las costumbres en las fiestas judías, y el libro de oraciones obtuvo un lugar importante en la vida judía.

De hecho, ya existían sinagogas en la época de Jesús. Lo vemos en el Nuevo Testamento (Mateo 4:23). Jesús iba a la sinagoga los sábados (Lucas 4) y enseñaba a la congregación. El apóstol Pablo basó su evangelización en visitas a las sinagogas, ya que en aquella época estaban dispersas por todo el mundo conocido (Hechos 17:1-2). En la arqueología también encontramos pruebas de la existencia de sinagogas en la época de Cristo: la Inscripción de Teodoto, encontrada en Jerusalén en 1912, menciona los nombres de tres generaciones de jefes de una sinagoga en Jerusalén del siglo I. Se han encontrado sinagogas del periodo del Segundo Templo en Gamla, Herodión, Masada y Magdala, a orillas del mar de Galilea, que aún pueden visitarse.

Antes de la destrucción del Templo, la sinagoga era el centro de reunión de la comunidad judía y se utilizaba para todas las actividades comunitarias: tomas de decisiones, actos sociales, bodas, reuniones de estudio los sábados. En el Nuevo Testamento, vemos que también había gentiles temerosos de Dios que venían a la sinagoga junto a los judíos (Hechos 17:17) para escuchar la Palabra de Dios. Sin embargo, a pesar del estudio de la Palabra, la sinagoga se utilizaba principalmente como centro social comunitario. El centro religioso-espiritual del pueblo judío era el Templo de Jerusalén. Tras la destrucción del Templo, cuando las sinagogas se convirtieron en un sustituto del mismo, las tradiciones habituales en la sinagoga no se extinguieron. Al contrario, la tradición de leer la Biblia y reunirse en determinados momentos se incorporó a la vida de la comunidad y pasó a formar parte del servicio.

La parashá - el origen de las porciones semanales de la Torá
Una de las costumbres que se adoptó para el shabat en las sinagogas, y que se practica hoy en día, es la lectura de la porción semanal de la Torá (parashá). Cada semana se leen varios capítulos de la Torá, los cinco libros de Moisés. De este modo, se lee toda la Torá a lo largo de un año. En algunas sinagogas es costumbre que el rabino comparta una serie de reflexiones temáticas en relación con la porción semanal de la Torá, ya sea el viernes por la noche o inmediatamente después de la lectura. Hoy en día, la división de las lecturas está normalizada en todas las sinagogas, mientras que en el pasado había diferencias. En Israel, por ejemplo, era costumbre completar las lecturas de la Torá en tres años y medio, mientras que en el judaísmo babilónico las lecturas se dividían en un solo año, como ocurre ahora en todas partes. 

El origen de esta costumbre no está del todo claro. Rabinos y eruditos la remontan a la época de Esdras y Nehemías, cuando se llevaron a cabo las reformas tras el regreso a la tierra de Israel y la reconstrucción de Jerusalén: la reanudación de la observancia del sábado (Nehemías 10:32) y la lectura pública de la Torá con explicaciones del pasaje leído (Nehemías 8) y la celebración de la fiesta de Tabernáculos. Hoy se le llama Sijmat Torá (alegría de la Torá) al último día de la fiesta de los Tabernáculos (Sheminí Atzeret; Números 29:35). En este día se celebra el final de la lectura de la Torá, y la lectura comienza de nuevo con la primera parte del libro Bereshit (Génesis 1).

El calendario judío es un calendario lunar. El mes comienza con la luna nueva y dura de 29 a 30 días. En el siglo IV d.C. se estableció una secuencia de años bisiestos para ajustarlo al calendario solar. Hay 7 años bisiestos en 19 años. De esta manera, la Pascua se celebra siempre en primavera y la fiesta de los Tabernáculos en otoño. En un año bisiesto hay entre 54 y 55 sábados, lo que significa que como máximo se dispone de 53 sábados para las porciones semanales de la Torá, ya que en los sábados de Pascua y de la fiesta de Tabernáculos las porciones no se leen en orden, sino que se usan una serie de textos apropiados para la ocasión. Por esta razón, la Torá se divide en 53 secciones para completar la lectura en un año (una sección por shabat). En los años no bisiestos, cuando hay menos sábados, algunas porciones se juntan y se leen dos en un shabat. Por lo tanto, no hay correspondencia entre el contenido de la porción semanal de la Torá y las estaciones y otras festividades.

La haftará de los Profetas
La lectura de la haftará tiene lugar al mismo tiempo que la lectura de la Torá. La haftará es un pasaje de los libros de los profetas que se relaciona con la lectura de la porción de la Torá de la semana. A diferencia de la Torá, no se leen todos los libros de los profetas a lo largo del año, sino solo determinados pasajes. Por ejemplo, el capítulo 53 de Isaías, que habla de Cristo, el siervo de Dios sufriendo por nuestros pecados, no figura en la lista de la haftará. El ejemplo más antiguo de la lectura de la haftará se encuentra en el Evangelio de Lucas, capítulo 4, versículos 17 a 19, cuando Jesús llega a Nazaret y lee en aquel shabat un pasaje de Isaías en la sinagoga.

Los inicios de la lectura de la haftará están probablemente vinculados a los decretos de Antíoco en el siglo II a.C. Estos decretos se emitieron en el marco de las luchas dentro del Imperio Seléucida, del cual Israel era parte, cuando se prohibió a los judíos observar ciertas costumbres como la circuncisión y la lectura de la Torá (de estos decretos nacieron Janucá y la revuelta de los Macabeos). Por ello, algunos judíos recurrieron a la lectura de los profetas en pasajes apropiados, y tras la abolición de los decretos seléucidas, esta costumbre se mantuvo hasta hoy. Cada sábado se leen tanto la porción semanal de la Torá como la sección correspondiente de los Profetas. En algunas comunidades judías, es costumbre que el niño que cumple su bar mitzvah lea la haftará en la sinagoga el sábado, como parte de la celebración.

La lectura semanal de la Torá es un buen principio. Leer sistemáticamente la Palabra de Dios es la manera correcta de estar cerca del Señor y de llegar a conocerlo. Los profetas, los apóstoles y los hombres piadosos eran personas que meditaban y estudiaban la Palabra de Dios (1 Pedro 1:10). El profeta Isaías relaciona repetidamente sus profecías con la Torá (Isaías 1:2; Deuteronomio 32:1). Para entender sus profecías, hay que conocer bien la Palabra de Dios, y la lectura sistemática y repetida de ella profundiza nuestra comprensión. 

Sin embargo, la lectura por porciones también tiene un peligro. No debemos descuidar ninguna parte de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo se refiere a la Palabra de Dios cuando escribe a Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16), y está diciendo que hay que prestar atención a toda la Palabra de Dios y no descuidar ninguna parte. El desprecio y rechazo de Isaías 53 por parte de los rabinos, por ejemplo, les aleja de encontrar el amor del Padre en Cristo Jesús. Debemos tener cuidado de no omitir nada en nuestro estudio de la Biblia. “Porque todo lo que fue escrito (y no solamente una parte) en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió” (Ro. 15:4 lbla).

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