La historia de Pablo

Norbert Lieth

El enviado especial: sobre la posición especial del apóstol Pablo. Segunda parte.

En Hechos 7:58 se menciona a Saulo (Pablo) por primera vez en la Biblia: “Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo”.

Pablo no fue llamado por el Señor sin propósito alguno, sino que lo había apartado con esta intención desde el vientre de su madre (Gálatas 1:15-16). Fue así que Dios le dio a conocer nuevas revelaciones respecto a cómo se desarrollaría la historia de la salvación. Empero, además de esto, Pablo tenía además mucha sabiduría práctica.

Pertenecía a tres círculos sociales diferentes: era un ciudadano romano de Tarso, en Cilicia, lo que significaba que además de estar bajo la protección y disfrutar de los privilegios romanos, podía viajar con menos restricciones (Hechos 9:11; 16:37-38; 22:25-28), lo que le permitió familiarizarse con la cultura helenística. En segundo lugar, Pablo era un auténtico judío de la tribu de Benjamín (Romanos 11:1), perteneciente a una comunidad judía de la diáspora en Tarso. En tercer lugar, había crecido en Jerusalén y estudiado a los pies del famoso Gamaliel (Hechos 22:3-4).

Desde el principio tuvo dos nombres, uno judío, Saulo, y otro griego, Pablo (Hechos 13:9). Llevó el nombre de Saulo en su ministerio judío, cuando aún era incrédulo, y también luego de su conversión, al predicar, en primera instancia, a los de su pueblo. Luego, al ser enviado como apóstol a las demás naciones, utilizó el nombre de Pablo, lo que probablemente le haya abierto varias puertas. Desde este punto de vista, no es correcto decir que Saulo se convirtió en Pablo, pues desde el principio llevaba ambos nombres y ambos estaban al servicio de Jesús.

Vemos cómo el Señor puede utilizar todo para Su gloria y ponerlo a Su servicio. De igual manera, te ha creado a ti para que le sirvas en algo singular. Él te ha dado dones, te ha abierto puertas para tus estudios, ha construido tus antecedentes, tu carácter, todo con el propósito de que le sirvas a Él y a su causa. Tu entorno es tu campo misionero, estás en el lugar exacto y fuiste hecho a medida para ello. Por lo tanto, no debemos quejarnos, sino cumplir nuestro servicio con alegría.

Una abeja vive cerca de 40 días y visita unas 1,000 flores durante ese tiempo. Produce como consecuencia aproximadamente una cucharada de miel. Para nosotros será tan solo una cucharada, pero para una abeja se trata de su vida –aprecien eso y sean agradecidos.

Leemos en 1 Corintios 12:18: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso”.

C. H. Spurgeon dijo: “Si dos ángeles fueran enviados desde el Cielo para representar al Señor, y uno fuera enviado al juicio de los santos, y el otro a limpiar las calles en Londres, cada ángel se sentiría honrado por igual, y cumpliría su comisión con la misma alegría”.

En un hospital, por ejemplo, no solo son importantes los cirujanos, sino también la administración, el personal de enfermería, los choferes de las ambulancias, el personal de cocina y el de limpieza. Solo trabajando juntos y asegurando que cada uno haga su tarea, es posible garantizar que el hospital funcione correctamente y cumplir con el propósito de ayudar a la gente. Todo este trabajo es posible gracias a la tarea de muchos individuos.

Antes de la conversión de Pablo
En Hechos 8:1-3 leemos sobre Saulo antes de su conversión: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”.

Con la misma tenacidad con que Saúl persiguió a David, Saulo lo hizo con los seguidores del Hijo de David. Podemos remarcar tres cosas de este texto.

En primer lugar, es probable que Saulo fuera un fruto de la oración de Esteban: “Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7:60). En esto, Esteban imitó la acción del Señor Jesús cuando oró por sus enemigos en la cruz. Además, Jesús había enseñado: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Es posible también que sus dos parientes, mencionados en Romanos 16:7, que ya creían en Jesús antes que él, estuviesen orando por Saulo.

La conversión de Saulo demuestra que Dios responde a las oraciones y que es capaz de hacerlo todo. La oración es poderosa, es más eficaz que cualquier arma. Dios responde a las oraciones que están de acuerdo con su voluntad. La oración desempeña un gran papel en el reino de Dios–algo que Pablo comprendió más tarde, cuando se convirtió en un gran intercesor.

Podemos orar por nuestros enemigos, por nuestras familias, por nuestros conocidos, por todos los seres humanos, pues no debemos dejar a nadie de lado en la oración.

En segundo lugar, es interesante señalar que, como resultado de la dispersión, los apóstoles permanecieron en Jerusalén y todos los demás escaparon por las regiones de Judea y Samaria (Hechos 8:1). No obstante, eran precisamente ellos los que debían ir por todo el mundo y hacer discípulos en las naciones (Mateo 28:19). ¿Por qué no lo hicieron? Pasemos a otra página de la historia de salvación. Pablo se encargaría de esta tarea (En mi opinión, la misión de los demás apóstoles se seguirá cumpliendo en el reino mesiánico).

En tercer lugar, Pablo era, antes de su conversión, un hombre duro que no se doblegaba bajo ninguna circunstancia: “Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch. 8:3).

Después de su conversión, testificó varias veces sobre la persecución que había iniciado y llevado a cabo. Comenzó intentando destruir a la Iglesia, pero luego se convirtió en su más fuerte edificador; pasó de ser el más agresivo de los aborrecedores a un hombre amoroso y devoto. ¡Cuánto puede cambiar el Señor la vida de las personas!

Lo que ningún centro de rehabilitación, sistema educativo o terapia psicológica puede lograr, el Señor Jesús lo hace realidad. Confiemos pues en el poder de Dios.

La conversión de Pablo
En Hechos 9:3 leemos acerca de la conversión de Pablo: “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo”.

Se dice que esta experiencia en Damasco ocurrió alrededor del año 34 d. C. El propio Pablo no llamó a este acontecimiento “conversión”, sino “revelación” (Gálatas 1:12). Esto no significa que no fuera una conversión, pues después de todo fue llamado a invocar el nombre del Señor (Hechos 22:16), sino que además se trató de una revelación especial en donde fue llamado al apostolado.

Su llamado, es decir, su encuentro con Jesús, se produjo de forma repentina, misteriosa, sin aviso previo. Fue sacado de las tinieblas a la luz, para dar un significado especial al plan de salvación de Dios, un propósito hasta entonces desconocido. Para esta nueva entidad (la Iglesia) era necesario un “apóstol especial” en una posición especial.

Además, la conversión de Pablo es una imagen de la futura conversión de Israel: el Señor se le reveló desde el cielo. Se vio enfrentado a la gloria de Jesús, y pasó de ser su enemigo a predicar el Evangelio a las naciones. Era ciego, pero las escamas de sus ojos cayeron para recibir una nueva visión. Lleno del Espíritu Santo, se convirtió en una bendición para el resto del mundo conocido. También Israel experimentará lo mismo en un futuro.

Pablo fue alcanzado por el Señor mismo, sin intermediarios. Ananías fue tan solo un canal de instrucción de parte del Señor, pues Pablo no solo se había enfrentado de antemano al mensaje, sino al Señor en persona. Su conversión y su llamado coincidieron de forma práctica. La conversión siempre coincide con el llamado, aunque lo de Pablo fue claramente único. Esta es la razón por la cual preguntó de inmediato al Señor: “…Señor, ¿qué quieres que yo haga?…” (Hch. 9:6).

El libro de Romanos comienza diciendo: “Pablo […] llamado a ser apóstol…”, y continúa, en el versículo 7: “…a todos […] los amados de Dios, llamados a ser santos…”.  ¿Somos conscientes de que no solo nos hemos convertido, sino que además hemos recibido un llamado? Estamos al servicio de Dios; Él es nuestro Señor. Nuestra vida le pertenece por completo y puede disponer de ella. La pregunta “¿qué quieres que yo haga?” debe determinar nuestras vidas.

El llamado de Pablo, y más tarde sus cartas, muestran que el desarrollo de la Iglesia en suelo judío estaba limitado, por lo que Dios indicó un nuevo rumbo. Por lo tanto, a partir de Hechos 12, los apóstoles que predicaban a los judíos comenzaron a retroceder, dejando el campo misionero en manos de Pablo.

En Hechos 10 ocurrió algo completamente nuevo: la conversión de Cornelio y el nuevo derramamiento del Espíritu Santo sobre los gentiles. Por eso Pablo, sin negar el futuro de Israel, se resistió a la práctica de la religión judía en la Iglesia (Hechos 15). La Iglesia para la que fue llamado y a la que ministró, no era heredera del judaísmo, sino un nuevo pueblo compuesto de judíos y gentiles. La Iglesia fue incorporada a los judíos que creyeron, y los creyentes del remanente judío se adhirieron a ella. Juntos han formado desde entonces el cuerpo de Cristo, algo completamente nuevo, un misterio revelado (Efesios 3).

El mensaje principal de Pablo es la abundante gracia divina, recibida mediante la fe, no mediante las obras.

El llamado especial de Pablo
Hechos 9:15-16 dice: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch. 9:15-16).

Pablo fue llamado a llevar el Evangelio a las naciones, a los reyes y a los israelitas que vivían en tierras extranjeras. Es por esta razón que predicaba en primer lugar en las sinagogas (compárese con Hechos 13:14, 14:1, 17:10, 22:16, 21, 23:11, 26:17-18). Pablo se presentó ante los gobernadores Félix y Festo (Hechos 23 y 24), ante el rey Agripa (Hechos 24 al 26), así como lo hizo ante el emperador romano (Hechos 25:10 y ss.).

Sin embargo, ¿por qué llamó Dios a otro apóstol, además de los ya existentes? Los otros apóstoles ya tenían este deber. ¿Por qué el Señor no utilizó a uno de los doce apóstoles? Las preguntas son imperiosas: ¿está ocurriendo algo especial aquí?, ¿ha cambiado algo en la historia de la salvación?, ¿ha ocurrido algún imprevisto?, ¿hay algo nuevo que antes no conocíamos? Según el Nuevo Testamento, la respuesta a estas preguntas es “sí”.

¿Qué era entonces lo que antes no se sabía? Que las naciones serían coherederas, miembros y copartícipes de una Iglesia que en su origen había sido puramente judía. Pablo fue puesto como administrador y ministro de esta coparticipación (Efesios 3:2, 5-7). Por eso los llamados “apóstoles de los judíos” siguieron trabajando bajo la iglesia judía, mientras que Pablo se encargaba de predicar en las naciones. Incluso se le pidió que abandonara Jerusalén (Hechos 22:18). Ambas tareas apostólicas forman un todo y se complementan, pero a su vez están divididas en la práctica (Gálatas 2:9).

A medida que Pablo difundía el Evangelio entre las naciones, los hechos milagrosos pasaron a un segundo plano. En la Carta a los Hebreos, los milagros fueron limitados al período apostólico y son descritos en tiempo pasado. Esta carta pertenece a las más posteriores, hacia el año 67: “…¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (He. 2:3-4).

Pablo también fue llamado a sufrir. Este también es el destino de la Iglesia. El apóstol sufrió a causa de las revelaciones complementarias que había recibido– sufrió por el pueblo judío, y también por las demás naciones. Sufrió por la oposición de sus hermanos, quienes le dieron la espalda, así como sufrió catástrofes naturales y dolor físico. En sus cartas leemos palabras como: aflicción, miedo, golpes, penurias, ayuno, luchas, trabajo, peligros, persecución, tristeza, desnudez, sufrimiento, lágrimas, confusión, debilidad y desesperación, entre otras similares. Observamos en 2 Corintios 1:5, 7: “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación […]. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación”.

A menudo ocurre que los cristianos, al no entender estas cosas, piensan en el sufrimiento como algo injusto. Sin embargo, es parte de ser un cristiano y predicar el Evangelio. En 2 Timoteo 1:8 dice: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios”. Mientras que 1 Timoteo 2:3 nos anima de esta manera: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”.

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