La historia de la salvación de Dios con Israel, la Iglesia y las naciones - Parte 2

Norbert Lieth

Así como en el capítulo 9 de Romanos, Pablo comienza el capítulo 10 con una confesión personal sobre su pueblo. 

Israel, objeto de oración
“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Ro. 10:1-3).

En la Biblia se nos pide que oremos: por todas las personas. Por los que están en el poder, por los hermanos en la fe, por los que sufren, los enfermos y los perseguidos, por los proclamadores, por el curso de la Palabra de Dios (1 Ti. 2:1; Ef. 6:18-20; Col. 4:3; 2 Ts. 3:1; He. 13:3; Stg. 5:16).

Pero Pablo es también un ejemplo para que oremos por Israel– sabe que Israel no fue rechazado para siempre, sino solo apartado por un tiempo, y que Dios escucha las oraciones. Por desgracia, gran parte de esto se ha perdido en el cristianismo.

¿Cómo debe ser la oración por Israel? - No se trata de ser militarmente fuerte, de tener victoria sobre sus enemigos y su aniquilación. Tampoco se trata de que a Israel le vaya bien económicamente y produzca más premios Nobel. No, solamente se trata de lo espiritual; se trata de reconocer la justicia en Cristo.

Vemos en las palabras de Pablo que se trata de una oración fraternal con la que todo creyente puede orar. En la palabra “hermanos” veo también el llamado a la Iglesia para orar por Israel. Debe provenir de un corazón sincero y convertirse en una súplica. Debe ser orientado solo para la salvación de Israel, para que reconozca y acepte la justicia en Cristo. Debemos tener en cuenta para ello la necesidad espiritual de Israel. Al tratar de establecer su propia justicia porque no cree en Jesús, tampoco percibe la justicia de Dios.

Por eso el versículo 4 dice: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”.

La importancia de Jesús para Israel
“(…) porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos) Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro. 10:4-13).

Dios creó algo nuevo, y Pablo explica cómo lo hizo.

Jesús es el propósito final de la ley: en Él se cumplen todas las cosas. Toda la Escritura atestigua de Él (Juan 5:39). Cristo mismo dice: “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt. 5:17; NVI). Jesús cumplió todos los requisitos de la ley. Todo el que cree en ello es declarado justo ante Dios.

Pablo utiliza para su argumentación pasajes de los cinco libros de Moisés, que los judíos podían entender bien, e inspirado por el Espíritu Santo los añade y los aplica en el contexto del Evangelio. Porque si toda la Escritura apunta a Cristo, también lo hacen los escritos de Moisés. Por ejemplo: “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová” (Lv. 18:5). Jesús fue el único que lo hizo perfectamente. En consecuencia, solo Él es el camino a la vida.

Moisés dijo: “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Dt. 30:11-14).

Moisés habla aquí del mandamiento, del cumplimiento del mismo y del “otro lado del mar”. Pablo lo pone todo en Cristo. En lugar de la palabra “mandamiento” utiliza el nombre de Cristo, porque Él es el cumplimiento del mandamiento que menciona Moisés. En lugar del “cumplimiento”, pone la fe. Y en lugar del mar, el abismo al que descendió Jesús.

“Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Ro. 10:6-8).

Pablo declara así que la salvación está a nuestro alcance y que el mandamiento se cumple en Cristo. Jesús vino del Cielo a la Tierra para hacerse hombre. Nosotros no tuvimos que derribarlo, no tuvimos que hacer nada nosotros mismos para recibir la salvación– vino a la Tierra por Su propia voluntad. Y Jesús resucitó de la muerte y volvió al Cielo. En estas dos cosas radica el cumplimiento total de la Ley y la redención completa. Nadie tiene que hacer nada más para salvarse, sino solo tomar el regalo con fe: “Pero la justicia que es por la fe dice así...” (Ro:10:6). Nadie tiene que ascender al Cielo para recibir la vida en Cristo de la que habló proféticamente Moisés.

Moisés habló de forma profética. Y nadie tiene que descender por sí mismo al reino de los muertos, para darse vida a sí mismo– No, ya se ha cumplido todo. Jesús es el cumplimiento. Ahora se ha hecho tangible: “Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Ro. 10:8-9).

Los hebreos ya no tienen que hacer obras para salvarse: tienen que creer en Aquel que ha completado todas las obras por ellos. Y esto se aplica a todas las personas sin excepción, judíos y griegos (gentiles). El muro de separación se derrumbó. Dios es Señor de todo y es tan generoso en redención y gracia que ha incluido a todos los hombres en la obra de redención de su Hijo. Ahora todo aquel que invoque el nombre del Señor se salvará.

Seis grandes preguntas
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras. También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; Con pueblo insensato os provocaré a ira. E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; Me manifesté a los que no preguntaban por mí. Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradicho” (Ro. 10:14-21).

En este pasaje, hay seis grandes preguntas que explican la situación espiritual actual de Israel y cómo se produjo. Es una presentación de pruebas de que Israel escuchó el Evangelio, pero no quiso creerlo. Los dos últimos versículos antes de este nuevo pasaje dicen que Dios no solo tiene a Israel en su mirada, sino a todas las naciones: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro. 10:12-13).

El mensaje del Evangelio debe ser proclamado en todo el mundo, entre judíos y gentiles. Pablo utiliza un “refrán de cadena” para esto con la cuádruple pregunta “¿cómo?”: En primer lugar, ¿cómo van a invocar a Aquel en quien no han creído? En segundo lugar, ¿cómo creerán, si no han oído de Él? En tercer lugar, ¿cómo van a escuchar sin un predicador? En cuarto lugar, ¿cómo van a predicar si no son enviados?

Pablo, en particular, y sus colaboradores, estaban en constante viaje para esta misión. Para mostrar la importancia de la misión entre judíos y gentiles, el apóstol se basa en el versículo de Isaías 52:7: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Ro. 10:15-16).

La mayoría del pueblo de Israel no creyó en el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento, ni en el mensaje de Jesús en los evangelios y el de Sus discípulos en el libro de Hechos. 

Pablo responde a otras dos preguntas al respecto. La primera de las dos es: “Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Ro. 10:18).

Pablo cita el Salmo 19:5: “Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol”.

Con esto creo que quiere decir, a modo de ejemplo, que así como el firmamento del cielo se extiende por toda la Tierra, así también se ha difundido el sonido del Evangelio después de la ascensión de Jesús a los cielos, principalmente a través de Pablo y sus colaboradores– se extendió por todo el mundo y llegó tanto a los judíos como a los gentiles (Col. 1:6,23); Pablo siempre iba primero a las sinagogas.

La segunda pregunta es: “También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira. E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí. Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Ro. 10:19-21).

Sus celos de las naciones, que fueron especialmente sentidos por Pablo, son además evidencia de que habían escuchado el Evangelio. Pablo vuelve a referirse a esto en Romanos 11:14: “por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos” (Ro. 11:14).

En los versículos 19 a 21, que acabamos de citar, Pablo también se refiere a Deuteronomio 32:21 e Isaías 65:1 y 2, explicando así desde el Antiguo Testamento que Dios ya estaba al tanto de todo y ahora solo ha cumplido lo que se había predicho mucho antes. Las naciones escucharon antes y mejor que su propio pueblo: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí” (Is. 65:1).

Tres cosas podemos observar sobre Israel: En primer lugar, hombres enviados de Dios predicaban la Palabra. En segundo lugar, el Evangelio se extendió como el firmamento sobre Israel y todas las naciones. En tercer lugar, Israel fue provocado a los celos por la conversión de los gentiles– sin embargo, pocos creyeron. Lo que ahora se ha convertido en realidad estaba previsto y en el plan de Dios, pues nada puede sorprender a Dios.

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