La fiebre por el corona

Norbert Lieth

El problema más discutido en la actualidad es el coronavirus. Da la sensación de que todo el mundo tiene fiebre por su causa. La palabra corona proviene del latín por un préstamo del griego y significa ‘láurea o corona triunfal’. Son numerosos los comentarios, las discusiones, las entrevistas con expertos y políticos que giran en torno a este tema, aunque dejan “fuera de juego” a Dios y su Palabra. Esto me hace pensar en la declaración del Señor: “He aquí que yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20).

¿No son los eventos actuales un “golpeteo” del Señor a la puerta del mundo o incluso a la de nuestros corazones? La Biblia tiene mucho que decirnos, pues esta afecta todos los aspectos de nuestras vidas y nos conduce siempre hacia la verdad. Por lo tanto, basado en las Sagradas Escrituras, elegiré tres pensamientos que arrojen luz sobre la presente situación del coronavirus.

En primer lugar, hablemos acerca de la impotencia de los seres humanos. El hombre, que creía tener el control de todas las cosas, está siendo ahora dominado y sacudido por un vaivén de acontecimientos.

Los países cierran sus fronteras, los supermercados están desiertos, y los geles desinfectantes se agotan. La población mundial reacciona con pánico ante el coronavirus. Al mismo tiempo, se hace evidente la falta de escrúpulos. En algunos lugares, los desinfectantes se venden a precios desmedidos. Muchas personas pretenden sacar ventaja de la necesidad ajena. Hace poco leí una frase que me pareció muy acertada: “Cuando la codicia humana pueda ser vencida, todos los demás problemas podrán ser vencidos”.

El temor está justificado, al igual que las precauciones que toman las autoridades para proteger a la población. En muchos lugares, las distintas jurisdicciones manejan la situación de manera ejemplar. Hacen lo mejor que pueden, y deberíamos en lo posible facilitar su tarea, por el bien de todos y con el fin de evitar que las circunstancias empeoren. De todas formas, la histeria global evidencia la impotencia de nuestras sociedades.

Con cuánta rapidez se hunde el suelo debajo de nuestros pies y perdemos el equilibrio. De repente nos enteramos de que unas pequeñísimas partículas (virus) sacuden al mundo entero. Comenzamos a reconocer de manera súbita nuestras limitaciones y vemos cómo, en toda circunstancia, nuestro ser pende de un hilo, incluso si no existiera el coronavirus. El hombre es inestable porque no está cimentado en Dios.

Jesús lo resume en una de sus parábolas, donde compara la vida sin un fundamento firme en él con una casa construida sobre la arena: cuando la lluvia, los ríos y los vientos la golpean, sus débiles cimientos hacen que se derrumbe (Mateo 7:24-25).

Esto no significa que por estar cimentados en Dios seamos imprudentes o irresponsables, sino que podemos estar tranquilos frente a la tormenta, pues tenemos nuestro fundamento en el Todopoderoso. Jesús compara esto último con una casa construida sobre las rocas que no puede ser derribada por la lluvia, los ríos o las tormentas (Mateo 7:26-27).

El Dios Todopoderoso está siendo desplazado cada vez más de nuestra conciencia, siendo eliminado de nuestros corazones, familias, escuelas y vida pública. La gente se burla de él y dice no necesitarlo. Es así como uno mismo socava sus propios cimientos y construye sobre la arena. Sin el Creador, sin el Todopoderoso, sin aquel que tiene el mundo en sus manos, carecemos de un apoyo firme para nuestra alma. Es por eso que la Biblia dice: “Buscad al Señor y su fortaleza; buscad su rostro continuamente”. (Sal. 105:4).

Sin Dios, nos hundimos en tinieblas, con Dios, caminamos hacia la luz. Sin Dios, el miedo se apodera de nosotros, con Dios, nada temeremos. Su Palabra dice: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (He. 13:8) y “Yo soy el Alfa y la Omega –dice el Señor Dios– el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8).

Jesús ha sido en todo momento la esperanza y el apoyo de aquellos que creen en él. Él fue la esperanza de ayer, es la esperanza de hoy y será la esperanza del mañana. El mundo no está a merced de la suerte, sino de aquel que siempre ha sido, es y volverá. El Dios inmutable tiene en sus manos poderosas tanto el macro como el microcosmos.

En segundo lugar, se cumple la Palabra de Dios. Podemos ver lo actual que resulta la Biblia en todo lo referente al coronavirus. Por ejemplo, esta dice: “desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que vendrán sobre el mundo” (Lc. 21:26).

La firme y confiable Palabra de Dios predice nuestro futuro (2 P. 1:19-21). Jesús anunció que justo antes de su regreso, la humanidad desfallecerá de miedo ante los sucesos que acontecerán en el mundo. Con respecto al coronavirus, el pánico por lo que pudiera ocurrir comienza a desbordarse. ¿En qué terminará todo? ¿Qué daños traerá consigo? ¿Habrá una pandemia? ¿Cuáles serán las consecuencias económicas? ¿Habrá suficiente alimento para saciarnos a todos?

C.S. Lewis dijo: “El dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo adormecido”. Con el propósito de que no pasemos la eternidad sin su compañía y nos durmamos en el tiempo de gracia que nos ofrece, nos despierta, nos sacude, con el fin de mostrarnos que no podemos prescindir de él.

En tercer lugar, pensemos en la corona de la cruz. En la parte superior de la cruz de Cristo colgaba un título: “JESÚS EL NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (Jn. 19:19).

Jesús cargó sobre sí todo el dolor y lo conquistó. Pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, pero con ella venció al infierno, a la muerte y al diablo. Hoy leemos sobre él: “en su vestidura y en su muslo tiene un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16).

¿Qué podrá darnos sosiego, seguridad y respaldo para el futuro? ¿Cómo hallaremos el descanso en los tiempos difíciles, la paz en medio de la tensión, el consuelo en momentos de angustia, el alivio a nuestras cargas, el perdón de nuestros pecados? ¿Quién nos ayudará en la lucha contra las “coronas” que afectan nuestras vidas? No solo existe el coronavirus, sino también el virus de la soledad, la culpa, la conciencia agobiada, la desesperación, la adicción, el dolor y el sufrimiento.

La muerte y resurrección de Jesús son la cura, la vacuna para contrarrestar esta terrible epidemia, el único tratamiento para cada una de las interrogantes mencionadas. Todo el que cree en él encuentra estabilidad y seguridad, y vuelve a la vida, a una verdadera vida. Se abre para él la puerta del perdón, del cielo, y una ventana de esperanza. Jesús sana tu alma. Si crees en él eres librado del temor por lo que vendrá: el futuro pertenece a Jesús.

Jesucristo dice: “En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33), “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí” (Jn. 14:1).

¡Hazlo! Ora a Jesús y confíale tu vida, tus deseos y tu fe. Lee la Palabra de Dios, sobre todo el Nuevo Testamento. En la Biblia encontrarás un poder indescriptible que te hará conocer la gracia de Dios. Hallarás un inefable consuelo y seguridad. ¡Jesús es el reposo en medio del tumulto de los tiempos!

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