La cruz y el fin de los tiempos - Parte 2

René Malgo

Cuando Jesús estuvo en la tierra curó a muchos enfermos, expulsó demonios, incluso resucitó muertos. Pero principalmente se ocupó del perdón de pecados. No hay nada más hermoso ni más grande que poder estar sin pecado frente al Dios santísimo. Ahora esto es posible mediante la fe en Jesucristo.

Así, por ejemplo, trajeron a un paralítico a Cristo. Antes de que el Señor lo curara, le perdonó sus pecados. El Señor Jesús consideró que esto era mucho más importante. Y después, como señal pública del perdón de pecados, Jesús hizo que el paralítico caminara.

Hay mucha suciedad que podemos amontonar en nuestra vida. Podemos cargarnos con todo lo imaginable y entrar en un denso y horrible laberinto de esclavitud, sometidos al diablo y al pecado. La cruz proclama lo siguiente: puedes deshacerte de estas ataduras mortales, puedes liberarte de ellas para siempre. Puedes recibir una conciencia libre y una vida plena y satisfactoria. ¿Cómo? Mediante la fe en Jesucristo, quien en la cruz tomó todos tus pecados y le quitó al diablo el poder que tenía sobre ti.

Sin embargo, muchos creyentes todavía no se sienten libres. Muchos creyentes aún luchan con ataduras, con sus pasiones, con su pasado, con sus pecados. Esto en parte es normal. La vida de fe cristiana es una lucha. Aquel que se convierte en cristiano y cree en Jesús no recibe, desde una perspectiva externa, una vida mejor ni más sencilla de inmediato. Pero recibe un fundamento mejor y más sencillo que es Jesús. El nuevo cristiano es unido a Jesús mediante la fe. Recibe liberación de todos los pecados y de toda la culpa, y es llamado a vivir en esa libertad.

Nuestro Señor dice a los creyentes: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Debemos convertirnos en seguidores de Jesús e imitadores de Dios, seguir Sus pasos, vivir como Él vivió (Ef. 5:1-2; 1 Pe. 2:21; 1 Jn. 2:6). Debemos concebir la liberación de nuestros pecados como fundamento para seguir a Jesús. Este no es un envase engañoso. Cristo dice: “mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:30). Existen dos señores en este mundo: Dios y el Diablo. Cuando pecamos hacemos del Diablo nuestro señor, nos unimos a él. Cuando somos obedientes a Jesús y lo seguimos, lo hacemos nuestro Señor; nos unimos a Él. ¿Cuál de los dos nos regala la auténtica satisfacción? ¿Qué unión significa auténtica libertad?

Solamente Cristo es la respuesta. Es una mentira del diablo cuando nos susurra que una vida santa para y con Jesús es solo una carga. Es bueno y saludable vivir santamente para Cristo, si nos dejamos impulsar por Su amor y mansedumbre, si buscamos Su paz con todas las personas, si lo ponemos a Él en primer lugar. Porque así es como disfrutamos en la práctica de una vida de libertad renovadora; así vemos en la práctica cómo el Hijo realmente libera de todas las cargas de la oscuridad.

Jesucristo era totalmente libre cuando estuvo en la tierra. Nadie podía hacerle nada. Él era equilibrado y descansaba en sí mismo porque estaba unido al Padre en el cielo. No se veía angustiado ni estresado aunque sufría las mismas limitaciones que todas las demás personas. Pero Él vivía en conformidad con Dios el Padre y por ello Su vida era una vida plena y libre, aunque era pobre materialmente, aunque fue hostigado, aunque fue calumniado, aunque experimentó grandes luchas internas, aunque sufrió terriblemente y aunque finalmente murió. Sin embargo, Él vivió una vida de plenitud espiritual.

Nosotros no somos Jesús; nosotros volveremos a pecar una y otra vez. Por ello, Él llevó nuestros pecados en la cruz, y también nos dejó un ejemplo de cómo el poder y la gloria de Dios realmente funcionan en la tierra. Nos mostró cómo es la vida en abundancia en un mundo caído donde el pecado reina y el diablo anda suelto. Él nos mostró cómo podemos gustar y ver en la práctica “que es bueno Jehová” (Sal. 34:8). Y esto es una vida para y con Dios, aunque todos estén contra nosotros. La cruz es prueba de que Dios demuestra Su poder precisamente en la hora más oscura, en el sufrimiento más profundo y en el dolor más grande. Es una expresión sorprendente del fin de los tiempos el hecho de que Dios actúa precisamente allí donde la oscuridad parece más grande (cf. Ap. 7:9,13-14).

Pablo dice que “abundan en nosotros las aflicciones de Cristo” (2 Cor. 1:5). Ya que ahora estamos unidos a Cristo mediante la fe, también “padecemos juntamente con él” (Ro. 8:17). Así como el diablo odió y atacó a Cristo, así nos odia también a nosotros y nos ataca. Pero el poder de Dios se perfecciona precisamente en nuestra debilidad (2 Cor. 12:9). El Hijo de Dios vino en debilidad, traído al mundo como un bebé y colocado en un pesebre; y murió en debilidad, maltratado y clavado en la cruz. Y así venció.

Igualmente vencerán los creyentes (Ap. 12:11). Sí, somos débiles; sufrimos y luchamos. Hemos recibido el regalo de la libertad pero sin embargo, el diablo, furioso como lo está, nos ataca. Por ello, en este fin de los tiempos debemos hacer todo lo posible por permanecer cerca de Jesús, para resistir en la lucha y permanecer libres. Pero venceremos como Cristo venció, porque Dios no muestra Su poder con bombos y platillos, sino en debilidad y en aparente derrota.

¿Qué tiene que ver todo esto con el fin de los tiempos y con la venida de nuestro Señor? Nos demuestra que Dios es diferente. Él sorprendió a aquellos que en los tiempos de Cristo lo estaban esperando. Por eso no debería asombrarnos que también nos sorprenda a nosotros. No debería asombrarnos si en este fin de los tiempos algo se da un poco diferente de lo que imaginan algunos expertos en profecía y escatología.

Cuando algunos predicadores hablan de la venida de nuestro Señor, parece que nada les gusta más que enumerar todas las cosas terribles que Dios hará con los impíos en el día del Señor. Calculan cuántos tercios y cuántos cuartos morirán y describen en detalle cuán terribles serán las plagas que menciona el Apocalipsis. Pero tan cierta como es la Palabra de Dios, también es cierto que Él es más misericordioso, más paciente y más clemente que nosotros, las personas. Al comienzo de este artículo mencioné Isaías 55:9, donde Dios dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Coloqué estas palabras en el contexto de la gloria y la santidad de Dios. ¿Pero sabe usted en qué contexto Dios dice estas palabras realmente? En relación con Su misericordia y perdón inconcebiblemente grandes:

“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:6-9).

Dios es diferente. En Isaías 45, el Señor destaca una y otra vez que no hay Dios fuera de Él (v. 5, 18, 21, 22). Y esto lo dice en relación con que Él es el “Salvador”, vinculado a la invitación: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Is. 45:22).

Aunque las amenazas de juicio sean tan terribles y reales en las Escrituras, nuestro Dios es un Dios Salvador (Tit. 2:10; 3:4). En medio de los anuncios de juicio del Apocalipsis, por ejemplo, los redimidos cantan: “Pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado” (Ap. 15:4).

Aunque la Biblia deja en claro que los que rechazan al Dios viviente se perderán, la larga espera de Dios hasta hoy demuestra que Él es diferente de nosotros, las personas. Él desea salvar, no condenar. Él desea ejercer misericordia, no juicio. Por ello, no debería asombrarnos si en este tiempo final aún sucede alguna sorpresa. Dios es impulsado por amor a la humanidad, no por odio (Tit. 3:4). Las muchas cronologías registradas prolijamente, los diagramas del fin de los tiempos, los bosquejos y los planes de profecías pueden ser de ayuda, pero nunca deberíamos cerrar los ojos al hecho de que, en realidad, hay mucho que no podemos saber y que nuestro Dios, tal como lo demuestra la cruz de manera impactante, es un Dios de sorpresas. Simplemente no nos toca a nosotros “saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hch. 1:7; cf. Mt. 24:42). Más aún en todo momento deberíamos estar preparados para la venida de nuestro Señor, porque Dios es diferente.

Esta también es la motivación para nuestra vida personal: Jesús no vino para los fuertes, sino para los enfermos y los débiles (Mc. 2:17). Vino a levantar del polvo a lo pequeño y bajo. Vino a salvar a los impíos y a conceder perdón.

Vino a redimirte a ti. Si dudas acerca de que Dios realmente te ama, mira a Cristo. Al pesebre, al milagro de la encarnación, al débil niñito recostado en los brazos de su madre. Mira cómo Jesús come y bebe con los publicanos y pecadores, cómo sale al encuentro de rameras y adúlteras. Cómo lava los pies de Sus discípulos. Cómo se deja arrestar en Getsemaní, cómo se deja escupir y golpear, cómo deja que se burlen de él y lo torturen. Mira cómo deja que le coloquen la corona de espinas, cómo lleva Su cruz, cómo deja que lo claven en el madero. Mira cómo cuelga allí y sufre, por ti, para salvarte también a ti.

Sí, Dios te ama. En Jesucristo se manifiesta como el Dios que quiere estar cerca de la gente, como el Dios que busca a los pecadores, que busca a los despreciados, que busca a los presos, a los ciegos espirituales y a los oprimidos. Él te ofrece la libertad. Él te ofrece Su gloria. Él quiere compartir Su poder contigo. Toma Su mano extendida y vive con Él. Porque pronto viene el día en que volverá el crucificado y resucitado Señor de todos los señores y Rey de todos los reyes de esta tierra. Traerá la gloria que prometieron los profetas del Antiguo Pacto de Israel (Is. 65:17 y siguientes). Hará todo nuevo y hermoso. Reinará por los siglos de los siglos y Su reino no tendrá fin.

Pero hasta que llegue el momento, Dios muestra su poder precisamente en aparente debilidad. Hasta que llegue el momento, Dios no se interesa por los sabios según la carne, ni por los poderosos ni por los nobles, sino que quiere “lo necio del mundo”. Quiere “lo débil del mundo”. Quiere “lo vil del mundo y lo menospreciado”. Quiere “lo que no es”. Te quiere a ti. Quiere mostrar Su poder en su debilidad, tal como lo mostró en la cruz. Porque Él avergonzará a los sabios de este mundo, avergonzará a lo fuerte y deshará lo que es “a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Cor. 1:26-29).

Dios escoge y quiere a lo pequeño, lo bajo, lo despreciado. Él es distinto de las personas. Sus pensamientos y sus caminos son más altos que los de las personas, porque Él es amor (1 Jn. 4:16). La cruz proclama fuertemente esta verdad. Y la cruz confirma lo que expresa el Salmo 113:5-9:

“¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas, que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya”.

Esto es lo que Dios quiere hacer contigo (metafóricamente hablando). Permíteselo. Maranata. Amén; ¡ven, Señor Jesús!

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