La "bendición" de los contenciosos (Filipenses 1:12-18)

René Malgo

“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor. Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Fil. 1:12-18).

¿Cómo reaccionamos al sufrimiento, a las tentaciones, a la injusticia, en nuestra propia vida? Si me pasa algo triste, o incluso si alguien quiere causarme sufrimiento, mi primera reacción es defenderme, sin pensar si mi manera de actuar servirá al avance del evangelio. Pablo era diferente. Encontrándose en una situación muy penosa, escribió a los filipenses lo siguiente:

“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor. Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Fil. 1:12-18).

Francamente: si yo hubiera estado en la situación de Pablo, probablemente habría reaccionado de otra manera. Seguramente habría tratado de dar un aire de piedad y de temor de Dios a mi carta, pero luego habría descrito mi muy desagradable situación, y los días oscuros y sin alegría que estaba soportando. Habría denunciado que algunos hermanos, que no habían comprendido qué significaba ser cristiano, me hacían la vida difícil; y que yo, en la situación en que me encontraba, necesitaba mucha oración y mucho apoyo.

Por otras cartas del apóstol Pablo, sabemos que no era demasiado orgulloso para pedir oración (comp. Efesios 6:18-19; Colosenses 4:3; 1 Tesalonicenses 5:25; 2 Tesalonicenses 3:1). Pero, su motivación al ­pedir oración siempre era la propagación del evangelio de Jesucristo. Lo mismo pasa en esta carta. Pablo veía, en su cautividad, una posibilidad para alcanzar con el evangelio a todo el pretorio y a todos los que lo visitaban (Filipenses 1:13). Con “todo el pretorio” se refiere a toda la guardia imperial romana, cuyos soldados lo vigilaban alternativamente. Dios usó las prisiones de Pablo para dar a conocer el nombre de Jesucristo entre la guardia del emperador mundial de aquel entonces.

Dios tiene diferentes razones para permitir el sufrimiento en nuestras vidas: corregirnos, atraernos más cerca de Él o transformarnos a la imagen de Jesucristo. ¿Cómo reaccionamos al sufrimiento? ¿Reaccionamos como Pablo, gozándonos en todo tiempo en el Señor?

El fervor que Pablo demostraba en la prisión por el evangelio de Jesucristo, fortaleció a la “mayoría de los hermanos”, que cobraron “ánimo en el Señor” para atreverse “mucho más a hablar la palabra sin temor” (Fil. 1:14).

Cuando los hermanos de la iglesia de Roma vieron que las prisiones de Pablo no solamente no impedían el evangelio sino que, más bien, contribuían a la “defensa del evangelio”, se animaron mucho. Dios usó las cadenas de Pablo para fortalecer a la iglesia de Roma y a otras iglesias. En sus prisiones, el apóstol era un ejemplo tan fuerte e impresionante, que “la mayoría de los hermanos” también comenzaron a anunciar el nombre del Señor Jesús. En otras palabras: la cautividad de Pablo provocó un despertar espiritual en gran parte de los hermanos en Roma.

¿Estás en una situación difícil? Pues, la actitud que adoptes en tal situación puede llevar frutos de bendición de mucho alcance, mayor de lo que quizás pienses. Es posible que “la mayoría” de los hermanos recobre ánimo, precisamente por tu testimonio en tu sufrimiento.

Resulta irónico que no todos anunciaran a Cristo “de buena voluntad” y “por amor”. Pablo constata: “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda… Los unos predican a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones” (Fil. 1:15-17).

Es una comprobación estremecedora. Recordemos que, en la carta a los Gálatas, Pablo afirma que cualquiera que predique otro evangelio, es anatema (Gálatas 1:8). En Tito 1:10-16, deja absolutamente en claro que hay que combatir a los falsos maestros. Pero, a las personas descritas en la carta a los Filipenses, no las combate. No las llama “habladores de vanidades y engañadores”, como lo hace en Tito 1:10. Más bien, Pablo constata, objetivamente, que ellos también anuncian a Cristo (Filipenses 1:16.18). Estos hombres anunciaban a Cristo por envidia y por contención, que en griego es la misma palabra que egoísmo. Ellos lo hacían para dañar a Pablo–a quien seguramente envidiaban por su extraordinario talento y su posición muy especial. Posiblemente decían que las prisiones de Pablo eran un castigo de Dios y se hacían pasar a sí mismos por los verdaderos apóstoles.

Quizás nos cueste creer que haya cristianos capaces de hacer esto–pero seamos sinceros. ¿Es diferente la situación en la Iglesia de Jesús hoy en día? Basta con moverse un tiempo en el “medio cristiano” de internet. Allí encontramos suficientes indicios para darnos cuenta de que hoy sucede exactamente lo mismo que Pablo tuvo que soportar en aquel entonces. Hay, por ejemplo, páginas de internet que, a pesar de predicar el evangelio con claridad, existen principalmente para ensuciar el nombre de ciertos predicadores conocidos.

El teólogo James Montgomery Boice constató lo siguiente con respecto a esos “evangelistas”, que existen hoy como existían en aquel entonces: “Eran cristianos contenciosos, ese tipo de personas que aman la batalla y no se preocupan si derriban a sus propios soldados, mientras atacan al enemigo. En realidad, hasta preferían disparar contra cristianos”.

¿A qué tipo de cristianos pertenecemos? Una cosa es denunciar a un falso maestro, pero totalmente otra cosa es dañar públicamente a los que luchan por el evangelio de ­Jesucristo.

Probablemente, estos cristianos envidiosos y contenciosos incluso tuvieron cierto éxito. Tenemos razones para pensar que Pablo fue liberado de la prisión, pero poco después fue otra vez encarcelado, como leemos en su última carta, la segunda a Timoteo. Allí tuvo que constatar que nadie lo apoyó en su “primera defensa” ante el tribunal, sino que todos lo desampararon (2 Timoteo 4:16). Nadie se puso de su lado. El apóstol, incluso, dice que Onesíforo lo tuvo que buscar por todas partes (2 Timoteo 1:17). Nadie en Roma sabía dónde estaba. Por supuesto, esto puede haber tenido diferentes causas. Pero, Clemente de Roma, que quizás es el mismo Clemente mencionado en Filipenses 4:3, escribió en una carta, una generación después de los apóstoles: “Gracias a la envidia y a la contienda que experimentó, Pablo pudo dar prueba de su paciencia en la lucha”.

Aunque no sabemos en qué grado haya sido culpa de los cristianos envidiosos el hecho de que Pablo fuera abandonado por todos, al final de su vida (ciertamente muchos también se retiraron por miedo), podemos afirmar, sin duda alguna, que nuestros motivos, y las palabras y actos que brotan de ellos, tienen sus consecuencias.

Pablo reaccionó de manera ejemplar frente a los cristianos contenciosos, y esto no significa que ellos no hayan pecado ni causado daño personal a Pablo. Sin embargo, ¿cuál fue la reacción del apóstol? “¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado, y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Fil. 1:18).

Para Pablo, Cristo era su vida (Filipenses 1:21). Él se gozaba cuando se anunciaba el nombre de su incomparable Señor y Salvador–sin importar quién lo hacía y en qué circunstancias. ¿Cuál es el motivo de nuestro gozo?

¡El Señor produzca en no­sotros “así el querer como el hacer” (Fil. 2:13), para que, como Pablo, vivamos tan solo para el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y que nunca sea la contención, el egoísmo, o la envidia, lo que nos motive a distinguirnos como cristianos!

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