La ascensión de Cristo: el principio de algo nuevo

Norbert Lieth

La ascensión de Jesús tiene gran trascendencia para la profecía bíblica y para nuestras vidas, mucho más de lo que parece.

Sin embargo, no existe una celebración menos llamativa que el Día de la Ascensión de Jesucristo. De hecho, en muchos lugares pasa inadvertido. Es como si el diablo hubiese desviado la atención de la gente de este suceso de colosal importancia, con el fin de ocultarnos las grandes revelaciones de Dios que este conlleva.

Examinemos algunas de ellas.

La ascensión de Jesús significa soltar algo para recibir mucho más

El Evangelio de Juan nos relata un episodio notable, sucedido luego de la resurrección: el encuentro del Señor con María Magdalena delante de la tumba vacía: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17).

¿Por qué María no podía tocar al Señor? ¿No parece ser contradictorio con el episodio donde las mujeres abrazan los pies de Jesús (Mateo 28:9) o cuando Tomás pone su dedo en Sus heridas (Juan 20:27)? ¿Por qué entonces el Señor se lo prohíbe a María?

La expresión “no me toques” puede traducirse también como “deja de tocarme”–esta es la razón por la que algunas versiones traducen “no te aferres a mí” o “no me retengas”. Entendemos entonces que no se trataba de un simple toque.

El problema de María era que deseaba retener al Señor en la Tierra, como un Mesías para el mundo, queriendo atar a Jesús y a Su Reino a este. Ansiaba que hubiese llegado al fin lo que aún estaba por cumplirse, a pesar de haber sido predicho y anunciado. Se aferraba a la idea de un Reino mesiánico para Israel. Sin embargo, este no era el propósito del Señor, sino ascender al Padre para estar con Él, como parte de un plan divino mucho más amplio que el solo hecho de establecer el Reino mesiánico en la Tierra.

No se trataba tan solo del Reino. Es más, Dios iba a posponer el cumplimiento de algunas promesas para dar lugar a algo nuevo. En primer lugar, el Señor Jesús debía sentarse a la diestra de Dios, donde Sus enemigos serían puestos por estrado de Sus pies (Salmo 110). Es así que, después de la ascensión de Cristo, nada fue igual. El Espíritu Santo fue derramado, dando lugar al nacimiento de la Iglesia y con ella a la predicación a los gentiles. De esta manera, fue constituido el Cuerpo de Cristo, compuesto por judíos y no judíos. Pablo recibió de Dios el llamado a ser el apóstol para las naciones, con un mensaje que contenía revelaciones profundas y trascendentales.

El Señor Jesucristo dijo a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Como consecuencia de la ascensión de Jesús, los creyentes fueron elevados a la posición de hijos e hijas de Dios –de ahora en más, la relación entre Dios y el creyente cambiaría para siempre.

Con las palabras “a mi Dios”, el Señor Jesús no niega su deidad, sino que enfatiza su completa humanidad. Ahora, regresaba al Cielo y al Padre en una condición nueva, como hombre, para presentar a la humanidad –a todos los que creen en Él– ante Dios. Podríamos sintetizarlo de la siguiente manera: como Hijo del hombre, Dios el Padre es Su Dios, y como Hijo de Dios, Él mismo es Dios.

De esta aparente reacción negativa del Señor Jesús frente a María Magdalena podemos aprender algo importante: cuando nos sintamos desilusionados por Dios, confiemos en que Él tiene en realidad algo aún más grande y glorioso para nosotros. Jim Elliot dijo al respecto: “No es ningún necio el que entrega lo que no puede guardar, para ganar lo que no puede perder”.

La ascensión de Jesús abre para siempre la puerta al Cielo

“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo…” (Ap. 4:1).

Las personas se han creado una imagen fantasiosa de Pedro: un conserje que cuida las puertas del Cielo, permitiendo o negando la entrada de las personas según sus obras en la Tierra. No hay ni que decir que esto está muy lejos de la verdad bíblica.

Jesús abrió la puerta del Cielo para todos, una vez y para siempre.

Antes de que culmine la obra de salvación en el Gólgota, el Cielo se había abierto en ciertas circunstancias, para luego volverse a cerrar. Por ejemplo, el profeta Ezequiel dijo: “…estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visones de Dios” (Ez. 1:1).

Aunque se mantuvo cerrado durante un buen tiempo, volvió a abrirse en un momento revelador de la historia de la salvación: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mt. 3:16).

Sin embargo, las puertas del Cielo fueron abiertas para siempre cuarenta días después de la resurrección de Cristo, en su ascensión. Ahora el Cielo se ha transformado para siempre en un lugar accesible para todos. La puerta que Juan vio en Apocalipsis no fue abierta para él, pues ya lo estaba. Esteban testificó de esto antes de ver la muerte: “He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7:56).

También es algo completamente nuevo que los gentiles, sin mediación de Israel, tengan acceso a Dios, sin necesidad de hacerse prosélitos. El Cielo abierto invita a todos a entrar–nadie está excluido. El camino a Dios está libre, sin embargo, solo es posible llegar por medio de Jesús.

Hace ya algunos años, mi esposa y yo recibimos las llaves de un chalet situado a 2,000 metros de altura, en las hermosas montañas suizas, con una vista espectacular. El dueño nos invitó a pasar allí unas vacaciones cuando quisiéramos–inclusive, tenemos la opción de simplemente subir al automóvil y alojarnos allí durante los meses de verano, cuando la casa se encuentra vacía. Sin embargo, por distintas circunstancias aún no hemos podido aprovechar esta generosa puerta abierta; solo depende de nosotros. Y si no aceptamos pronto la invitación, quizá un día ya no esté vigente.

La ascensión de Jesús dio dones a los hombres

“Cuando ascendió a lo alto […] dio dones a los hombres”. (Ef. 4:8; nvi).

Diez días después de la ascensión de Jesús, llegó el día de Pentecostés. En aquel día fue derramado el don del Espíritu Santo, dando comienzo a la Iglesia, en la cual cada miembro recibe dones espirituales.

La Fiesta del Pentecostés se corresponde con la Fiesta de las Semanas o Shavuot, instituida en el Antiguo Testamento. Es celebrada cincuenta días o siete semanas después del Pésaj o Pascua judía (Levítico 23:15-22). En Pentecostés, los israelitas debían presentar a Dios una ofrenda de “grano nuevo”–esta consistía en dos panes cocidos con levadura.

El nacimiento de la Iglesia en Pentecostés fue algo totalmente nuevo. La ofrenda de dos panes con levadura simboliza las dos partes de la Iglesia: judíos y gentiles; la levadura es una imagen de los pecadores que, alcanzando la salvación, se adhieren a la Iglesia. En ella se distinguen, además, dones espirituales y dones naturales, ambos “para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). Pablo enseña que los apóstoles y profetas formaron el fundamento de la Iglesia (Efesios 2:20) para que los pastores, maestros y evangelistas (Efesios 4:11) edifiquen sobre este. Para esto, los creyentes reciben dones de servicio, amonestación, liderazgo, misericordia, compasión y adoración, entre otros (compárese, por ejemplo, con Romanos 12:7-8).

Y nosotros: ¿usamos nuestros dones para el Cielo? Colosenses 3:2 dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.

La ascensión de Jesús revela Su triunfo sobre Israel

En Efesios 4, Pablo aplica a la Iglesia una cita del salmo 68: “Tú has ascendido a lo alto, has llevado en cautividad a tus cautivos; has recibido dones entre los hombres, y aun entre los rebeldes, para que el SEÑOR Dios habite entre ellos” (Sal. 68:18, lbla).

El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no citó completamente la segunda parte del versículo: “…has recibido dones entre los hombres, y aun entre los rebeldes, para que el SEÑOR Dios habite entre ellos”–esto tiene su razón. Aunque es legítimo aplicar de manera espiritual el mensaje de este salmo a la Iglesia, el texto había sido escrito para Israel. Este es el motivo por el cual el apóstol, cuando se refiere a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, evita citar la parte del versículo que apunta con mucha exactitud a los acontecimientos que se darán en el regreso de Jesús para salvar a Israel, pues el Señor salvará a toda esa nación y lo recibirá como don para Él. El pueblo judío, que hasta ese día se mantendrá en rebeldía contra su Dios, se rendirá a Él, y el Señor habitará entre Su pueblo.

Es en este momento donde se dará cumplimiento a la profecía de Isaías 53: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte” (v. 12a).

Por otra parte, leemos en Apocalipsis: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:3).

Resulta muy interesante lo que el teólogo judío Pinchas Lapide dijo al respecto: “Si, en la venida del Mesías, este se identificara como Jesús de Nazaret, creo que no conozco a ningún judío en este mundo que tenga algo en contra”1.

La ascensión de Jesús revela Su retorno

“Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:9-11).

Esto significa que el Señor volverá en una nube y habrá testigos que lo presenciarán. Para esto, Israel deberá existir como nación, con Jerusalén como capital, pues vendrá sobre el Monte de los Olivos y un remanente de creyentes lo esperará. También los incrédulos del pueblo de Israel lo verán, como predijo el profeta Zacarías (Zacarías 12:10).

Hace 73 años, esta noticia recorrió el mundo: “Nace el Estado de Israel”–fue algo increíble que una nación reviviera después de 1900 años. Con la existencia del Estado de Israel se creó la base para la culminación de esta era y el retorno de Jesús.

La ascensión de Jesús es el poder para la ascensión de Su Iglesia

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).

Nuestro hogar y nuestra patria se encuentra donde Jesús nos precedió. Es en ese lugar donde está registrada y constituida nuestra ciudadanía, donde se encuentra nuestra morada y tenemos nuestros derechos. Estamos bajo la protección, autoridad y poder real de la patria celestial.

El Señor vendrá a buscarnos para llevarnos con Él, es por eso que lo esperamos; no nos enviará a un ángel, sino que vendrá en persona. Y de la misma manera que un niño espera a su papá que prometió volver a buscarlo, o como una novia espera que su novio la venga a buscar, así espera la Iglesia a su Señor.

Mi esposa y yo tenemos a nuestro cuidado dos ponis. Cuando es tiempo de limpiar el establo y darles su ración, ambos animales quedan atentos a lo que sucederá. Apenas nos escuchan venir desde lejos, se arriman al portón del vallado y comienzan a relinchar con impaciencia, aunque aún no puedan vernos.

William MacDonald escribe sobre el pasaje de Filipenses 3:20:

No solo somos ciudadanos del Cielo, ¡sino que también del Cielo esperamos anhelantes al Salvador, al Señor Jesucristo! El original se puede traducir por ansiosamente esperamos (lbla), y es un lenguaje intenso en el original, para expresar la anhelante expectativa de algo que se cree que es inminente. Significa literalmente proyectar la cabeza y el cuello adelante en ansiosa expectación de oír o ver algo.

¡Que con la misma actitud de ansiosa expectación confirmemos que nuestra ciudadanía está en los cielos!

1 Hans Küng y Pinchas Lapide: Jesus im Widerstreit, 1976, 49.

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