La apostasía del tiempo final - Parte 2

Esteban Beitze

Luego Pablo nombra los “ingratos”. Esta característica también está relacionada con lo anterior. El que no honra a los padres, tampoco será agradecido con ellos. Este principio se refiere a todos los casos en los cuales alguien nos hace un bien (pensando especialmente en Dios) y no lo reconocemos. En las iglesias, ­muchas veces encontramos mucha crítica, pero pocas palabras de agradecimiento.

Después de la ingratitud, Pablo habla de “impíos” o “irreverentes” (LBLA). Es un estado de alejamiento de Dios. Por ejemplo, escuché una vez de un joven al cual se le ofreció una Biblia como regalo y dijo: “No necesito esto, ya lo tengo todo”. Pero la impiedad es más que solamente una vida lejos de Dios; es una vida que lucha activamente contra Él. Las ­leyes, que en el pasado defendían los valores cristianos, están siendo arrojadas por la borda. En lugar de ellas se legalizan el matrimonio igualitario, el aborto y la eutanasia.

En el versículo tres, el apóstol agrega: “sin afecto natural”. Esto significa que no se ama a los que están relacionados con lazos naturales; se descuida o incluso se ataca a los que naturalmente se amaría. ¡Cuántos olvidan a sus padres en hogares de ancianos! Mundialmente, se efectúan unos 56 millones de abortos por año. La prostitución infantil y la pedofilia van en aumento. Lo que el hombre naturalmente debería proteger, lo abandona, lo maltrata o incluso lo asesina.

“Implacables” es la próxima triste característica. Los implacables se pelean por cualquier cosa y no se reconcilian más. Observamos esto en los matrimonios, pero también a nivel social, en grandes manifestaciones violentas y en el creciente endurecimiento en todo el espectro político, tanto del lado derecho como del izquierdo. Las noticias y los programas de diversión están llenos de hostilidades y de conflictos sin solución.

Siguen los “calumniadores”. Esta es una de las características del mismo diablo. Al calumniador le da lo mismo si algo es cierto o no; lo principal es el poder desacreditar a otros. Una y otra vez escuchamos que vivimos hoy en la era de la posverdad. Parece no ser importante si lo que los medios de comunicación publican es verdad; lo importante es que sea compatible con “mi verdad”. La calumnia es hoy una de las grandes herramientas en las campañas electorales. Lamentablemente, también muchos cristianos se dejan usar por el diablo y hablan mal de otros, comenzando con el vecino y luego también lo hacen con el hermano en la iglesia.

Otra característica que sigue es la de ser “intemperantes”, es decir, sin dominio de sí mismos. El hombre intemperante vive siguiendo sus impulsos, y esto lleva al desenfreno y a la inmoralidad, como se señaló más arriba. Todo está permitido e incluso está siendo promovido por los medios y la legislación. El exigir autodominio es criticado y ridiculizado como una demanda totalmente fuera de lugar. La consecuencia de esto es que ya casi no hay familias sanas. El hombre vive solamente para sí mismo. Los divorcios, que hace pocas décadas todavía eran considerados una catástrofe, hoy se han vuelto una costumbre; o se vive simplemente en pareja, y cuando vienen los problemas los caminos se separan. La pornografía y la pedofilia incluso se van infiltrando en círculos cristianos. ¿Quién tiene hoy en día el coraje de defender la importancia del dominio propio?

Otro concepto que nombra Pablo es: “crueles”, o también podríamos decir despiadados, sanguinarios o brutales. Con esto se refiere a personas que se gozan de la violencia. Los medios de comunicación saben aprovecharse de esta tendencia: escuchamos cada vez más de acoso sexual y violaciones, involucrando lamentablemente también a dirigentes del mundo llamado “cristiano”. La creciente crueldad también se puede observar en las canchas de fútbol, en la calle y lamentablemente muchas veces en las familias. Las artes marciales mixtas son actualmente el deporte (si es que merece este nombre) que más crece en popularidad; se goza en destrozar la cara del contrincante.

El próximo punto es: “aborrecedores de lo bueno”. Significa lo contrario de bondad, amabilidad, misericordia y otros valores cristianos. Otra vez es algo que podemos observar en lo que propagan los medios de comunicación, la legislación y hasta la educación. Se trabaja abiertamente en contra de los valores bíblicos.

El versículo cuatro sigue con el término “traidores”. Los traidores están dispuestos a traicionar, abandonar y tratar injustamente al cónyuge, al amigo, a la familia o a cualquiera que les haya ayudado. En los casamientos, muchas veces ya no se menciona la promesa de permanecer juntos hasta que la muerte los separe, o bien se toma como una broma. ¿Cuántas promesas se escuchan todos los días las cuales nunca se cumplirán? Y ¿quién todavía espera que un político cumpla las promesas que hizo durante su campaña electoral? La fidelidad a la Palabra de Dios, por supuesto, también está en la lista negra. Muchos la consideran una antigüedad de museo, y por eso los verdaderos cristianos serán cada vez más atacados. Lo dice el apóstol en el versículo doce: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”. Habrá cada vez más hostilidad contra el evangelio y el cristianismo auténtico.

El apóstol Pablo menciona también el carácter “impetuoso”. Los impetuosos se abalanzan sin pensar hacia su objetivo. Hoy muchos arriesgan sus vidas con mucha imprudencia. Lo vemos, por ejemplo, en los videos que se suben a YouTube: las cosas que se hacen son cada vez más atrevidas. ¡Comparado a ellas, el bungee jumping es un juego de niños!

La próxima mala característica que Pablo nombra es “infatuados”. Son los que no aceptan nada ni a nadie, solamente valen ellos mismos y su opinión. Esta tendencia se observa sobre todo a nivel político, pero tristemente también entre los que se autodenominan “cristianos”.

Y ahora, Pablo llega a una característica que todos conocemos muy bien: “amadores de los deleites más que de Dios”. Vivimos en un mundo en el cual los placeres, los entretenimientos, la diversión y el tiempo libre son para muchos lo más importante en la vida. A todas estas cosas les atribuyen un valor mucho más elevado que a Dios. Una vez, en la iglesia, le pregunté a una joven recién casada dónde estaba su esposo, ya que no lo veía en la reunión, y me respondió: “Se quedó en casa para mirar una película de Superman…”. Para muchos, lo más importante en la vida es el placer. El hombre hace lo que le gusta, le divierte o lo atrae; todo lo demás simplemente lo descarta. Y lamentablemente, observamos esta mentalidad también entre cristianos: cuando no hay motivación, simplemente no se lee la Biblia, no se ora, no se va a la reunión ni se trabaja en la iglesia. Nuestros deseos personales pesan incluso más que las claras normas bíblicas. Cuando no tenemos ganas, pensamos que esto nos da el derecho de desobedecer a Dios.

Una de las industrias más importantes de nuestro tiempo es la del entretenimiento. También los cristianos se dejan robar mucho tiempo por él. Con esto no quiero decir que no podemos disfrutar de un lindo pasatiempo; pero el mismo no puede entrar en conflicto con Dios, Su Palabra, nuestro ministerio o nuestras prioridades.

En su afán por la diversión, muchos adoptan una actitud permisiva frente a la inmoralidad. Algunos intentan vivir un poco para Dios, pero dejando también bastante espacio para los placeres mundanos, de manera que Dios y Su obra quedan en segundo plano. Y si escuchamos lo que nos dice al respecto el apóstol Santiago, el tema se hace aún más serio: “¡Oh, almas adúlteras!”, escribe en Santiago 4:4: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Si seguimos al rey de este mundo, la consecuencia lógica será la destrucción de los valores, de la familia y sobre todo de la obediencia a Dios.

En el versículo cinco, Pablo nombra la característica que resume todas las anteriores: “Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita”. Las características mencionadas de los hombres del tiempo final se encontrarán, por lo tanto, en la misma cristiandad y dentro de las iglesias. ¡Esto es lo más grave! La apostasía crecerá cada vez más, hasta que se cumplan las palabras de Jesús acerca de la época del anticristo: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24). Y esto alcanzará un punto culminante, al cual Jesús hace referencia en Lucas 18:8, cuando pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.

Será una sociedad caracterizada por la hipocresía religiosa. Exteriormente, estas personas se harán pasar por cristianos, pero interiormente estarán muy lejos de Cristo. ¿Cuántos hoy se llaman a sí mismos “cristianos” pero no viven como Cristo quiere? ¿Cuántos tienen una vida religiosa pero no una relación personal con Él? Por eso se abren a todo tipo de influencias oscuras. El apóstol ya había advertido sobre esto en 1 Timoteo 4:1: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios”.

El engaño llega hasta nuestras iglesias

En 2 Timoteo 4:3-4, el apóstol nombra una característica más, la cual se podrá observar en la sociedad marcada por la apostasía: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Observamos una tendencia peligrosa en el mundo evangélico. Una y otra vez se escucha el argumento: “Debemos dar a los creyentes lo que les guste, lo que les permita sentirse bien”.

Tal actitud afecta la calidad y seriedad de la interpretación de la Biblia y la comprensión del pecado. Las iglesias se convierten en clubes cristianos, donde uno participa en lo que le divierte y le gusta. Los cristianos que se enfrentan a esta tendencia son tildados de legalistas, retrógrados o fanáticos y son menospreciados. Cada vez más cristianos e iglesias dejan la Biblia de lado. Se abren a nuevas modas, tendencias y doctrinas. Es más interesante seguir a una persona que a la Palabra de Dios. Se le abre la puerta de par en par con entusiasmo a cada nueva corriente que se publica en internet, sin juzgarla de acuerdo a la Biblia. “Ya que muchos lo hacen, estará bien”, argumentan. “Por lo menos, vamos con la moda”.

Lamentablemente, los falsos hermanos también se encuentran en nuestras iglesias. Por eso, el apóstol le dice a Timoteo: “A estos evita”. Esto significa apartarse de ellos con rotundo rechazo. La Palabra de Dios es muy clara al respecto: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Co. 6:17).

Todo esto no quedará sin su justo juicio: “Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también estos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe” (2 Ti. 3:6-8). El castigo alcanzará a los apóstatas. Caerán como presas de sus propias concupiscencias, correrán detrás de cada nueva corriente religiosa sin nunca llegar a la satisfacción. Cuando su vida y su doctrina sean puestas a prueba por Dios, resultarán ser inservibles: “Mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como también lo fue la de aquéllos” (v. 9). Su apostasía será cada vez más destructiva: “Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (v. 13). Llegarán a creerse sus propias mentiras. No es de extrañar que nuestra sociedad se enferme cada vez más espiritual y psíquicamente. Y lo peor de todo, es que traerá el juicio de Dios, que ya está a la puerta.

En cuatro de las iglesias a las cuales el Señor Jesús manda escribir al apóstol Juan en Apocalipsis, encontramos la misma acusación de parte del Señor. A la iglesia en Pérgamo, le recrimina su permisividad frente a las doctrinas de Balaam y de los nicolaítas, que promueven una vida de promiscuidad con los placeres mundanos (Apocalipsis 2:14-15). La misma realidad, encarnada en una mujer llamada Jezabel, se señala en la iglesia de Tiatira. La iglesia tolera que Jezabel intente seducir a los miembros a la inmoralidad (Apocalipsis 2:20-21). En la iglesia de Sardis, solamente quedan unos pocos que no han contaminado sus vestidos, es decir, sus vidas (Apocalipsis 3:4). Y en Laodicea, encontramos tibieza, autocomplacencia, materialismo y falta de la presencia del Señor. Lo único que podría evitar el juicio de Dios en todos estos casos, sería un profundo y sincero arrepentimiento. A esto llama el Señor una y otra vez en Apocalipsis: “Arrepiéntete… Y le he dado tiempo para que se arrepienta… Sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 2:16.21.22; 3:19).

Cuando estas características se pueden ver en toda la sociedad llamada “cristiana” e incluso se infiltran en las iglesias, es por un lado, una señal de que la venida del Señor Jesús está a la puerta, y esto es para nosotros motivo de consolación y de alegría. Pero por otro lado, encontramos en ello también una seria advertencia para nosotros mismos, pues si descubrimos alguna de estas características en nuestras vidas, es tiempo de arrepentirnos profundamente y de volvernos nuevamente a Dios.

Gracias a Dios que Él nos ha dado varias herramientas que nos pueden proteger del engaño, de las falsificaciones y de las peligrosas influencias de la apostasía. En primer lugar, el apóstol Pablo se pone a sí mismo como también a la madre y a la abuela de Timoteo como ejemplos: “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos… Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido” (2 Ti. 3:10-11.14).

Seguramente tenemos también nosotros tales ejemplos en nuestro entorno (además de los casos bíblicos): hermanos en la fe que caminan consecuentemente con el Señor y a los que el Señor puede usar de manera maravillosa. ¿Conoces a alguien así, ejemplar en su testimonio, su familia y su servicio? Sigue su ejemplo. Solamente los fieles se arriesgan a vivir diferente. Son pocos, pero los hay. En la tercera carta de Juan, verso 11, somos exhortados: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”.

El escritor de la carta a los hebreos nos presenta una extraordinaria lista de héroes de la fe y la introduce con las siguientes palabras: “Pero no­sotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39). Y luego de señalar la fidelidad de los héroes de la fe a pesar de sus luchas, sus sacrificios y hasta su martirio, nos da la siguiente indicación: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:1-2).

A ninguno de estos héroes de la fe le resultó fácil mantenerse fieles; ¡ni siquiera al propio Señor Jesús! A Él le costó fuertes luchas, sangre, sudor y lágrimas en Getsemaní, y luego tremendos sufrimientos y la muerte en el Calvario. Pero la firmeza de los héroes de fe nos trajo una plenitud de bendiciones. ¡Vale la pena seguir su ejemplo!

En 2 Timoteo 2:15, Pablo anima a Timoteo (y también a nosotros) con estas palabras: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. Y en el capítulo 3, después de enumerar las malas características, subraya la siguiente verdad: “…que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (vv. 15-17).

¿Por qué prestar atención a fuentes dudosas, si en la Biblia encontramos seguridad, bendición y todo lo que necesitamos para crecer y madurar sanamente? Me parece que Dios tiene que decir de nuestra generación lo mismo que dijo en aquel entonces de Su pueblo Israel: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).

Debemos renovar nuestra manera de pensar y someterla a Dios y a Su Palabra, en lugar de dejarnos llenar de principios mundanos. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned las mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”, dice Colosenses 3:1-2.

¿En qué gastamos nuestro tiempo libre? Según sean nuestros pensamientos, así serán nuestros hechos. Si nuestra mente está llena del sentir mundano, actuaremos como el mundo. Pero si nuestros pensamientos están llenos de Cristo, de Su Palabra y de Su presencia, actuaremos como Cristo y seremos cada vez más semejantes a Él. Por eso: Dejen que “la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Col. 3:16).

En el capítulo 4 de la segunda carta a Timoteo, el apóstol nos enseña otra forma de protegernos de la apostasía: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina… Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:1-2.5).

Esta amonestación apostólica a Timoteo nos muestra a todos nosotros qué importante es que llevemos a cabo la misión que Dios nos ha dado y para la cual Él nos ha preparado, como dice Efesios 2:10: “Creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. En lugar de perder el tiempo, de invertir en las cosas del mundo o de abrir nuestros oídos para sus engaños, debemos servir fielmente al Señor en el lugar en el cual Él nos ha puesto y hacer las obras que Él ha preparado para nosotros. Si hacemos esto, no derrocharemos ni tiempo ni medios en estos “días malos” (como dice Efesios 5:16).

Ante la nefasta influencia y los ataques y presiones de la apostasía, uno podría preguntarse si realmente vale la pena permanecer fiel al Señor y a Su Palabra. Por eso, Pablo termina esta carta seria y triste con palabras llenas de gozo, de consuelo, de esperanza y de aliento al mirar hacia el futuro.

Una de las mayores satisfacciones del cristiano es la del deber cumplido. El apóstol Pablo da testimonio de su vida y dice: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). ¿Hay algo más grande que poder decir al final de nuestras vidas aquí en la tierra que hemos sido fieles, habiendo llevado a cabo las obras para las cuales Dios nos creó y capacitó? Si el Señor nos llamara a Su presencia hoy, ¿podríamos decir lo mismo que el apóstol?

Y si esto fuera poco, por el Espíritu de Dios el apóstol nos permite echar una mirada a lo que pasará después del arrebatamiento de la Iglesia, el tribunal de Cristo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”, dice en el versículo 8. El Señor examinará nuestro servicio y nuestra vida y nos dará recompensa. Si tenemos presente este hecho, ¡realmente vale la pena invertir en la eternidad y cumplir fielmente con nuestro ministerio! La recompensa que Pablo nombra aquí será conforme a cómo se espera la venida del Señor. Dice: “…No solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.

No sabemos cuánto tiempo falta para la venida del Señor. La oposición es grande, la lucha fiera y la influencia contraria atroz. Como el apóstol, a veces nos parece que ya “nadie está a nuestro lado” (v. 16a). Pero inmediatamente después, Pablo nos alienta con una verdad que tiene validez también para nosotros hoy: “Pero el Señor estuvo a mi lado”, dice, “y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen… Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (vv. 17-18).

Por lo tanto, ¡continuemos nuestra carrera con coraje y confianza, “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”, tal como nos exhorta Hebreos 12:2!

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