La apostasía del tiempo final - Parte 1

Esteban Beitze

En muchas ocasiones, la Biblia habla del abandono de la fe. Para esto a veces utiliza la palabra “apostasía”, que significa “rebelión” o “alejarse de lo que uno creía”. En el Antiguo Testamento, encontramos expresiones como “dejar al Señor”, “aumentarse las rebeliones”, “abrazar el engaño”, “pecar contra el Señor”, o “estar adherido a la rebelión contra el Señor” (Jer. 2:19; 5:6; 8:5; 14:7; Os. 11:7). Cuando había apostasía en Israel, ésta siempre venía con el abandono de la Palabra de Dios, de Su voluntad y de Su presencia. Siempre estaba acompañada por la idolatría, la inmoralidad, la injusticia social, el egoísmo y tarde o temprano también con el juicio de Dios. Daniel, entre otros, usa esta palabra cuando describe la época del Anticristo: “Con halagos hará apostatar a los que obran inicuamente hacia el pacto, mas el pueblo que conoce a su Dios se mostrará fuerte y actuará” (Dn. 11:32; LBLA).

También en el Nuevo Testamento encontramos diferentes pasajes que hablan de la apostasía de las verdades divinas. El primero que habló de la apostasía del tiempo final fue el mismo Señor Jesús. Profetizó acerca de una futura gran tribulación en la cual la apostasía se manifestaría de una manera especial, y dijo: “Muchos tropezarán entonces…”. La expresión original griega aquí es skandalizo, y exactamente así lo traduce, entre otras, la versión Reina-Valera Antigua: “Y muchos entonces serán escandalizados; y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos” (Mt. 24:10-11). La misma expresión aparece también en la parábola del sembrador, donde caen las semillas de la Palabra entre las rocas. Allí dice: “Mas no tiene raíz en sí, antes es temporal, que venida la aflicción ó la persecución por la palabra, luego se ofende (otra vez en griego: skandalizo)” (Mt. 13:21; RVA). A pesar de que la Palabra de Dios ya ha influenciado sus vidas, las personas se apartan de ella tan pronto sufran oposición por ella.

El Señor Jesús nombró el engaño como una de las más fuertes señales del tiempo final antes de Su venida en gloria. Es la única señal que se repite tres veces en Mateo 24 (Mateo 24:4.5.11.23-26). Y a pesar de que el máximo engaño vendrá en la gran tribulación al final de los tiempos, los acontecimientos de nuestra época ya lo están anunciando.

En 2 Tesalonicenses 2:3, el apóstol Pablo escribe lo siguiente a los hermanos que pensaban que la venida del Señor ya había sucedido: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición”. En otro pasaje, Pablo dice: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1). O también en Hebreos 3:12: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. Y en 2 Timoteo 4:4, en un contexto de advertencias acerca del tiempo final, Pablo explica: “Y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.

Estos pasajes bíblicos nos muestran que cuanto más nos acercamos al tiempo final y a la manifestación del anticristo, tanto más aumentará la apostasía. Pero para que pueda haber una apostasía, antes debe haber existido algo que haya tenido influencia, de lo cual los hombres puedan apostatar. Y si buscamos en el mundo occidental algo que haya influenciado a nuestra sociedad durante mucho tiempo, tenemos que hablar del cristianismo.

El cristianismo como denominación abarca más que solamente los verdaderos creyentes en Jesús. Incluye a todos los que, si bien están marcados por la cultura cristiana y se llaman cristianos, en su corazón no creen. Todo Occidente y muchas otras regiones del mundo fueron influenciados por el cristianismo y por la Biblia. Lo vemos en la historia, la literatura, las leyes, las costumbres, en la educación, los valores, las tradiciones, el arte y mucho más. ¡Hasta en la división de nuestro calendario en  “antes y después de Cristo”!

Lo que nos asusta, sin embargo, es cuánto de esto se ha perdido en las últimas décadas. Los valores cristianos se están transformando en “escándalo”, en un motivo de burla, de menosprecio e incluso de persecución. Lamentablemente, hasta creyentes verdaderos se dejan influenciar por estas tendencias. Justamente en el contexto de 2 Timoteo, Pablo nos advierte ante la llegada de una época muy peligrosa. Si queremos saber si la venida del Señor está cerca, simplemente tenemos que leer las últimas palabras escritas por el apóstol Pablo. En su Segunda Carta a Timoteo, que también podemos considerar su testamento, el apóstol señala el carácter que tendrán los hombres en el tiempo final. Introduce el tema con una seria advertencia: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1). Y las características que el apóstol comienza a enumerar a continuación, no difieren mucho de la lista de pecados en Romanos 1, sobre las personas que no quieren saber nada de Dios. Pero ¿por qué esta seria advertencia? Porque el peligro de los postreros días no proviene de hombres que viven sin Dios. Más bien, estas malas características se manifiestan en un ámbito donde se profesa (o se profesaba) la fe cristiana.

En líneas generales, todo Occidente (Europa, el continente americano, Australia y partes de Asia y de África) estuvo marcado por cierto temor de Dios desde su cristianización hasta la mitad del siglo XX. Las leyes, los valores morales y la manera en la que la gente se imaginaba una vida buena, estaban influenciados por la Palabra de Dios. Por supuesto, esto no quiere decir que todas las personas fueran creyentes ni que se hubieran atenido a estos preceptos. Pero en reglas generales, la pecaminosidad no era considerada algo bueno.

Esta actitud cambió drásticamente a partir de los años 1960. La revolución sexual, el uso de las drogas, la revolución feminista y la búsqueda de las religiones orientales, llegando incluso al satanismo, pervirtieron de una manera sin precedentes a la sociedad cristiana. Convirtieron la inmoralidad y la infidelidad en algo positivo, en una demostración de supuesta autenticidad y amor verdadero. El mundo fue inundado por una nueva mentalidad de rechazo consciente de todo fundamento cristiano: por un lado, cada vez más cristianos de nombre se dirigían en una búsqueda de sentido para su vida hacia las religiones orientales y demoníacas; por otro lado, la teoría de la evolución obtenía más y más el estatus de un dogma religioso. La corrupción de la ética tuvo importantes consecuencias en el comportamiento moral de muchos. El consumo de drogas perdió todo control. El satanismo abierto se hizo popular, a veces con la poco convincente excusa de que no se creía verdaderamente en el diablo.

En la segunda carta a Timoteo, vemos cuáles serán las consecuencias de esta apostasía generalizada. Cuando Pablo habla de “días postreros”, se refiere en primer lugar a la época de Timoteo: “A estos evita”, le aconseja en el versículo cinco. Pero es evidente que, en la actualidad, la apostasía ha llegado a un punto sin precedents.

La primera característica que Pablo nombra es: “amadores de sí mismos”. Los hombres del tiempo final son egocéntricos y pretenciosos. Esta es la esencia del pecado. El centro de estos hombres amadores de sí mismos es la propia persona, es el reino del “yo”, y cuando reina el “yo”, no hay lugar para otros. Lo observamos hoy en múltiples excesos. Todo gira en función de uno mismo, de la necesidad de encontrarse a sí mismo, su identidad. El “yo opino”, “yo pienso” y “yo quiero” valen más que la voluntad de Dios. En la vida de hombres amadores de sí mismos no hay tiempo para Dios y Sus intereses. Él recibe como mucho lo que sobra después de que el “yo” se haya autorrealizado. Una demostración de estos fenómenos es la exhibición de la propia persona en la red. Nos hemos convertido en una sociedad “selfie”, en la cual el gran “YO” siempre aparece primero en la imagen.

Este amor hacia uno mismo se expresa también a través de un amor sobredimensionado hacia el propio cuerpo. El que, hoy en día, no se siente bien con su cuerpo, en el mejor caso lo llena de tatuajes, se somete a cirugías estéticas o, en el peor caso, cambia de sexo. Este amor por sí mismo, en el cual el hombre, y solo él, está en el centro y se ve a sí mismo como la suprema instancia del cielo y de la tierra, ya hace tiempo que se ha infiltrado también en las iglesias. El culto al yo se muestra en un evangelio hedonista, que tiene como eslogan: “Dios quiere que te sientas bien. Haz simplemente lo que te hace sentir así, haz todo lo que para ti esté bien”. Es una carta libre para hacer todo lo que sea divertido, alegre o disfrutable para uno. Ya no es importante la pregunta de si está o no en concordancia con la Palabra de Dios. Principios bíblicos como la devoción, el poner nuestros miembros sobre el altar (Romanos 12:2) o el dominio propio (Gálatas 5:23) ya no son modernos y ya casi no se escucha hablar de ellos desde los púlpitos de nuestras iglesias.

La próxima característica negativa en la lista del apóstol es ser “avaro”. Está estrechamente ligada a la anterior. El que se ama a sí mismo quiere más dinero para poder satisfacer mejor sus propios deseos. Los enamorados del propio yo buscan llenarse de dinero y de bienes materiales, y queda muy poco o incluso nada para otros. No tienen en cuenta la destrucción que origina su amor al dinero en todas las áreas, personales, familiares y colectivas. Nuestro Señor Jesús advertía contra ello en Lucas 12:34: “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. También decía de uno de los tantos dioses de este mundo, que es el amor al dinero: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24). Lamentablemente, también muchos cristianos se dejan atrapar por este lazo: viven tan solo para lo material, dándole al Señor solamente las sobras. Hacen vacaciones por todo el mundo, pero no tienen visión para la evangelización del mundo; gastan mucho para ellos mismos, sin embargo, la obra del Señor no avanza porque faltan los medios.

Luego Pablo menciona a los “vanagloriosos”. El que se busca a sí mismo y tiene mucho dinero, por supuesto tiene que ostentarlo. Los amadores de sí mismos y del dinero alardean con su nuevo auto, el mejor celular, la ropa de marca, la exclusiva fiesta de 15 años, los sensacionales lugares donde pasan sus vacaciones, jactándose de lo que hicieron y lograron. Y el que no puede competir con ellos, se mete en deudas en su afán por vanagloriarse también. Lamentablemente, la ostentación no es ajena a la misma Iglesia, y muchos incluso intentan ostentar lo que hacen en su servicio al Señor.

A esto le sigue el ser “soberbio” frente a otros. Los hombres vanagloriosos, egoístas y avaros de los días postreros, también son arrogantes; tratan de ponerse por encima de los demás. Uno de los valores más importantes del cristianismo, la humildad, es mirada con desprecio y considerada debilidad. Es triste cuando también los cristianos se dejan encandilar por los títulos, la honra y el reconocimiento de los hombres y no queda lugar para la humildad.

Pablo sigue y menciona el ser “blasfemos”. Literalmente dice aquí “maldicientes”, como lo traduce la versión JBS [alemana]. Se refiere al hecho de hablar mal de Dios y de otros. Hoy cualquiera puede decir lo que quiere sobre Jesús, Dios, la Biblia y los cristianos. Creo que justamente el cristianismo es la religión que más blasfema contra su propia fe. Para las otras religiones, Cristo es por lo menos un gran maestro o profeta, pero lamentablemente, muchas veces es blasfemado por los que se llaman “cristianos”. Los cultos se transforman en shows, y los predicadores se niegan a hablar de la justicia de Dios, del pecado, de la cruz, de la sangre de Jesús o de la confesión. Los ataques más peligrosos contra la Biblia no vienen de afuera, sino de adentro, de los teólogos liberales, que ponen en duda o directamente niegan todo lo sobrenatural, hasta la resurrección de Jesús. Siguen llamándose “cristianos”, pero niegan los principios fundamentales del cristianismo.

La próxima característica mencionada por Pablo es el ser “desobedientes a los padres”. No hace falta hablar mucho de esto. La educación contra la autoridad se ha generalizado, y cuando los niños no aprenden a obedecer a sus padres (el primer mandamiento con promesa) tampoco lo harán frente a Dios o a cualquier otra autoridad.

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