Justo vs. Juicio
Cada persona quiere justicia, y Dios anuncia que juzgará justamente. Cómo evitar el juicio y poder alcanzar justicia.
Si enfrentamos estos dos términos «justo» y «juicio», vemos que cambiando unas pocas letras en el mismo lugar en cada palabra, hace una diferencia enorme. Justos queremos ser todos, y también que nos hagan justicia. Ser justo incluso es el principio del comportamiento estatal y social, según el cual, a cada persona por igual se le debería otorgar su derecho. En el trato interpersonal se debería poder esperar respeto, aprecio, equidad, objetividad, incorruptibilidad, imparcialidad, pacifismo, etc.
Pero desde el primer pecado, la historia de la humanidad demuestra que no lo hemos logrado y que tampoco lo lograremos hoy. Por eso dice Dios en la Biblia, sobre nosotros, que somos pecadores y que por eso debemos morir. La prueba de este hecho ya la aportamos desde hace miles de años –a pesar de la oposición de famosos pensadores, filósofos y científicos ateos. Algunas de sus enseñanzas (p. ej., la teoría de la evolución) en cada generación subsiguiente más bien han causado desgracia. No quiero ser irrespetuoso, declarando que muchas de las cosas que se investigaron y lograron hayan sido equivocadas o sin valor, pero a nuestro ego, es decir arrogancia, no le han hecho bien. A más tardar después del tiempo de la Ilustración en el siglo XVIII, nuestro yo ha sido tan impulsado que los seres humanos hoy consideramos todo como posible y permitido. Mucho de eso, lastimosamente, es triste, infame y desconsolador. Recordemos tan solo los esfuerzos de paz y desarme. La corrupción y las mentiras pueden ser encontradas ahí al igual que en toda otra área de nuestra comunidad mundial. Las barreras psicológicas, que en un tiempo, fueron valiosas son derribadas, dando lugar a un desenfreno inaudito. Día a día, se puede ver y oír en los medios impresos y en las redes lo que sucede en este respecto alrededor del mundo. Todo lo que, en definitiva, tenemos que reconocer como crimen y que tiene que ser denominado como tal, clama por justicia. Este clamor fuerte es comprensible y puede ser escuchado en el mundo entero. Personas engañadas y que han sufrido sobresaltos en todos los pueblos y naciones exigen justicia. Al hacerlo, ellos tienen la esperanza de que se hará una investigación limpia de la situación, y dado el caso esperan una jurisprudencia correcta de un tribunal competente.
Pero, ¿cómo nosotros, que somos pecadores, podremos dispensar justicia? ¿Cómo los humanos, que somos una «creación caída», podríamos juzgar justamente? Quién puede resistirse a la Biblia, que es la Palabra de Dios, cuando dice en la carta a los romanos: «No hay justo, ni aun uno…» (Ro. 3:10). Por supuesto que podemos desechar esta declaración y burlarnos de ella. Pero también podemos seguir leyendo (vs. 11-20), y ver que justamente esas son las condiciones que tenemos en el mundo.
En este párrafo breve dice entre otros: «para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» (v.19). Esto se refiere al juicio al que cada ser humano tiene que enfrentarse después de la muerte. ¡Nadie puede evadirlo! El juez en el gran trono blanco es Jesucristo. Sobre esto dice la Biblia: «Y vi a los muertos, grandes (poderosos) y pequeños, de pie ante Dios… y fueron juzgados los muertos» (Ap. 20:12). Ante la corte mundial, toda culpa halla su justicia verdadera (Ap. 20:10-15). El fallo será absolutamente correcto y definitivo.
Sería insensible no mostrar el camino para salir de la perdición eterna. Para nosotros, los humanos, existe solo un camino para escapar a la sentencia judicial definitiva. Jesús dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn. 14:6). Por esta verdad, Jesucristo se dejó clavar en la cruz por nosotros pecadores, para hacer posible que recibamos perdón de culpa y pecado. Por amor a nosotros, Él tomó este camino, y nosotros los humanos lo hemos matado por eso. Este asesinato brutal, ocurrido en el Monte del Gólgota, llegó a ser nuestra salvación porque Jesucristo resucitó y vive. Esto es para aquellos que lo aceptan para sí mismos en la fe, y reconocen y confiesan su pecaminosidad delante de Él. Porque el camino para ser salvos exige la confesión de los pecados propios. El hijo pródigo lo reconoció y dijo: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros» (Lc. 15:17-18). De eso se trata: de reconocimiento de pecado, confesión de pecados, arrepentimiento verdadero y cambio de vida. Para quien se decide a favor de esto, es válida la promesa: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn 3:16).