Jesús tiene la última Palabra

Ernesto Kraft

Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:13).

Una de las palabras más poderosas y profundas en las Escrituras es la verdad que Dios es el primero y el último, el principio y el fin. Si nosotros entendiéramos lo que eso quiere decir, podríamos estar tranquilos y descansados. 

Jesús nos dio el ejemplo al dormir en el barco mientras los discípulos casi morían de miedo y desesperación. Jesús sabía que la última palabra no era la de la tempestad o de las olas, sino de Él mismo. Se levantó y reprendió al viento y al mar, y todo se calmó (Mt. 8:26).

Pedro asimiló profundamente esa verdad, pues cuando estaba encadenado entre dos soldados, esperando su condena, pudo echarse a dormir. Nosotros sabemos que eso no era broma, pues Herodes ya había hecho ejecutar a Jacobo [hermano de Juan], y, cuando vio que había agradado a los judíos, mandó a que Pedro también fuera apresado con el mismo fin.

¿Cómo logró dormir Pedro en aquella hora? Pedro sabía que no era Herodes o sus soldados quienes tenían la última palabra, sino Su Señor, y que Él le había profetizado lo siguiente: “De cierto, de cierto te digo: cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.” (Juan 21:18). “Cuando ya seas viejo,” decía la profecía. Si lo hubieran ejecutado, la profecía no se habría cumplido. Pero la misma se cumplió en las condiciones más imposibles. Cuando confiamos en Jesús, podemos dormir tranquilamente.

Y así llegamos al primer punto.

El primero y el último en Su Palabra
Esa es realmente una palabra de consuelo. Lo que Dios dice, lo cumple. En 2 Crónicas 6:15 está escrito: “…que has guardado a tu siervo David mi padre lo que le prometiste; tú lo dijiste con tu boca, y con tu mano lo has cumplido, como se ve en este día”. Aquí tenemos una demostración de lo que significa que Él es el primero y el último. No dice algo y después lo abandona, como nosotros solemos hacerlo. En Números 23:19 consta: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”. Él es el primero y el último. No faltará a Su palabra. Él es el primero y el último. No es solamente el primero en decir algo. Muchas veces nosotros somos rápidos para hablar, y fallamos a la hora de actuar. Dios no dice nada que no vaya a cumplir. 2 Corintios 1:20 dice: “…porque todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Las promesas son sí (el primero) en Él, y amén (el último) en Él.

Dios no faltará con Su palabra, eso lo experimentó también Josué y lo dijo en Josué 23:14: “Y he aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas”. Dios es el primero y el último. El que lo promete, y el que lo cumple.

En Hechos 3:18 dice: “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer”. Y en el versículo 21 dice: “…a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. Dios, como el primero, dio Su Palabra y la cumple, tan en serio, que Él mismo se entregó y se hizo el último. Jesús podía decir donde era difícil cumplir la Palabra. Podría pedir al Padre que mandara doce legiones de ángeles para defenderlo. Mas, ¿se cumpliría la Escritura? Así fue como Él necesitaba dejar que lo arrestaran (Mt. 26:53-56).

El enemigo intentó alejar a Jesús de esa actitud, y disminuirlo con su poder, para que Jesús no fuera hasta el final, así como él mismo no pudo permanecer firme en la verdad. El enemigo no es absoluto. Dios es el primero y el último, Él lo es todo. Él es el primero y el último. Y también en relación con nuestra fe.

El primero y el último en relación con nuestra fe
Es maravilloso contemplar a Jesús, que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Este es nuestro mayor consuelo en la vida de fe.

Si Él es el primero y el último, eso significa para nuestra fe que Él es el autor y el consumador de nuestra fe, como lo dice Hebreos 12:2: “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. O podemos decirlo con las palabras de Pablo en Filipenses 1:6: “…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

Tenemos en Josué 3:14-17, un cuadro que ilustra muy bien esa verdad alentadora: “Y aconteció cuando partió el pueblo de sus tiendas para pasar el Jordán, con los sacerdotes delante del pueblo llevando el arca del pacto, cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua… las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos… y las que descendían al mar… se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó. Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco”. Y en el capítulo 4:10-11 leemos: “Y los sacerdotes que llevaban el arca se pararon en medio del Jordán hasta que se hizo todo lo que Jehová había mandado a Josué que dijese al pueblo, conforme a todas las cosas que Moisés había mandado a Josué; y el pueblo se dio prisa y pasó. Y cuando todo el pueblo acabó de pasar, también pasó el arca de Jehová, y los sacerdotes, en presencia del pueblo.”

El Arca del Pacto simboliza la presencia de Dios. Él es el primero en entrar y el último en salir. Así Dios lo hace también en nuestra vida cristiana. Espera pacientemente hasta que aprendamos todas las lecciones. Y no nos deja hasta que todo está terminado. Él es el autor (el que comienza) y el consumador (el que termina) de nuestra fe.

En el Antiguo Testamento, se repite tres veces esa tremenda afirmación de que Dios es el primero y el último. En Isaías 41:4 dice: “¿Quién hizo y realizó esto? ¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros”. Y en Isaías 48:12 dice: “Óyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero”. Ese consuelo es tan profundo y restaurador. Siendo el primero, Él llama a las personas. Leemos aquí sobre el llamamiento de Jacob. ¿No se manifestó Dios como el primero y el último en la vida de Jacob? Por supuesto que sí. Dios sabía muy bien a quién estaba llamando, pues ya lo conocía desde el vientre de su madre. Así dice en Isaías 44:2: “Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: no temas, siervo mío Jacob, y tú, Jesurún, a quien yo escogí”. Dios no comenzó pronto con Jacob, para abandonarlo después al percibir quién era él realmente y buscar otro caso que fuera más fácil. No. ¿Tiene usted también un carácter difícil como Jacob, o sufre de complejo de inferioridad? Recuerde que Jesús sabe muy bien quién es usted, pues lo llamó y no lo dejará, así como tampoco desistió de Jacob. Dios es fiel y espera pacientemente que también los “Jacobs” logren continuar. Qué consuelo es poder confiarnos en los brazos de Él que es el primero y el postrero. Nuestra victoria es que Dios no se detiene, y si Él comenzó, también terminará. Lo había llamado, y fue con él hasta el final, transformando la fe vacilante de Jacob, que por mucho tiempo no creía de veras y prefería confiar en su propia prudencia, hasta una fe firme y segura. En Génesis 48:19, vemos a un Jacob anciano que tenía certeza de lo que hacía, cuando fue cuestionado por su hijo, como dice el versículo 18: “Y dijo José a su padre: no así, padre mío, porque este es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza”. A lo que su padre se rehusó, y le contestó: “Lo sé, hijo mío, lo sé; también él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones”, Jacob defendió los planes de Dios, y por la fe él es uno que tiene los pensamientos de Dios. Y nosotros vemos aquí a Dios como el último, el que terminó lo que había empezado con Jacob. Quien mira a Jesús como el autor y consumador de la fe, se vuelve alegre y confiado. Dios no solo comienza, sino persiste y termina lo que empezó. Pablo no podía estar confiado mirando la iglesia de los filipenses. Esa confianza la tenía porque conocía al primero y al último, y eso también es por medio de la fe.

El primero y el último en los sufrimientos, pruebas y tribulaciones
Como Jesús es el primero y el último, en todas las áreas, sin excepciones, vamos aplicarlo ahora al área de los sufrimientos, de las pruebas y de las tribulaciones.

Cuando Juan fue desterrado por causa de su fe a la isla de Patmos, que era un lugar destinado para criminales muy peligrosos, él mismo dijo ser un compañero en las tribulaciones. (Ap. 1:9). En esa tribulación es consolado por Jesús personalmente y recibe las siguientes palabras: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y Él puso su diestra sobre mí, diciéndome: no temas; yo soy el primero y el último” (Ap. 1:17). Este es el mejor consuelo en las tribulaciones: saber que Jesús está al mando de la situación. Las autoridades podían llevar a Juan a aquella isla, pero Dios es quien determinaría los límites hasta donde podrían llegar. Es Él quien determina la fuerza de las tribulaciones, y no el enemigo, ni las personas o los acontecimientos. Él vigila para que el fuego de la tribulación y del sufrimiento tenga la medida exacta que sirva para nuestra purificación.

En Apocalipsis 2:8, a la iglesia de Esmirna se le saluda con esta palabra de consuelo: “Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: el primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto”. La iglesia de Esmirna sufría terribles persecuciones y fue consolada con la palabra de que Jesús tiene la última palabra en esa tribulación. Es Él quien determina el tiempo, y en el versículo 10 dice que el sufrimiento será de diez días.

Como el primero y el último, Él determina el tiempo de sufrimiento y también la intensidad de la tribulación. Hasta aquí y nada más allá de eso.

Es Él quien declara en Isaías 48: “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (v. 10); “Óyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero” (v. 12), lo cual está en el contexto de la purificación en el horno de la aflicción.

Un fundidor miraba atentamente hacia dentro del crisol, y aumentó la temperatura del horno de fundición. Al ser cuestionado sobre la razón de por qué miraba tan atentamente hacia el crisol, contestó: “cuando pueda mirar mi cara en el crisol, el metal estará limpio, y yo podré apagar el horno”.

Así lo hace Jesús con no­sotros. Él es quien determina la temperatura del fuego. Fue así en la vida de Job. Fue al horno de fundición. Dios permitió (Él es el primero), mas también demostró ser el último, y sacó a Job de esa escuela de sufrimiento, y lo cubrió de bendiciones aun mayores que las de antes. Job dijo en esa situación: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo” (Job 19:25).

Si usted está pasando por pruebas o tribulaciones, a través de un valle de sufrimientos, quiero decirle las palabras más alentadoras: Jesús es el primero y el último, y nadie podrá sacarlo a usted de Sus manos. Garantiza que no solamente permite la prueba, sino se preocupa por nosotros, y deja que todo eso suceda para nuestro bien. 2 Corintios 4:17 dice: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de Gloria”.

¿Sabe usted el resultado de nuestras tribulaciones y sufrimientos que pasamos aquí en la tierra? La respuesta está en Apocalipsis 21:4-6: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: he aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”.

Eso es lo que Dios hará por ser el último. ¡Estoy haciendo nuevas todas las cosas! Ese es el fin maravilloso que Dios tiene en vista para usted y para mí. Entonces, permanezca tranquilo en el horno de fundición; Él lo quiere purificar y hacer nuevas todas las cosas.

Confíe en Él, pues Él tiene la última palabra en todos los sufrimientos y tribulaciones, y va a dirigir todo a un fin maravilloso.

El primero y el último en el desarrollo de la historia
Vemos en la historia mundial una dura batalla del enemigo contra Dios. Usa a personas y hasta pueblos enteros para impedir los planes de Dios. Cuando Dios, el primero, prometió, después de la caída del hombre, un Redentor que sería la simiente de la mujer, esa guerra comenzó y sigue hasta hoy.

Abel fue muerto por Caín. El faraón mandó matar a todos los niños varones para que el Redentor de Israel no viviera. Pero Dios nunca deja de cumplir Sus planes. El pueblo de Israel era Su instrumento para cumplir el plan, pero fracasó. Sin embargo, Dios, que no es solamente el primero, sino que también el último, hizo que Jesús, el Salvador del mundo, naciera. El enemigo actuó a través de Herodes, y mandó matar a todos los niños en Belén, con el fin de impedir que el rey de los judíos cumpliera las promesas divinas. Dios tenía y tiene la última palabra. Y va a cumplir todas las promesas, a pesar de todas las resistencias. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.

Hoy nos encontramos en el último acto de la historia mundial. El enemigo intenta todo lo posible para ocupar la posición de Dios, procura desesperadamente la adoración del hombre, y, con eso, ocupar la posición de primero y último.

Sabemos que en el transcurso de la historia, Jesús está preparando a Su Iglesia para el Arrebatamiento. Ahora estamos frente al cumplimiento. Y el mundo camina en dirección a un período de tribulación como nunca antes lo hubo. El enemigo intentará construir su reino y manipulará a la humanidad por siete años (la Gran Tribulación), llevando a todas las naciones a posicionarse en contra de Israel. Pero igualmente sabemos que Dios pondrá fin en todo eso. Él es el último. Con el soplo de Su boca, eliminará al enemigo.

Dios cumplirá Sus promesas hechas en el Antiguo Testamento, de acuerdo con Hechos 3:21: “…a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. Dios tendrá la última palabra en la historia mundial, y así se cumplirá Job 42:2: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti”.

Dios reinará como rey. Cuando vemos la historia de hoy, en que Dios es despreciado, quedamos boquiabiertos. Pero un día, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el primero y el último.

Quién es siervo: ¿Él o nosotros?
A pesar de que Él es el único que puede decir: “Yo soy el primero y el último,” muchas veces tratamos a Dios como si Él debiera estar a nuestra disposición, e intentamos hacerlo nuestro siervo. Él debe realizar todos nuestros deseos y sueños, y, si no lo hace, nos quedamos decepcionados y le reclamamos. Si no nos atendiera, todavía seguiría siendo un Dios justo. Y, en la práctica, Él nos cubre de amor y misericordia. Hechos 17:24-26: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación.”

A pesar de que podemos llamar Padre al grande y poderoso Dios, es mucho abuso si nosotros, que somos como polvo, lo tratamos como nuestro siervo, como si Él nos debiera obedecer. Solamente Él puede hacer lo que quiere. No necesita darnos cuenta de por qué hizo eso o aquello, de esta o de otra forma. Cuando nos da una enfermedad, no podemos exigir de Él la sanidad, con una actitud como si fuera Su obligación sanarnos. Podemos pedirle, pero deberíamos hacerlo con la actitud que leemos en 1 Reyes 8:28, donde dice: “con todo, tú atenderás a la oración de tu siervo, y a su plegaria, oh Jehová Dios mío, oyendo el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti”. Dos veces ese versículo menciona “Tu siervo”. Si tenemos esa actitud, nuestra oración tendrá el tono correcto. Desafortunadamente, oímos exactamente lo contrario en muchas iglesias hoy. Allí el hombre pretende ser Dios, y que Dios es el siervo.

Podemos ser Sus colaboradores, como lo dice 1 Corintios 3, pero quien da las coordenadas es Aquél que es el primero y el último. Si un colaborador manda, ya es demasiado. Pero podemos trabajar con Él, lo cual es un gran privilegio.

Humíllese bajo Su poderosa mano, y vuélvase siervo, pues Juan 15:20 dice: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: el siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”.

Y en Mateo 10:24 está escrito: “el discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor”.

¿Puede Él ser el primero y el último en su vida?
Con todas esas verdades maravillosas solo nos queda una pregunta: ¿puede ser Dios el primero en su vida, y así también el último?

Por ejemplo, de Caín está escrito en Génesis 4:13 que dio su última palabra sobre sí mismo: “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado”.

Caín dio la última palabra sobre sí mismo. Y si nosotros no creemos completamente en la obra salvadora de Jesús, tampoco podemos llegar al punto de decir que el pecado es demasiado grande para ser perdonado. Y, en nuestra falta de fe, muchas veces tenemos la última palabra, que es: “Ya no, se acabó, no hay más posibilidad ni esperanza”.

Si Dios no es el primero en nuestras vidas, en muchas situaciones tendremos la última palabra. Por ejemplo, en 1 Corintios 4:5 dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Quien juzga saca a Dios del primer lugar y se vuelve el que tiene la última palabra.

Romanos 12:19 también nos enseña dónde debemos cuidarnos para no quitar el primer lugar a Dios: “No os venguéis vo-sotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Si le damos espacio, Dios se vuelve el primero y así también el último. Si nosotros no le damos espacio, nos colocamos a nosotros mismos en Su lugar, y, como consecuencia, Dios no tendrá más influencia sobre nuestra vida.

Romanos 14:9 dice: “Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven”. Cuando Dios puede ser el primero y el último en nuestra vida, Él es Señor de nuestra vida. Y en esa actitud preguntamos: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Y también podemos confiárselo todo a Él. Podemos actuar como dice el Salmo 17:2: “Sé tú mi defensor, pues tus ojos ven lo que es justo” (NVI). Dejemos que Él luche por nosotros, lo cual no sucederá si ocupamos el primer lugar en nuestra vida.

¿Estamos dispuestos a asumir esa actitud de darle a Él el primer lugar? ¿No actuamos muchas veces como si tomáramos la dirección y dijéramos: Señor Jesús, bendíceme ahora cuando yo gire hacia la derecha, y cuando yo haga eso o aquello? Planeo y hago lo que yo quiero y Dios me debe bendecir. En la realidad, yo debería colocar la dirección en Sus manos, y sentarme en el asiento de atrás, dejando que me lleve adonde Él quiera.

Cuando Dios puede ser el primero, y también tener la última palabra, la pasaremos bien. Quedaremos tranquilos, felices y satisfechos, pues nos encontraremos en el lugar correcto. La comunión íntima con Dios nos da completa paz.

Entregue el primer lugar de su vida a Jesús, y usted experimentará la mayor bendición que hay. Dios, que es el primero y el último, puede satisfacer la vida en todas las áreas. Juan 10:10 dice: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Pero esa vida, solamente la tendrá quien le da a Dios el primer lugar.

Tomado del libro Jesús tiene la última Palabra

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