Jesús es incomparable (Filipenses 2:5-11)

Fredy Peter

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios: Sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, a la gloria de Dios Padre.” (Fil. 2:5-11).

Filipenses 2:5-11 no solamente es el pasaje culminante de esta carta sino que es una de las enseñanzas cristológicas más importantes del Nuevo Testamento. Según opina la mayoría de los comentaristas, se trata de una canción compuesta por la Iglesia primitiva, un himno a Cristo, dividido en dos grandes pasajes que nos muestran el carácter absolutamente extraordinario e incomparable de nuestro Señor Jesús.

En los versículos 5 al 8, la ­figura central es Jesús. Con palabras sencillas pero muy conmovedoras, este pasaje describe la total y extrema autohumillación del Hijo de Dios. Pero el camino del completo despojamiento y de la humildad, de la renuncia y de la obediencia por amor al Padre, no acaba en el versículo 8. Después de lo que en el lenguaje de la música se llamaría un calando (ital. más despacio, más suave) o espirando (ital. expirando o muriendo), sigue un crescendo que aumenta su intensidad hasta alcanzar un insuperable forte fortissimo.

En los versículos 9 al 11, la figura central es Dios. El pasaje describe de manera majestuosa y muy conmovedora la total y completa exaltación de Jesucristo. Esta es la reacción de Dios a la humildad de Su Hijo.

Con la humillación voluntaria de Jesús y Su exaltación por el Padre, se comprueba lo que dice Cristo en Mateo 23:12: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Es un principio bíblico inquebrantable: “A la honra precede la humildad” (Pr. 15:33). ¡Dios siempre actuará de esta manera, también en nuestras vidas, si nos humillamos de corazón!

Al tremendo autodespojo de Jesús descrito en los versículos anteriores, le sigue inmediatamente el “por lo cual” de Dios: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo” (Fil. 2:9ª). Después del vaciamiento total viene la llenura total, después de la humillación, la exaltación “hasta lo sumo”. ¿Cómo podía el Señor Jesús ser exaltado aún más? Pues ya antes de Su encarnación, Cristo poseía todas las características divinas e integraba la Trinidad. ¡Y como Dios, en Su encarnación permaneció siendo Dios! Pero por Su humillación, Su sufrimiento y Su muerte, atravesó y sufrió una nueva dimensión: se hizo Dios-Hombre.

Como tal, tres días después de Su muerte en la cruz, Jesús fue resucitado de la tumba a la vida (Hechos 2:32; 5:31). Cuarenta días después fue levantado al cielo a través de la ascensión (Hechos 2:33). Allí, Él intercede por nosotros y nos representa ante Dios el Padre. Leemos en la carta a los Hebreos: “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (7:25). “Entró Cristo… en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (9:24).

En Su humanidad, Jesús “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15). Aprendió obediencia, se pudo identificar con nosotros, sintió compasión por nuestras debilidades y llegó a ser nuestro Sumo Sacerdote celestial. Todas estas cosas son la respuesta a Su oración en Juan 17:5: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. El ejemplo de Jesús nos muestra que el camino hacia arriba siempre nos lleva primero hacia abajo.

El teólogo Adolf Schlatter expresó esta verdad con las siguientes palabras: “La manera en la que Jesús actúa y la manera en la que Dios actúa en Él, tienen una clara relación de causalidad: Jesús se humilla, y Dios Lo exalta. Jesús se hace pobre, y Dios Le da una herencia de gloria suprema. Jesús da el último paso de obediencia y enfrenta la cruz; Dios Lo eleva por encima de toda la creación y hace de Su nombre el nombre más grande y más glorioso de todos. El que tiene el poder y la gloria más grandes es el que tiene el nombre más grande, de manera que reina sobre todos”.

“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9). ¿Qué nombre Le fue dado? En la Biblia, Jesús es descrito con más de 250 nombres o títulos. Veamos por ejemplo este conocido pasaje que tanto nos gusta citar en Navidad:

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6). Y ¿qué dice el ángel a María? “Llamarás su nombre JESÚS” (Lc. 1:31). Estos nombres, por lo tanto, ya le fueron dados antes. Por eso, la respuesta debe ser otra, y la encontramos en Apocalipsis 19:16: “En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”. Es decir, “Señor” es este nuevo nombre, este nombre “sobre todo nombre”.

Todos los nombres de la historia universal, aunque suenen bien e incluyan cargo, rango, posición y dignidad, son pequeños y limitados en espacio y tiempo cuando los comparamos al nombre sin igual de “Señor”. “Señor” es la traducción de la palabra griega kyrios. Con este título de honor se hablaba de Jesús en la iglesia primitiva, y de esto se formó luego el nombre bien característico “Señor Jesucristo” (por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 3:11).

¿Qué hay de tan especial en este nombre? El autor William Barclay dice lo siguiente al respecto:

“La palabra kyrios ha pasado por un interesante desarrollo:

1. En primer lugar, significaba maestro o dueño. Se trataba de un título que expresaba reverencia a la persona referida.

2. Luego la palabra se transformó en el título oficial del emperador romano. En griego, el título con el cual uno se dirigía al emperador romano era kyrios, en latín, dominus. Él era el dueño de la casa y el gobernador.

3. La palabra se usaba también para designar dioses paganos. A cada nombre de un dios pagano se le agregaba el título kyrios, “señor”.

4. Con esta palabra se tradujo el nombre hebreo Yahvé en la versión griega del Antiguo Testamento. Al llamar a Jesús kyrios, “Señor”, se le declaraba Maestro y Dueño de toda vida. Él era visto como el Rey de reyes, el Señor de los poderosos. Él era Señor, de una manera en la que los dioses paganos con sus ídolos mudos nunca lo podrían ser. Con este nombre, Él no podía ser menos que divino. El nuevo nombre de Jesucristo, el nombre con el cual un día todo el mundo lo llamará, es el nombre ‘Señor’”.

¡Qué nombre incomparable! ¿Qué valor tiene este nombre para nosotros? ¿Qué hacemos nosotros con este glorioso nombre?

La exaltación hasta lo sumo aconteció en el pasado; también la entrega de un nombre que es sobre todo nombre. Pero ambos eventos tienen su efecto en el presente, y el siguiente versículo habla incluso de algo futuro y confirma a Jesús como el Señor de señores: “…para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2:10).

En Isaías 45:23, encontramos partes de este versículo. Pero allí está hablando Yahvé, el Dios del Pacto de Israel. Es decir, tenemos aquí la clara prueba de que Jesús es Dios. Además, el versículo 10 también es una profecía del Salmo 110:1: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Este pasaje es mencionado directa o indirectamente unas 27 veces en el Nuevo Testamento.

¡Cuántas veces justamente los cristianos que sufren graves persecuciones y presiones están siendo consolados y fortalecidos por esta visión del futuro! También nosotros en el Occidente sufrimos presiones cuando nuestra fe está siendo cuestionada por familiares, vecinos o colegas, cuando se nos ridiculiza porque creemos en este Jesús, cuando tenemos que presenciar y escuchar cómo en los medios de comunicación el glorioso nombre del Señor es menospreciado, calumniado, blasfemado y en parte incluso prohibido. ¡Ánimo, queridos hermanos! El balance final todavía no está hecho, pero vendrá; entonces “toda rodilla se doblará”.

El comentarista Paul Murdoch dice: “En la antigüedad, el doblar la rodilla era señal de sumisión. Esto vale también para los tiempos bíblicos. El vencido se inclinaba delante de su vencedor para que este pudiera poner su pie sobre su nuca, expresando con esto su derecho a la vida del vencido. El doblar la rodilla es entonces no tanto un acto de cortesía, sino más bien de entrega de uno mismo”.

Jesús es el Señor sobre todos “los que están en los cielos”: las incontables multitudes de ángeles, los querubines y serafines y las almas de los salvos de todos los tiempos. Jesús es Señor sobre todos los que están “en la tierra”: todos los seres humanos vivientes. Y Jesús es el Señor sobre todos los que están “debajo de la tierra”: todos los demonios y todas las personas no salvas en el infierno.

¡Sí, Jesús es incomparable en Su poder! Un día, todos se arrodillarán delante del Señor Jesucristo: grandes y pequeños, gente famosa y gente sin nombre, por todos lados y sin excepción. Los que se negaron a creer, doblarán sus rodillas bajo obligación, a regañadientes, llorando en el polvo. Los demás lo harán porque creyeron; doblarán sus rodillas voluntariamente y de todo corazón, con voces de júbilo y de adoración, rebosantes de felicidad.

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