Israel, un pueblo muy especial - Parte 9

Thomas Lieth

Moisés y su hermano Aarón se presentaron frente al faraón para exponer su petición: 

“Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto. Y Faraón respondió: ¿quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Éx. 5:1-2).

Vemos aquí la soberbia del faraón y su menosprecio por el Dios viviente, sin embargo, Dios no puede ser burlado (Salmos 59:8). Más adelante, la Biblia nos relata cómo el corazón del faraón se endureció cada vez más, mostrando cada vez menor voluntad de dejar ir a los hebreos. Contrario a lo que se esperaba, los israelitas comenzaron a sufrir un peor maltrato como esclavos (Éxodo 7:4). Entonces, Dios envió diez plagas a Egipto, las cuales hicieron finalmente que el faraón no solo dejase ir al pueblo, sino que se apresurara a echarlo. Sobre la décima plaga, leemos:

“Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales. Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto. E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí. Y los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra; porque decían: todos somos muertos.” (Éx. 12:29-33).

¡Qué contraste! Primero, el faraón se rehusó con obstinación a cumplir la demanda de Israel, burlándose del omnipotente Creador, el Dios de Israel. Y ahora, se apuraba por ordenar al pueblo que se fuera, solicitando incluso una bendición del Dios que había afirmado no conocer. Así que, finalmente, el pueblo inició su camino (Éxodo 12:33-42) en dirección al mar Rojo (13:17-22).

Dios acompañó siempre a Su pueblo, tanto durante el día con una nube y en la noche con una columna de fuego. Gracias a que Dios mismo alumbró el camino de los israelitas, esta gran multitud pudo orientarse. Tengamos presente que, más tarde, Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12).

Imaginemos cuán abrumados hubieran estado tanto Moisés como el pueblo israelita sin la dirección de Dios. Eran alrededor de tres millones de personas. ¿Cómo podía Moisés invitar a todo este pueblo a levantarse y seguirle? ¿Cuántos se habrían extraviado? La confusión estaría asegurada, un líder extenuado por completo y un pueblo de millones de personas estallando en pánico. Sin embargo, Dios era su guía y el que cuidaba que, incluso durante la noche, el pueblo transitara con seguridad por el camino correcto.

Lo mismo sucede hoy: todo el que siga la luz del mundo (Jesucristo) y confíe firmemente en Él, puede estar convencido de que aun en las horas más oscuras llegará con seguridad a la meta (véase Juan 1:1-18, 3:16-21, 8:12, 9:5, 12:35).

Sin embargo, el faraón se arrepintió de su resolución: “¡no debimos dejarlos ir! Ahora no tendremos a nadie para el trabajo forzado”. Y ordenó que los hebreos fuesen traídos de vuelta. El propio rey salió a perseguirlos junto a su ejército:

“Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron a Jehová. Y dijeron a Moisés: ¿no había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto” (Éx. 14:10-12).

¡Cuán desagradecido y olvidadizo era este pueblo! ¿No habían estado poco tiempo antes quejándose de la opresión de los egipcios? ¿No clamaron a su Dios para que los liberase (Éxodo 2:23, 3:7)?

“Y Moisés dijo al pueblo: no temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éx. 14:13-14). 

Y Dios salvó al pueblo, dividiendo las aguas del mar Rojo, de tal manera que Israel pudo cruzar en seco. Y cuando los egipcios retomaron la persecución, el Señor los sepultó bajo las aguas.

Alguien dijo al respecto: “Este no fue ningún milagro, justo había marea baja cuando los israelitas cruzaron el mar […]”. A lo que otro contestó: “¡Aleluya! Entonces aconteció un milagro aún mayor, ya que el el ejército egipcio se ahogó en un charco”.

Así fue como Dios salvó a Su pueblo de los egipcios, liberándolo de la esclavitud. En conmemoración de este acontecimiento, aún hoy se festeja en Israel el Pésaj, la Pascua judía (Deuteronomio 16:1).

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