Israel, un pueblo muy especial - Parte 8

Thomas Lieth

Después de que los descendientes de Israel habían estado ya unos 350 años en Egipto, nació Moisés, un descendiente de Leví. Israel, entretanto, se había transformado en un pueblo grande, pero vivía entre extranjeros, como Dios ya lo había anunciado a Abram (llamado más tarde Abraham): “Entonces Jehová dijo a Abram: ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años” (Gn. 15:13).

Dios había dicho a Jacob (llamado también Israel): “Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí haré de ti una nación grande” (Gn. 46:3; ver Génesis 46:27; Deuteronomio 26:5; Salmos 107:38; Hechos 7:17). Los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob eran señalados en Egipto como hebreos, sin embargo, aún no eran una nación, pues no poseían una tierra ni capital propio. Desde la llegada de Jacob con su parentela a Egipto hasta el comienzo del éxodo hebreo, bajo el liderazgo de Moisés, transcurrieron un total de 430 años.

El primer capítulo del libro de Éxodo nos relata cómo el pueblo israelita crecía mucho, asunto que hizo que el nuevo faraón le dijera a su gente: “He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra”. A causa de esto, los egipcios colocaron supervisores para oprimir a los israelitas con trabajo forzado. Los hebreos tuvieron que edificar para el faraón las ciudades de almacenaje Pitón y Ramsés. Pero cuanto más oprimían al pueblo israelita, tanto más crecía en número y se extendía sobre la tierra, aumentando así el temor de los egipcios.

Por lo tanto, los hicieron trabajar como esclavos, maltratándolos y haciendo de sus vidas en un infierno. Los obligaban a fabricar ladrillos de arcilla y a hacer duros trabajos en el campo. Sin embargo, no bastando con eso, el rey de Egipto mandó llamar a las parteras hebreas Sifra y Fúa, ordenándoles: “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva”. Pero las parteras obedecieron a Dios, incumpliendo la orden del rey. Ellas dejaron con vida a los bebés varones. Entonces el rey llamó a las parteras y les preguntó: “[…]¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños? Y las parteras respondieron a Faraón: porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes de que la partera venga a ellas”. Así seguían multiplicándose los israelitas y volviéndose cada vez más fuertes. Pero Dios hizo bien a las parteras por su obediencia, regalándoles numerosos descendientes. 

“Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida”.

Vemos aquí un nuevo y astuto intento de Satanás por impedir el nacimiento de la nación de Israel. El gran enemigo de Dios, en la lucha por el predominio de los hombres, no se ha dado por vencido de ningún modo. Sin embargo, Moisés fue salvado gracias a que su madre lo había puesto en una pequeña cesta y lo escondió entre los juncos que se encontraban a la orilla del río Nilo. La hermana de Moisés, probablemente Miriam, se había escondido cerca para observarlo.

Éxodo 2:5-10 nos relata: “Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en un carrizal y envió una criada suya para que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: de los niños hebreos es este. Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: lleva a este niño y críamelo, y yo te pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: porque de las aguas lo saqué.”

De nuevo, Dios había elegido a un hombre para que la historia de Israel prosiguiera y para que hiciera de este pueblo una nación. Israel debía nacer, de lo contrario, todo el plan de salvación fracasaría. Moisés fue el líder llamado a liberar a este pueblo de la esclavitud en Egipto.

Dios declaró haber escuchado el clamor de su pueblo esclavizado, por lo que procuraba rescatar a los hebreos para que lo adorasen. De acuerdo a Su promesa, Dios rescató a Su pueblo del pacto de la esclavitud, demostrándole Su poder y fidelidad, se reveló a sí mismo en gloria, les entregó Su ley, abrió un camino para que puedan tener comunión con Él, y finalmente, habitó entre Su pueblo.

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