Israel, un pueblo muy especial - Parte 2

Thomas Lieth

El Pueblo elegido

En este mundo, no ha existido nada siquiera comparable a la historia y supervivencia del pueblo judío. Su existencia es un milagro. Bien es verdad que surgieron una y otra vez en el pasado grandes pueblos con sus gobernantes. Reyes y dictadores mandaron, algunos sobre enormes territorios, pero de sus obras no queda casi nada, excepto unos pocos hallazgos arqueológicos conservados en museos y algunas menciones en los libros de historia. Estos documentos narran sus importantes nombres, sus obras y sus crueles batallas. Pero hasta allí llega la vitalidad de estos pueblos. La historia se caracteriza por un continuo flujo. Un pueblo releva al otro. Lo que hoy es potencia mundial, mañana ya no es nada, o por lo menos, nada importante. ¡Israel, sin embargo, el pueblo elegido de Dios, permanece para siempre!

“Porque tú estableciste a tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, oh Jehová, fuiste a ellos por Dios” (2 S. 7:24).

Con ninguna nación actuó Dios como lo hizo con el pueblo judío. En su larga historia de cuatro mil años, fue dos veces desterrado por completo de su tierra y regresó en ambas ocasiones. Ninguna otra nación en la historia de la humanidad fue desarraigada dos veces, dispersada hasta los confines de la Tierra y llevada de regreso al mismo territorio. Si en el primer exilio, en la cautividad babilónica, el regreso y la reconstrucción fueron extraordinarios, el retorno de los judíos en nuestro tiempo, luego de casi dos mil años de diáspora, es un absoluto milagro.

Solo seis años después de la conferencia de Wannsee, donde los nazis decidieron la aniquilación total de la “raza judía” en la así llamada solución final –la que costó la vida de seis millones de judíos–, se fundó el Estado de Israel, el 14 de junio de 1948.

Durante su historia, Israel dejó de existir dos veces como nación y dos veces perdió su independencia nacional. Jerusalén, su capital, fue por completo demolida, y el templo, centro de su vida religiosa, fue profanado y asolado. Las ciudades y aldeas de Israel fueron borradas, la población deportada y dispersada en tierras extranjeras. Sin embargo, por dos veces, el país fue reconstruido, repoblado y cultivado.

Nunca hubo una nación o un grupo étnico que fuera dispersado por todas las regiones del mundo y que sobreviviera, a pesar de esto, como un grupo con carácter e identidad propia. Desde el Lejano Oriente hasta el Salvaje Oeste, desde el extremo norte hasta el extremo sur, prácticamente no hay nación en la cual no hayan vivido judíos. Pero lo asombroso es que este pueblo ha sobrevivido como tal, en lugar de disolverse entre las grandes comunidades extranjeras con las cuales se mezcló. Debemos tener presente que no se trataba de una generación o de un siglo, sino de casi dos mil años. Durante este largo tiempo, el pueblo judío ha permanecido siendo “el pueblo judío”. Incluso el idioma hebreo no se perdió, sino que fue revivido.

¡Cuán a menudo fueron cruelmente perseguidos y diezmados! Se intentaba eliminarlos y se expulsaba a los judíos de un país a otro. El enemigo de Dios quería y quiere aniquilar a este pueblo, porque es un testimonio del Dios vivo.

Los pogromos y otras formas de persecución a los judíos no ocurrieron tan solo en Alemania, sino también en Rumania, Rusia, España, Francia, Polonia… sí, prácticamente en todo el mundo. Seis guerras fueron impulsadas hasta ahora por las naciones árabes contra el Estado de Israel, y su población vive, en la actualidad, angustiada por el terrorismo y las hostilidades.

Por una parte, el pueblo judío es admirado y respetado, pero por otra, odiado y despreciado; y esta segunda parte es la más numerosa. Sin embargo, y quizás ese sea el motivo, el largo y penoso camino de dolor, lágrimas y sangre no ha podido doblegar a este pueblo. Su identidad, nacionalidad y carácter particular permanecieron vigorosos, manifestándose siempre de manera inconfundible. Y es aquí donde surge la pregunta: ¿cómo es posible que este pueblo siga existiendo en la actualidad?

Solo si alguien sobrehumano está detrás de él, uno que protege a este singular pueblo y no permite que desaparezca de la superficie del planeta ni del mapa mundial. Si el Dios viviente no fuera su Dios y si Él no cumpliera Sus promesas, Israel no existiría más; hubiese desaparecido hace mucho tiempo, como lo hicieron otros pueblos antiguos. Pues, ¿dónde están los hititas, los jebuseos, los fenicios, los moabitas, los babilonios, los medas y muchos otros pueblos? ¡Tan solo desaparecieron! A pesar de que eran grandes y poderosos, e incluso –aunque sea en parte– altamente civilizados.

La historia de Israel comenzó hace casi cuatro mil años con un solo hombre: Abram, a quien Dios se le reveló y cuya memoria continúa hasta el presente. El que visita Israel puede experimentarlo y verlo con sus propios ojos. Los que vivimos somos testigos de lo que significa este pueblo y de su historia con Dios. Nos damos cuenta de la presencia de Dios y de cómo Él tiene el control de todos los acontecimientos. La historia de Dios con los hombres se concentra cada vez más en el país que Dios puso “en medio de las naciones” (Ez. 5:5), destacando a Israel como la nación más importante del mundo. Tres continentes convergen en esa zona, además de las tres religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana). No es casual que sea el centro de la historia universal.

Aunque algunas veces parecía cortarse, el hilo conductor que recorre la historia de este pueblo, nunca se ha roto.

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