Israel, un pueblo muy especial - Parte 18

Thomas Lieth

Dios prometió al rey David un reino eterno, por lo que siempre subiría al trono de Israel uno de sus descendientes. David descendía de la tribu de Judá, y a través de su vida, podemos seguir esta línea bendita, coincidente con las promesas que Dios había dado a Judá: «No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos» (Gn. 49:10). Esta mecha permaneció encendida y ardiendo hasta Jesús, el hijo de David, la simiente eterna. Por esta razón, cuando Jesús nació, Israel esperaba al Mesías descendiente de David: «Y cuando estaban juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: de David» (Mt. 22:41-42).

Pero luego se abrió un paréntesis. El reinado eterno fue interrumpido a causa de la infidelidad de Israel –se interrumpió, pero no se terminó (Isaías 55:3-5)–. Esta cesura en la línea del reinado davídico ocurrió en el año 586 a. C., tratándose de un castigo que ya había sido anunciado por Dios (2 Samuel 7:14). Retomaremos este tema más adelante.

David pecó, y este acto produjo graves consecuencias para su vida y su descendencia. Leemos en 2 Samuel 11: «Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: aquella es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella».

Por otra parte, Deuteronomio 5:21 dice: «No codiciarás la mujer de tu prójimo […]». Sin embargo, David había quebrantado el séptimo y el décimo mandamiento (Éxodo 20:14, 17).

Sigamos leyendo en 2 Samuel 11: «Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: estoy encinta. Entonces David envió a decir a Joab: envíame a Urías heteo. Y Joab envió a Urías a David. Cuando Urías vino a él, David le preguntó por la salud de Joab, y por la salud del pueblo, y por el estado de guerra».

Estas preguntas eran solo una excusa. Lo único que en verdad le interesaba a David era ocultar su acto: embarazar a Betsabé. «Después dijo David a Urías: Desciende a tu casa, y lava tus pies. Y saliendo Urías de la casa del rey, le fue enviado presente de la mesa real».

Comúnmente nos llama la atención cuando alguien nos muestra una exagerada amabilidad y cortesía, llegando a sospechar que puede haber algo oculto detrás de esa actitud. El plan de David consistía en que Urías fuera a su casa y durmiera con su esposa, para que todos creyeran que el niño era de Urías, dejando a David libre de toda sospecha. Sin embargo, Urías no fue a su casa, sino que pasó la noche con los demás siervos de su señor en la puerta del palacio real.

E hicieron saber esto a David, diciendo: Urías no ha descendido a su casa. Y dijo David a Urías: ¿no has venido de camino? ¿Por qué, pues, no descendiste a tu casa? Y Urías respondió a David: el arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi casa para comer y beber, y a dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que yo no haré tal cosa.

¡Qué hombre maravilloso! ¡Cuánta lealtad demostró Urías, no siendo ni siquiera israelita! En realidad, merecía un galardón, y es posible que en otras circunstancias hubiera sido premiado por su actitud. Pero David tenía otra cosa en mente. Él solo se enfocaba en sí mismo e intentaba, con todas sus fuerzas, salir del embrollo. «David dijo a Urías: quédate aquí aún hoy, y mañana te despacharé. Y se quedó Urías en Jerusalén aquel día y el siguiente. Y David lo convidó a comer y a beber con él, hasta embriagarlo. Y él salió a la tarde a dormir en su cama con los siervos de su señor; mas no descendió a su casa».

«El hombre propone, Dios dispone». El plan de David había sido muy bien pensado: si Urías se embriagaba, de seguro iría a su casa, dormiría con su mujer, y todo saldría bien para el rey. Pero Urías no le hizo este favor tampoco la segunda noche.

Los pasos que David siguió nos muestran que, lejos de arrepentirse, sus esfuerzos por borrar su caída eran cada vez más desesperados. Ni siquiera sintió escrúpulos ante el asesinato: su único objetivo era seguir aparentando su inocencia. «Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías».

La triste ironía de esta situación es que fue el mismo Urías quien entregó su propia sentencia de muerte.

Y escribió en la carta, diciendo: poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera. Así fue que cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon contra Joab, y cayeron algunos del ejército de los siervos de David; y murió también Urías heteo […]. Oyendo la mujer de Urías que su marido Urías era muerto, hizo duelo por su marido. Y pasado el luto, envió David y la trajo a su casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un hijo.

¡Qué alivio debió haber sentido David! Ya nadie podía acusarlo. Ahora estaba legalmente casado con esta mujer y Urías ya no podía testificar que el niño no era de él. Sin embargo, David no había contado con que Dios lo sabía todo. Segundo de Samuel 11:27 dice: «Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová».

El capítulo 12 nos narra cómo el Señor envió al profeta Natán al palacio de David. Estando allí, Natán comenzó a contar al rey de un caso jurídico:

Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y este no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él.

Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos [compárese con Éxodo 22:1], porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. Entonces dijo Natán: tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón. Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer [compárese con 2 Samuel 13:28-29; 18:14-15; 1 Reyes 2:24-25].

Las palabras de Natán no cesaron:

Así ha dicho Jehová: he aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol [compárese con 2 Samuel 16:22].

Entonces dijo David a Natán: pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: también Jehová ha remitido tu pecado; no morirás [compárese con Levítico 20:10]. Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá.

Y Natán se volvió a su casa.

Y Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y enfermó gravemente. Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en tierra. Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos pan. Y al séptimo día murió el niño; y temían los siervos de David hacerle saber que el niño había muerto, diciendo entre sí: cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oír nuestra voz; ¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto? Mas David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus siervos: ¿ha muerto el niño? Y ellos respondieron: ha muerto.

Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió. Y le dijeron sus siervos: ¿qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. Y él respondió: viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.

Y consoló David a Betsabé su mujer, y llegándose a ella durmió con ella; y ella le dio a luz un hijo, y llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová, y envió un mensaje por medio de Natán profeta; así llamó su nombre Jedidias [“amado de Jehová”], a causa de Jehová.

Vemos cómo el pacto de Dios con David no era condicional. A pesar del pecado del rey, Dios lo conservó en el trono. Lo perdonó a causa de su arrepentimiento (Proverbios 28:13), sin embargo, David tuvo que vivir las consecuencias de su pecado. Dios nos perdona si nos arrepentimos, pero puede que las consecuencias de nuestro pecado afecten al resto de nuestra vida.

Este relato acerca del gran rey de Israel evidencia la absoluta objetividad bíblica. ¿Dónde encontramos que se saquen a la luz, con total transparencia, las debilidades y los pecados del héroe de la historia y, en este caso, del gran rey de la nación? En ningún lugar. Los héroes de la historia son, en general, perfectos. Sus virtudes y hazañas se relatan de manera exagerada por varias páginas, sin mencionar sus debilidades. La Biblia es diferente. No exagera ni embellece, sino que sus relatos son verdaderos y objetivos.

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad