Israel, un pueblo muy especial - Parte 17

Thomas Lieth

David conquistó Jerusalén y la hizo capital de su reino. Podemos decir que fue a partir de este momento en que se dio por primera vez una monarquía unida. David logró hacer de las doce tribus una nación real. Su reinado significó una época dorada para Israel, en la cual llegó a ser rico, poderoso e influyente. Dios bendijo a David e hizo un pacto con él.

“Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra. Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos.

Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 S. 7:8-16).

Dios prometió que su descendencia reinaría siempre sobre Israel. Él permanece fiel a Su pueblo y se atiene a Su promesa, aunque deba castigar la infidelidad de esta nación. Dios prometió a David un gran nombre. De hecho, David es reconocido tanto por los judíos como por los cristianos y musulmanes. Incluso la historiografía secular lo menciona como el gran rey de Israel.

Además, Dios prometió a David un territorio, un país con su capital. Israel ya no sería un pueblo errante, sino una nación establecida. Esta promesa respalda también el actual retorno de Israel a la tierra de sus padres. El reinado de David está claramente unido a la promesa de la tierra que Dios ya había dado a los patriarcas de Israel. Y será tan solo en este país, con su capital, que podrá retornar Jesús, el hijo de David, para asumir su gobierno.

Esto nos hace ver que el regreso de Israel a su tierra y la reconquista de Jerusalén, la ciudad de David, son acontecimientos de altísima importancia en la historia universal: un hecho fundamental que permitirá el retorno de Jesucristo. Por esta misma razón, debemos interpretar la lucha de las naciones contra Jerusalén como un ataque contra el mismo Dios. Satanás usa a las naciones para tratar de impedir el regreso en poder y gloria de Jesucristo. Quien niegue a los judíos su derecho sobre la ciudad de Jerusalén –como ocurre en la actualidad–, se rebelará contra Dios mismo.

Dios promete a David y a Su pueblo la paz delante de sus enemigos. En la actualidad, esto podría sonar inverosímil, más aún si consideramos todas las guerras que ha habido en Medio Oriente en las últimas décadas, aunque más bien la promesa hace referencia a que Dios batallará por su pueblo. Por otra parte, en el tiempo de David, pero sobre todo en el reinado de su hijo Salomón, hubo en verdad tiempos de calma y paz en toda la nación. Fue la infidelidad de Israel la que hizo que volvieran luego las sublevaciones y las guerras sangrientas, las que se mantienen hasta la actualidad. Pero con todo, le espera a Israel la paz prometida, una vez que el Señor restablezca la teocracia en esta nación, en el reino milenial, cuando su Dios reine otra vez sobre ellos y reconozcan al Mesías, al hijo de David, como su rey. No serán las Naciones Unidas ni la Unión Europea, tampoco Estados Unidos quienes traigan a Israel la verdadera y eterna paz, sino tan solo el Mesías Jesús.

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