Israel, un pueblo muy especial - Parte 16

Thomas Lieth

Saúl, de la tribu de Benjamín, fue ungido como el primer rey de Israel. A pesar de su privilegiada posición, no logró unificar a las doce tribus en un solo reino. Las tribus se unían tan solo en tiempos de guerra, por lo demás, cada una era autónoma.

Pasado un tiempo, Saúl cometió un error fatal. Transgredió el mandamiento de Dios, ofreciendo él mismo un animal en holocausto, a pesar de que Dios había ordenado con claridad que los sacrificios quedaban reservados para los levitas (Números 1:50, 53; 2 Crónicas 13:10; Números 4:15; Jeremías 33:18).

El sacerdote Samuel era levita, a diferencia del benjamita ­Saúl que, por su ascendencia no podía ofrecer holocaustos. Además, el comportamiento del rey Saúl evidenciaba que en los momentos más decisivos siempre actuaba por su propia cuenta, sin consultar la voluntad de Dios.

«Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a recibirle, para saludarle. Entonces Samuel dijo: ¿qué has hecho? Y Saúl respondió: porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. Entonces Samuel dijo a Saúl: locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó» (1 S. 13:8-14).

Este episodio debería enseñarnos a no tomar a la ligera los mandamientos de Dios, sino todo lo contrario: tomarlo muy en serio y buscar su cercanía. La obediencia a Dios siempre es más importante que la religiosidad: «¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 S. 15:22). «Y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios» (Mr. 12:33; compárese con Proverbios 21:3; Eclesiastés 5:1; Jeremías 7:22-23; Oseas 6:6).

A causa de su transgresión, Saúl y su descendencia perdieron el reinado. Dicho de paso, esta es una clara indicación de que el Mesías que había sido anunciado no podía descender de la tribu de Benjamín.

Durante su reinado, Saúl insistió en sus errores, de manera que en última instancia le fue quitada la corona. Dios sintió pesar por haberlo hecho rey (compárese con Oseas 13:9-11), y mandó a que en su lugar fuese ungido David como rey de Israel.

David conoció a Saúl sirviéndolo como músico de corte. Pronto llamó la atención de todo el mundo por su capacidad y valentía como guerrero. Después de un tiempo de relacionarse de manera armoniosa con el rey, este último se vio esclavo de los celos y quiso atentar contra su vida. Una vez más, satanás se interpuso en los planes de Dios y usó a Saúl, y a sus seguidores, para terminar con la vida de David, no queriendo bajo ninguna circunstancia que el joven reinara sobre Israel. Esa descendencia debía ser cortada. Sin embargo, Dios estaba con David, guardando su vida de los ataques de rey.

Más tarde, el rey Saúl fue herido en la batalla contra los filisteos y se quitó la vida. Con esto, David llegó al reinado. Al principio gobernó tan solo sobre Judá, con capital en Hebrón (2 Samuel 2:1-11), puesto que las otras tribus de Israel habían nombrado a Is-boset, hijo de Saúl, como su rey. Este hecho suscitó lamentables batallas entre Judá e Israel, entre la casa de David y la casa de Saúl. Aunque tiempo después, David reinó definitivamente sobre todo Israel (2 Samuel 5:1-5).

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