Israel, un pueblo muy especial - Parte 13

Thomas Lieth

Leemos en Números 27:12-14 (DHH): «El Señor le dijo a Moisés: sube a este monte de Abarim, y mira la tierra que les he dado a los israelitas. Después de que la hayas visto, morirás y te reunirás con tus antepasados, como tu hermano Aarón, ya que ustedes dos desobedecieron mis órdenes en el desierto de Sin cuando el pueblo me hizo reclamaciones, y no me honraron delante de ellos cuando pidieron agua».

¿Qué había sucedido? ¿En qué habían desobedecido Moisés y Aarón? En Números 20:1-13 se nos relata lo sucedido en el desierto de Sin. El agua comenzó a escasear, por lo que el pueblo reprochó a Moisés y a Aarón por lo sucedido. Ellos fueron al tabernáculo y se postraron delante de Dios y, en ese momento, la gloria de Dios apareció sobre ellos. Él le ordenó a Moisés: «Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias». Las órdenes de Dios eran claras. De esta manera, el pueblo reconocería que había sido Dios quien les proporcionaba el agua para su cuidado. La honra debía ser del Señor.

Sin embargo, Moisés y Aarón no observaron las instrucciones con exactitud, sino que tomaron las riendas en sus manos y se mostraron como los protagonistas delante del pueblo. Aunque Moisés llevó consigo la vara, como Dios le había ordenado, cometió un error fatal. Tanto él como Aarón llamaron a los israelitas a acercarse a la roca, con el propósito de decirles: «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?». No dijeron ni una sola palabra sobre Dios o de cómo Él haría ese milagro. Salmos 106:32-33 dice acerca de este mismo acontecimiento: «También le irritaron en las aguas de Meriba; y le fue mal a Moisés por causa de ellos, porque hicieron rebelar a su espíritu, y habló precipitadamente con sus labios». Moisés levantó finalmente su vara y golpeó con ella dos veces la roca, aunque Dios no se lo había ordenado. Brotó tanta agua de la peña que tanto hombres como animales tuvieron suficiente.

¿Será que Moisés y Aarón no creían que Dios les daría el agua? ¿Por qué no le dieron a Dios la honra, actuando como si ellos hubiesen operado este milagro? Dios les reprochó su falta de confianza y cómo le quitaron la oportunidad de manifestarse a los israelitas como el Dios santo y poderoso. Este fue el motivo por el cual Aarón y Moisés no pudieron entrar a la Tierra Prometida.

Números 27:15-23 (dhh) sigue diciendo:

«Y Moisés dijo al Señor: Dios y Señor, tú que das la vida a todos los hombres, nombra un jefe que se ponga al frente de tu pueblo y lo guíe por todas partes, para que no ande como rebaño sin pastor. El Señor respondió a Moisés: Josué, hijo de Nun, es un hombre de espíritu. Tómalo y pon tus manos sobre su cabeza. Luego preséntalo ante el sacerdote Eleazar y ante todo el pueblo, y dale el cargo delante de todos ellos; pon sobre él parte de tu autoridad, para que todo el pueblo de Israel le obedezca. Pero Josué deberá presentarse ante el sacerdote Eleazar, y Eleazar me consultará en su nombre por medio del Urim. Josué será el que dé las órdenes a los israelitas, para todo lo que hagan.»

Moisés hizo tal como el Señor se lo había ordenado: presentó a Josué ante el sacerdote Eleazar y ante todo el pueblo. Puso las manos sobre su cabeza y le dio el cargo, tal como el Señor había mandado que hiciese.

Si bien Moisés pudo ver de lejos la Tierra Prometida, no se le permitió entrar en ella: Josué sería su sucesor y el encargado de guiar al pueblo de Israel hacia la tierra de sus padres Abraham, Isaac y Jacob. Cuatrocientos setenta años después que Jacob abandonara esta tierra y se mudara a Egipto con su hijo José, Josué regresaba de nuevo a ella con su descendencia. Sin embargo, en la misma tierra que Dios les había prometido, seguían siendo extranjeros. La «criatura» estaba por nacer, la partera ya lo tocaba, pero aún no había nacido. Satanás tuvo que haber transpirado como un demente, empeñándose con todas sus fuerzas en impedir ese nacimiento. Él nunca se rinde. Israel necesitó siete años para conquistar Canaán, la Tierra Prometida. Durante ese tiempo, hizo la guerra a diferentes pueblos y reyes, conquistando sus ciudades y territorios.

Finalmente, el momento había llegado: unos 600 años después de la elección de Abraham como patriarca de Israel, había nacido en su tierra, en su propio hogar, una gran nación. Dios cumple Sus promesas, aunque a veces nos parezca que se tardan. Él es paciente y lleva Su plan hacia la meta. Ni Abraham ni Isaac ni Jacob ni Moisés lo vieron, pero Dios había guiado nuevamente a Su pueblo a la Tierra Prometida.

También nosotros podemos tener esta seguridad: Dios contesta las oraciones y cumple Sus promesas. ¿Cuándo? No lo sabemos. Quizá hace años que oramos por la salvación de una persona y parece que nada sucede. Nos vamos impacientando y dudamos de las promesas de Dios. Sin embargo, Dios sabe cuándo es el momento justo para cumplir Sus promesas. Muchos misioneros nunca vieron el fruto de lo que sembraron. Recién décadas más tarde, otros fueron los que cosecharon ese fruto.

Dios también llegará a la meta con Israel, paso a paso. ¡Eretz Israel –la tierra de Israel– fue concebida y dada a luz, y el gran adversario de Dios, Satanás, no pudo impedirlo!

Sin embargo, el propósito de Dios para con Su pueblo todavía no se había cumplido.

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