Israel, un pueblo muy especial - Parte 11

Thomas Lieth

Con el pacto mosaico del Sinaí, se estableció la soberanía de Dios (teocracia) sobre Israel. Al igual que cualquier pueblo, la naciente nación de Israel necesitaba un líder y un sistema de gobierno. También era el deseo de Dios liderarlos, Él mismo había formado a este pueblo de la descendencia de Abraham.

Por otra parte, nada mejor le hubiera sucedido al pueblo de Israel. ¿Quién, aparte del creador de los cielos y la tierra, tenía la sabiduría y el poder suficiente para gobernar con justicia a esta nación y protegerla de sus enemigos?

Durante su peregrinaje por el desierto del Sinaí, Dios entregó al pueblo israelita un sistema de leyes: al fin y al cabo, la única forma de que Israel cumpliera con el deber de glorificar a Dios en el mundo era viviendo acorde a Sus decretos y cumpliendo con las condiciones del pacto (Deuteronomio 4:5-8). De esto también dependía el recibir la bendición o la maldición. Esta fue y es la gran diferencia con el pacto abrahámico establecido con anterioridad, el cual no estaba sujeto a condiciones. El pacto mosaico, sin embargo, tenía condiciones estrictas y dependía de su observancia.

Si el pueblo guardaba estos mandamientos y era fiel y obediente a su líder, es decir, a Dios, le aguardaban prosperidad y abundantes bendiciones, pero si no obedecía lo establecido en el pacto y era infiel a su Dios, debía entonces cargar las consecuencias: la derrota y la maldición (Deuteronomio 27:9-28, 68). Es llamativo que el Señor hubiese anunciado a Moisés que Israel quebrantaría el pacto: “Y Jehová dijo a Moisés: he aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él” (Dt. 31:16).

Este antiguo pacto era exclusivo para los israelitas, y con el transcurso del tiempo –entre otras razones a causa de que Israel lo había quebrantado– fue abolido y sustituido por el nuevo pacto.

El teólogo Erich Sauer escribió al respecto: 

Hacia afuera, la ley es el cerco que separa a Israel de los demás pueblos del mundo (Efesios 2:14-15). La ley no fue dada a todos los hombres, sino solamente a Israel: “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones” (Salmos 147:19-20). El día de reposo es la señal entre Dios e Israel (Éxodo 31:13-17; Ezequiel 20:12, 20). Las naciones, por su parte, no poseen la ley (Romanos 2:14). Y tan solo este hecho refuta toda tentativa de mezclar la ley con el evangelio de la gracia para los gentiles. La ley mosaica nunca fue para las naciones, sean paganas o cristianas, sino solo para Israel. Sin embargo, Israel y su ley sirven como un magnífico ejemplo práctico, mostrado sobre el escenario abierto de la historia mundial (1 Corintios 10:11), de manera que todos los pueblos a través de los siglos lo puedan ver al pasar.

Por lo tanto, esto significa que el pacto mosaico, es decir, las leyes del antiguo pacto son:

1) Normas de vida para el pueblo de Israel en la Tierra Prometida. 

2) Una demostración de la santidad, justicia y bondad de Dios. 

3) Un fenómeno temporal y pasajero dentro del plan de salvación de Dios a través de la historia (Gálatas 3:19, 24-25).

Podemos reconocer en el pacto mosaico la naturaleza del pecado, pero también la imagen invariable de Dios y, por lo tanto, vigente. Dios no ha cambiado. Los principios que la ley del antiguo pacto establecía aún permanecen. Un ejemplo: “no vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace” (Dt. 22:5). Hay creyentes que usan este pasaje para decir que una mujer no debería usar pantalones. Sin embargo, si el mensaje de este versículo es aplicable a los cristianos, entonces deberíamos ser consecuentes y obedecer también el siguiente mandamiento: “No vestirás ropa de lana y lino juntamente. Te harás flecos en las cuatro puntas de tu manto con que te cubras” (Dt. 22:11-12).

No podemos tener un discurso incoherente, aislando ciertas cosas de su contexto y exigiendo que se observen a rajatabla, mientras que descartamos otros pasajes similares. Resulta abominable para el Dios inmutable que un hombre se vista como una mujer y una mujer como un hombre. En otras palabras, que los sexos dejen de diferenciarse. Este es un principio fundamental de la creación. Dios creó al ser humano hombre y mujer. Además, sabemos que también la homosexualidad es abominable para Dios (Romanos 1).

La Biblia nunca ordena a las mujeres a no usar pantalones, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, sin embargo, nos muestra con claridad que no es agradable para Dios la disolución y mezcla de sexos. El pasaje de Deuteronomio 5 enseña que un hombre debe ser reconocible como hombre y una mujer como mujer. Por lo tanto, el travestismo, la homosexualidad y el cambio de sexo son una abominación para el Señor, pues atacan el mismo fundamento de la creación. En el tiempo de Jesús, los hombres usaban vestimentas largas que apenas se diferenciaban, si es que lo hacían, de los vestidos de las mujeres, sin embargo, podían ser fácilmente reconocibles como tales. En Escocia, existe una vestimenta masculina tradicional que es una falda. A pesar de esto, no hay duda en cuanto a su identidad sexual. En nuestra cultura, los pantalones eran hace un tiempo una vestimenta exclusiva de los hombres, pero ya no lo son en la actualidad.

En resumidas cuentas, no es bueno que una mujer se comporte, se vista o tenga actitudes de hombre, pero el utilizar un pantalón o una falda no debe llevarnos a la discordia. Todo lo que hagamos sea hecho con convicción y para la honra del Señor.

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