Israel en el Cantar de los Cantares

Norbert Lieth

El Cantar de los Cantares puede leerse y entenderse de tres maneras: 1. Describe literalmente el amor de Salomón por su amiga sulamita. 2. El Cantar de los Cantares es análogo a la relación del Mesías con su pueblo del pacto, Israel. 3. Es una parábola para Jesús y su Iglesia.

Sin duda, el primer significado es el esencial. Sin embargo, podemos suponer que el Espíritu Santo también aplica el Cantar de los Cantares para explicarnos la historia de la salvación. Podemos ver en ella la historia profética y el futuro de Israel, que termina con las bodas del Cordero: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Ap. 19:7). —Y esto muy bien puede aplicarse espiritualmente a nosotros también.

El primer amor
“¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino. (…) Atráeme; en pos de ti correremos. El rey me ha metido en sus cámaras; Nos gozaremos y alegraremos en ti; Nos acordaremos de tus amores más que del vino” (Cnt. 1:2, 4).

El encuentro de Dios con Israel es una pura historia de amor con todos sus altibajos. Es un amor único, maravilloso y misterioso, que no tiene igual.

Es un amor que se acerca mucho. A ningún pueblo se ha acercado tanto Dios como a Israel. El amor de Dios es personal e íntimo; está lleno de deseo y devoción sincera: “Me besara con besos de su boca...” (1:2). —¿Aún recuerdas el primer beso que recibiste de la persona amada?

El amor de Dios lo supera todo; ofrece infinitamente más de lo que el mundo puede darte: “Porque mejores son tus amores que el vino” (1:2). El vino es expresión de alegría, comunión y sensualidad; también es sinónimo de preciosidad y riqueza. Y aunque todo esto lo encontramos en el mundo hasta cierto punto, nunca se acerca a lo que nos da el Señor.

Lo que Dios le dio a Israel lo eclipsó todo. Tal vez por eso esta colección de canciones de amor se llama “Cantar de los Cantares”, porque el amor que aquí se describe supera con creces a todo lo demás.

El amor de Dios tiene poder: “Atráeme; en pos de ti correremos. El rey me ha metido en sus cámaras” (1:4).

El amor siempre atrae, no nos permite pensar en otra cosa. El amor toma posesión; busca la cercanía del amado.

El amor de Dios en Jesucristo nos atrae a la comunión íntima con Él; quiere abrazarnos, rodearnos, sostenernos y llevarnos a lo que es del Señor: a Sus aposentos, a Su santa morada. Israel experimentó todo esto. Pero el amor también será siempre desafiado. El amor se asocia con frecuencia con la lucha.

Las consecuencias cuando se deja el primer amor
“...Y mi viña, que era mía, no guardé” (Cnt. 1:6).

Esta es una confesión muy amarga. Siempre es doloroso cuando uno no presta atención, no vigila y ya no hace nada más por el primer amor —tanto en el matrimonio como en la relación con el Señor.

Antes la amada se consumía siguiendo a su amado. Pero con el tiempo, se descuida y abandona el primer amor. Esto me trae a la memoria las palabras de Jeremías que el Señor dirigió a Israel: “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada” (Jer. 2:2).

¿Cuál fue la consecuencia de que la amada no cuidara su viña y abandonara su primer amor? Isaías escribe:

“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. (...) Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta…” (Is. 5:1-3,5,6).

Primero, llegaron los asirios (722-720 a.C.), invadieron Israel y se llevaron a sus habitantes. Más tarde, los babilonios conquistaron Judá, y le arrebataron Jerusalén y el Templo al pueblo de Dios en el año 586 a.C. Con esto, el candelabro y el Templo en el que ardía la menorá habían sido quitados de su lugar.

Esto nos hace pensar en la Epístola a Éfeso: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Ap. 2:4-5).

Quien abandona el primer amor ya no tiene luminosidad. El amor es algo que está encendido; arde y da calor como un fuego.

El amor del Señor no deja caer a Israel
“Hermosas son tus mejillas entre los pendientes, Tu cuello entre los collares. Zarcillos de oro te haremos, Tachonados de plata” (Cnt. 1:10-11).

Cuando se quiere reavivar un amor, a menudo se hacen regalos. Y ¡cuánto nos ha regalado el Señor! En la Biblia, el oro representa la gloria divina, y la plata, la redención. A través de la redención de nuestro Señor podemos ser glorificados. 

Dejémonos atraer de nuevo por el amor de Jesús.

En el Nuevo Testamento leemos sobre las siete parábolas del reino de los cielos, donde la sexta parábola trata sobre una perla: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mt. 13:45-46).

Al principio de la historia de Israel, cuando Dios eligió a su pueblo, se nos dice que el Señor adornó a su esposa elegida y le puso un collar alrededor del cuello (véase Ezequiel 16:11). Al final de la historia de Israel vemos la Jerusalén celestial, la ciudad que tiene doce puertas, cada una de ellas hecha de una perla (Apocalipsis 21:12,21).

El principio y el fin de Israel están adornados con la imagen de la perla. El Señor lo dio todo por esta perla, para comprársela para sí.

La primera venida de Jesús
“Mientras el rey estaba en su reclinatorio, Mi nardo dio su olor” (Cnt. 1:12). “Me llevó a la casa del banquete, Y su bandera sobre mí fue amor” (Cnt. 2:4).

El primer milagro que hizo Jesús al comienzo de su ministerio en la Tierra tuvo lugar en una boda —una fiesta de amor. En las bodas de Caná convirtió el agua en el mejor vino (Juan 2:1 y ss.). Y mientras Jesús estuvo en este mundo, conviviendo y cenando con sus discípulos, su fragancia pasó a ellos y la fragancia de ellos pasó a otros.

Los discípulos representan al verdadero Israel. En el poder de su Señor poseían autoridad. Sin Él no podían hacer nada, pero con Él todo era posible. Sin embargo, cuando leemos en Cantar de los Cantares: “Mientras el rey estaba en su reclinatorio…” (Cnt. 1:12), vemos en ello, al mismo tiempo, un indicio de que no se quedaría para siempre entre ellos. Se marcharía como consecuencia del rechazo de su pueblo.

Pero en este tiempo se ha creado la Iglesia de judíos y gentiles. En ella continúa un remanente de Israel (Romanos 11:5). Y también la Iglesia espera a su Señor con gran amor y anhelo.

En la espera de Su regreso
“¡La voz de mi amado! He aquí él viene (...) Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven” (Cnt. 2:8, 10). Y: “La higuera ha echado sus higos, Y las vides en cierne dieron olor; Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven” (Cnt. 2:13).

Desde la partida del Esposo celestial, se ha proclamado y esperado su regreso. Una de las señales de Su inminente venida es la higuera: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca” (Mt. 24:32). Lucas añade que entonces el reino de Dios está cerca (Lucas 21:31).

Israel vuelve a estar presente como una higuera, pero aún no ha despertado. Aún no le brotan hojas. Esto solo ocurrirá en el período de la Tribulación. Pero para que eso ocurra, por supuesto, la higuera debe existir de antemano.

La noche de la Gran Tribulación
Durante este período de tribulación, otro remanente de Israel encontrará a su Señor.

“Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; Lo busqué, y no lo hallé. Y dije: Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad; Por las calles y por las plazas Buscaré al que ama mi alma; Lo busqué, y no lo hallé. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, Y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma? Apenas hube pasado de ellos un poco, Hallé luego al que ama mi alma; Lo así, y no lo dejé, Hasta que lo metí en casa de mi madre, Y en la cámara de la que me dio a luz” (Cnt. 3:1-4).

Los judíos comenzarán a buscar al Señor, pero ningún hombre podrá ayudarles. Finalmente lo encontrarán sin intervención humana. “Apenas hube pasado de ellos un poco, Hallé luego al que ama mi alma”. —Pensemos en el sellamiento de los 144.000 de Apocalipsis 7, que serán sellados sin intervención humana; luego se aferrarán a Él y se prepararán para la boda: “...y no lo dejé, Hasta que lo metí en casa de mi madre”. Como dice en Apocalipsis 19:7: “...y su esposa se ha preparado”.

En el Cantar de los Cantares, en el capítulo 4, se describe el amor del Esposo por su Esposa y el anhelo de unión de ambos. Pero luego sobreviene un gran desafío, que perdura a través de los tiempos. Se aplica al matrimonio, pero también al remanente fiel de Israel y a la Iglesia.

“Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos de las gotas de la noche. Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?” (Cnt. 5:2-3).

Nos hace pensar en el clamor a la medianoche que nos describe Mateo 25:6: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”.

El Esposo ha estado de viaje por un largo tiempo, defendiendo a su Esposa, trabajando, esforzándose y orando por ella. Le ha hecho regalos, la ha alabado y honrado. La representó y defendió; nunca vaciló en su amor. Sin embargo, en este tiempo ella se ha vuelto demasiado cómoda. Ya no quiere esforzarse, vestirse de nuevo, y se contenta con sus pies lavados. La comodidad de su propio cuerpo era primordial. —También recordaba aquí las exhortaciones de las Epístolas.

A esto sigue una gran angustia interior: “Mi amado metió su mano por la ventanilla, Y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, Y mis manos gotearon mirra, Y mis dedos mirra, que corría Sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; Pero mi amado se había ido, había ya pasado; Y tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo hallé; Lo llamé, y no me respondió. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad; Me golpearon, me hirieron; Me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros. Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a mi amado, Que le hagáis saber que estoy enferma de amor” (Cnt. 5:4-8).

Aunque el Señor no desiste en su amor, también recurre a medidas educativas. Así dice a los laodicenses: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3:19-20).

No es el egoísmo lo que hay que cultivar, sino el amor. La falta de amor causa mucho dolor; pero allí donde llega el amor, se vislumbra la curación.

¿Has dejado de lado al Señor a lo largo del tiempo porque otras cosas se han vuelto más importantes para ti? ¿Se ha estrechado tu corazón hacia Él? —Siempre busca acceder a ti de nuevo.

Israel seguirá atravesando una noche profunda: será golpeado y perseguido. Se le intentará robar su “manto”, es decir, su protección. También aumentarán las provocaciones verbales: “¿Qué es tu amado más que otro amado, Oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que otro amado, Que así nos conjuras? Mi amado es blanco y rubio, Señalado entre diez mil” (Cnt. 5:9-10). Jesús es incomparable. “Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, Oh doncellas de Jerusalén” (Cnt. 5:16).

A pesar de este escepticismo inicial hacia Israel, muchos se sentirán atraídos: “¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿A dónde se apartó tu amado, Y lo buscaremos contigo?” (Cnt. 6:1).

El final feliz
“¿Quién es ésta que sube del desierto, Recostada sobre su amado?” (Cnt. 8:5).

Según Apocalipsis 12, un remanente de Israel encontrará refugio en el desierto y será protegido y cuidado allí por el Señor durante 1,260 días. Triunfante, el Señor sacará a su pueblo del desierto al final para introducirlo en el reino mesiánico. Entonces Israel se apoyará solo en su Señor, y ya no en sus propias fuerzas (Zacarías 4:6).

“Acontecerá en aquel tiempo, que los que hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob, nunca más se apoyarán en el que los hirió, sino que se apoyarán con verdad en Jehová, el Santo de Israel” (Is. 10:20).

Al final, el amor habrá triunfado:
“Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, De cierto lo menospreciarían” (Cnt. 8:7).

La historia de Israel comenzó con el amor de Dios (Ezequiel 16:8; Deuteronomio 7:7-8; Romanos 11:28), y terminará y continuará eternamente con Su amor.

El amor cubre multitud de pecados (1 Pedro 4:8). El amor no se rinde; retoma una y otra vez: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3). El amor es lo más grande, lo supera todo (1 Corintios 13).

Al comienzo del Cantar de los Cantares leemos: “Y mi viña, que era mía, no guardé” (Cnt.1:6). Y al final de la historia dice: “Mi viña, que es mía, está delante de mí” (Cnt. 8:12). Israel volverá a recuperarlo todo. —¡Alabado sea Dios por los siglos de los siglos!

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