Iglesia hoy –¿aún contra la corriente? - Parte2

Winrich Scheffbuch

La iglesia está en peligro. No desde afuera, sino desde adentro. ¿Qué podemos hacer nosotros, como creyentes individuales, contra eso?

Vayamos al Éfeso de los tiempos de Pablo y Timoteo. ¡Qué metrópoli era esa, con esos espantosos ritos sexuales a Astarté o a Diana! Y Pablo predica el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios que ha comenzado. Esta, hasta el día de hoy es la fuerza más grande, la atracción más poderosa que tiene una iglesia cristiana. Más que todas las bandas musicales, teatros y películas. “Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor” (Hch. 19:20). Y repentinamente, todo cambió en Éfeso. Los amuletos y las figuras de ídolos ya no se compraban. La economía se vio afectada. La ciudad estaba irritada. Jesús era el tema de conversación en la ciudad. Más adelante, Pablo les recuerda eso a los efesios en su carta: antes, ustedes vivían según la manera de este mundo, en sus desordenados impulsos del instinto. Ustedes hacían lo que su carne quería. Pero Dios los hizo revivir con Cristo (Ef. 2:1-10). Jesús desea liberar a las personas del espíritu de la época, romper las cadenas de los hábitos pecaminosos, crear hombres nuevos y libres, nacidos de nuevo a través de la Palabra de la verdad.

¡Viva usted el poder de la victoria de Jesucristo! “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Co. 5:17). Y así usted puede vencer la moda de la época. En 2 Timoteo 3:6-7, Pablo también advierte de un tipo de consejería que crea una relación de dependencia entre la persona y su consejero, mientras que la Palabra libera. No hay que mantener atadas a las personas a través de interminables horas de consejería pastoral, que impiden que se independicen. No se trata de pasar décadas de su vida juntándose en grupitos de sanidad del alma, y en tutorías donde solamente se llora el hecho de que somos pobres pecadores y quisiéramos mejorar y ser buenos. La Palabra asegura al hombre que, a través de Jesucristo, será cambiado y renovado.

“Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Ti. 3:5). Uno puede hacerse pasar por religioso, fiel y creyente, pero el pecado no ha sido quebrado, tampoco el amor a sí mismo. Si usted no ha experimentado el poder de la sangre de Jesucristo en la cruz y Su perdón, nada cambiará en su piedad muerta.

En vista de la des-cristianización del occidente cristiano, muchos evangélicos se esfuerzan a favor de los valores cristianos: honestidad, veracidad, modestia, gratitud, disposición de ayudar a otros, cosas que son cada vez más infrecuentes con el aumento de la impiedad en nuestra sociedad. Pero, más que todo eso, nuestra época necesita evangelización y obediencia en los seguidores de Jesucristo, necesita ver cambios de carácter, personas renovadas, transformadas y llenas de Cristo.

Por eso: ¡sea usted un testigo valiente y claro de Jesús, a tiempo y a destiempo!

Pablo se pone a sí mismo como ejemplo (2 Ti. 1:13). Él desea ser modelo, también del testimonio. Por eso, no quiere hablar de ninguna otra cosa sino de la cruz (1 Co. 2:2; Gá. 6:14). Él se denomina a sí mismo como el peor de todos los pecadores por haber perseguido a Jesucristo (1 Ti. 1:12-15). De eso se debe hablar, porque todos vivimos del perdón. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer” (1 Ti. 1:15-16).

Por esta razón, se necesita hoy un testimonio claro de que sin Jesucristo estamos perdidos. Por naturaleza, tiendo a odiar a Dios y a mi prójimo. Solamente la sangre de Jesucristo me limpia de todo pecado. Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa sino nadar con toda mi fuerza contra la corriente. “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1). ¡No se avergüence del testimonio de Jesús! Sin Jesús, usted no puede hacer nada (Jn. 15:5). Solamente quien permanece en Jesús tendrá fruto. A la sombra de la cruz, llegamos a ser conscientes de que somos personas perdidas y condenadas, que solamente son salvas a través de la sangre de Cristo. Eso tiene consecuencias. Los seguidores de Jesús tienen que sufrir persecución (2 Ti. 3:12). Es inevitable, si andamos en las huellas de Jesús y en Su camino de la cruz. Fue así en Hechos de los Apóstoles y ha sido así a través de los siglos –en el movimiento de avivamiento del pietismo– hasta el día de hoy. Los juicios maliciosos contra los cristianos, son para otros puntos de referencia. Y sabemos que en un tiempo perverso y maligno, los modelos de conducta son sumamente importantes.

Pablo muestra en qué quiere ser un ejemplo al joven Timoteo: en la doctrina. También en el estilo de vida y en la fijación de objetivos, en la fe, paciencia y amor, y en la perseverancia en la persecución. Ese fue el objetivo de la vida de Pablo: glorificar a Dios y servirle a Él. “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro. 12:1). Ya no yo, sino Él, Jesucristo. En eso, una y otra vez, es necesario cambiar el pensamiento, y comenzar de nuevo.

No laboriosidad, sino poder divino es lo que se necesita. No es lo que nosotros logramos, sino lo que Dios puede hacer a través de nosotros. ¿No habremos perdido a Jesús, el Señor y Cristo de Dios, y Su Palabra, a causa de todas nuestras actividades? ¿Estamos anclados en Jesús, la vid, y puede Él llevar mucho fruto? ¿Somos fieles a Jesús y vencemos al mundo? ¿Le seguimos y confesamos Su nombre sin temor delante de los hombres, aún delante de los que odian a Jesús?

Es también por esta razón que Pablo enumera las persecuciones (2 Ti. 3:11-12). En el sufrimiento muere la voluntad propia. Allí fue que Timoteo llegó a la fe en Jesucristo, cuando Pablo fue lapidado en Listra y el Señor lo salvó. Por eso, no hagamos concesiones a la corriente de la época para facilitarnos la vida.

Timoteo estuvo presente cuando Pablo fue lapidado, y encontró a Jesucristo. Él notó desde el principio lo que significa seguir a Jesús. Uno muchas veces está solo, y tiene que mirar tan solamente a Jesucristo. Timoteo aprendió eso. Él vio cómo Dios salvó a Pablo del temor de la necesidad, y del temor a la muerte.

“Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Ti. 3:13). Son personas orgullosas que falsifican el evangelio salvador y le dan un significado distinto. Y es por eso que Pablo le dice a Timoteo: has aprendido –ahora vive una vida cristiana valiente. No te dejes irritar por los charlatanes que se te oponen (cp. 2 Ti. 3:14).

Siempre me alegro por las personas jóvenes que andan por su camino de un modo despreocupado. Sea usted un cristiano intrépido en su andar por la vida cristiana, aun cuando todos los demás hablen de manera distinta. Queremos permanecer en la doctrina de los apóstoles, en el sufrimiento, en la persecución, si es necesario. Por favor, nunca se conforme a nuestra época para evitar la resistencia.

¿Cuál fue el ideal para el que vivía Pablo? ¿Qué quería trasmitir como importante a Timoteo? La aspiración. ¿Y a qué aspiraba? Deseaba impregnarse totalmente del poder de la victoria de Jesús. Su sentir era: “Señor, deseo agradarte solo a ti. Lo que la gente diga, si me halagan o si me critican, eso en realidad no es importante. No debe afectarme. Deseo agradarte solo a Ti, Señor. Ante Tu tribunal insobornable quiero ser hallado como siervo fiel”. Esta determinación es maravillosa: vivir para la gloria de Dios. Solo ese debe ser nuestro objetivo en la vida. Ninguna otra cosa. Solo quedan dos caminos: que el mal nos tenga en su mano, y cada vez más invada nuestra vida. O confiar de todo corazón en el Señor. Él quiere librarnos de eso y lo hará.

¡Qué bueno que la Palabra de Dios es fuerte y poderosa! La Palabra de Dios es un gran tesoro. Pablo habla de la Escritura (2 Ti. 3:15-17). Esta, en aquel entonces, era el Antiguo Testamento. El mismo es inspirado por el Espíritu Santo. Hay tres efectos del Espíritu Santo de los que habla Jesús. Primeramente, la Palabra, a través del Espíritu Santo, convence de pecado, de justicia, y del juicio de Dios (Jn. 16:8). Al leer la Biblia, nos vemos delante del Dios santo y nos espantamos. Luego, la Escritura hace que Jesús, el Redentor y Salvador, sea cada vez más importante para nosotros y esto nos da seguridad. Nos levanta. No necesitamos andar por el mundo con la cabeza gacha, sino que podemos seguir adelante erguidos y alegres. El teólogo Johann A. Bengel dijo: “La Escritura respira resurrección”. Y tercero: la Palabra de Dios transforma nuestro carácter, a través del Espíritu Santo. Interviene: “para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17).

Jesucristo quiere ser vencedor en las personas pecadoras, y triunfar sobre toda maldad. Él quiere convertir a las personas, por eso llama a la puerta del corazón, y pide para entrar (Ap. 3:20). El Señor Jesús sacrificó Su vida por mi arrogancia, mi orgullo y mi presunción. Y en eso puedo ver que no soy ni un poquito mejor que todos los demás. Solo llego a ser justo a través de los méritos de Jesús.

En mí y en mi carne no hay nada bueno (Ro. 7:18). Hasta el fin de nuestra vida no nos hagamos ninguna ilusión al respecto. En mi estante de libros se encuentra un tomo de predicaciones de Brastberger, el predicador del avivamiento en Wurttemberg, Alemania. Acerca del versículo “…tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”, dice: “Esta es una lucha durante toda la vida: Dios quiere mostrarte que, en todas las cosas, vives solamente de la gracia de Jesús”.

Jesús quiere hacer algo nuevo en su vida problemática. Usted puede confiar en Su poder. Él quiere obrar en los pecadores. Es algo muy sencillo: solamente debo aceptar a Cristo por la fe, y soy justificado. Sin embargo, Lo necesito continuamente; sin Jesús no puedo vivir ni un solo minuto, sin Él me caigo en un pozo sin fondo. Quien quiera vivir y morir sin Jesús –no sé cómo lo hará. Él es la única esperanza. Y necesito Su poder, no quiero perderlo.

Pablo advierte a Timoteo y, de cierto modo, le dice: ¡cuídate! Las cosas se volverán muy difíciles, porque muchos en la iglesia nunca conocerán el poder victorioso de Jesús en Su muerte en la cruz. Es decir, la fuerza que me da el hecho que Jesucristo murió por mis pecados, resucitó, y hoy desea obrar a través de mí.

Cristo lo convierte a usted en un cristiano maduro. “A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:17). Eso lo hace la Escritura, porque el Espíritu Santo nos enseña, nos corrige, nos mejora, y nos educa en la justicia, a través de la Palabra de la Biblia.

Busque una iglesia bíblica, y crecerá. Pero no se ate a las personas. El atarse a las personas es peligroso. El atarse a Cristo con cuerpo y alma, y aferrarse a la nueva vida hoy, nos da fuerza en la fe, por la cual podemos vencer la moda, las corrientes, y la opinión de la época. Esa es la intersección en la que se encuentran la fe y la vida, allí donde me encuentro delante de Jesús y permito que descubra todas mis intenciones. Él es el poder de mi vida. Él produce fruto de una ramita seca. Cristo es quien desea hacer algo de mi vida. Para Su gloria deseo vivir.

Sí, es el poder vencedor de Jesús el que convierte a las personas, y las hace nuevas.

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