Iglesia hoy –¿aún contra la corriente? - Parte1

Winrich Scheffbuch

La iglesia está en peligro. No desde afuera, sino desde adentro. ¿Qué podemos hacer nosotros, como creyentes individuales, contra eso?

Todas las personas atentas en el día de hoy saben que es un tiempo loco, con costumbres de vida terribles. “¡O tempora o mores!” (¡Qué tiempos, qué costumbres!), gritó indignado Cicerón, gobernante y filósofo romano, en cuanto al espíritu de la época, o sea el estilo de vida moderno y la decadencia de las buenas costumbres en su tiempo. Pero, solamente la Palabra de Dios nos revela la totalidad de la miseria: desde los primeros días del mundo, esta terrible desdicha se encuentra sobre nuestra Tierra, tanto que a Dios le pesó haber creado al ser humano (cp. Gn. 6:5-6). Nuestro tiempo es como el de Noé y como en las épocas de Sodoma y de Babilonia. El hombre de hoy quiere ser autónomo en su forma de planificar su vida –sin Dios. “Hago el bien y no temo a nadie”, es el credo de nuestros días.

Por esta razón, también Jesús, en Sus discursos sobre los tiempos del fin, dijo que lo peor para la Iglesia en el futuro, no serían las guerras, las hambrunas, las revoluciones, ni tampoco la aflicción y la persecución, sino que la amenaza de la Iglesia será el engaño (Mt. 24:4,5,11,24).

El cristianismo está en peligro. No por enemigos externos, sino que entre la congregación vendrá la peor seducción. La seducción es algo terrible. Cristo dijo a Sus discípulos: “Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos” (Lc. 17:1-2).

En la actualidad, experimentamos la peor crisis de la cristiandad desde el tiempo de la Reforma. Las grietas y las polarizaciones pasan a través de las iglesias, las congregaciones y aun de las familias. Eso tiene su efecto sobre el nivel descendente de las aguas subterráneas espirituales. Los cristianos sin fe son un peligro mucho más grande que los poderosos perseguidores de los cristianos. Pablo ya les advirtió a los ancianos de Éfeso, en su discurso de despedida en Mileto, diciendo: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hch. 20:29-31).

Todo esto es dramático. También en la Iglesia está aumentando la anarquía. Las buenas ordenanzas de Dios son cuestionadas. Quien vive según la Palabra de Dios se convierte cada vez más en un marginado, es más, en un fundamentalista. “Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Lc. 21:17), o sea por causa de Jesucristo. La anarquía aumentará hasta lo más profundo dentro del cristianismo. Las buenas ordenanzas de Dios serán invalidadas. Algunos argumentan que Jesús mismo dijo que no se debería arrancar la cizaña en el campo (cp. Mt. 13:29-30). No es así. Jesús dijo eso del mundo, no de la Iglesia (Mt. 13:38). El campo es el mundo: allí todo puede crecer hasta el juicio. Pero en la Iglesia, Jesucristo desea fidelidad y obediencia a Su Palabra. Otros dicen, también: hay adaptarse al tiempo –o sea, ¡cuídate de ser desesperadamente anticuado! Pero, el así llamado progreso se aleja cada vez más de Dios y de Sus ordenanzas.

Lo peor que puede suceder es que la cristiandad despilfarre el tesoro de su salvación eterna, y lo descarte. Eso es así, ha sido así por siglos, y lo será hasta el fin del mundo.

Comprendemos bien la preocupación del joven colaborador de Pablo, de nombre Timoteo. ¿Cómo podía él ser mensajero del evangelio en tal situación? Después de todo, a nosotros nos sucede lo mismo cuando nos enfrentamos a la gran cantidad de incrédulos y escarnecedores que hay en el mundo. Timoteo no estaba bien de salud, no podía comer bien. Por eso, Pablo quería animarlo y le exhortó: “mi querido hijo, sé fuerte” (2 Ti. 2:1, NTV). ¿Cómo es posible? A través de la gracia. Jesucristo es fuerte. Luego, Pablo le dice: “Haz obra de evangelista” (2 Ti. 4:5). Jesucristo hoy quiere redimir a los hombres pecadores, aun en el tiempo difícil en que vivimos. Él le ha quitado el poder a la muerte y ha sacado a luz la vida. Y a usted que cree, Él le ha dado Su Espíritu Santo, quien convierte su temor en fuerza, amor y disciplina. Eso es lo que necesitamos, sobre todo en el día de hoy.

Este es el llamado a la salvación, de Jesús, nuestro Redentor: “¡Sed salvos de esta perversa generación!” (Hch. 2:40). Se necesita una conversión total, primeramente en nosotros, y luego también en nuestra manera de predicar. Porque lo que necesitamos, no es una pequeña exposición piadosa, sino un llamado apasionado al arrepentimiento en nuestras congregaciones. El corazón de todos nosotros está entenebrecido, rebelde y desalentado –engañado por tanta maldad y seducción (cp. Jer. 17:9).

Por esta razón, Pablo le explica a Timoteo lo que hoy es tan peligroso: “También debes saber esto” (2 Ti. 3:1). Pablo desea lograr que Timoteo y también nosotros seamos fuertes y resistentes.

Pero, ¿qué es lo que es tan peligroso en nuestro tiempo? “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1). ¿Cuándo será eso? Nos interesa saber cuándo comenzarán esos días finales. Cuando la Biblia habla de los últimos días, siempre se refiere al tiempo desde la venida de Jesús (Gá. 4:4; He. 9:26). Con Él han comenzado los últimos días. Lo leemos también en el comienzo de la carta a los hebreos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1:1-2).

Algo muy similar dice Pedro en su discurso en Pentecostés: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hch. 2:17). Luego, en los versículos 14 hasta 17, Pedro dice que esta profecía del profeta Joel ahora se ha cumplido y que los postreros días son ahora.

Los tiempos peligrosos son hoy (Ef. 5:16). Ya están durando casi 2,000 años. Y continúan. Es el tiempo de la anarquía, que sigue intensificándose cada vez más.

Lo terrible de los tiempos peligrosos, es que también nos oprimen directamente a no-sotros, los que somos de Jesús, y nos tensionan. Somos hijos de nuestro tiempo. Estamos desgarrados y en un dilema. Los tiempos peligrosos nos bloquean. Por esta razón, la Palabra de Dios habla de manera enfática sobre las corrientes del tiempo, diciéndole a Timoteo: ¡cuídate del espíritu de la época, de esos poderes que quieren tener el control en tu cabeza y en tu corazón (cp. 1 Ti. 4:1-16)! Es difícil escaparse de estos poderes. Muy fácilmente nos dejamos seducir.

En su carta a Timoteo, Pablo habla primeramente del amor (2 Ti. 3:2-3). Existe un amor pervertido. El mismo es frío y distorsionado, es el amor a sí mismo, o sea el egoísmo, donde la persona, siendo su propio prójimo, quiere imponerse a sí misma. También el amor al dinero está allí. Pero no es un amor genuino, sino codicia, y un vicio maligno e inquietante.

Por eso es tan importante que siempre nos analicemos, ante el juicio insobornable de Dios: ¿estoy en lo correcto? ¿Coincido con la imagen de Dios? ¿O solamente soy la copia de un tiempo malo y perverso? Muchas veces somos jactanciosos, con boca grande y dichos tremendos, que no están corroborados por acciones convincentes. ¡Sí, estoy hablando de nosotros, los evangélicos! Pensamos que tenemos una iglesia genial, que crece fuertemente, con un montón de gente amable, pero en realidad somos soberbios, impertinentes, duros y orgullosos, de modo que miramos con menosprecio a otros. ¡Horrible lo que muchas veces hablamos de ellos! Y es terrible cuando traicionamos y humillamos a nuestro prójimo. Más bien deberíamos disculparlo, hablar bien de él y cambiar todo para mejor.

Luego están las tensiones entre las generaciones, como también se presentan en las familias. ¡Con cuánta impotencia se manejan estos conflictos en nuestras iglesias! Vemos a hijos desobedientes a los padres, desagradecidos, sin escrúpulos, pero también insensibles, sin sentimientos ni corazón (cp. 2 Ti. 3:1-3), una generación impía. Todas estas expresiones son, hoy en día, títulos de honor en nuestra sociedad. Ya nada es sagrado. Muchas familias se rompen.

2 Timoteo 3 nombra también otras cualidades que conocemos muy bien de la convivencia en nuestra sociedad: “implacables”, por ejemplo. De esto resulta un terrible aislamiento. Se destruyen todos los puentes. “Calumniadores”: ¡Con qué facilidad pasa por nuestros labios el hablar mal de otros! “Intemperantes”, o: “no podrán dominar sus pasiones”, como dice otra versión (DHH). Serán brutales, toscos, salvajes. “Aborrecedores de lo bueno”: esto significa no tener amor alguno ­hacia lo bueno, hacia la virtud, hacia el humanitarismo. “Traidores, impetuosos, infatuados”: es decir, grandilocuentes, considerándose como demasiado importantes a sí mismos, con arrogancia desmedida. Entregados a los vicios, en lugar de a Dios. Solo vale lo que divierte. En lugar de amar a Dios, se busca la satisfacción de sus propios deseos. Son lobos en piel de oveja.

Es desobediencia hacia Dios, viven según el modelo de este mundo, dominado por el poderoso que reina en los aires, es decir, el espíritu que obra en este tiempo (Ef. 2:1-3). Este “espíritu de la época” tiene un increíble poder de succión. El espíritu de la época se aprovecha de argumentos que entran con facilidad. Por eso, debemos examinarnos a nosotros mismos: ¿soy solamente un plagio de la época? ¿O me ha salvado Jesucristo de este “presente mundo malo” a través del evangelio de la cruz? Allí, Jesús, el Hijo de Dios, cargó con todos mis pecados. “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).

Por esta razón, Pablo advierte a Timoteo de un cristianismo que es solo exterior, detrás del cual no hay nada. Me preocupa mucho ver como todos nosotros podemos aparentar hacia fuera algo que no es. Eso es como una camisa que uno simplemente se pone. Por eso, es tan importante que Dios mire detrás de la fachada de nuestro exterior y nos examine.

¿Cómo quiere usted siquiera ser cristiano sin examinarse ante el juicio de Dios? “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24). Es por eso que los profetas siempre hablaron con tanta claridad: “…vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma… Cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… ¡Lavaos y limpiaos!… ¡Aprended a hacer el bien; buscad el juicio!” (Is. 1:14-17).

¿Será que nuestra fe es solo teatro, una afectación vacía e insignificante? ¿Fanfarronada, solo apariencia, una comedia? ¿O un enorme poder eficaz? Lo que se necesita es arrepentimiento personal y oración.

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