Habacuc: la respuesta de Dios a nuestras preguntas

Thomas Lieth

El profeta judío Habacuc no puede comprender el actuar de Dios. Después de un diálogo con el Señor, Habacuc entona una oración de alabanza. Una lección para nosotros. 

Si comparamos el libro de Habacuc con los demás profetas, notamos que la estructura y el estilo del libro en muchos aspectos se diferencian de los de los otros profetas. Porque Habacuc no solamente profetiza, él pregunta y cuestiona. Los primeros dos capítulos prácticamente son un diálogo entre Habacuc y Dios, entre un profeta desconcertado y confuso y su Dios Creador soberano. Y eso puede darnos ánimo a nosotros. En medio de la desesperación y el desconcierto, no deberíamos dejar de orar y de preguntar. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Lc. 11:9). 

Habacuc llama y Dios le abre la puerta. Comienza con un decepcionado: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia; y no salvarás?” (Hab. 1:2). Y termina diciendo: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar. Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas” (Hab. 3:18-19). 

¡Qué cambio, qué contraste! Los paralelos con Job y con los salmos de David son tan obvios, que la palabra profética de Habacuc del mismo modo podría ser contada entre la literatura de sabiduría. 

Lo que en su tiempo hizo lamentar y desesperar a Habacuc era la injusticia en su pueblo Judá. En toda la tierra, sobre todo en Jerusalén, reinaban condiciones de lo más desagradables. Estas abominaciones hacían que Habacuc planteara la pregunta: “¿Porqué Tú, Dios miras estas actividades despectivas sin hacer nada? ¿Cómo puedes permitir todo eso?”. Y más porque un remanente piadoso del pueblo sufría bajo esta impiedad. Y eso no es diferente en el día de hoy. Quien ama a nuestro Señor y Salvador, sufre con Él cuando el nombre de Dios es ensuciado y nuestro Señor Jesús es despreciado. 

¿No es verdad que nos duele cuando vemos que a las Sagradas Escrituras no solo no se les presta atención, sino que incluso son ridiculizadas? ¿No nos duele cuando vemos que los mandamientos de Dios son pisoteados y, de hecho, son combatidos? ¿Ya no nos vienen las lágrimas, cuando el mal se convierte en norma y aun las iglesias se someten al espíritu del tiempo presente? 

Habacuc planteaba preguntas como también las plantean las personas hoy en día. Justamente los cristianos se preguntan una y otra vez, por qué Dios calla y no contesta sus oraciones. ¿Por qué Dios no pone fin a la matanza masiva de niños aún no nacidos? ¿Por qué Dios pone reyes y gobiernos, que lo tratan a Él, el Creador todopoderoso, con desprecio? ¿Por qué Dios permite que justamente Sus hijos a nivel mundial sean marginados, perseguidos y matados, y que eso no le interesa a casi nadie? 

En su desconcierto, Habacuc habla de que él ya –quien sabe por cuando tiempo– ha orado y “clamado por ayuda” y Dios no escucha (Hab. 1:2). Las preguntas y las dudas están permitidas. El tema es tan solo a Quién nos dirigimos con todas nuestras preocupaciones, dudas y preguntas. Habacuc va a Dios, y con eso ya tiene la conexión correcta. Y Dios le contesta al profeta desesperado y agitado: “Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no lo creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas” (Hab. 1:5-6). 

El actuar de Dios, sea cual fuere la forma y el tiempo, hace que la gente se asombre, se sorprenda, y a menudo, también se alarme. Cuando Dios obra, no es posible compararlo con nada. Quien haya sido, por lo menos en cierta manera, testigo de un elemento de la naturaleza –ya sea un terremoto, una avalancha, un aluvión, una tormenta intensa o también la erupción de un volcán– quizás tenga una pequeña, pero realmente pequeñísima idea, de lo que significa cuando Dios habla. “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿por qué me has hecho así?” (Ro. 9:20). 

Sí, solo queda asombrarse y alarmarse cuando Dios rompe Su silencio. Ya a muchos burladores les ha sucedido que su lengua afilada se les quedó atascada, cuando fueron confrontados con el Eterno. La respuesta de Dios a la pregunta desesperada de Habacuc es: ¡el juicio vendrá! Lo que ya fue profetizado por el Profeta Miqueas más de 100 años antes, debía cumplirse en los días de Habacuc, y de manera imparable (Hab. 1:7-11). Pero la respuesta de Dios hace surgir una nueva pregunta en Habacuc. ¿Por qué Dios utiliza justamente a un pueblo tan impío, cruel y depravado como lo son los caldeos, para castigar la impiedad de Judá (Hab 1:13)?

A pesar de todas las injusticias y toda la impiedad, Judá en definitiva todavía es más justo que los caldeos, es decir, los babilonios. Después de todo, uno esperaría que Judá fuera juzgado por un pueblo que adora al Señor de los señores y viva de manera piadosa. O mejor aún, por medio de la venida del Mesías. Pero no, justo lo contrario es el caso; un pueblo aún más impío, un pueblo cuyo dios es su propia fuerza, es al que el Señor utiliza para juzgar al pueblo disidente de Judá. Dios obra de manera muy diferente de cómo posiblemente lo haríamos nosotros (cp. Is 55:8-9). Sí, a veces no le podemos seguir. Y ni siquiera necesitamos avergonzarnos de eso, porque a Job, David y Habacuc les sucedió lo mismo. Tampoco ellos podían entenderlo. Pero todos ellos fueron llevados a un punto, donde sólo les quedaba alabar y adorar a Dios. 

¿Cómo lo dijo Job? “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti… Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (Job 42:2-3). Y David, ¿qué no podía testificar él? “Alabaré a Jehová conforme a su justicia, y cantaré al nombre de Jehová el Altísimo” (Sal. 7:17). 

Dios, en Su actuar, es soberano, santo y justo. Y en Su soberanía, Dios utiliza poderes extraños, e incluso impíos, para disciplinar a Su pueblo escogido. Quizás con eso Él diga: “Ustedes no son mejores que los paganos y que las naciones idólatras. No tienen nada que estar orgullosos de haber sido escogidos y por su servicio de sacrificios y cultos. Después de todo, ustedes solo tienen una apariencia de piedad, pero por dentro están llenos de hipocresía y anarquía. Y con eso ustedes no se diferencian en nada de la idolatría de los gentiles”. Eso es justamente lo que, siglos después, el Señor Jesús daba a entender a la élite religiosa de Israel (Mt. 23:27-28). Esta amonestación tiene su justificación en el tiempo de Habacuc, en el tiempo del Señor Jesús y también hoy del mismo modo, y eso no solo en Israel, como Dios dice: “Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella” (Hab. 2:2). 

En el capítulo 2, Dios aclara que también los babilonios, al igual que los asirios anteriormente, serían juzgados. Y este hecho en definitiva es válido para todas las naciones –no obstante, todo en su tiempo, y tal como Dios lo ha decidido. “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará” (Hab. 2:3). 

En otras palabras: “¡Espera, sé paciente, cree y confía!”. Justamente este principio del esperar, de la paciencia, del perseverar y de la confianza es aplicado en la carta a los hebreos a la segunda venida del Señor Jesucristo: “Porque os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe” (He. 10:36-38a). 

Y esa es la solución de todas las preguntas, las dudas y el desconcierto: “Mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). Y la fe contiene una confianza imperturbable en Dios, aun en cosas que no comprendemos. Peter Hahne dijo: “Confiar significa vivir con preguntas que no tienen respuestas”.

Recordemos a Job, recordemos a David –¿recibieron respuesta a sus preguntas desesperadas? No, pero ellos fueron guiados en la fe y finalmente confiaron en Dios. Y eso mismo ahora también debía experimentar Habacuc. Dios le muestra: Babilonia cosechará lo que sembró (Hab. 2:5ss). Después de cinco ayes sobre los babilonios, Habacuc reacciona con una oración que se corresponde con una alabanza, exactamente al estilo de los salmos. “Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva tu obra” (Hab. 3:2a). 

Habacuc no se da por satisfecho con solamente la respuesta de Dios, sino que se somete completamente a la voluntad de Dios. Él reconoce las decisiones de Dios y puede experimentar que Dios maneja toda la historia de la salvación y del mundo. Él exclama: “¡Aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer!” (Hab. 3:2b). 

Son la esperanza y el clamor de Habacuc que Dios, al momento y rápidamente, en el tiempo cercano, cumpliera todo lo que Él ha decidido. ¿No nos sucede lo mismo? ¿No tenemos también nosotros la esperanza que nuestro Señor Jesucristo venga pronto, para llegar a la meta con nosotros, con Su iglesia? ¿No añoramos el nuevo cielo y la nueva tierra en las que vive la justicia de Dios? (2 P. 3:13). 

Y luego continúa diciendo: “¡En la ira acuérdate de la misericordia!” (Hab. 3:2c). Habacuc, al igual que todos los demás profetas, sabe que Dios en Su ira igual es un Dios misericordioso y lleno de gracia, y que todos Sus juicios disciplinarios tienen un objetivo y que ninguno es arbitrario. Los siguientes versículos entonces son una alabanza al único Dios Creador, canción que culmina en que Habacuc ya no puede dejar de dar voces de júbilo y de gozo. Porque Habacuc sabe que Dios es justo. En Su ira, el Señor también es compasivo, y continúa escribiendo historia con el remanente piadoso. 

Lo que comenzó con un signo de interrogación, termina con un grueso signo de exclamación. El “por qué” desesperado se convierte en un “quién” lleno de júbilo. ¿Quién reina? ¿Quién obra? ¿Quién juzga? ¿Quién maneja toda la historia de la salvación? Dios, el Creador todopoderoso, santo y misericordioso, quien se nos reveló en Su Hijo Jesucristo. Esto es lo que nos alienta hoy: podemos vivir con la seguridad que nuestro Dios, a quien podemos llamar “Abba, padre”, tiene todo bajo Su control. 

La respuesta de Dios a las preguntas candentes y llenas de dudas de Habacuc, es un mensaje para todo el mundo: “¡El justo por la fe vivirá!”. La fe es la respuesta y la confianza en los caminos de Dios es la solución. “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn. 5:4-5). 

Y con esta perspectiva, realmente tenemos toda razón para hacer lo mismo que Habacuc, entonando con él la alabanza: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza” (Hab. 3:18-19).

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