Guardaos de los perros (Filipenses 3:2-3)

Nathanael Winkler

Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo. Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.” Filipenses 3:2-3

Pablo comienza el capítulo 3 de la carta a los filipenses con la invitación: “Gozaos en el Señor”. La idea del gozo atraviesa toda la carta. Se trata de un gozo que no depende de la situación por la cual uno está pasando. Todos nos alegramos cuando nos va bien, estamos bien de salud, no tenemos problemas, estamos en paz con nuestros vecinos, no falta el dinero y no sufrimos persecución. Pero Pablo nos dice claramente que debemos gozarnos en cualquier situación, no importa cual sea. El gozo no depende de lo terrenal, sino de nuestro Salvador Jesucristo. El gozo siempre dirige la mirada hacia Jesucristo, lleno de esperanza de estar un día con el Señor. Los cristianos son personas que se caracterizan por tener gozo. Es comprensible que nos entristezcan ciertas circunstancias, pero nuestra actitud fundamental debe ser la de gozo por lo que aún vendrá.

En Filipenses 3:2 leemos: “Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo”. Este tipo de advertencias las encontramos en casi todas las cartas de Pablo. Advierte contra los falsos ­maestros que se infiltran en las iglesias y enseñan cosas diferentes a la enseñanza de Pablo y los apóstoles. Describe a los falsos maestros como perros, malos obreros, gente que mutila el cuerpo. Cuando se trata del mensaje del evangelio, Pablo es intransigente. A los ojos del hombre de hoy, el apóstol es “políticamente incorrecto”. En nuestros días, especialmente en el discurso político, se intenta elegir las palabras de forma que nadie se sienta atacado. Pero Pablo no puede tolerar nada que aleje a la Iglesia de la doctrina de la gracia.

¿Quiénes son los perros descritos por Pablo? En aquel entonces, los perros eran distintos a los perros que conocemos hoy. En nuestra sociedad, el perro es un animal doméstico considerado agradable, amable, e incluso el mejor amigo. En aquel entonces, los perros eran salvajes, se trasladaban en manadas y su única meta era conseguir una presa. De la misma manera, se comportan los falsos maestros que logran meterse en las iglesias: buscan a quién devorar, cuándo poder aprovechar un punto débil.

En el Salmo 59:4-5, leemos: “Sin culpa mía, corren y se preparan contra mí. Despierta para ayudarme, y mira. Tú, SEÑOR, Dios de los ejércitos, Dios de Israel, despierta para castigar a todas las naciones; no tengas piedad de ningún inicuo traidor” (LBLA). Al mencionar las naciones, David está pensando en los gentiles, en los incrédulos. Y Pablo, en cierta manera, también se refiere a los incrédulos. En Filipenses 3:3 subraya: “Nosotros somos la circuncisión”. Los falsos maestros eran judaizantes que predicaban que había que cumplir con el mandamiento de la circuncisión. Decían que los creyentes tenían que circuncidarse para poder ser parte de la Iglesia.

Pablo era judío y experimentó mucha resistencia de parte de los judíos. Dondequiera que llegara, siempre buscaba primero la sinagoga, y efectivamente era el mejor punto de partida para la obra de evangelización en el lugar. Casi siempre los judíos provocaban un tumulto porque no estaban de acuerdo con Pablo. Y donde hay tumulto, normalmente se agolpa la gente para ver qué pasa; es una buena oportunidad para predicarles a todos. En aquel entonces, muchos judíos vivían desparramados por distintas partes del Imperio Romano. Dios usó esta situación para la propagación del evangelio. Pablo tuvo que pasar por oposición y persecución. Los judaizantes enseñaban que para ser salvo se necesitaba a “Jesús más la circuncisión”, o a “Jesús más la observación del día de reposo”, o a “Jesús y el observar ciertos mandamientos”. Ya no era solo por gracia.

A estos “perros”, Pablo también los llama “malos obreros”. La palabra “obrero” describe a alguien activo en la iglesia. En este caso, estos obreros predicaban un falso evangelio. El mismo problema lo tenían también las iglesias en Galacia: “Estoy maravillado”, les escribe Pablo, “de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gál. 1:6-9). Pablo es otra vez muy claro aquí. Dice que el que predique otro evangelio del que predican los apóstoles, es un falso maestro y atrae sobre sí la maldición.

Estos “malos obreros” quizá parecían perfectos desde afuera, a lo mejor su estilo de vida era impecable. Puede ser que, al ver a la persona, uno se asombraba por lo ejemplar y decorosa que se veía. Pero no nos equivoquemos: Satanás no es tonto y sabe cómo poder engañar a los creyentes. En Filipenses 3:18, Pablo escribe entre lágrimas: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo”. El apóstol sabía qué estragos podían causar estos enemigos. Advierte a los filipenses de que estén alertas y se cuiden del legalismo de los judaizantes.

Muy fácilmente pensamos que debemos ofrecer algo a Dios, para recibir algo de Él. Es la mentalidad del ser humano: si trabajo, recibo salario. Y en parte también pensamos de esta manera con respecto a la obra de salvación: tengo que hacer algo para ganármela. Pero no, no podemos ofrecerle nada a Dios. Jesucristo hizo todo por nosotros. Es gracia y solamente gracia. ¿Quiere decir esto que podemos hacer lo que queremos? Ciertamente no. Un cristiano que piensa de esta manera debería preguntarse si realmente ha nacido de nuevo. El cristiano en el cual habita el Espíritu de Dios desea vivir conforme a las normas de Dios. Está dispuesto a dejarse cambiar por el Espíritu de Dios. Pero si comenzamos a predicar que hay que hacer tal cosa o tal otra para obtener la salvación, como observar los días de reposo, ciertas fiestas, leyes de pureza, ayunos o el confesarse, entonces estamos anunciando otro evangelio, un evangelio que no encontramos en la Biblia.

En aquel entonces eran los judaizantes y la influencia de las religiones paganas lo que afectaba a la iglesia. ¿Cómo es esto en nuestras iglesias hoy en día? Leemos en Mateo 7:21-23: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Está hablando aquí de obreros activos en la iglesia cuya motivación no es bíblica. No son creyentes renacidos, sino que se meten en la iglesia por afán de lucro. Este tipo de gente, a la que Pablo llama “perros” y “malos obreros”, quería introducir la circuncisión en la iglesia.

¿Estaba Pablo en contra de la circuncisión? Dice de sí mismo, en Filipenses 3:5, que fue “circuncidado al octavo día”, pero está hablando de su vida como inconverso. Sin embargo, ¿qué hizo el apóstol con Timoteo? Hechos 16:1-3 nos relata: “Después llegó a Derbe y a Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego; y daban buen testimonio de él los hermanos, que estaban en Listra y en Iconio. Quiso Pablo que este fuese con él; y tomándole, le circuncidó por causa de los judíos que había en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era griego”. Pablo hizo circuncidar a Timoteo. La madre de Timoteo era judía, y su circuncisión era expresión de su identificación como perteneciente al pueblo de Israel. Él era judío, por lo tanto, no había problema en que se dejara circuncidar. La circuncisión se hizo para que él no fuera de tropiezo para los judíos. Pablo mismo escribió que se había hecho como judío a los judíos y como griego a los griegos (1 Corintios 9:20). La circuncisión de Timoteo fue un paso muy sabio para no exponerse innecesariamente a las críticas de los judíos. Pero en ninguna manera quiere decir que el apóstol predicara la necesidad de circuncidarse, mientras que los falsos maestros sí exigían la circuncisión para todos.

Con respecto al judaísmo, también nosotros debemos cuidarnos de no ocuparnos en cosas que nos lleven de vuelta a la Ley del Antiguo Pacto y nos alejan de la gracia en Cristo. No permitamos que entren en nuestras vidas. Me pregunto por qué un cristiano llevaría de repente una kipá en su cabeza, si el Señor y los apóstoles no lo mandaron. Quizás simplemente le guste, pero ¿para quién lo hace? Y si uno quiere observar el sabbat según la ley, consecuentemente también debería cumplir con muchos otros mandamientos del Antiguo Pacto. Tenemos a Aquel que cumplió toda la Ley: a Jesucristo. Él nos salvó. Una gran preocupación de Pablo era la de mostrar a los creyentes que ya no debían volver a la Ley.

Nos explica en Filipenses 3:3: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”. Nosotros somos la circuncisión, los que pertenecemos a Jesucristo, tanto gentiles como judíos. Dios no quiere que vivamos nuestra fe en nuestra propia fuerza, ya que esto significaría un fracaso total. Si confiamos en nuestra propia fuerza, nos desesperaremos. Con la palabra “carne” que Pablo usa aquí, no se refiere a un comportamiento pecaminoso. La Ley no es pecado, más bien revela nuestra pecaminosidad. En general, cuando la Biblia habla de la carne, quiere marcar lo opuesto al Espíritu. Muchas veces entendemos bajo el concepto “carne” el pecado, la inmoralidad, el adulterio o la fornicación; pero aquí no se está hablando de pecado, sino de algo que queremos alcanzar en la carne, es decir, por nuestra propia fuerza. La carne es la naturaleza egocéntrica, que dice: “Yo tengo que hacerlo”, “yo tengo que cumplir con la ley”, “yo tengo que orar cinco veces por día”, etc. Confiar en la propia carne es buscar una “salvación” por medio de obras, lo cual, sin embargo, no nos salva de la perdición. Pero cuando estamos en el Espíritu, no nos jactamos de nuestros propios logros sino solamente del Señor Jesucristo. Y es exactamente lo que hace Pablo en los próximos versículos, mostrando que, si hay un judío que podría estar orgulloso de todo lo que ha alcanzado en la carne, sería él. Pero Pablo considera todo esto como pérdida, como basura. Para Pablo nada cuenta fuera de Jesucristo.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:8-10).

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