¿Esperar a Jesús? – ¿De qué lado nos encontramos?

André Beitze

En cierto sentido, nuestra reacción a la crisis duradera del coronavirus muestra, dónde se encuentra realmente nuestra prioridad. ¿Esperamos al Señor? ¿O añoramos una vida cómoda?

¿Qué clase de cristianos somos? ¿Quizás aquellos, que en un momento tomaron una decisión por Jesús, fueron lavados de sus pecados pasados, hicieron un comienzo con la vida cristiana, pero nunca avanzaron en la dedicación frente al Señor? Puede suceder, que si bien un cristiano apela a la salvación de sus pecados, aún así lleva su vida propia, y no quiere someterse al dominio de Jesucristo. El amor al Señor de esa persona no es honesto, y una persona de ese tipo por lo tanto no espera Su venida realmente con gozo. 

Aun cuando no oramos de esa manera, existe el peligro que nuestras acciones frente a Dios expresen: «Señor, espera un poquito todavía, no tengo apuro para llegar hacia Ti en el Cielo. Permíteme disfrutar de la vida aquí en la Tierra; y un día, cuando esté anciano y frágil, puedes venir y llevarme contigo, para que no tenga que sufrir tanto. Pero hasta entonces, regálame una vida tranquila. Dame la plenitud de los bienes terrenales y de la salud».

O quizás incluso vayamos aún más lejos. En realidad, somos conscientes de la necesidad de la salvación de nuestra alma, pero a pesar de ello, deseamos disfrutar de la vida en esta Tierra, y mientras lo hacemos nos encanta revolcarnos en el lodo de este mundo. Quizás pensamos: «Dios es clemente y misericordioso y de gran benignidad. Él entiende que tengo mis debilidades. Después de todo, siempre puedo regresar y pedir perdón por mis errores. Yo sé que Él me ama y me perdona. Nadie es libre de pecado, de modo que no puede ser tan trágico».

Preguntémonos: ¿Cuál sería nuestra prioridad si viviéramos de ese modo? ¿Nuestro amor verdaderamente le pertenece al Señor Jesús? ¿O será que Él solamente es nuestro salvavidas? Es cierto… cuando estamos en problemas, corremos rápidamente hacia Él para pedir Su ayuda–pero cuando pasa la tormenta, ¿nos entregamos nuevamente a nuestra propia voluntad? Si ese fuera el caso, se aplicarían las palabras del profeta Elías a nosotros: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? ¡Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él!» (1 R 18:21).

El pueblo de Israel en aquel tiempo no respondió palabra alguna–estaba confundido. Los israelitas no tenían una opinión clara sobre Baal, ni sobre Yahvé, por no tener una relación de amistad con Dios. Ellos adoraban tanto al Señor como también a Baal, ya que evidentemente les faltaba una instrucción clara sobre el Dios de la Biblia. Los padres habían omitido instruir a sus hijos en los caminos de Jehová. De este modo, con cada generación que pasaba se diluía la fe. Ellos conocían a Yahvé como el Dios de Israel, el Dios de sus antepasados, pero no tenían una relación viva con Él; lo conocían solo por Su nombre. 

Ellos servían a Baal, porque eso era lo que hacía todo el mundo y estaba de moda. Pensemos en esto: había un total de 850 profetas de Baal y de Astarté. Y de los profetas de Dios en realidad había quedado solamente Elías. La mayoría de estos fueron asesinados por Jezabel, con excepción de aquellos que se escondieron de ella. Por eso en Israel dominaba el pensamiento: «Si todos lo hacen, no puede ser tan malo. No voy a ser diferente a los demás. Después de todo, me tengo que adaptar al desarrollo de la sociedad y hacer lo que hace la mayoría. Porque, si la mayoría lo hace, no puede estar tan errado. Y a eso se agrega el reconocimiento de la sociedad».

Ellos vivían en una zona intermedia que era cada vez más grande. Ya no había límites claros entre el bien y el mal–El mal no puede ser tan terrible, si todos lo practican, era su mentalidad. Pero, ¿qué dice el juicio de Jesús sobre la iglesia de Laodicea? «Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (Ap. 3:16).

Dios quiere que nos definamos–ya sea con lo uno o lo otro. Con Dios no existen las zonas grises. El juicio de Dios, en definitiva, no resultará según los conceptos de nuestra sociedad, sino de acuerdo a lo que Sus normas determinen que es justo y verdadero. Tal como Pablo les dijo a los gálatas: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». (Gál. 2:20)

Jesucristo pagó el precio por nuestra vida, por nuestra salvación. Si decimos ser cristianos, es porque somos Sus seguidores, Sus discípulos–somos Su pertenecía, por eso le amamos y también queremos obedecerle. 

Aquí vemos la diferencia: los cristianos aman a Jesús no solamente como su Salvador, sino también como su Señor y Rey. Tomemos la imagen bíblica de la novia y el novio: ¿Cuál es el deseo de la novia? Ella quiere estar con el novio. Quiere tener comunión con Él, comunicarse y mostrarle sus sentimientos. La novia verdadera no escatima esfuerzos para agradar a su novio–ella se empeña en hacer la voluntad del novio, busca su cercanía, desea escuchar su voz. Es así… ella desea ir al encuentro del novio cuando él venga para llevarla a su casa. La novia tiene el deseo profundo de que él venga pronto. 

El autor de la carta a los hebreos nos dice: «¡Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor!» (Heb. 12:14). Si amamos al Señor, buscaremos estar en paz con todos y buscaremos la santidad. Y de ese modo le veremos a Él. ¿Tenemos esa añoranza por la venida del Señor? Esto también tendrá su recompensa, como testifica Pablo al final de su vida: «Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Tim. 4:8).

Especialmente en estos días, anhelamos Su aparición, es decir, la venida de Jesucristo, y no ser de aquellos que dicen: «Espera un poco, déjame disfrutar la vida y llegar a mis metas terrenales, después de eso, Tú puedes tener todo» –¿Qué es entonces la prioridad en nuestra vida? ¿Realmente es agradar al Señor Jesús, y amarlo a Él y Su venida? 

Es bueno que una y otra vez reflexionemos y nos evaluemos a nosotros mismos: si el Señor viniera hoy por Su Iglesia, ¿estaría yo ahí? ¿Me gozaría yo en Su retorno? Nosotros mismos sabemos mejor que cualquier otro, donde es que quizás tengamos escondidos nuestros baales–esas “otras” prioridades de nuestra vida. ¿Le es agradable nuestra vida al Señor, o, como los israelitas en el tiempo de Elías, estaremos vacilando entre Dios y el mundo? El criterio de la Palabra de Dios es este: «Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn. 2:17).

Si queremos vivir por siempre y tener la vida en plenitud, no debemos mirar hacia lo que ocurre actualmente en el mundo, sino que debemos acercarnos al Señor, entregarnos completamente a Él y hacer Su voluntad. 

Quizás estemos más bien entre aquellos que hasta ahora hayan jugado muy hábilmente a ser cristianos, pero sabiendo en el fondo que no esperan al novio como lo hace una novia– y la crisis del Coronavirus ha destapado dónde es que están realmente nuestras prioridades, y a qué se aferra verdaderamente nuestro corazón. Tengamos la valentía para decir hoy: «¡Basta ya de apariencias! Señor, te entrego mi vida totalmente a Ti. Sé tú el Señor de mi vida. ¡Quiero estar a la espera de Tu venida!”

Él nos espera con los brazos abiertos y no rechaza a nadie que llegue a Él con un corazón honesto, tal como lo dijo a la iglesia de Laodicea que titubeaba entre ambos lados: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Ap. 3:20).

«Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. ¡Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente!» (Ap. 22:17).

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