Esfuérzate y sé valiente

Wim Malgo (1922–1992)

El desánimo ahuyenta la fe. Es como una flecha del enemigo contra nosotros. Estar desanimado significa: no mirar lo suficientemente lejos. El creyente que se deja desanimar, no ha contado con el Señor, sino con su propia capacidad, con cosas visibles.

Primero, no estés desanimado aunque pertenezcas a un rebaño pequeño: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc. 12:32). Ciertamente, todos los que le siguen a Jesús conforman una manada pequeña. Un cristianismo anticristiano se hace cada vez más grande y más poderoso. La Iglesia mundial está en auge, y ay de aquel que se anima a resistirle. Aun así, no estés desanimado, porque tú que sigues a Jesús, tienes la buena voluntad del Padre. Quien a través de todas las oposiciones cuenta con Jesús, no tiene razón para estar desanimado.

Segundo, no estés desanimado a pesar de que tengas poca fuerza: “y me ha dicho: bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9). ¿Por qué estás débil? Acá la respuesta es dada con claridad: “…para que repose sobre mí el poder de Cristo”. La maravillosa gracia de Dios solo puede hacerse efectiva allí, donde la fuerza propia es eliminada. “Bástate mi gracia.” Por eso: por más débil que esté, nunca debo estar desanimado, porque “mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Tercero, tú, que crees, no estés desanimado, aunque hay pocos luchadores en la fe: “quizás haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos” (1 S. 14:6). Recién cuando quedemos con pocos fieles, se comprobará lo fácil que nos es, inclinarnos y orientarnos al poder visible, externo. Pero la historia de la salvación y también nuestra experiencia de la fe nos enseñan, que al Señor no le gusta mucho revelarse a través de masas, a través de superioridad numérica. Cuando los cristianos en la historia eclesiástica comenzaron a formar una iglesia estatal poderosa, el Señor comenzó a retirarse –el poder espiritual de dicha iglesia se quebró. Recién cuando Gedeón había despedido a sus miles, quedándose con trescientos fieles, el Señor se reveló con poder. Abraham, el padre de todos los creyentes, a una edad muy avanzada venció a un enemigo numéricamente súper poderoso con 318 hombres (Gn. 14:14-16). Jonatán y su paje de armas estaban solos. Numéricamente frente a los filisteos, era un asunto imposible. Pero no le fue difícil al Señor, ayudar con mucho o con poco. ¡Por eso no estés desanimado!

Cuarto, no estés desanimado a pesar de tener muchos adversarios: “porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios” (1 Co. 16:9). Suena contradictorio: pero de los adversarios hay muchos, para que haya mucho fruto a través tuyo; porque a través de un gran número de adversarios, tú te quedas en la escuela de la fe. No te queda otra alternativa sino creer, confiarte solo al Señor. Y he aquí, no solo que a través de la afirmación por fe de la victoria de Jesús queden sin poder los adversarios, sino que también, a través de la misma fe, es producido mucho fruto. Por eso, agradece a Dios por tus adversarios y no estés desanimado.

Quinto, no estés desanimado a pesar de que la época sea desesperadamente mala: “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:16). Satanás trata de aprovechar el tiempo muy corto que todavía le queda (cp. Ap. 12:12). Su reino ya se tambalea. ¡Jesús viene! La noche por eso es especialmente oscura antes del amanecer. Si el poder de las tinieblas aprovecha su tiempo febrilmente, ¡cuánto más deberíamos hacer eso nosotros! El desánimo interior va en aumento en nosotros, en cuanto no aprovechamos bien el tiempo. El mejor uso del tiempo es la oración victoriosa. De una oración de este tipo a través tuyo se desarrolla actividad victoriosa contra el poder del infierno. La victoria de Jesucristo es un hecho seguro, también en estos días malos. Por eso, no debes estar de­sanimado.

Sexto, no estés desanimado, a pesar de que aumenten las pruebas: “bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg. 1:12). Cuanto más nos acercamos a la meta final, tanto más candentes se vuelven las tentaciones, y más porque tú, justamente tú quien le has entregado tu vida a Jesús, debes demostrar delante del mundo visible e invisible, a través de tu perseverancia en la prueba, que Jesucristo es vencedor. Por estas razones, incluso, se nos exhorta a alegrarnos cuando estemos en diversas pruebas (Stg. 1:2), y que no nos debe extrañar cuando enfrentemos el calor de la prueba (1 P. 4:12; cp. también 1 P. 1:6,7).

Séptimo, no tienes razón para estar desanimado, a pesar de que el campo de trabajo sea inmensamente grande: Jesús dice en Marcos 16:15: “id por todo el mundo”. ¿Qué puedo logar yo, ser humano insignificante, en un mundo tan grande? Mis medios financieros y capacidades, tiempo y fuerza son tan limitados que, después de todo, no puedo hacer nada esencial. Así habla la incredulidad desalentadora. Pero, mira a Jesús. Ciertamente, la cosecha es inmensamente grande. Los obreros son pocos. Pero Jesús te apoya. Él está dispuesto a llenar nuevamente tus manos vacías. Son Sus obras a través tuyo, que llegan a ser efectivas en todo el mundo. Aquello que tú no puedes, Él sí lo puede, y mucho más allá de nuestras peticiones y de nuestra comprensión, de modo que puedes exclamar con Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Por eso, no debes estar desanimado en vista del tamaño del campo de trabajo, porque “los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Sal. 126:5).

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