El tiempo de reposo divino

Rainer Wagner

Es el séptimo y último período de la historia de la salvación. Se trata del reino milenial que Cristo establecerá en Su segunda venida. ¿Qué dice la Biblia sobre esto y qué implicaciones tendrá para nosotros?

A través de los milenios, desde la invasión del pecado, la humanidad ha sentido una profunda añoranza por regresar al paraíso. Esto se hace evidente también en las leyendas y mitos de los pueblos.

Tanto la esperanza de los nativos de América del Norte de alcanzar los “cotos eternos de caza”, como la utopía marxista de una sociedad sin clases, son expresiones de esta añoranza. Una escultura en la sede de la onu en Nueva York muestra cómo un hombre convierte una espada en reja de arado. Esta estatua fue donada a las Naciones Unidas en 1948 por la Unión Soviética. En plena Guerra Fría, uno de los poderes más agresivos y despreciativos hacia la humanidad, donaba una obra de ese tipo. Además del efecto propagandístico que la urss hubiese tenido en el punto de mira, esto representaba también el deseo de que algún día ese mensaje se hiciera realidad. Pablo escribió que aun la creación está deseosa de un tiempo de armonía (Romanos 8:19, 22), ¿cuánto más lo deseamos nosotros entonces como individuos pensantes? ¿Qué dice la Biblia acerca del último período de la historia universal?

Un requisito para vivir un tiempo de paz mundial es la erradicación del pecado, pues “[…] la desgracia de los pueblos es que se cometa pecado” (Pr. 14:34; TLA). Debemos entender que todo intento que el hombre ha hecho para erradicarlo o negarlo, nos ha conducido tan solo a callejones sin salida. Tanto los Estados como los sistemas sociales que lo intentaron, fracasaron, cayendo más intensamente bajo el poder del maligno. El fin del comunismo soviético es una clara prueba de ello. Más de sesenta millones de personas fueron asesinadas para alcanzar el objetivo de crear un cielo comunista ateo en la Tierra. Una tercera parte de la humanidad era tenida en servidumbre, estrangulando su desarrollo económico. Pero el fracaso en erradicar el pecado no se ve solo a nivel político, sino también en lo individual, en el corazón del hombre.

Las personas que creen que el pecado ya no incide en sus vidas, se han hundido en una soberbia irremediable. Todo esto se origina en el poder del maligno. El mal tiene el dominio, pues el maligno (Satanás) toma entre bastidores las riendas de este mundo, por lo que un mundo armonioso solo es posible si este mal es erradicado.

El propio nombre bíblico diablo (gr. diabolos ‘perturbador’) revela la razón por la que el maligno debe ser erradicado para que el mundo encuentre reposo. 

Después de la batalla de Armagedón, la que corresponde al último tiempo de los gentiles, el diablo será excluido. Satanás será encerrado por mil años, experimentando algo similar a una prisión (Apocalipsis 20:1-3). Cuando el autor del mal ya no pueda ejercer ninguna influencia, entonces un mundo sin maldad podrá desarrollarse.

Aun los intentos bien intencionados de establecer un reino de paz han fracasado a causa de la presencia del maligno. Pero en relación con el reino milenial, se dice: “[…] ni se adiestrarán más para la guerra” (Is. 2:4).

El entrenador del mal, Satanás, será eliminado, y su enseñanza del y para el mal terminará. Mientras esté presente, el mal se hará, se entrenará y se practicará constantemente, pero en el reino milenial el maligno no estará, por lo que el aprendizaje del mal llegará a su fin. La escuela del pecado será clausurada porque su director se encontrará en prisión.

Satanás es, en la actualidad, el príncipe de este mundo. No obstante, su dominio es limitado. Dios sigue estando por encima de él, puesto que “[…] toda potestad me [le] es dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). Jesús dijo, además, que ningún cabello cae a tierra sin que Dios lo vea (Mateo 10:30). El diablo es como un perro guardián encadenado: tiene influencia en el área que el largo de la cadena le permite abarcar. Sin embargo, esta distancia está determinada por su dueño. Lutero dijo: “El diablo, después de todo, es el diablo de Dios”.

El canciller Bismarck habló del susurro del manto de Dios moviéndose a través de los acontecimientos. Grandes potencias como la romana, la babilónica o el Imperio huno se han perdido en la historia. Sin embargo, el pequeño, débil y siempre perseguido pueblo judío ha permanecido. Dios ha mantenido Su mano puesta sobre él.

Quien observa cómo Dios, de un pequeño grupo de pescadores y gente sencilla del mar de Galilea, creó Su Iglesia, es capaz de ver también el actual y vigente señorío de Cristo, el cual puede notarse incluso en la vida de cada cristiano. Jesús es quien da la fuerza para la transformación y renovación de nuestras vidas (2 Corintios 5:17).  

El señorío de Cristo hoy todavía puede ser desmentido. En el reino milenial, sin embargo, ya no será posible hacerlo, pues será visible para todos. Es más, como Satanás estará encarcelado, nadie tendrá más ningún interés en negar la soberanía de Cristo. A esto debemos añadir que los creyentes reinarán con Jesucristo. Será establecido un gobierno espiritual del cual participarán las personas que no han adorado al Anticristo. La Biblia no deja muy claro si en ese gobierno estarán todos los discípulos de Jesús o tan solo los mártires (Apocalipsis 20:4-5). Pero con vistas a la eternidad, todos los cristianos somos llamados a prepararnos para esta responsabilidad (1 Corintios 6:2-3).

Como la influencia del pecado habrá sido quitada de la tierra, el universo florecerá como nunca antes: en este nuevo reino ya no habrá más guerras, armaduras o ejércitos, y las armas se utilizarán para fines provechosos (Isaías 2:4; Miqueas 4:3). Hasta el día de hoy, todos los inventos han sido mal usados con fines bélicos. Todo comenzó con el cuchillo y el martillo, luego vino la pólvora y la dinamita, hasta llegar a la fisión nuclear y las armas biológicas. 

La paz del reino milenial repercutirá también en la propia naturaleza. Ningún animal devorará al otro. Isaías lo dice de esta manera:

Morará el lobo con el cordero, el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. 
(Is. 11:6-9).

Algo muy deleitable de ese tiempo para el ser humano será su longevidad. Incluso es posible que, en este período de reposo y paz, nadie muera. Como Satanás ha sido quitado, puede ser que el juicio referente a una muerte temprana, como lo describe Isaías, sea meramente simbólico (Isaías 65:20). También las enfermedades serán asuntos del pasado (Isaías 35:5-6).

En este reino seguirá habiendo propiedad privada. La Biblia nombra higueras y viñas, pero ya no habrá explotación (Isaías 65:21; Miqueas 4:4). Las grandes fortunas del mundo a menudo han sido logradas a través de la explotación de otras personas. La Biblia llama pecado a este tipo de conductas (Santiago 5:1, 4).

Da la impresión de que aún habrá Estados y gobiernos. Si bien los gobiernos son, en la actualidad, siervos del maligno y el Anticristo será un líder de Estado, estos serán establecidos por Dios (Romanos 13:1). Los gobiernos del reino milenial ya no practicarán una política nacionalista, sino que su deseo más grande será honrar a Dios y a su pueblo (Isaías 62:2).

Son sobre todo los teólogos anti judíos los que declaran que las promesas del Antiguo Testamento que, según nuestro entendimiento se refieren al reino milenial, no son aplicables a este período, alegando que no se encuentra escrito de forma explícita en las Escrituras. Pero esto no es cierto: estas promesas no se han cumplido aún, y no es probable que se cumplan en las conmociones apocalípticas de la última parte del sexto período de la historia de la salvación, ni después del reino milenial, puesto que esta Tierra ya no existirá (Apocalipsis 20:11). Por ende, su cumplimiento debe darse necesariamente en el reino milenial: Dios cumple todas Sus promesas y no se arrepiente de ellas (Romanos 11:29). Cada promesa que encontramos en el Antiguo Testamento se cumplirá.

La conversión de Israel será el punto de partida para que la humanidad conozca a Dios en el reino milenial (Isaías 2:3). Bien podríamos decir que Jerusalén se convertirá en el ombligo del mundo, Israel en el centro del planeta y el pueblo israelita en el portavoz de ese tiempo. La obra misionera de Israel, no obstante, será diferente a la que conocemos en la actualidad. Mientras que los misioneros y mensajeros de Jesús de nuestros días comparten la Palabra de Dios bajo mucho rechazo y hostilidad, los judíos evangelistas de ese entonces serán muy respetados. A diferencia de los misioneros actuales, que se acercan a las personas con el propósito de ganarlos para Jesucristo, la gente de ese entonces irá por su propia cuenta en busca de los mensajeros de Dios, con el fin de escuchar su Palabra. Junto a Satanás se quitará aquello que mantenía a la gente alejada de Dios (Miqueas 4:2). Grandes multitudes viajarán a Jerusalén para escuchar de Él (Isaías 2:3). Los gentiles ayudarán en la reconstrucción y ampliación de esta ciudad (Isaías 60:10). Las naciones que, hasta entonces, habían sido hostiles con los judíos, se arrepentirán de la injusticia causada a Israel (Isaías 60:14). La tierra de Israel volverá a ser un país próspero. La tierra infértil del desierto de Judea y del Néguev, alrededor del mar Muerto, dará frutos (Ezequiel 47). Se dará un fenómeno hasta ahora desconocido: un mundo sano. Ahora sí será posible. Es probable que algunas promesas, cuyo cumplimiento vemos en el reino milenial, se consoliden recién en el nuevo cielo y en la nueva tierra, pero en general la Biblia indica que en el séptimo período de la historia de la salvación viviremos en un mundo bondadoso. Bajo el gobierno celestial de Jesús y sus mártires (Apocalipsis 20:4) y el liderazgo terrenal de Israel (Deuteronomio 28:1, 13; Jeremías 3:17, 18) veremos lo buena que puede ser la tierra.

Uno podría preguntarse: ¿por qué Dios coloca este tiempo entre el gran juicio a las naciones en Armagedón (Apocalipsis 19:2, 21) y el juicio final (Apocalipsis 20:11-15)? La respuesta está en la justificación de Dios. Así como el pecador es justificado a través del sufrimiento vicario de Jesús, así también habrá una justificación de Dios. Satanás (el ‘calumniador’) culpó a Dios de ofrecerle al hombre una vida infeliz e insatisfactoria bajo su gobierno. Dijo que Dios había privado al hombre del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal por razones infames y egoístas (Génesis 3:4, 5). El ser humano prestó oído a Satanás y, como consecuencia, tuvo que vivir el sufrimiento generado por el pecado, además de la muerte, la que acompañaría a la humanidad desde entonces.

En el reino milenial, Dios demostrará lo bien que se puede vivir bajo Su gobierno. En este período, Dios dará evidencia, tanto al mundo visible como invisible, de que era posible en su creación vivir con felicidad y plenitud. El reino milenial cerrará la boca de todos aquellos que consideren que la creación de Dios es imperfecta. Lo imperfecto no es la creación de Dios, sino el pecado del hombre, el cual hace que habitemos en un mundo malvado.

Para quien se convierta en el reino milenial, será más sencillo que para los creyentes en tiempos pasados: lo que hoy separa al ser humano de Dios, el mal y el maligno, estará excluido. Satanás ya no podrá impedir que alguien llegue a la fe en Cristo. Pero en cuanto a la vida eterna, el Dios de justicia no favorecerá ni desfavorecerá a nadie. 

Así como nuestra fe es verificada a través del sufrimiento y la prueba (1 Pedro 1:6-7), así también será examinada la profundidad y autenticidad de la fe en el reino milenial. Al final de los mil años, Satanás será liberado por un corto tiempo (Apocalipsis 20:7). El cautiverio no lo habrá cambiado, por lo que restablecerá su viejo negocio contra Dios: seducir a la humanidad.

Como lo hizo con Eva en el paraíso y lo intentó hacer con Jesús en el desierto (Mateo 4:1), y como llegó a su objetivo con Judas, así volverá a hacerlo. Tan hostil hacia Dios y tan seductor como hoy, separará a la humanidad de Dios, y tal como lo conocemos saldrá de su prisión de nuevo hacia el escenario mundial. Pretenderá provocar una guerra contra Dios. Desde siempre, Satanás utilizó medios a su disposición, como una serpiente, bienes materiales, ideologías, ídolos, cultura, dinero y honor. Personas como Judas, el Anticristo o el falso profeta fueron puestas por él. Sin embargo, en ese tiempo, se presentará en carne y hueso, como comandante del ejército enemigo de Dios.

Tampoco la humanidad será diferente, sino que seguirá obsesionada con el diablo. Lamentablemente, veremos que, no tan solo Satanás, sino también los humanos siguen siendo los mismos. Se hará evidente que a pesar de las buenas experiencias que las personas tendrán bajo el gobierno de Jesús, la humanidad seguirá teniendo una profunda tendencia hacia el mal. En sus corazones habrá permanecido la maldad de su juventud (Génesis 8:21). Apenas se presente otra vez el maligno, Satanás, se reunirán con él aquellos que tengan su misma mentalidad. La transformación interna no ocurre a través de favores externos. Debe ser adoptada por medio de la fe.

Jesús señaló este menester. Él sanó a un hombre que había estado enfermo durante veintiocho años, obrando un milagro poderoso que hizo que esta persona se sintiera feliz y contenta. Jesús volvió a encontrárselo más tarde, diciéndole que la experiencia de la sanidad no era suficiente. El sanado debía dejar el pecado, la razón de su separación interna de Dios (Juan 5:14). Del mismo modo, no alcanzará con el simple hecho de disfrutar de los favores de Dios en el reino milenial. Solo podrá mantenerse fiel a Dios quien se convierta de un favorecido de Dios a un hijo de Dios.

Si bien las personas en el reino milenial tendrán el cielo en la tierra, muchos adherirán a Satanás (Apocalipsis 20:8). Esta será la apostasía más grande de la historia universal y la razón por la cual el último juicio de Dios no se hará esperar.

El día final traerá la justicia de Dios sobre todo el universo. Toda rodilla deberá doblarse delante de Cristo (Filipenses 2:9, 10). El último enemigo callará y la justicia será impuesta.

Como Dios es todopoderoso, al final del reino milenial, está reiterada apostasía de la humanidad seducida solo podrá terminar en una destrucción total. El juicio será universal: comenzará con una completa represión militar a los humanos rebeldes seducidos por Satanás. Todos los que apostataron, perderán la vida (Apocalipsis 20:9). Después de la derrota total del diablo y la humanidad apóstata comenzará el juicio final.

Este será el juicio más grande de todos los tiempos. Tanto los humanos como los ángeles serán llamados a rendir cuentas (Judas 6). Todas las personas que no pertenezcan al pueblo de Dios recibirán una sentencia justa (Apocalipsis 20:12). Solo quienes pertenezcan a Cristo no comparecerán ante este tribunal (Juan 5:24). Para ellos, Jesús cargó con su castigo, por lo que estarán en paz con Dios (Jeremías 53:5; Romanos 5:1).

A principios de este juicio tendrá lugar la llamada segunda resurrección. Es decir, la resurrección de todos los seres humanos que han vivido en algún momento. Antes del reino milenial tendrá lugar la primera resurrección, donde se levantarán los creyentes de todos los tiempos. De ellos dice la Biblia: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección” (Ap. 20:6).

La segunda resurrección hará surgir de la tierra a todos los muertos, pero no los llevará hacia la bienaventuranza eterna, sino ante las barreras del último tribunal. Incluso aquellos que se ahogaron estarán allí (Apocalipsis 20:12, 13). Nadie de ninguna nación podrá escabullirse. A pesar de que los cristianos no serán acusados, participarán de alguna manera en la jurisprudencia de este día final (1 Corintios 6:2) –quizá como jurados (jueces honorarios)–. Por otra parte, también los ángeles serán juzgados.

La Iglesia de Dios colaborará en este juicio (1 Corintios 6:3), aunque no podemos afirmar cómo. El cielo y la tierra desaparecerán: también ellos se vieron implicados en el ciclo del pecado. Nada en la eternidad deberá traer a la memoria el mundo pecaminoso. Esta es la razón por la que debe haber una nueva creación. La vieja creación ya no existirá.

En el antiguo cielo sucedió la apostasía de Satanás. Se vio contaminado por la difamación de Satanás contra los creyentes (Job 1:6). Los astros son sujeto de adoración pagana de idólatras y la astrología les adjudica poderes divinos. Esto es un insulto a Dios. Por otra parte, en la Tierra tuvo lugar el pecado de la humanidad. La Tierra ha visto el pecado y fue profanada por él (Génesis 4:10). Dios mismo maldijo las tierras fértiles (Génesis 3:17).

La forma en que se extinguirá el cielo y la tierra no es tan clara, pero sabemos que no habrá más lugar para ellos en esta nueva creación (Apocalipsis 20:11). Sus elementos se derretirán por el calor (2 Pedro 3:12). Esto bien podría indicar una destrucción nuclear.

Es importante aclarar lo controversial que resulta la doctrina del reino milenial. A menudo, se ve expuesta a contradicciones y a distintas maneras de interpretar los datos bíblicos. Muchos consideran que las profecías respecto al reino de paz son simbólicas y toman las promesas que están allí como algo a cumplirse luego del juicio final. En definitiva, los adversarios de la doctrina del reino milenial no cuentan con una justificación bien fundada.

Especialmente la rama ortodoxa luterana combatía con vehemencia la doctrina del reino de paz milenial. Eso tiene un trasfondo histórico. Durante la Reforma se levantaron grupos anabaptistas que enseñaban que el reino milenial debía ser producido por medio de la violencia. Uno de sus líderes más conocidos fue el pastor y líder campesino Thomas Müntzer (1489-1525). En 1534 se formó en Münster, Alemania, una dictadura anabaptista que pretendía establecer allí la Nueva Jerusalén. Se aseguraba que el reino milenial se hacía visible en esa ciudad. Después de una corta etapa muy piadosa, llegaron a darse terribles excesos en Münster. Se introdujo la poligamia y una especie de comunismo, donde los que pensaban de manera diferente eran expulsados y perseguidos de manera sangrienta. El dominio de los utopistas de Münster fue finalizado por las tropas imperiales, quienes comenzaron a perseguirlos con crueldad por todo el Imperio, tanto a ellos como a los anabaptistas pacifistas.

También la Guerra de los campesinos alemanes, un conflicto religioso llevado a cabo por la población rural oprimida, finalizó con la muerte de muchas personas. Se estima que el número de campesinos alemanes muertos fue cercano al millón. Estos sucesos desacreditaron la doctrina del reino milenial. Los antiguos dogmáticos luteranos la desecharon entonces en las Confesiones de Augsburgo. Con eso claramente se propasaron.

De manera lamentable, siguieron surgiendo más tarde partidarios de la ideología utopista anabaptista, como Oliver Cromwell, los llamados socialistas religiosos y la actual teología de la liberación, donde se encuentran opiniones erradas acerca del reino milenial. Debemos oponernos con firmeza, al igual que los antiguos teólogos luteranos, a todos aquellos que creen que el reino milenial debe ser instituido por las personas, incluso a través de la violencia. Sin embargo, no es correcto “poner las frutas frescas con las podridas”. La Biblia testifica de forma demasiado inequívoca que Jesús traerá a la tierra un tiempo de paz.

El reino milenial será la única era en la historia del mundo en la que Satanás estará excluido. La humanidad será capaz de decidir no pecar, pues tendrá la evidencia de que con Dios la vida merece ser vivida. Sin embargo, incluso la experiencia vivida en el milenio no reemplaza la fe sencilla y llena de confianza. Es por eso que también ese tiempo terminará con un juicio, el juicio final.

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