El tesoro de la eternidad en Colosenses

Norbert Lieth

Las cinco seguridades de la salvación y las siete glorias de Cristo.

El Dr. Theo Lehmann dijo una vez: “El futuro del mundo está en las manos de Jesús. Las manos que se dejaron traspasar por mí en la cruz. Con esas manos quitó mi culpa. Por eso es bueno saber que también ha tomado en sus manos mi futuro”.

Qué insondables riquezas se esconden tras esta maravillosa verdad de la Epístola a los colosenses. Respecto a nuestro futuro eterno, el apóstol Pablo habla, en Colosenses 2, de las cinco garantías que tenemos de que hemos sido redimidos en la cruz y, en Colosenses 1, desarrolla desde la primera hasta la séptima gloria del Señor. Friedhelm König cuenta en su libro Du bist gemeint una notable leyenda que ilustra este tesoro de la redención:

“El zar Pedro I de Rusia, apodado Pedro el Grande (1672-1725) visitaba a menudo a sus súbditos de forma inesperada. Una vez viajó a una compañía en la que un joven oficiaba de pagador. Este joven se había descarriado en el juego, perdiendo mucho dinero. Incapaz de pagar sus deudas, malversó los fondos de la tesorería que su compañía le había confiado. Con el correr de los meses, la deuda fue aumentando cada vez más.

De manera sorpresiva, el pagador recibió la noticia de que un funcionario de la Corte Imperial visitaría la compañía al día siguiente con el fin de auditar a la empresa. Entonces pensó: ‘¡Se acabó! ¡Este es mi fin!’. Revisó nuevamente sus entradas, sacó cálculos durante horas, hasta que ya no pudo seguir más. El faltante de dinero era enorme, por lo que decidió pegarse un tiro esa misma noche en su habitación. Dejó la pistola cargada a su lado en el escritorio y siguió rumiando su miseria, hasta quedarse dormido sobre ella.

Esa misma noche, Pedro el Grande acudió al barracón disfrazado de oficial de guardia y se introdujo en la habitación del joven oficial. Vio la caja fuerte abierta, los billetes tirados sobre la mesa y al joven dormido con la pistola a su lado. Pronto supo de qué se trataba. Su primer pensamiento fue despertarlo y hacer que lo detengan, sin embargo, había sido invadido por la compasión. Miró de forma detenida un trozo de papel que el joven oficial había escrito. Este decía: ‘Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla?’. El zar tomó la pluma y escribió una sola palabra debajo. Se retiró de la habitación en silencio y cerró la puerta. 

Más tarde, el hombre se despertó sobresaltado, tomó en sus manos el arma para terminar con su vida, cuando vio el papel delante de él con una palabra que no había escrito: ‘Pedro’. Soltó la pistola, frotó sus ojos y murmuró para sí: ‘¿Cómo es posible?’. De inmediato, comparó esa firma con la de otros expedientes firmados por el zar y reconoció la coincidencia.

‘Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla? Pedro’.

El joven reflexionó: ‘El zar estuvo aquí, conoce mi deuda y está dispuesto a pagarla’. Al día siguiente, llegó un mensajero de Pedro I y entregó al joven una pequeña bolsa con una gran suma de dinero. De inmediato, guardó el dinero en la caja fuerte, justo antes de que llegara el auditor, quien encontró todo en orden…”

Esta es una imagen extraordinaria acerca de la redención eterna que Cristo ha realizado por nosotros. En Colosenses 2:13-15, el apóstol Pablo escribió, citando las cinco “garantías” de la redención en la cruz: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.

La primera seguridad y el acta de los decretos (El pagaré)
“Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:14).

“Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla? Jesús”.

¿Qué es un pagaré? Según el sitio web de Notarías, catastro y oficinas sucursales de Zúrich(1), un crédito personal se establece mediante un pagaré, el cual está garantizado por una hipoteca. El deudor responde a este crédito con sus bienes personales”. Dicho de otro modo, el suscriptor responde con todo lo que tiene.

¿Y qué es el pecado? Otros términos utilizados para describirlo son: transgresión, ofensa, culpa. El pecado es la separación de Dios. Se trata de un modo de vida que se desvía del blanco. Solo debemos mirar y escuchar a nuestro alrededor para entender lo que es el pecado.

La gente se asombra al enterarse de una serie de islas cercanas a Estocolmo donde todo marcha a la perfección: no hay crímenes, fraudes, peleas vecinales ni familiares, ni ningún otro conflicto. Sin embargo, esta emoción se desvanece una vez que descubren la razón: nadie vive allí.

Donde hay gente, el pecado se deja ver pronto. Viajando en el autobús vi por mi ventanilla cómo una madre en la carretera se ensañaba con su hijo pequeño. Lo zarandeaba, le gritaba y le pegaba. El niño lloraba desconsolado, pues solo quería que lo tomara en brazos. Se alejó entonces de él. Cuando el niño corrió detrás de la madre, ella no le permitió acercarse. 

Pensemos, además, en las horripilantes noticias que día a día se renuevan en nuestra sociedad y la sacuden con violencia, como la de dos adolescentes que decidieron tomar venganza de una compañera, asesinándola a sangre fría. Las parejas de enamorados comienzan a gritarse, insultarse y echarse la culpa al cabo de los años, hasta que deciden seguir cada uno su propio camino. Una superpotencia mundial invade a otro país, asesinando a miles de víctimas inocentes. La historia universal es atravesada por un sangriento rastro de injusticia. Los robos en los lugares de trabajo o en los centros comerciales ascienden a escalas inimaginables. Si no fuera así, los consumidores podrían pagar los alimentos a un costo más bajo; no obstante, tal como están las cosas, los robos se encuentran incluidos de antemano en el precio de costo. Vemos corrupción, desfalco, odio, envidia, brutalidad, egoísmo, injusticia y falta de moral. ¿Y qué cosas serán las que todavía no ha inventado el hombre para atormentar a los demás? El pecado lo arruina todo: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Pr. 14:34).

Nuestros vecinos, en el edificio de alquiler donde vivíamos, se fueron del país durante un tiempo prolongado. Durante su estadía afuera, el congelador se estropeó y la carne que estaba dentro se echó a perder. ¿Te imaginas el olor putrefacto que impregnó toda la casa? De la misma forma, puede olerse desde el Cielo la pestilencia del pecado. El pecado ha causado más desgracias que las guerras, desastres y enfermedades juntas, pues estas son efectos del pecado. Sin el pecado, nada de esto hubiera sucedido.

Tenemos que admitir que, a pesar de los avances tecnológicos y el progreso en todos los campos del conocimiento, el hombre no ha mejorado. Seguimos en un estado primitivo en cuanto al pecado. En este sentido, no somos diferentes a la primera pareja humana, pues, como ellos, intentamos ocultar nuestra culpa. Alguien comentó al respecto: “Estás tan enfermo como tus secretos”.

La lista de culpabilidad, el catálogo de pecados o los antecedentes penales de este mundo son interminables. Pensemos en nuestra obligación personal ante Dios, en nuestro pagaré. De hecho, existe un registro divino en el que todo está inscrito, incluso los pecados más ocultos: “Has puesto nuestras iniquidades delante de ti, nuestros pecados secretos a la luz de tu presencia” (Sal. 90:8. lba).

La Biblia afirma que en el juicio final se abrirán los libros en los que se registraron todas las cosas: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20:12). Aquellos que no se encuentren registrados en el libro de la vida serán juzgados según otro libro: el libro del pecado, perdiendo la posibilidad de ser salvos, pues la salvación no es por obras.

Sin embargo, el mensaje redentor es que Dios no nos abandona con nuestros pecados —Él nos ofrece una solución y una completa redención. Arno Backhaus dijo: “Dios se hace hombre en Jesús. Nunca nadie ha cambiado tanto por tan poco”.

Dios transforma toda la historia, caracterizada por el pecado, en una historia de gracia. Obtiene el triunfo más elevado a partir de la miseria más profunda: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria…” (Col. 2:14).

En el texto griego, tanto esta como las otras garantías de Colosenses 2 se encuentran en un tiempo aoristo. Según Aprendizaje de idiomas 24(2), el aoristo describe eventos y acciones que tuvieron lugar en el pasado de manera puntual. Se iniciaron y concluyeron en el pasado. En otras palabras, describe hechos que ocurrieron una vez y para siempre.

Puedes estar seguro de tu salvación eterna a través de Cristo. Los autores bíblicos insisten con este mensaje: “Dios no quiere juzgarte, Dios quiere salvarte”. No obstante, es lamentable como muchos son indiferentes a esta verdad e incluso huyen del Señor.

Cuando aún vivíamos en Venezuela, el arrendatario que nos alquilaba tuvo problemas económicos y se hizo con el depósito que habíamos puesto como garantía, estafándonos. Poco después, quebró. Luego me lo encontré en una estación de autobuses en Caracas. Al verme a lo lejos, huyó. Corrí tras él, no para exigirle el dinero, sino para decirle que le condonábamos la deuda; no obstante, corrió tanto que lo perdí de vista. Esto mismo es lo que ocurre con las personas que huyen del Padre: no entienden que pueden arreglar sus deudas con Él, pues Él mismo pagó por ellas.

La segunda y tercera seguridad y el perdón
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados” (Col. 2:13).

Gertrud von le Fort dijo una vez: “La Pascua es la fiesta de la victoria de la vida eterna”.

La palabra “perdón” es para mí uno de los vocablos más bellos de la historia de la humanidad. El perdón renueva, construye, vivifica y libera. Cristo obtuvo el perdón por nuestros pecados al morir en la cruz del Gólgota y resucitar.

¿Siguen atormentándote o inquietándote pecados del pasado que de vez en cuando vuelven a tu memoria? Si te has rendido delante de Dios y has entregado tu vida a Él, creyendo en el evangelio de Jesús, entonces has sido perdonado: la marca de la culpa ha sido borrada.

El verdadero perdón borra hasta el más mínimo rastro de culpa: “sin manchas ni arrugas…” (Ef. 5:27), o como dice Salmos 103:12: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. A diferencia del norte y el sur, el oriente y el occidente no tienen polos. Su perdón es ilimitado, omnímodo (que lo abraza y comprende todo, NdelT) y perfecto. William MacDonald escribió al respecto: “Pero tan lejos como está el este del oeste, los cuales nunca se encuentran, así de lejos están los pecados del creyente. Nunca más se enfrentará a ellos. Estos pecados han sido quitados de la vista de Dios por el milagro del amor”.

La cuarta seguridad y la cruz
“Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:14).

La deuda ha sido quitada de en medio; ya no estorba, no puede hacernos tropezar u obstaculizarnos. y el camino está libre. Nuestra redención no fue obtenida a un costo bajo, sino que el eterno Hijo de Dios pagó un precio muy alto: “Nunca nadie cambió tanto por tan poco”.

El costo de esta redención podría ilustrarse, en cierta medida, con los siguientes versículos bíblicos: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste” (Sal. 8:3); “…sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades” (Is. 43:24).

Los dedos del Creador formaron el cielo y la Tierra, sin embargo, la redención del hombre de su pecado requirió la encarnación y entrega total de Cristo a nuestro favor. Como resultado, nos redimió: “Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12).

Así como Jesús resucitó una vez y para siempre de entre los muertos, los que creen en Jesús son bautizados en su muerte y resucitan con Él a una vida nueva.

Imagina que estás delante de la cruz mirando al Señor Jesús —entonces puedes decirte a ti mismo: “Él cuelga ahí por mí. Él carga con mi culpa. Él es mi perdón, mi Redentor, mi Salvador y mi acceso a la vida eterna. Puedo ser redimido”. Esta precisamente es la absoluta verdad que enseñan los Evangelios, sin embargo, las epístolas nos llevan aún más lejos: “Allí estás con Jesús, mueres con Él, eres sepultado con Él. Con Él has resucitado. Su muerte es tu muerte, su vida es tu vida. Por su causa, eres coheredero de Cristo e hijo de Dios” (Colosenses 2:12, 20; 3:1, 3-4). Como dice Colosenses 3:3: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.

La quinta seguridad y la victoria
“Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15).

Todo lo que pretenda desviarte del camino e intente acusarte ya ha sido derrotado. Jesús ha triunfado sobre los poderes de es    te mundo. Fue allí donde se reveló el misterio de la sabiduría divina: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Co. 2:7-8).

Ya no eres esclavo del pecado, ni de los poderes de las tinieblas. Por el contrario, ellos han sido sometidos por el Señor. La ciudad de Colosas era parte del Imperio romano, por lo tanto, los colosenses estaban familiarizados con esta imagen. En las procesiones triunfales, el comandante en jefe se vestía del dios Júpiter, y detrás de él marchaban los enemigos derrotados, despojados de todas sus posesiones, junto a sus gobernantes. Los reinos vencidos se incorporaban al Imperio. Pablo retoma esta imagen para darle una aplicación espiritual. El creyente en Jesús ya no pertenece al reino de las tinieblas, sino al reino de Cristo: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13-14).

La sangre de Jesús ha cancelado tus deudas, ha borrado por completo tus pecados, y por ello, el diablo no puede hacer nada ante la obra de la cruz. Colosenses 1:20 dice: “Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos”. Su sangre borra todo destello de culpa: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1); “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Col. 1:15-19).

Vimos las garantías de estar en Cristo Jesús, el Vencedor, no obstante, el texto de Colosenses 1:15-19 nos revela también las siete glorias de nuestro Salvador en su obra redentora.

La primera gloria del Señor: la imagen de Dios
“…que es la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15; compárese con 2 Corintios 4:4).

Jesús es desde la eternidad semejante a Dios e igual a Dios (Filipenses 2:6). Estuvo eternamente en el seno del Padre, es decir, en la más íntima comunión con Él (Jn. 1:18; 13:23-25). La Biblia nos dice que Dios Padre es espíritu y, por lo tanto, no podemos verlo. Esta es la diferencia entre un ídolo y Dios: tú puedes ver al ídolo, pero él no puede verte a ti. En el caso de Dios, aunque no puedas verlo, Él te ve a detalle: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).

El Nuevo Testamento expresa en varias ocasiones la invisibilidad de Dios: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18); “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ti. 1:17); “El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Ti. 6:16); “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:20).

Incluso podemos ver esto en Apocalipsis 1:12-13, cuando Juan describe al Señor Jesús como el Hijo glorificado de Dios: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre”. Juan describió cómo estaba vestido el Señor: con una túnica y el cinturón de oro ceñido por el pecho. Además, pudo apreciar algunas características de su cuerpo: su cabeza, sus cabellos, sus ojos, sus pies, sus manos sosteniendo siete estrellas, su boca y su rostro. Sus oídos se estremecieron al escuchar su voz. Juan estaba tan abrumado que cayó a sus pies como muerto. Entonces el Señor puso su mano derecha sobre él y “lo resucitó”.

En Apocalipsis 4:2 se habla de Dios Padre, pero no se lo describe, pues no podemos verlo realmente; ni siquiera se lo menciona por su nombre. Tan solo se dice de Él: “…y en el trono, uno sentado”, para luego compararlo con la apariencia de un diamante. Aunque Juan describe lo que hay alrededor de Su trono, Dios mismo permanece invisible en el relato.

Solo podemos ver y conocer a Dios a través de Jesús. Si quieres conocerle, necesariamente debes conocer a Jesús. Si quieres saber cómo es, debes mirar a Jesús: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:17).

Una vez el Señor les enseñó a sus discípulos acerca de su futuro glorioso, del consuelo y de las muchas moradas en el Cielo. Les dijo que vendría para llevarlos allí. Los discípulos, conmovidos, pensaban en lo maravilloso que sería ver la gloria del Padre. Entonces, Felipe se acercó al Señor y le dijo: “…Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. La respuesta de Jesús fue contundente: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Jn. 14:8-9).

Todo lo que Jesús hizo, dijo y representó en la Tierra reveló de manera simultánea al Padre. Conocer a Cristo es conocer a Dios; Jesús es la imagen del Padre. Esto apunta también a su exclusividad: no hay otro camino para llegar a Dios, solo es posible a través de Jesucristo.

En el devocional Believing Deeper [‘Creer más profundo’], David Gooding escribe: “Nunca se ha sabido nada del Padre, del Todopoderoso trascendente, aparte de lo que ha dado a conocer la segunda persona de la Trinidad, el Hijo de Dios […]. Él tiene el monopolio exclusivo de la revelación del Padre” (compárese con Juan 1:18). Solo Jesús es consustancial con Dios Padre; al contrario, no lo son ni María ni Mahoma ni Buda ni los dioses hindúes —tan solo Jesucristo es la imagen del Padre. Un comentario dice: “El Cristo de los cristianos es la persona a la que se le atribuye todo lo atribuible a Dios según la revelación divina”.

La segunda gloria del Señor: el primogénito de la creación
“…el primogénito de toda creación” (Col. 1:15).

Pablo no está afirmando que Jesús fuera la primera creación. Un comentario bíblico explica al respecto: “El lenguaje de Pablo en este versículo y los siguientes no permite tal idea, pues utiliza la palabra protokos (‘primogénito’), no protoktistos (‘primer creado’)”.

El término “primogénito” tiene que ver con la posición de honor, dignidad y rango de nuestro Señor como Hijo del Hombre —Él tiene la primacía en todo. Al igual que como Hijo del Hombre es la imagen del Padre, como primogénito es el más antiguo de toda la creación, el heredero universal.

Cristo es la representación del hombre tal cual Dios quiso que fuera. Es todo lo que Adán, el primer hombre creado a la imagen de Dios, perdió. En Jesús no hubo pecado, fue obediente hasta la muerte y resucitó de entre los muertos. Por lo tanto, es superior a todas las criaturas. Nadie es igual a Él. Ningún ser humano ha sido jamás como Él.

Jesús, como hombre, es el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29), no por haber nacido antes, sino por ser el más antiguo. Los que creyeron en Él están conformados a Su imagen. Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia (Efesios 4:15; Colosenses 1:18). Su resurrección marcó el principio de una nueva creación (2 Corintios 5:17). A Su regreso, y con el establecimiento del reino mesiánico, ocupará el lugar más alto de la creación y recibirá la alabanza angelical (Hebreos 1:6). Él es el soberano de los reyes de la Tierra y el Señor de señores (Apocalipsis 1:5; 17:14). Jesús está sentado en los lugares celestiales, a la diestra de Dios, como Hijo del Hombre (Efesios 1:20). Está sobre todo principado, poder, autoridad y señorío (Efesios 1:21). Todo se somete a Sus pies.

Los ídolos y los dioses pasarán, pero toda rodilla se doblará ante Jesús.

Gerrid Setzer lo expresa así en bibelstudium.de: “Él es el primogénito de toda la creación cuando entró en su creación; él es el primogénito de los muertos cuando murió; él es el primogénito de entre los muertos cuando resucitó; Él será el primogénito cuando venga otra vez; y será el primogénito en la casa paterna entre muchos hermanos”.

La tercera gloria del Señor: el Creador
“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:16).

Cristo no podría ser el creador de todas las cosas sin la esencia de la divinidad (Efesios 3:9). Por tanto, Jesús creó también el tiempo y las edades de este mundo (Hebreos 1:2; Daniel 2:21) y creó además a los ángeles. Si por medio de Él fue creado el principio (el tiempo), entonces Él era antes del principio, es decir, es eterno. Como dice un artículo de Lo que la Biblia enseña(3): “Antes de su obra creadora había llenado ya las inconmensurables edades de eternidades sin principio”.

Por eso leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). Para luego leer: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:1-13; compárese con Hebreos 11:3; Salmos 33:6-9; Apocalipsis 19:13).

Dios estaba en el principio, puesto que no tiene principio. También el Verbo de Dios estaba en el principio. No dice que llegó a ser en el principio, sino que ya era. Por lo tanto, Jesús es el Verbo de Dios (hecho hombre) que por ser Dios no tiene principio.

Ninguna creación llamó al Verbo a la existencia, sino al revés: fue el Verbo quien llamó a todas las cosas a la existencia.

Un centurión se acercó a Jesús para pedirle que sanara a su criado. Su petición fue singular: “…solamente di la palabra, y mi criado sanará” (Mt. 8:8). En tres ocasiones en que Jesús volvió a la vida a personas muertas pronunció frases similares. En primer lugar, dijo a la hija de Jairo: “Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate” (Mr. 5:41). En segundo lugar, dijo al joven de Naín: “Joven, a ti te digo, levántate” (Lc. 7:14). Y en tercer lugar, dijo a Lázaro: “¡Lázaro, ven fuera!” (Jn. 11:43). Así es cómo Jesús llamará un día a la vida eterna y resucitará a todos los muertos que creyeron en Él (Jn. 5:25-28).

Una vez acercaron al Señor a un sordo que apenas podía hablar: “Y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata, es decir: Sé abierto. Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató la ligadura de su lengua, y hablaba bien” (Mr. 7:34-35). Él sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder (Hebreos 1:3). Es probable que Sus palabras más hermosas sean las que dijo en la cruz: “Consumado es” (Jn. 19:30), es decir, pagado por completo, acabado, hecho, completado y concluido.

Todas las cosas han sido creadas por Él y para Él. Por lo tanto, tú fuiste creado para Él. Esta es la razón por la que Cristo te ha redimido. Él es el principio y el fin de la historia. Llegará el momento en que aparecerá con Su reino en gloria, y tendrá un nombre escrito: “el verbo de Dios” (Ap. 19:13).

La cuarta gloria del Señor: el sustentador de todo
“Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17).

Cuanto más profundizan los astrónomos en el universo, más asombrados quedan. Descubren nuevas galaxias que no creían que existían. Dicen los expertos que podría haber trillones de ellas. Si viajáramos a la velocidad de la luz (300,000 km/s) a la galaxia más cercana, demoraríamos unos dos millones de años en llegar. Para que tengamos una mejor idea, si diéramos vueltas a la Tierra a la velocidad de la luz, daríamos casi siete vueltas y media por segundo.

Todo esto ha sido creado por Jesús y todo es sostenido por Él. Esta tierra no está abandonada a su suerte, sino que es mantenida por Jesús junto con el cosmos para conducirla hacia una meta.

Esto significa que tampoco sus redimidos quedarán abandonados a su suerte: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:28). Jesús es el principio y el fin de nuestra fe (Hebreos 12:2). Él comenzó la obra de redención en nosotros y también la perfeccionará hasta el día de Su venida (Filipenses 1:6).

La quinta gloria del Señor: la Cabeza de la Iglesia
“Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Col. 1:18).

Somos el cuerpo de Cristo, por esta razón somos llevados a la plenitud en Él. La cabeza es la máxima autoridad del cuerpo, el control de mando. De ella emanan los impulsos y las órdenes. Dicho de otra manera, la cabeza regula todos los procesos del cuerpo; y así como es importante que el cuerpo sea gobernado por la cabeza, Jesús debe gobernar y controlar a la Iglesia.

En la Carta a los colosenses, el apóstol escribe al respecto: “…para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10); “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Col. 3:5-6); “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros” (Col. 3:8-9).

La sexta gloria del Señor: el primogénito de entre los muertos
“…él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Col. 1:18).

Walter Hümmer dijo: “En Pascua tuvo lugar una explosión de divinidad: no solo se ha removido la piedra de la tumba de Cristo, sino que se ha quebrado la piedra sobre la tumba de este mundo y de todo el cosmos”.

La Biblia nos enseña que habrá una resurrección de los muertos en el día postrero. Sin embargo, existe una antes que esta: la resurrección de entre los muertos. Cuando Jesús resucitó los demás muertos mantuvieron su estado. Que algunas personas particulares fueran arrebatadas a la gloria celestial (Enoc, Moisés, Elías), fue tan solo en vista del poder de la resurrección de Jesús. A su vez, aquellos que Jesús resucitó volvieron a morir (la hija de Jairo, el joven de Naín, Lázaro, Tabita, Eutico, entre otros). 

La resurrección de Jesús de entre los muertos garantiza la resurrección de la Iglesia: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).

Así pues, Jesús tiene la primacía en todo, pues es la cabeza de todo. Si también dejamos que sea el primero en nuestras vidas, en nuestras familias y en nuestras iglesias, entonces seremos vivificados.

La séptima gloria del Señor: toda la plenitud divina
“Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Col. 1:19).

Colosenses 1:15-19 termina como empezó. Al principio enseña que Jesús es la imagen de Dios. En Él vemos, reconocemos y tenemos al Padre, y toda la obra divina de la redención. Ahora, afirma que toda la plenitud divina habita en Cristo. ¿Por qué? Porque Jesús es la imagen perfecta del Padre.

Si tienes a Jesús, tienes a Dios en su forma completa. Cuando oras a Jesús, estás orando a Dios. Y en esta plenitud divina somos perfeccionados. Él es la cabeza y nosotros sus miembros: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:9-10).
Somos llevados a la plenitud en Cristo.

William MacDonald escribe: “Spurgeon nos da una buena definición de esta plenitud. Dice que tenemos: 

1. La plenitud sin la ayuda de las ceremonias judías.

2. La plenitud sin la ayuda de la filosofía.

3. La plenitud sin las invenciones de la superstición.

4. La plenitud sin el mérito humano”.

Un ejemplo de esto es el judío ortodoxo que cree en las verdades del Antiguo Testamento, pero no en Jesús. Esta persona no puede salvarse. Sin embargo, un joven gentil puede encontrar la salvación en Jesús en el Nuevo Testamento, sin conocer el Antiguo. Y aunque el mundo nos tenga en poca estima, somos llevados a la plenitud en Cristo. Los demás podrán tener muchas cosas, pero sin Jesús les faltará lo más importante.

Crisóstomo escribió en el siglo iv: “Si ellos dicen que los apóstoles eran hombres incultos, añadamos a esto y digamos que eran hombres ignorantes, sin estudios, pobres, humildes y sin reputación […]. Estos hombres ignorantes, incultos y sin estudios han dejado fuera de combate a los sabios y a los poderosos, a los tiranos y a los engreídos por causa de su riqueza, honor y otros bienes externos […]. Por lo tanto, es evidente que el poder de la cruz es grande, y que esto no podría haberse hecho mediante el poder humano…”

Cuando el Señor vuelva, estaremos con Él, compartiendo Su gloria: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4); “…a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27).

Es necesario decidir
Como decía el Dr. Theo Lehmann, remitiéndonos al principio de este artículo: “El futuro del mundo está en las manos de Jesús. Las manos que se dejaron traspasar por mí en la cruz. Con esas manos quitó mi culpa. Por eso es bueno saber que también ha tomado en sus manos mi futuro”.

Hemos visto las insondables riquezas que encierra Colosenses 2, revelando las cinco garantías de la redención en la cruz, y Colosenses 1, en las siete glorias de nuestro Señor. ¡Descubre y aprovecha esta eterna posesión que la Carta a los colosenses nos presenta!

Como dice La buena semilla, del 11 de enero de 2023: “Muy pocas personas han llegado a la luna, pero todo hombre puede llegar a Dios por Jesucristo”. Este es un paso que cada uno debe dar por sí mismo.

Leí una vez el anuncio de un gurú financiero que ofrecía la mejor solución a las crisis: “¡Ponga al mejor hombre a su lado! Ahora es el momento”. Un granjero dijo una vez que por muy bien que alimentes a tus vacas, pronto enfermarán si no limpias el establo. Debes arrepentirte y convertirte a Jesús, de eso se trata todo. Como alguien dijo una vez: “La cadena más lamentable es la que por alguna razón no queremos reconocer, y decidimos seguir cargándola”.

Él ha pagado tu gran deuda. Él es tu Creador y quiere llevarte sano y salvo a tu destino. Él da fe de ello en sus siete glorias y en las cinco garantías de la salvación.

(1) Notariate, Grundbuch-und Konkursämter: (15.8.2023).
(2) Sprachenlernen24.de, < grammatiken.de> (16.8.2023).
(3) Eadie; Was die Bibel lehrt.

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