El significado profético del Cordero de Pascua - Parte 2

Norbert Lieth

De la sangre del cordero de Pascua dice en Éxodo 12: “Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. (…) Y tomad un manojo de hisopo, y mojadlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes con la sangre que estará en el lebrillo; y ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana. (…) Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vo-sotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto. (…) Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir” (Éx. 12:7, 22,13, 23).

Dice: “tomarán de la sangre”, de modo que la sangre verdaderamente debía ser utilizada, aplicada, es más, reclamada. No llegaba por sí sola a los postes de las puertas. La fe consistía en la aplicación práctica de la sangre. La sangre era aplicada a los postes de las puertas con un hisopo. Eso nos hace recordar la crucifixión de Jesús, durante la cual sucedió que “estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca” (Jn. 19:29). Ya David oraba: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve” (Sal. 51:9).

“La sangre será señal en vuestras casas”. No era la pertenencia de un judío a su pueblo lo que le traía la salvación; la señal era únicamente la sangre que él había tomado. Si un israelita no hubiera aplicado esa sangre a la puerta de su casa, habría caído bajo el juicio, al igual que los egipcios.

“Cuando vea la sangre”, dijo Dios el Señor. El israelita debía tomar la sangre, y en un acto de fe la debía untar en los postes de la puerta, luego debía retirarse al interior de su casa. Ya no importaba si el israelita veía la sangre, si había hecho todo bien, si aplicó la sangre con suficiente claridad y grosura, si de apuro o con tiempo, todo eso ya no importaba. La sangre se sobreponía a toda duda, a toda inseguridad y miedo que se presentaran.

Había entre los israelitas quizá aún muchas cosas que censurar: había debilidad e incapacidad, muchas cosas aún no eran perfectas, quizás habría unas cuantas cosas en la casa que todavía no habían sido ordenadas, cosas todavía no arregladas, quizá había deudas. No obstante, la seguridad se encontraba sola y únicamente en la sangre, y en el hecho de que Dios había puesto Sus ojos en ella y en nada más.

No dice “cuando te vea”, sino “cuando vea la sangre”. El Dios vivo dijo: “Cuando vea la sangre pasaré de largo y los cuidaré”. Era la sangre de un cordero joven, inocente, sin defecto y puro, el que hacía la diferencia entre salvación y juicio, entre redención y condenación. Cuando Dios miraba esa sangre no veía al israelita pecaminoso que vivía detrás de esa puerta, sino que miraba la sangre y con eso, en cierto sentido, a una persona intachablemente pura, aprobada por Él, y Dios pasaba de largo a esa persona. Ya no había acusación, ni ira de parte de Dios, no había juicio, ni fallo, ni perdición. Martín Buber lo traduce así: “Veo la sangre y los paso por alto”.

Lo que Jesús es para no­sotros tiene su significado y efectividad en la eternidad. “Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre” (Éx. 12:24). En el Nuevo Testamento, eso suena así: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:14).

Esa es la esperanza viva que tenemos los creyentes: a través de la sangre del Cordero de Dios somos santificados de una vez (He. 10:10). ¡Qué diferentes son frente a esto los intentos de santificación del mundo sin Cristo! Por ejemplo, para la emisora televisiva Phoenix, Ingolf Baur contaba sobre una orden budista en Japón, en la que los monjes viven de acuerdo a reglas muy estrictas. Un equipo de televisión acompañó durante cuatro semanas a uno de esos monjes.

Este monje, cada noche, andaba 30 kilómetros en sandalias de paja por los bosques, subiendo montañas y atravesando valles. Cuando fue filmado explicaba que ya era el cuarto año que lo hacía, y que en los próximos tres años quería incrementar la distancia que recorría a 84 kilómetros por noche. Durante gran parte del trayecto debía rezar. Todo esto se trataba de un voto por siete años que debía resistir hasta el final, independientemente de si estaba enfermo o herido, o si se desataba sobre él una tempestad. No podía faltarle ni un solo kilómetro. Y en el caso de que no pudiera cumplir su objetivo, se veía obligado a quitarse la vida; por eso siempre portaba un arma para el suicidio.

¿Por qué lo hacía? Únicamente para la búsqueda de inspiración, en el deseo de crecer más allá de sí mismo, de dejar atrás la concupiscencia, para llegar a ser un santo y para en algún momento poder estar allí para ayudar a otros.

Qué privilegio es entonces, que nosotros podemos mirar al perfecto Cordero de Dios como nuestro sustituto y mediador. En el evangelio de Juan dice: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: ¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! (…) El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: ¡He aquí el Cordero de Dios!” (Jn. 1:29, 35-36). ¡Tenemos el privilegio de poder mirar a Jesús!

William MacDonald cuenta una historia notable relacionada a esto en su libro Un Dios que hace milagros. Él escribe sobre lo que le ocurrió al evangelista George Cutting:

“A veces no podemos sino maravillarnos por la creatividad divina. Dios obra de una manera que hace que nuestra mente se maree. Nos sentiríamos tentados a considerar la historia de George Cutting como inverosímil si no lo conociéramos a él, cuya integridad está más allá de toda duda, y quien no tiene la tendencia ni a exagerar ni a idealizar. Para muchos de nosotros es conocido a través de sus escritos, sobre todo a través del folleto Seguridad, certeza y gozo.

Un día caminaba a través de una pequeña aldea inglesa. De repente sintió la necesidad de exclamar: ‘He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.’ Aparentemente no había nadie cerca como para escucharlo y una exclamación de ese tipo le parecía tonta. Pero Cutting vivía en relación cercana con el Señor de modo que podía percibir la voz del Espíritu Santo. Por lo tanto citó Juan 1:28 en voz alta. Luego le pareció que debía repetir este versículo, y también lo hizo. Seis meses más tarde, se encontraba en dicha aldea para un evangelismo puerta a puerta. Cuando le preguntó a una señora en una de las casitas si era salva, ella le confirmó encantada que pertenecía al Salvador. ‘¿Cómo sucedió eso?’, preguntó él. Ella le contó que hacía seis meses atrás se estaba sintiendo muy mal a causa de sus pecados. Allí, en esa pequeña choza había clamado al Señor por ayuda, y justamente en ese momento escuchó las palabras: ‘He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo’. Ella continuó diciendo: ‘Señor, si Tú lo dices, entonces dilo otra vez’. Y nuevamente escuchó esas palabras maravillosas: ‘He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.’ En esa mañana le fue quitada la carga por sus pecados, y se llenó de paz y gozo a través de la fe en el Cordero de Dios.

Qué maravilloso ser un hombre como George Cutting, quien era sensible a la insistencia del Espíritu de Dios y le obedeció aun cuando eso parecía ridículo y sin sentido”.

“He aquí”: nosotros tenemos algo a lo que podemos mirar, adonde podemos mirar. Hay algo que Dios mismo señala, lo que señalan todos los autores de la Biblia, lo que señala la historia y lo que es señalado por incontables testimonios de personas que han tenido una experiencia con el Cordero de Dios.

“Ese es”: muchos en este mundo no lo son. Filósofos humanos, figuras de salvadores como Buda y Mahoma o la esotérica, ellos no ofrecen vida. ¡Pero Jesús es vida! Todo en este mundo se tambalea, nada trae seguridad definitiva; Jesucristo, sin embargo, es como una roca en el oleaje, quien puede decir de sí mismo: “Yo soy la verdad”.

“Cordero de Dios”: Jesucristo es el Cordero de Dios a la perfección, el regalo de Dios a nosotros. Todos esos millones de corderos de Pascua lo señalan a Él. El éxodo del pueblo judío de Egipto nos da una idea de la salvación de la esclavitud del pecado a través del perfecto Cordero de Dios.

“Que quita los pecados del mundo”: allí se encuentra también nuestro pecado. Con mi pecado puedo ir a Jesús porque Él ya ha cargado con mi culpa. El Padre me perdona todos mis pecados; como juez castigador pasa de largo de mí porque Jesús ya ha cargado con todos los pecados.

No obstante, el Cordero que quita los pecados del mundo también juzgará al mundo por sus pecados. Eso lo vemos en el libro de Apocalipsis. En el capítulo cinco no encuentran a nadie digno de abrir el libro de Dios que es sellado con siete sellos, o de mirar su interior. Pero uno es digno: el Hijo de David, el León de Judá, Jesucristo, quien en esta visión es presentado como el Cordero de Dios. “Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: ‘Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación’” (Ap. 5:9).

Con la apertura de los sellos de este libro comienza el juicio de Dios sobre la tierra (Ap. 6:1). Es la “ira del Cordero”, el “gran día de su ira” (Ap. 6:16,17). ¿Quién es digno entonces de abrir el libro del Apocalipsis y de desencadenar los juicios sobre el mundo? ¡El Cordero de Dios!

Es sumamente inusual (si no imposible) que un cordero se enoje. En Isaías dice sobre el Cordero de Dios (Jesucristo): “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7). No obstante, al final de la Biblia de repente habla de la ira de Dios. ¿Por qué? El Espíritu Santo utiliza esta imagen para mostrar con ella que aquí no es ningún tirano que juzga al mundo, ni un Dios despiadado que no muestra sentimientos, sino alguien que ama a este mundo infinitamente y ha hecho todo para salvarlo. “Porque de tal manera amó Dios el mundo…” (Jn. 3:16).

Los juicios del Cordero serán a nivel mundial, porque la redención del Cordero fue a nivel mundial también. La sangre del cordero en las casas de los israelitas decidía sobre salvación o juicio; la sangre del Cordero Jesucristo decide hoy sobre salvación o juicio. Quien piensa que no necesita de Su sangre ni de Su salvación, un día conocerá la verdad. Pero quien se vale de eso, verá lo que promete Apocalipsis 7:17: “Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap. 7:17).

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad