El significado profético del Cordero de Pascua - Parte 1

Norbert Lieth

“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:7).

Alguien dijo: “Hace más de 1,900 años, un hombre nació en la pobreza. Nunca escribió un libro, ni fundó escuelas, ni reunió un ejército. Sin embargo, hoy una vez a la semana, la marcha de la vida cotidiana se detiene en Su honor. Millones de personas preferirían dar su vida que faltar en su fidelidad a Él”.

Ese es nuestro Señor Jesucristo. Él trajo algo totalmente nuevo: con Él vinieron al mundo la vida, la luz y la redención. Con Él comenzó una nueva era. Por eso Pablo también denominó al Señor Jesús como nuestro Cordero de Pascua. Porque así como Cristo marca un nuevo comienzo, también fue en aquel entonces, para el pueblo de Israel, cuando la institución de la cena de la Pascua marcó un nuevo comienzo. La celebración de la Pascua y el sacrificio del cordero debían hacer que los israelitas recordaran que Dios con mano poderosa los había salvado de la esclavitud de Egipto. La salvación se manifestó para los israelitas esclavizados en Egipto cuando ellos debieron pintar los marcos de las puertas de sus casas con la sangre del cordero sacrificado; y así la muerte pasó de largo de sus primogénitos, pero no de las casas de los egipcios.

En Éxodo 12:1-3, leemos sobre la institución de la fiesta judía de la Pascua: “Habló Jehová a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: ‘Este mes os será principio de los meses; para vosotros será este el primero en los meses del año. Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: en el diez de este mes, tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia’”.

En realidad, los israelitas celebraban el primero de Tishri como Año Nuevo; ese día también es conocido como la fiesta de las trompetas: Rosh ha shanah (según nuestro calendario en septiembre/octubre). Según la tradición judía, esta fecha hacía referencia al comienzo de la creación. En la literatura rabínica, en la Sa’adia del siglo IX, dice al respecto que la curvatura del cuerno (el trombón, es decir, el cuerno de Shofar) simboliza el deber del ser humano de someterse a la autoridad y voluntad de Dios. Roger Liebi explica: “A través de la creación de cielo y tierra, le corresponde a Dios el derecho al predominio real. El tocar el Shofar en la celebración de la creación en Año Nuevo expresa el reconocimiento venerador de ese derecho. Con la redención comienza un nuevo cálculo del tiempo. De este modo, creación y redención van paralelos”.

Con la redención a través del Cordero de la Pascua comenzó para los israelitas un nuevo calendario espiritual, un nuevo cálculo del tiempo. El mes Nisan (marzo/abril) ahora representaba el nuevo comienzo, la nueva etapa, una nueva vida, una nueva historia. Con eso le quedaba claro a cada israelita que el antiguo Egipto, la esclavitud y la opresión quedaban atrás.

Hasta ese momento, ellos fueron los prisioneros sin salida de una tiranía inhumana. Pero ahora ellos eran liberados por Dios, a través de un cordero. Esta experiencia con Dios fue tan importante, que a partir de ese momento, los israelitas debían recordarla en la celebración de la Pascua cada año; de manera similar, la Iglesia conmemora hoy su base de la redención en la repetición de la Santa Cena.

Cada uno de nosotros puede llegar a estos dos puntos: primeramente, el nacimiento normal que todos experimentan; esa es la creación de nuestra vida como nacimiento (creación). Y luego, cuando Jesús como el Cordero de Dios entra en nuestra vida, llega a haber una transformación total, un nuevo comienzo y un nuevo nacimiento. Por eso Pedro compara a los creyentes con niños recién nacidos (1 P. 2:2) y Pablo lo expresa de la siguiente manera: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

Sin Dios todo ser humano es dominado y subyugado; se encuentra bajo el dominio despiadado de un extraño, no es señor de sí mismo, es oprimido, atormentado, perseguido y atado (Ef. 2:1-3). Pero al apoderarse por la fe del Cordero de Dios, llega la liberación.

En aquel tiempo, cuando se instituyó la fiesta de la Pascua, Dios le habló a todo el pueblo de Israel. Se dirigió a cada uno, todos debían ser salvos, como está escrito: “Este mes os será principio de los meses; para vosotros será este el primero en los meses del año. Hablad a toda la congregación de Israel (…) tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia” (Éx. 12:2,3).

Hoy nadie debe pensar que Dios no se dirige a él, que es pasado por alto o que su culpa es demasiado grave. Desde el mejor hasta el peor dentro de una familia, en aquel tiempo todos en el pueblo de Israel necesitaban el Cordero. Hoy, es de la misma manera con respecto a Cristo. ¡Cada persona necesita a Jesús!

En la instrucción para la celebración de la Pascua dice: “Mas si la familia fuere tan pequeña que no baste para comer el cordero, entonces esa familia y el vecino inmediato a su casa tomarán uno” (Éx. 12:4). El cordero siempre debía estar justo: alcanzar para todos y no sobrar.

Si tú eres salvo, ¿eres consciente de que el Señor también tiene en mente a tus vecinos, y que a través de nosotros Él los quiere alcanzar? ¿Qué hacemos en este aspecto por nuestros vecinos? ¿Compartimos el Cordero de Dios con los prójimos en nuestro entorno, al indicarles la salvación que hay en Cristo Jesús?

El cordero que en la fiesta de la Pascua era inmolado en cada casa, debía ser examinado y declarado sin defectos. Éxodo 12:5-6 dice al respecto: “El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”.

El cordero vivía “escondido” entre las demás ovejas hasta el décimo día; en ese momento debía ser tomado, separado del rebaño, y hacia el final del día catorce, debía ser inmolado. ¿Por qué debía hacerse de ese modo? El cordero debía ser perfecto, sin defecto físico, o cualquier otra carencia; debía ser totalmente puro. Durante esos cuatro (según el conteo, cinco) días entre la selección y la inmolación había tiempo para observar y examinar detenidamente al cordero para ver si correspondía a las condiciones que el Señor había prescrito. “Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros (…), será sin defecto” (Lv. 22:20,21).

En lo mencionado más arriba, vemos una imagen de lo que más tarde sería Jesucristo: el 10 de Nisán (cinco días antes de la Pascua) el Señor Jesús entró a Jerusalén (Jn. 12:1,12); eso probablemente haya sido el “Domingo de Ramos”. En los siguientes cuatro días, hasta el 14 de Nisán (jueves), Jesús fue examinado de forma especial por los fariseos, saduceos y escribas, y ellos no hallaron defecto alguno en Él. Sobre esos días dice en el evangelio de Lucas:

“Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador. Y le preguntaron, diciendo (…) Y no pudieron sorprenderle en palabra alguna delante del pueblo, sino que maravillados de su respuesta, callaron. Llegando entonces algunos de los saduceos (…) le preguntaron (…). Respondiéndole algunos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho. Y no osaron preguntarle nada más” (Lc. 20:20-21,26-27,39-40).

En la noche del 14 de Nisán, Jesús celebró la Pascua con Sus discípulos en comunión familiar, y con eso, comenzó su propia muerte: Getsemaní, arresto, tortura, condena y crucifixión. Y en esa noche el Señor, mirando al sufrimiento que se acercaba, instituyó la Cena del Señor como nuevo pacto en Su sangre.

En su Biblia de Estudio y en su libro El asesinato de Jesús, John MacArthur indica que los galileos que vivían en el norte calculaban el tiempo de manera diferente a lo que hacía la gente en el sur de Israel. Esto parece estar documentado por Josefo Flavio, la Mishna (“Repetición”, una colección de tradiciones del judaísmo rabínico) y otras fuentes del judaísmo antiguo. Es así que en el norte se calcula el día de amanecer a amanecer, y en el sur de puesta del sol a puesta del sol. De este modo, el 14 de Nisán se extendía hasta el viernes, y así, tanto el jueves como el viernes podían ser sacrificados los corderos de Pascua. Jesús, como galileo, celebró la Pascua el jueves; la gente de Jerusalén, el viernes (Jn. 18:28; 19:14).

No fue solamente en los días anteriores a Su crucifixión que nuestro Señor Jesús demostró ser perfecto. También los cuatro evangelios pueden ser considerados como una presentación de la impecabilidad de Jesucristo. Hasta Su presentación pública, Él vivía una vida normal entre el pueblo judío, tal como el cordero hasta el décimo día del mes noveno. Y entonces comenzó la aparición pública de nuestro Señor: Él fue apartado. Este tiempo podría ser comparado con el tiempo de escrutinio del cordero de Pascua del décimo hasta el decimocuarto día del mes.

Es interesante ver que el número cuatro (en relación con el tiempo de prueba de cuatro días del cordero de Pascua) también se encuentra en los cuarenta días que el diablo tentara a Jesús (Lc. 4; 10x4=40). Sí, Jesucristo es el Cordero de Dios sin defecto, que nos es presentado en cada uno de los cuatro evangelios. Por eso el Señor Jesús dijo a los judíos: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?” (Jn. 8:46). Y Pedro indica que nosotros hemos sido redimidos “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:19).

También es importante a nivel profético la orden de cuándo había que sacrificar el cordero de Pascua: “Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes (literalmente ‘doble atardecer’)” (Éx. 12:6).

Se trata allí del tiempo entre la puesta del sol y el anochecer, el tiempo entre las 15:00 y las 18:00 horas. Ese era el ‘doble atardecer’. “Sacrificarás la pascua por la tarde a la puesta del sol, a la hora que saliste de Egipto” (Dt.16:6).

Jesús murió a las 15:00 horas; esa era la hora del sacrificio de la tarde (Mr. 15:25, 33, 34). Primero se puso oscuro, y entonces murió el Señor: el primer atardecer. “Cuando era como la hora sexta (12:00), hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena (15:00). Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lc 23:44-46).

El primer atardecer fue el sacrificio del Cordero por los pecados del mundo. El segundo atardecer será la ira del Cordero por los pecados del mundo: el tiempo venidero de la gran tribulación. “Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre no­sotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?’” (Ap. 6:12-17).

De modo que entre los dos atardeceres de la historia de la salvación, entre la crucifixión de Jesucristo y la gran tribulación venidera, se encuentra la era de la Iglesia.

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