El significado del tribunal de Cristo - Parte 2

Mark Hitchcock

Los principios del tribunal: ¿cómo se evaluará?

Otro tema importante es cómo serán evaluados los cristianos cuando estén delante del Señor. La Biblia describe tres formas en cómo Cristo juzgará nuestra vida.

De manera individual
Cada creyente estará solo delante del Señor: «Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo […]. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro. 14:10,12).

En 2 Corintios 5:10 leemos: «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Prestemos atención a cómo Pablo cambia, en este versículo, del plural nosotros al singular cada uno. Cada uno de nosotros deberá comparecer de manera individual ante del Señor.

Erwin Lutzer dramatiza esta escena, diciendo: 

Imagínese que mira a Cristo a la cara. ¡Solo están ustedes dos, frente a frente! Toda su vida está delante de usted. En un instante ve lo mismo que Él ve. No hay secretos. Ninguna posibilidad de presentar algo mejor de lo que ya hizo. Ningún abogado que lo represente. La mirada de Sus ojos lo dice todo. Le guste o no, eso es justamente lo que usted y yo experimentaremos un día.

Imparcial
El Señor no mira la persona: «[…] porque no hay acepción de personas para con Dios» (Ro. 2:11), «Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas» (Col. 3:25). Dios es un juez justo. Delante del tribunal de Cristo, los ricos y los famosos no estarán en condición de renegociar o pagar su fianza. Dios es imparcial. Cada persona será tratada de manera justa.

Todos serán evaluados con la misma medida. No obstante, hay un grupo que recibirá una medida más estricta –aquellos que enseñan la Palabra de Dios y que guían a Su pueblo. Santiago 3:1 dice: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vo­sotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (véase Hebreos 13:17). Escuché a alguien decir: «cuando usted haga fila delante del tribunal, mire bien, si en ella son todos predicadores, es mejor que se busque una fila diferente: será más rápido». Así es. Los que enseñan la Palabra de Dios son medidos según un estándar más alto, basándose sobre todo en dos preguntas: 

1) ¿Han enseñado lo correcto? 

2) ¿Lo han practicado en su vida?

Jesús enseñó: «De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos» (Mt. 5:19). Note que Jesús dijo quien «haga y enseñe» la Palabra de Dios será llamado grande en su reino. Ese es un gran desafío para todos aquellos que enseñan la Palabra de Dios a otros. Todo maestro de Biblia y todo pastor debería tomar en serio estas palabras aleccionadoras.

La imparcialidad del Señor considerará también cuánto tiempo hacía que éramos salvos y cuáles eran las posibilidades, medios y capacidades que teníamos a disposición (Mateo 20:1-16).

Exhaustivo
Nuestra evaluación ante el tribunal incluirá todo. El examinador divino no pasará nada por alto. Su sentencia será minuciosa e incluirá todas nuestras obras (acciones) y por qué las hicimos (motivación). En relación a la recompensa, la Biblia dice claramente que a Dios le importa de igual manera tanto el porqué, el qué y el cómo de nuestro servicio. Nada se le escapará al ojo examinador del Salvador: «Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (He. 4:13).

La pregunta 91 del Catecismo de Heidelberg enfatiza lo importante que son nuestras motivaciones para el Señor.

Pregunta: ¿y cuáles son las buenas obras? Respuesta: Solo las que fueron hechas a partir de la verdadera fe, según la ley de Dios para Su gloria; y no las que se basan en nuestra discreción o en estatutos humanos.

Este catecismo enfatiza un punto importante: para que las obras puedan ser llamadas buenas, deben ser hechas para la gloria de Dios.

Es claro que las motivaciones son importantes ante el tribunal: «Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios» (1 Co. 4:5).

Existen muchas malas motivaciones que ensucian nuestras acciones. Podemos servir a Dios y a otros humanos guiados por la ganancia personal, o desde una postura interesada y orgullosa. Jesús conoce cada uno de nuestros motivos. Él sabe por qué hacemos lo que hacemos.

Me gusta la historia del ladrón que, entrada la madrugada, logró introducirse en una casa. Pensando que no había nadie, caminó en puntas de pie por la sala cuando, de repente, una potente voz lo dejó petrificado: 

–¡Jesús te ve! –después de hacerse de nuevo el silencio, comenzó una y otra vez a rugir–, ¡Jesús te ve!, ¡Jesús te ve!

El ladrón quedó de una pieza. Con pánico, comenzó a mirar a su alrededor, hasta que vio en un oscuro rincón una jaula con un papagayo. 

–¿Fuiste tú quien gritó «¡Jesús te ve!»? –le preguntó el ladrón. 

–Sí –contestó el papagayo. 

El ladrón suspiró con alivio y sintiéndose seguro, le volvió a preguntar: 

–¿Cómo te llamas? 

–Moisés –respondió el pájaro.

–Ese es un nombre estúpido para un papagayo –se burló el ladrón. –¿Quién fue el idiota que te bautizó Moisés?

A lo que el papagayo le respondió: 

–El mismo idiota que llamó Jesús al rottweiler. ¡Agárralo, Jesús!

El papagayo tenía razón: ¡Jesús lo está viendo! Él me ve también a mí. Él nos ve, y además, nos conoce.

Dios no evalúa el libro de nuestra vida por la portada, sino que lee página por página, además de las notas al pie.

El término «comparecer ante el tribunal» en 2 Corintios 5:10 nos revela que no se trata tan solo de presentarnos ante el tribunal de Cristo, sino que el Señor nos «pondrá de cabeza». Cada motivo escondido, cada pensamiento y cada acción en el servicio para Cristo serán descubiertos.

Seremos totalmente expuestos ante el béma. El Señor conoce los motivos de nuestro corazón. Primera Corintios 4:5 es muy claro en este sentido: «[…] hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios».

Jesús enfatizó la importancia de nuestras motivaciones en la adjudicación de nuestra recompensa: 

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa […]. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa […]. Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mt. 6:1-2, 5, 16.

Las palabras «ya tienen», repetidas tres veces por Jesús, son la traducción de un término griego, cuyo significado es «completamente pagado», es decir, haber recibido el importe completo del pago. Lo que quiere decir el Señor es que, si servimos a Dios para recibir elogios y honores de parte de otros, mejor disfrutemos ese reconocimiento, porque no habrá más paga que esa para no­sotros. Jesús evaluará nuestras motivaciones. Él ve todo con completa claridad.

Todos los comportamientos, servicios y motivaciones del creyente serán ante el tribunal puestos de cabeza y bajo la luz verdadera. Tal vez logremos engañar a otras personas con respecto a las motivaciones por las cuales servimos, haciéndoles creer que hacemos grandes cosas para Dios, sin embargo, Dios no puede ser burlado. Él sabe qué y por qué hacemos algo. Su recompensa está basada en una evaluación íntegra de nuestros hechos y actitudes. Muchos de los que pensamos que recibirán gran recompensa en el cielo, tendrán que conformarse con poco, y viceversa. Hacemos bien en recordar las palabras de Jesús en Mateo 20:16: «Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».

Dios nos mira desde arriba y a través de nosotros. Nadie podrá decir que ha recibido menos de lo que le corresponde o que Dios ha pasado algo por alto. El veredicto será minucioso y lo abarcará todo.

El propósito del tribunal: ¿para qué?

El propósito del tribunal de Cristo no es determinar si las personas irán al cielo o al infierno, o si serán castigados por su pecado. El destino eterno de una persona es determinado por la creencia o descreencia en Jesucristo como el que le salva de sus pecados. La pregunta acerca del lugar en que pasaremos la eternidad ni siquiera es presentada. La Palabra de Dios es clara en que sus hijos nunca serán juzgados por sus pecados. Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Jn. 5:24). Pablo escribe: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1). La Escritura dice, además, que nuestros pecados fueron perdonados, borrados y echados en lo más profundo del mar. Entonces, ¿será que la Biblia está diciendo que los creyentes nunca sufrirán por sus pecados, pero que de todas formas los tendremos que volver a ver ante el tribunal?

El teólogo Anthony Hoekema responde a esto con un claro «sí». Él pregunta: «¿cómo pueden ser reveladas las acciones de los creyentes sin que aparezcan pecados y errores?». A continuación, agrega la siguiente limitación: «Pero –y ese es el punto decisivo– los pecados y errores de los creyentes surgirán como pecados perdonados, cuya culpa ya fue saldada completamente por la sangre de Jesucristo. Por eso […] no tienen nada que temer de ese tribunal».

En lo personal, no creo que volvamos a ver nuestros pecados ante el tribunal de Cristo, ni siquiera como pecados perdonados. Sea como fuere, la Biblia dice de forma inequívoca que no seremos castigados por nuestros pecados. Si a un hijo de Dios se le pudiera demandar judicialmente, así fuera por un solo pecado, la obra de Cristo no sería completa. Toda nuestra salvación descansa en la persona y obra de Cristo en nuestro lugar. El tribunal no refiere a la salvación, sino a la recompensa: la primera es por la obra de Cristo en nosotros (Efesios 2:8-9), mientras que la segunda se basa en nuestras obras para Cristo.

Dicho de otra forma, el propósito del tribunal no es condenarnos, sino evaluarnos –no para castigarnos, sino para elogiarnos–. El fin único del tribunal es examinar y recompensar. La fidelidad será recompensada generosamente, mientras que la infidelidad quedará sin recompensa. El propósito principal del tribunal es exponer la vida y el servicio del cristiano, examinándolo y recompensándolo por aquello que Dios considera digno de ser galardonado.

Un dicho irónico dice: «Ninguna buena acción quedará sin castigo». En el Señor, es absolutamente lo contario: «Ninguna buena acción quedará sin recompensa». El Señor omnisciente, que todo lo ve, nos examinará y nos recompensará con justicia: «Su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno» (1 Co. 3:13).

Jesús examinará y evaluará nuestra fidelidad según las capacidades y posibilidades que Dios nos ha dado. Se dice que nuestras obras –sean buenas o malas– son como un montón de latas atadas a la cola de un perro: no podemos escapar de ellas, no podemos sacudírnoslas, sino que nos seguirán hasta el béma de Cristo.

En 2 Corintios 5:10 se mencionan tanto las buenas obras de los creyentes como las malas. Sabemos que se trata las buenas obras, pero ¿cuáles son las malas? La palabra griega traducida como malas es phaulos, lo que en realidad significa «malo» en el sentido de «sin valor» y no de maldad. Como ya hemos visto, ante el tribunal de Cristo nuestros pecados no tendrán cabida, pues fueron pagados en la cruz. De modo que, si estas malas obras no son pecados, ¿qué son? Podríamos llamarlas obras buenas malas. Lo que las hace malas o sin valor es una motivación errada. No son dignas de recibir recompensa, porque fueron hechas por el motivo equivocado. Estas son «la madera, el heno y la paja» de 1 Corintios 3:12. Las obras malas, examinadas ante el tribunal, son acciones correctas realizadas de manera incorrecta. Nuestras manos y nuestro corazón deben trabajar juntos.

En el tribunal de Cristo, se hará realidad el antiguo dicho: «Cada uno deberá cargar con las consecuencias de sus acciones».

Fidelidad en cada detalle
El famoso compositor Oscar Hammerstein contó la historia de cuando «vio una imagen que mostraba la cabeza de la estatua de la Libertad desde arriba, tomada desde un helicóptero». Hammerstein quedó atónito por todo el esfuerzo que se había puesto en los detalles del peinado de la dama. Se le ocurrió que el escultor nunca podría haberse imaginado, ni en sueños, que un día sobrevolarían la estatua para ver la parte mejor escondida de su obra. Sin embargo, dedicó la misma atención a los detalles en su cabeza que la destinada para los brazos y piernas. En su libro Lyrics, Hammerstein escribió: 

Cuando uno crea una obra de arte o hace cualquier otro tipo de trabajo, debe terminar la tarea de manera decente. Nunca se sabe cuándo un helicóptero, u otro instrumento todavía no inventado, llegue y te descubra.

El Señor no necesita un helicóptero. Él lo ve todo –lo grande y lo pequeño–, lo secreto, lo invisible, lo que escondemos delante de otras personas. Dios lo ve y lo recuerda. Nada queda fuera de su mirada (Hebreos 4:13). Todos los días mira hacia abajo y ve lo que hacemos, pensamos y decimos. Por esta razón, debemos dar lo mejor para Él, sabiendo que, en todo tiempo, el Espíritu Santo nos capacita para esto.

Puede que otros no vean el trabajo arduo y los detalles detrás de cada esfuerzo, pero Dios los conoce, y un día nuestro esmero saldrá a luz. Él nos recompensará por cada obra fiel que hayamos hecho para Su gloria, no importando lo pequeña que pueda ser: «Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Mr. 9:41).

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