El sentir de un siervo (Filipenses 2:25-30)

Fredy Peter

Sin embargo, también creí necesario enviarles a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, y su mensajero y suministrador de mis necesidades, ya que él los añoraba a todos ustedes y estaba angustiado porque habían oído que él estaba enfermo. Pues en verdad estuvo enfermo de muerte, pero Dios tuvo misericordia de él; y no solamente de él sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza. Por lo tanto, lo envío con más urgencia, para que se vuelvan a gozar al verlo y yo esté libre de preocupación. Recíbanlo, pues, en el Señor con todo gozo y tengan en alta estima a hombres como él; porque a causa de la obra de Cristo estuvo cercano a la muerte, arriesgando su vida para completar lo que faltaba en el servicio de ustedes a mi favor.” Filipenses 2:25-30

Los últimos seis versículos de Filipenses 2 pertenecen a un capítulo que muy bien podríamos titular como el “capítulo del sentir”. Pablo escribe como introducción: “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:2-4). Luego nos da cuatro ejemplos de este sentir: en los versículos 5 al 11, Pablo nos muestra el ejemplo mayor en la humillación voluntaria y entrega total del Señor Jesucristo. Luego vemos en los versículos 17 al 18 el sentir del propio apóstol; y en los versículos 19 a 24, se nos describe el sentir de Timoteo: “Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío y que esté sinceramente interesado en vuestro bienestar” (Fil. 2:20).

Quizás nos digamos: “Nunca voy a poder llegar a ser como...”:

...Jesucristo –el incomparable Hijo de Dios, el Cordero de Dios sin pecado

...Pablo –el apóstol de Jesucristo superdotado con un excepcional llamado

...Timoteo –el consagrado y privilegiado discípulo de Pablo

Para hacer desaparecer nuestro desánimo y callar nuestras excusas, Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos da un cuarto ejemplo con el cual sí podemos identificarnos y el cual deberíamos (y podemos) imitar.

Los versículos 25 al 30 nos muestran el sentir de un hombre sencillo y hasta el momento desconocido, lleno de amor, desinterés y entrega: “Mas tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades” (Fil. 2:25).

De Epafrodito no sabemos nada, salvo la información que nos da la carta a los Filipenses. Muchos intérpretes suponen que el envío de Epafrodito fue una de las razones principales por la cual Pablo escribió la carta a los filipenses y que, además, Epafrodito la llevó personalmente. No confundamos a Epafrodito con Epafras, a quien encontramos en las cartas a los Colosenses y a Filemón (comp. Col. 1:7; 4:12). A pesar de que Epafras es la forma abreviada de Epafrodito, no encajan ni los lugares ni las circunstancias. Se sabe, además, que Epafrodito era un nombre muy usado en el primer siglo.

Literalmente, Epafrodito sig­nifica “dedicado a Afrodita”. Afrodita era la diosa de la belleza y del amor, entre los romanos también conocida como Venus. Más tarde, el nombre también recibió el significado de “encantador”, “hermoso” o “atractivo”. Como veremos más adelante, estas características encajan muy bien con el carácter de Epafrodito,

Epafrodito se crió en el entorno pagano de Filipos. Solamente un padre no cristiano le daría a su hijo el nombre Epafrodito. Por lo tanto, él tuvo, al menos durante su infancia, padres que no creían en Dios. No había nada de lo cual pudiese estar orgulloso o a lo cual pudiese hacer referencia, que le hubiera dado alguna fama. ¿Es una descripción también de nuestra situación?

Pero ¿qué hace entonces de este Epafrodito alguien tan digno de mencionar? Pablo lo describe con cinco expresiones, haciendo una descripción cálida y cariñosa, un poderoso testimonio.

En primer lugar, el apóstol caracteriza a Epafrodito como “mi hermano”. Con esto, Pablo expresa su afecto y profundo apego. Vivían la misma fe en el mismo Señor y Salvador. A pesar de todas las diferencias, Jesucristo los hacía uno.

La segunda descripción expresa reconocimiento por la actitud servicial y el trabajo de Epafrodito. Pablo lo llama “colaborador”. El apóstol podía trabajar excepcionalmente bien con él en la predicación y propagación del Evangelio. Servían juntos por la misma causa y hacia la misma meta.

Como tercer punto, Pablo habla de Epafrodito incluso como su “compañero de milicia”. Esto expresa identificación y unanimidad en la defensa y lucha por la misma verdad. Eran compañeros en la misma guerra.

¡Qué gran testimonio: hermano, colaborador, compañero de milicia…! Epafrodito no era ningún minimalista, haciendo solamente lo imprescindible, sino un maximalista que, con generosidad y dedicación, servía al Señor en beneficio del más grande y más eficaz misionero de todos los tiempos. Y no­sotros, ¿también somos hermanos, colaboradores y compañeros de milicia, con este sentir servicial en el diario vivir y en el ministerio, en la familia y en la comunidad?

Como cuarta cualidad, Pablo describe a Epafrodito como “vuestro mensajero”. En griego, aquí se usa la palabra apostolos, lo que significa “enviado”. Él no era apóstol de Jesucristo como Pablo, que había sido elegido y llamado de una manera extraordinaria, sino simplemente un enviado de la iglesia de Filipos. Ella lo había elegido para que llevara una ofrenda de amor al apóstol, que estaba encarcelado en Roma en prisión preventiva.

En Filipenses 4:18, Pablo confirma con gran gozo la recepción de esta ofrenda: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”.

Para llegar de Filipos a Roma, Epafrodito primero tenía que cruzar Macedonia por la conexión este-oeste, la llamada Vía Egnatia. Luego llegaba al mar Adriático en la actual Albania, cruzaba el mar cerca de Durrës o de Apollonia, y probablemente llegaba a la costa italiana en la región de la actual ciudad de Brindisi. A continuación, su camino lo llevaba a través de la famosa Vía Appia hasta el destino. En total, unos 1,100 kilómetros de enorme esfuerzo, y con una gran cantidad de dinero para Pablo en su equipaje. ¡Qué hombre valiente y perseverante!

Como la iglesia de Filipos no podía llegar hasta Pablo, ellos mandaron a Epafrodito. Imaginémonos: si nadie se hubiera declarado dispuesto a llevar la ofrenda, la buena obra de los filipenses habría quedado inconclusa…

Finalmente, en quinto lugar, Pablo caracteriza a Epafrodito como “vuestro… ministrador de mis necesidades”. Epafrodito no se sentía tan importante como para no hacer los trabajos más sencillos, insignificantes, duros y monótonos en su servicio a Pablo. Dios lo vio y honró a este hombre con un buen testimonio gracias al cual, desde hace ya 2000 años, cada lector de la Biblia conoce a Epafrodito. ¿No es conmovedor?

La palabra griega leitourgos, traducida como “ministrador”, se utilizaba en aquel entonces para los grandes bienhechores de la sociedad, quienes se comprometían con buenas obras y las financiaban con sus propios medios.

¡Qué hermano, colaborador, compañero de milicia, mensajero y ministrador habían elegido los filipenses para apoyar al apóstol Pablo en sus horas más oscuras! Habían designado al más afectuoso, dedicado y valiente. Pero esto no es todo, pues a continuación, Pablo describe la compasión de Epafrodito. La razón por la cual Pablo consideraba “necesario enviar” a Epafrodito, era la gran compasión de este siervo por los filipenses: “Él tenía gran deseo de veros a todos vosotros, y gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado”, leemos en Filipenses 2:26.

Quizás estaba muy preocupado pensando que su amada iglesia y sus familiares creían que había muerto. En las grandes rutas comerciales romanas, había un denso tráfico, y los rumores volaban de un lugar para el otro.

La palabra griega traducida aquí como “se angustió”, la encontramos solamente en los Evangelios de Mateo y de Marcos, y en ambos casos, se utiliza exclusivamente para describir la dramática lucha de Jesús en el huerto de Getsemaní, antes de Su detención: “(Jesús) comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (Mt. 26:37; comp. también Mr. 14:33). Epafrodito ya casi no soportaba la angustia de pensar que los filipenses se estarían preocupando por él. ¡Qué bueno sería si todos llegáramos a ser hermanos con el sentir de Epafrodito!

La manera en la que Pablo prepara el regreso de Epafrodito es un ejemplo de comunicación clara, prudente y también llena de amor: “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza” (Fil. 2:27).

¿Se habrá debilitado Epafrodito en el largo y dificultoso camino y durante el viaje en barco, especialmente difícil en primavera y en otoño? ¿Sufrió quizás de la así llamada “fiebre romana”, que afectaba regularmente a la ciudad de Roma en forma de epidemias? No lo sabemos, pero el hecho fue que Epafrodito estuvo cerca de la muerte.

Constatamos con asombro que, incluso en la presencia de un apóstol en cuyo ministerio habían ocurrido grandes señales y milagros de sanidad, era posible que se enfermaran los amigos más cercanos. ¿Dónde quedaba la valiente oración de fe? Podríamos preguntar: “Pablo, ¿por qué no aplicaste tu don de sanidad?”. Posiblemente, Pablo no lo aplicó porque los dones milagrosos ya no se manifestaban de la misma manera que antes. Los milagros habían sido, en primer lugar, señales de confirmación del Evangelio. Pero el fundamento ya había sido puesto, se habían establecido iglesias en muchos lugares, y el Evangelio se expandía.

Dios permite enfermedades en las vidas de los creyentes e incluso en Sus siervos más consagrados, sin que esto tenga algo que ver con pecado. Muchas situaciones nos sirven de corrección y educación, otras son pruebas y desafíos que Dios usa. “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28), pero a pesar de este conocimiento nos preocupamos, nos cuestionamos o sentimos “angustia”, como Pablo durante el probablemente largo proceso de sanidad de Epafrodito.

No permitamos que nos confundan con falsas promesas de sanidad, pues es importante que nos movamos sobre el fundamento de la sana doctrina del Nuevo Testamento. Wilfried Plock formuló tres sencillos principios sobre los cuales se basa la oración de fe:

1) La fe dice: “Señor, tú puedes” (comp. Mateo 8:2).

2) El respeto añade: “…si quieres” (Mateo 8:2). Es decir: no estás obligado a hacerlo.

3) La humildad agrega: “Y si lo haces, yo no soy digno de ello” (comp. Mateo 8:8).

Aquí y ahora vemos muchos problemas de enfermedad, los cuales claramente son permitidos por el Señor. Asimismo, lo vemos en la vida de Job (cap. 3), y de esta manera también lo experimentó el apóstol Pablo. Sin embargo, hay algo que creemos con gran certeza: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentado más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).

Precisamente esto pudo experimentar Pablo con respecto al sufrimiento de su siervo Epafrodito: “Pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza”, dice en Filipenses 2:27.

Luego continúa: “Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza” (v. 28). Pablo podría haber dicho: “Vamos, Epafrodito, no te hagas el hipersensible. Respeto tus sentimientos por los filipenses, pero no exageres. Yo soy prisionero aquí, sufro en la cárcel y necesito tu servicio”. ¡Pero no lo hizo! A pesar de sus propias tristezas, Pablo nunca olvidaba las preocupaciones y los sufrimientos de los demás. Y quizás fue justamente esta abnegada actitud del corazón de Pablo la que le sirvió de ejemplo a Epafrodito y le hizo actuar de la misma manera.

Epafrodito no había fracasado ni se había hecho inútil en el servicio. Pablo no quería dejar ninguna sombra de duda con respecto a su inesperado regreso. Nadie es un fracasado porque suspende su ministerio por razones de salud o porque se ha gastado en el servicio para Jesús. Dios conoce nuestras motivaciones y todos nuestros hechos, y esto vale también para todo lo que hacemos con desinterés y sin que nadie lo vea: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (He. 6:10).

A pesar de esto, era importante que los filipenses fueran informados del increíble servicio desinteresado de Epafrodito. Por eso, Pablo les dice: “Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él; porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí” (Fil. 2:29-30).

En el servicio a Pablo, Epafrodito hizo más de lo que se le ordenó. Puso en peligro su vida; tomó tan en serio la misión que le había sido encomendada por su iglesia y en representación de ella, que se gastó en el servicio. Ahora entendemos quizás un poco mejor por qué las acepciones posteriores de su nombre, como “amable” y “atractivo”, van muy bien con el carácter de este hombre.

Estos versículos nos dan una maravillosa descripción del carácter, de la compasión, del sufrimiento y del desinterés de un consagrado siervo de Jesucristo y nos dan un ejemplo de cómo comportarnos con él. No honremos el éxito ni el poder, la riqueza o la belleza, sino más bien demos honra a los siervos y mensajeros de Dios. También debemos reconocer el trabajo y el esfuerzo de un siervo cuando su manera de actuar no se corresponde exactamente con nuestros planes e ideas. “Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él”, nos exhorta Pablo en el versículo 29.

¿Cómo tratamos a los siervos y mensajeros? Y ¿de qué manera somos nosotros mismos siervos y mensajeros? ¡La Iglesia necesita hermanos y hermanas con el sentir que tenía Epafrodito! Dios nos dé a todos gracia para lograrlo.

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad