El Señor me mostró - Parte 2

Fredy Peter

3. ¿Quiénes son guiados por el Espíritu Santo?

Romanos 8:14 es claro al respecto: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (negrilla agregada por el autor).

El contexto de Romanos 8 habla de certeza y confianza. Esta es una de las respuestas más concisas de toda la Biblia a la pregunta ¿quién es en verdad un hijo de Dios?

Pongamos el ejemplo de alguien que no sabe con exactitud cuándo nació de nuevo, ¿es preciso saber la fecha exacta? ¡Claro que no! Un niño que no sabe la fecha de su cumpleaños, pero vive, es probable que haya nacido alguna vez, ¿no es cierto?

Este es el caso de los hijos de Dios. Este nuevo nacimiento se manifiesta por la guía del Espíritu Santo en tu vida. El que es guiado por el Espíritu de Dios es un hijo o una hija de Dios. Todos, sin excepción.

En el griego de las Sagradas Escrituras, se utiliza aquí un tiempo presente, poniendo el enfoque en una continua e incesante guía. Es decir, que no hace referencia a una experiencia puntual en el pasado, sino a una guía presente y constante, o sea, a una vida formándose por el Espíritu Santo. Por otro lado, la declaración de Pablo deja en claro que no todas las personas son hijos de Dios.

Querido amigo, pregúntate a ti mismo:

– ¿Tu conducta prueba que eres un hijo de Dios?
– ¿Tal vez lo hace la asistencia a las reuniones de tu iglesia?
– ¿Tiene que ver con la lectura de la Biblia?
– ¿O se trata de seguir tu conciencia?

Bueno, todo esto puede ser una prueba de ello, aunque no necesariamente. Solo aquel que es guiado por el Espíritu de Dios, es un hijo de Dios. A causa de que Dios nos ha creado, cada ser humano es su criatura. Hemos sido hechos a su semejanza. Tenemos las habilidades que Él tiene de pensar, amar y hablar. Pero no somos divinos, ya que no poseemos su misma esencia, naturaleza o vida, la cual es inherente a Dios.

Como consecuencia de la innata y heredada naturaleza pecaminosa, muchos rasgos divinos en nosotros se han corrompido. Por esta razón, el hombre natural no es un hijo de Dios, sino que por el contrario resulta ser su enemigo. Proverbios 15:8-9 dice: “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová. El camino del impío es abominación a Jehová”.

Notemos lo que Pablo enseña en Romanos 3:10-12: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.

Todo lo que Dios hace en la vida del hombre natural, a pesar de su condición, es un acto de gracia anticipada que consiste en que el Espíritu Santo convence al hombre de su pecaminosidad y lo lleva a Jesús. Como seres humanos, podemos crear muchas cosas, por ejemplo, un robot. Pero esto no es un hombre, sino algo que se le parece, en el mejor de los casos. Solo lo que es engendrado como hombre, es hombre. Un ser humano engendrado es hijo de otro ser humano y, por ende, lleva consigo la naturaleza del hombre.

De igual manera es con Dios. Solo lo que es nacido de Dios es divino, eterno y sin pecado. Para poder vivir en el cielo por la eternidad, y en completa santidad con Dios luego de nuestra muerte, necesitamos Su vida en nosotros. Y eso es precisamente lo que recibimos al nacer de Dios.

Jesús describe este proceso de forma concreta en Juan 3:3: “[…] el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.

Este renacimiento es efectuado por el Espíritu Santo en aquellas personas que reconocen su propia perdición, desesperación e incapacidad frente a Dios y ponen su confianza en el perdón de los pecados que Jesús hizo posible por medio de su muerte en la cruz.

Este es el milagro que experimenta todo aquel que se vuelve a Dios, Él nos da un corazón nuevo, un nuevo sentir y una nueva identidad familiar: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Todo esto sucede en un momento a través del Espíritu Santo. Él obra en nosotros de siete maneras:

1. Recepción del Espíritu (Gálatas 3:2): un don gratuito del Señor, no como respuesta a nuestros méritos.

2. El renacimiento por el Espíritu (Juan 3:3-5): es obra de Dios para vida eterna.

3. La morada del Espíritu en el creyente (1 Corintios 6:19): la presencia constante de Dios, Su ayuda y Su obrar en nosotros.

4. El sello del Espíritu (2 Corintios 1:22): protección y preservación.

5. La garantía o las arras del Espíritu (2 Corintios 1:22): la certeza de que Dios guardará nuestra herencia.

6. La unción del Espíritu (2 Corintios 1:21): capacitación para el servicio.

7. El bautismo por el Espíritu (1 Corintios 12:13): la unión de todos los creyentes en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Todos estos son dones incomprensibles de la gracia del Señor: no hemos contribuido en nada para obtenerlos. La conversión y el renacimiento son las grandes obras del Espíritu Santo, pero su ministerio no termina allí.

Se nos fueron dados dones espirituales para todo tipo de servicio y, al mismo tiempo, el Espíritu Santo despliega en nuestros corazones el fruto del Espíritu con sus nueve manifestaciones. Gálatas 5:22-23 las describe: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.

Tal vez alguien se esté preguntando: ¿qué sucede con la llenura del Espíritu? Esta también es una obra especial del Espíritu Santo, pero no sucede una sola vez en la vida, sino que ¡debe ser renovada constantemente, dependiendo en todo de nuestra fe y obediencia! Esta es la razón de la exhortación explícita de Pablo en Efesios 5:18: “Antes bien sed llenos del Espíritu”.

¿Cómo experimentar su guía e instrucción?

4. ¿Qué nos muestra o cómo nos dirige el Espíritu Santo?

La gran confusión actual en cuanto a la obra y persona del Espíritu Santo es el resultado de una falsa comprensión de su ministerio. En su servicio a no­sotros, el Espíritu Santo actúa como el Espíritu de adopción, recibiéndonos como hijos. Pablo lo dice de esta manera en Romanos 8:15: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”.

En nuestro tiempo, la adopción es estigmatizada, pero en la antigüedad era muy diferente: resultaba un privilegio que alguien fuera elegido como hijo. Por ejemplo, en la cultura romana, cuando se adoptaba a una persona, esta perdía todos los derechos y deberes hacia su antigua familia, a cambio, recibía todos los derechos y privilegios de la nueva. Esto es exactamente lo que sucede cuando somos adoptados por Dios a través del nuevo nacimiento.

James I. Packer escribió lo siguiente:

[…] el reconocimiento de que el Espíritu nos viene como Espíritu de adopción constituye el pensamiento clave para descubrir todo lo que el Nuevo Testamento nos explica en cuanto a su ministerio para con el cristiano.

Desde el punto de vista que nos proporciona este pensamiento central, vemos que la obra del Espíritu tiene tres aspectos.

En primer lugar, nos hace y nos mantiene conscientes –a veces en forma vívidamente consciente, [y] siempre en alguna medida, aun cuando nuestra vieja naturaleza nos incita a negarlo– de que somos hijos de Dios por gracia pura mediante Cristo Jesús. Esta es la obra que consiste en darnos fe, seguridad, y gozo.

En segundo lugar, nos ayuda ver a Dios como un padre y a mostrar hacia Él esa confianza respetuosa e ilimitada que es natural en hijos que se sienten seguros en el amor de un padre al que adoran. Esta es la obra que consiste en hacemos exclamar “Abba, Padre” –esta exclamación expresa la convicción[–].

En tercer lugar, nos impulsa a actuar de conformidad con nuestra posición como hijos de la realeza, manifestando la semejanza de ­familia (es decir, conformándonos a Cristo), y promoviendo el honor de la familia (es decir, buscando la gloria de Dios). Esta es la obra de santificación […].

De modo que no es cuando nos esforzamos por sentir cosas o tener experiencias, de cualquier tipo, que la realidad del ministerio del Espíritu se hace visible en nuestra vida, sino cuando buscamos a Dios mismo, buscándolo como nuestro Padre, atesorando su comunión, y descubriendo en nosotros mismos un creciente deseo de conocerlo y serle agradables. Este es el conocimiento que tanto necesitamos para salir del atolladero de los conceptos no espirituales sobre el Espíritu, en el que tantas personas se encuentran envueltas en el día de hoy.

James I. Packer, Hacia el conocimiento de Dios, Logoi, p. 140 y 141.

Estos pensamientos arrojan más luz a Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”.

La guía espiritual también es pasiva. No nos autoguiamos, sino que los hijos de Dios son guiados por Él.

Podemos encontrar además otro aspecto de la guía del Espíritu en 2 Corintios 3:17: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Su dirección no es coercitiva ni coactiva. ¡Nada de ser obligado! ¡Nada de esclavitud!

El Espíritu Santo nos guía:

– Como un maestro que guía a sus alumnos.
– Como un capitán que dirige su barco a puerto seguro.
– Como un pastor a sus ovejas –apreciamos en este ejemplo ¡el mismo carácter del Señor Jesús!–.

Él guía nuestro camino hacia el hogar celestial. No con violencia, sino por medio de la persuasión, amonestándonos y atrayéndonos con cuerdas de amor. Por supuesto, el impulso del Espíritu en nosotros puede ser fuerte, pero nunca compulsivo o dominante, como es característico de algunas religiones, pero no del Dios vivo.

No nos guía como prisioneros encadenados, sino como liberados, atraídos a Él con cuerdas de amor; no somos arreados como bestias, sino guiados como personas dotadas de razón. Su guía es por medio de la iluminación de nuestro entendimiento y la motivación de nuestra voluntad.

En Juan 14:21, Jesús dice: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Esta manifestación de Jesús es obra del Espíritu Santo.

Hay dos asuntos aquí que llaman nuestra atención: primero, están involucradas en este proceso las tres personas de la Trinidad. En segundo lugar, los mandamientos, es decir, la Palabra de Dios, juegan un papel clave y absoluto en la guía de Dios.

Me gustaría subrayar esto de forma rotunda: no existe una guía interior del Espíritu Santo independiente de la Palabra escrita. Él es el Espíritu de verdad (Juan 14:17), que inspiró la Palabra de verdad (Efesios 1:13) y, por lo tanto, nos guiará a toda la verdad (Juan 16:13).

¿Cómo podría el Espíritu desviarse de la Palabra? Es imposible. ¡Este es un principio de suma importancia para entender la guía del Espíritu!

Por este motivo, Pablo ora por el alumbramiento de los ojos del entendimiento (Efesios 1:18) –en lugar de hacerlo por ostentosas señales y milagros increíbles– y esta iluminación es dada por el Espíritu de entendimiento (Isaías 11:2).

Eres una criatura racional creada por Dios. Es por eso que antes que nada te muestra el camino a través del entendimiento intelectual, seguido por la puesta en práctica de su Palabra. El Espíritu de Dios te guía basado tan solo en la Palabra de Dios. ¡Nunca lo hará de otra manera!

La Palabra tiene que llenar tu corazón mediante el Espíritu. Es a ella a la que debes atenerte. Sí, el Espíritu sopla como quiere (Juan 3:8), pero tan solo dentro de los límites de la Palabra de Dios. Solo si comparas tu voz interior con la Biblia, puedes reconocer si la primera proviene del Espíritu Santo. A través de las Escrituras sabes si las convicciones y los anhelos de tu corazón pertenecen en realidad al Espíritu. Y así estarás protegido de tu propia fantasía e imaginación, o todavía peor, de la seducción de un espíritu falso.

Por el conocimiento de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo conduce en la actualidad a cada uno de los hijos de Dios; no con voces audibles, sino con impulsos y deseos conformes a las Escrituras.

Comienza con algunas prácticas:

– Lee más la Biblia.
– Ora por las personas que Dios pone en tu corazón.
– Comparte con los hermanos en necesidad.
– Ten una palabra para aquel que la necesite.
– Haz alguna visita.

¡Pero no por obligación!

Por supuesto, el Espíritu Santo nos guía también a través de las circunstancias: cierra y abre puertas.

¿Entiendes lo importante que es conocer la Biblia?; ¿qué importancia tiene el discernimiento? Si esperamos, sin conocimiento de las Escrituras, que el Espíritu Santo nos guíe, entonces abrimos un abanico de decisiones y experiencias no bíblicas.

¿Cómo puedes experimentar la plenitud y el poder del Espíritu? ¿Cómo obtienes sostén, consuelo, dirección, ayuda, salvación, liberación, entendimiento, firmeza, gozo, paz y sabiduría? Por el Espíritu, ¿no es cierto? Bien, pues todas estas expresiones están descritas en el Salmo 119 como maravillosos efectos de la Palabra de Dios. Estar llenos del Espíritu va de la mano con estar llenos de la Palabra. Así que no busques experiencias místicas, sino haz como el salmista, el cual exclama en Salmos 119:97: “Oh, ¡cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”.

Haciendo esto, sometes tu corazón, pensamientos, sentimientos, deseos, voluntad y acciones al Señor. Entonces, el Espíritu Santo hará que te extiendas hacia aquello que leíste y entendiste de la Biblia, dejándote moldear por ella y obedeciendo sus directrices.

Este proceso es llamado en la Biblia santificación. Este es el resultado de la fe y la obediencia. Y entonces experimentarás lo que Pablo dijo en 1 Tesalonicenses 2:13: “[…] la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”.

Quisiera hacer un último comentario a los hermanos que oran una y otra vez: “Señor, ¡muéstrame tu voluntad!”. Se los resumiré en cinco palabras comenzadas en s:

Salvación. Dios quiere que seas salvo: “[…] el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4).

Saturación. Dios quiere saturarte con su Espíritu: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18).

Santificación. Dios quiere que seas santo: “[…] pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Ts. 4:3).

Subordinación. Dios quiere que te sometas: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana” (1 P. 5:13-15).

Sufrimiento. Es posible que Dios quiera que sufras a causa de su nombre: “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 P. 4:19).

Si te tomas todo esto en serio y dices ¡sí! a sus caminos, si te mueves dentro de estos parámetros, entonces estarás haciendo lo dicho por David en Salmos 37:4: “Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón”.

Si vives de esta manera delante Dios, el Señor, por medio del Espíritu Santo, te hará desear lo correcto. Y entonces, la promesa de este versículo se aplicará en tu vida: “[…] Él te concederá las peticiones de tu corazón”.

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