El Señor me mostró - Parte 1

Fredy Peter

Este tema, tan provocativo y desafiante, es fundamental, no porque sea de mi preferencia personal, sino a causa de que nos involucra a todos. Todo verdadero hijo de Dios anhela que el Señor lo guíe y dirija: “Oh Señor, enséñame lo que debo hacer, qué decisión es la correcta.” Este, sin duda, es un buen deseo, ya que Dios tiene un plan para tu vida que quiere mostrarte. La Biblia testifica de esto, por ejemplo, en Salmos 32:8: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”.

Pero algunos quedan atrás, decepcionados por no poder experimentar la guía de la cual otros hermanos testifican. Incluso pueden surgir sentimientos de incertidumbre y desconfianza en la capacidad de reconocer el plan de Dios en sus vidas. A causa de esto, empiezan a buscar de forma desesperada la fórmula para experimentar también esta extraordinaria guía, sin embargo, la situación no mejora. ¿Qué es lo que no funciona?

La razón suele ser con frecuencia el concepto no bíblico que tenemos acerca de la guía de Dios. Cuando el Señor se nos manifiesta, cuando nos muestra algo, guiándonos e instruyéndonos, ¡siempre lo hace por medio del Espíritu Santo!

Como leímos en Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”.

El capítulo 8 de Romanos menciona al Espíritu Santo unas veinte veces. Ningún otro libro de la Biblia hace tanta mención al respecto, lo que demuestra la gran obra del Espíritu Santo en los creyentes. Si la carta a los Romanos es la cima de la enseñanza del Nuevo Testamento, entonces el capítulo 8 representa el pico más alto del “monte Everest de la enseñanza bíblica”.

Este es el capítulo principal a la hora de hablar de seguridad, certidumbre y confianza.

En su primer versículo, toda condenación es quitada de en medio, y en el último, nada nos separa del amor de Cristo. El Espíritu Santo juega un rol importante en todo esto.

Los versículos 2 y 3 muestran la obra del Espíritu Santo en la liberación de la ley del pecado y de la muerte.

El versículo 4 revela que el Espíritu Santo es quien cumple en nosotros la ley de Dios.

Los versículos 5 al 11 indican la forma en que el Espíritu Santo cambia y transforma nuestra naturaleza.

Los versículos 12 y 13 explican que Él nos da las fuerzas para vencer los deseos de la carne –con la carne se refiere a la naturaleza egoísta y obstinada del ser humano–.

Los versículos 14 al 16 señalan que el Espíritu Santo nos guía y que es por medio de él que Dios nos adopta y nos da libre entrada a su presencia.

Los versículos 17 al 30 nos muestran el glorioso futuro que nos espera y con cuánto celo trabaja el Espíritu Santo a nuestro favor.

Por último, los versículos 31 al 39 contienen las más fuertes expresiones acerca de nuestra absoluta certeza y seguridad en Cristo.

¿No es maravilloso?

Entonces, cuando en la cúspide de este capítulo dice: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”, deberíamos saber:

– Quién es el Espíritu Santo.
– A quién guía el Espíritu Santo.
– Cómo guía el Espíritu Santo.

Si no tomamos esto en cuenta, incluso los cristianos más sinceros corren el peligro de ser guiados por un falso espíritu, por un engañoso ángel de luz (2 Corintios 11:14); sí, aun por el propio Satanás.

Por esta razón, comencemos antes que nada a contestar a la pregunta…

1. ¿Quién es el Espíritu Santo?

En el libro Grandes temas bíblicos, Lewis Chafer y John Walvoord destacan los siguientes puntos:

1.1. ¡Él es una persona!

Por la Biblia, sabemos que Él puede hacer cosas que tan solo una persona puede hacer:

– El Espíritu convence al mundo de pecado (Juan 16:8).
– El Espíritu enseña (Juan 14:26: “Él os enseñará todas las cosas”).
– El Espíritu habla (Hechos 13:2).
– El Espíritu guía (Romanos 8:14).
– El Espíritu nos defiende (Romanos 8:26: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”).
– El Espíritu llama al hombre para el ministerio (Hechos 13:2).
– El Espíritu también es enviado (Juan 15:26: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, el dará testimonio acerca de mí”).
– El Espíritu sirve (más adelante hablaremos más acerca de este punto).

Muchos consideran que el Espíritu no es una persona, sino la personificación de una fuerza. Pero todos estos pasajes de la Escritura nos muestran claramente lo contrario: ¡el Espíritu de Dios es una persona!

Mente, sentimientos y voluntad son los tres elementos que hacen a la naturaleza de las personas. El Espíritu Santo posee estas tres propiedades, por lo tanto, debe serlo.

1.2. Él interactúa, como persona, con otras personas.

Tanto el Padre como el Hijo lo envían al mundo (Juan 14:16.26; Juan 16:7).

Los hombres pueden entristecer al Espíritu (Efesios 4:30; lbla):

– Apagarlo (1 Tesalonicenses 5:19).
– Blasfemarlo (Mateo 12:31).
– Mentirle (Hechos 5:3).
– Ofenderlo (Hebreos 10:29; rvr1995).
– Hablar contra él (Mateo 12:32).

1.3. Todas las referencias bíblicas hechas al Espíritu hablan de Él como una persona.

Es llamado otro consolador o abogado –al igual que Cristo–, lo que designa a una persona. En Juan 14:16-17, dice: “Y rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. Él es llamado Espíritu, de la misma manera en que de forma personal la Biblia habla de Dios como Espíritu en Juan 4:24: “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Pero el Espíritu Santo es más que solo una persona…

2. ¡Él es Dios!

El Espíritu Santo es Dios, ligado por la eternidad con Dios el Padre y Dios el Hijo.

Benedikt Peters lo expresa de la siguiente manera:

– Nunca puede el Padre ser ni obrar sin el Hijo y sin el Espíritu Santo.
– Nunca puede el Hijo ser ni obrar sin el Padre y sin el Espíritu Santo.
– Nunca puede el Espíritu Santo ser ni obrar sin el Padre y sin el Hijo.

2.1. Él es llamado Dios.

Esto resulta evidente en Hechos 5:3-4: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo […]”, donde al final del versículo 4 dice: “No has mentido a los hombres, sino a Dios”.

2.2. Él es uno con Cristo.

Romanos 8:9 dice: “Mas vo­sotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vo­sotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. El Espíritu Santo es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo en un mismo versículo.

Por otro lado, Romanos 8:26 dice: “El Espíritu mismo intercede por nosotros”, mientras leemos en Romanos 8:34: “Cristo […] también intercede por nosotros”.

2.3. Él posee los atributos de Dios.

Omnisciente: Isaías. 40:13-14: “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?”.

Omnipresente: Juan 14:17: “El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”.

Omnipotente: Job 33:4: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”.

Eterno: Hebreos 9:14: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

2.4. El Espíritu Santo realiza las obras de Dios.

2 Pedro 1:21: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

2.5. El Espíritu Santo es descrito en las Escrituras como persona y, a la vez, como objeto de la fe.

Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

No solo debemos creer en él, sino también obedecerle.

Hechos 10:19-20: “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: he aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado”.

2.6. Ninguna parte la Biblia nos invita a dirigirnos al Espíritu Santo en oración.

Su ministerio es guiarnos hacia Jesús y glorificar a Dios. Nunca llama la atención sobre su propia persona. Entonces, ¿cómo debemos orar y cómo obra la divina Trinidad? Para hallar una respuesta, podemos tomar como ejemplo Efesios 3:14-17.

Aquí Pablo nos enseña a orar: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor […]” (negrita agregada por mí).

Resumiendo lo visto con respecto a la pregunta ¿quién es el Espíritu Santo?, podemos concluir:

1. Él es una persona.

2. ¡Él es Dios!

3. Él nunca actúa de manera independiente, sino que siempre depende del Padre y del Hijo, glorificando a ambos.

4. Debemos creer en Él, pero no orar a Él.

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