El Señor enaltecido: gracia y juicio

Wim Malgo (1922–1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 12. 1:12-16.

Llama la atención que Juan, al describir al Cristo enaltecido, presenta una cierta moderación. Pero justamente esta moderación enfatiza la majestad del Señor enaltecido: «…semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies» (Ap. 1:13). Este ya no es el Hijo del hombre en bajeza, no, no, porque Él está ceñido por el pecho con un cinto de oro. La vestimenta larga señala Su dignidad como sumo sacerdote, el cinto de oro Su realeza.

En el fondo, Juan ve al Sumo Sacerdote y Rey que viene otra vez, es decir al Mesías de Israel. Ya que la Iglesia que lo rodea (los siete candeleros) son Su gloria. Él es el Redentor y Soberano de Su reino. Y entonces, Juan ve la cabeza del Señor: «Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego» (v.14)Ya no es la cabeza llena de sangre y heridas, con la corona de espinas, que está desfigurada por la deshonra y el martirio. Aquí, más bien con expresiones sencillas, Juan describe la gloria más sublime. Así siempre lo hace el Espíritu Santo. En el libro del profeta Daniel, por ejemplo, para describir la gloria del Hijo de Dios, el Espíritu Santo utiliza la imagen de la «piedra quebrada sin manos», que llena la Tierra entera y desmenuza la imagen de las naciones (Dn. 2).

Juan ve Su cabeza y Sus cabellos que resplandecen blancos como lana pura. Con eso, quiere decir que el brillo indescriptible de la gloria celestial posa sobre Él. La corona de espinas se ha convertido en corona de honor. Juan ya no ve los ojos de Jesús llenos de lágrimas, tal como los vio cuando Jesús lloró sobre Jerusalén, sino que los ve como llamas de fuego. Los mismos ojos los encontramos en Apocalipsis 19:12: «Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas».

Esas son las miradas que penetran todo con Su amor justo y santo. También ahora nos miran estos ojos desde Su gloria. Es ahí donde un ser humano se quebranta; tal como Pedro cuando Jesús se volvió y lo miró.

Los pies del Hijo de Dios, Juan ahora ya no los ve traspasados, sino: «semejante al bronce bruñido, refulgente como en un horno»(v.15). Los ojos como llamas de fuego y los pies, como si estuvieran incandescentes en un horno –eso muestra a Jesús como el juez. De modo que Él no es solamente Rey y Sacerdote. También en el capítulo 2:18 lo vemos a Él como juez: «Y escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: el Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido».

Que Él aquí verdaderamente aparece como juez para las naciones y como reconciliador y sumo sacerdote para Israel, lo demuestra el hecho que Él justamente en Tiatira también habla de juicio y gracia: «He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella» (Ap. 2:22). Eso es juicio. Pero Él agrega: «Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os dijo: no os impondré otra carga; pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones» (Ap. 2:24-26). ¡Eso es gracia!

La voz que Juan escucha, ya no es la voz suave del buen pastor, que quedó callada como una oveja ante su trasquilador cuando le escupieron, y lo insultaron, y finalmente lo clavaron en la cruz. Ahora la voz es tan llena de poder, que Juan tiene que utilizar la palabrita «como»: «como estruendo de muchas aguas»(v. 15). ¿No es esta la voz de juicio de Dios, que escuchamos una y otra vez en la Biblia? Jeremías también la escuchó. Él la compara con la voz de un león rugiente (Jer. 25:30-38). También Joel describe esta voz de justicia: «Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel» (Joel 4:16).

También de este texto vuelve a desprenderse claramente que Su voz significa juicio para las naciones y misericordia sobre Israel. También Amós escuchó esta voz del Señor: «Dijo: Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y los campos de los pastores se enlutarán, y se secará la cumbre del Carmelo» (Am. 1:2). Igualmente Oseas: «En pos de Jehová caminarán; él rugirá como león; rugirá, y los hijos vendrán temblando desde el occidente» (Os. 11:10).

Ahora Juan nos muestra en Apocalipsis 1:16 el rostro del Señor enaltecido. Pero antes de describir Su rostro, habla de Su mano derecha. Ya no es la mano en la cual un soldado romano, de camino al Gólgota, puso una caña para burlarse de Su realeza. No, ahora Él sostiene las siete estrellas en Su mano derecha: «El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra… las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias» (Ap. 1:20). De modo que Él sostiene en Su mano traspasada a los siete responsables de las siete iglesias. ¡Aquí vemos la segunda venida de Jesucristo en gran poder y gloria con la Iglesia glorificada!

Luego Juan también habla de la boca del Señor. Él no ve solamente la boca del Señor que fue golpeada por un soldado. No, él ve cómo de Su boca sale una espada cortante de dos filos (v.16). Esa es la Palabra de Dios hecha carne. «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He. 4:12). «“Con el espíritu de su boca”, dice Pablo, el Señor matará a aquel inicuo» (2 Ts. 2:8).

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