El poder detrás del poder

Norbert Lieth

Lo que el apaciguamiento de la tormenta en el mar de Galilea revela sobre nuestro Señor, el mundo invisible y nuestras vidas.

La tormenta en el lago y los demonios
En Lucas 8:23-24, 26-30 y 35-40 podemos leer los siguientes acontecimientos: “Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban. Y vinieron a él y lo despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza […]. Y arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. (Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de él; y le ataban con cadenas y grillos, pero rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los desiertos.) Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él […]. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. …Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban”.

La tormenta arreciaba y los discípulos se llenaban de temor; sin embargo, Jesús dormía. 

¿Cómo es que el Señor pudo dormir en esta situación? Tal vez estaba demasiado cansado por la agotadora estadía y los problemas a los que debía enfrentarse a diario. Ni la furia de la tormenta ni el agua en la barca ni el gran peligro lo habían despertado –empero, no tardó en responder al llamado de sus discípulos.

Cobijados en Su poder
Este incidente nos brinda una enseñanza espiritual: al desatarse una gran tormenta, la barca comenzó a llenarse de agua, todos estaban en gran peligro y temían por sus vidas; sin embargo, Jesús dormía. El que pone su seguridad en Dios puede tener paz en toda situación, pues al conocer el plan, la meta y las promesas divinas, es capaz de descansar en Él y no entrar en pánico, confiando plenamente en el Todopoderoso para hacer frente a cualquier circunstancia. Dios muestra Su poder cuando nos vemos impotentes: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Is. 26:3); “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal. 4:8).

Puede que nos alcance una gran tormenta y el barco de nuestra vida amenace con hundirse; que nos veamos acechados por el miedo y el peligro, perdiendo así toda esperanza de alcanzar la orilla, es decir, de recibir la ayuda de Dios. Es allí donde nuestra confianza es probada, donde debemos recordar que el Señor tiene el timón y dominará cada situación. Por eso los discípulos lo llamaron Maestro.

El poder detrás del poder
Jesús reprendió al viento y a las olas, y se hizo gran bonanza. La materia inanimada y la energía no tienen una personalidad a la cual reprender. Jesús había amonestado a los fariseos y escribas, a los demonios, a Sus discípulos a causa de su incredulidad, e incluso a la persona de Pedro. Una vez el Señor maldijo una higuera, pero tenía como intención simbolizar la situación de Israel. Esto podría insinuar un poder invisible detrás de la tormenta: satanás y sus demonios, quienes quisieron impedir que Jesús y Sus discípulos llegaran a la otra orilla, a la ciudad de Gadara, donde actuaban con mucha libertad.

En Apocalipsis leemos cómo los ángeles detienen los cuatro vientos en los cuatro ángulos de la tierra, con el fin de dañar la Tierra y, más tarde, el mar (Apocalipsis 7:1-2). Esto evidencia la influencia de ángeles celestiales o caídos (demonios) detrás de los acontecimientos naturales. Vemos también en Apocalipsis 12:15 que satanás lanza un torrente de agua a la mujer (símbolo de Israel) para que sea arrastrada por la corriente. Otra vez podemos ver la influencia de una personalidad tras la materia.

En la ciudad de Gadara, una legión de espíritus inmundos había entrado en los cerdos para precipitarse hacia el mar de Galilea (Mateo 8:32). Estos animales murieron, pero ¿qué pasó con los demonios? Resulta interesante que la expulsión de los demonios haya ocurrido inmediatamente después del apaciguamiento de la tormenta. ¿Acaso el mar era la morada de estos demonios?

Pablo escribe: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

Obviamente, satanás y sus huestes todavía influyen en los eventos naturales. Su misión en este caso era impedir que el Señor Jesús y sus discípulos llegaran a la otra orilla, donde los demonios iban a ser expulsados. Podemos ver en este acontecimiento también una figura de cómo las fuerzas del mal tratarán de impedir que el remanente de Israel, y con este, el mundo entero, llegue al lugar de donde serán expulsados. Esta es la razón por la que agitan el mar de las naciones. Sabemos que el lugar de la Iglesia está en las moradas celestiales y que un día será ascendida hacia allí (1 Tesalonicenses 4). Satanás será expulsado del Cielo y arrojado a la Tierra (Apocalipsis 12), y será atado antes del establecimiento del Milenio, para impedir que engañe a las naciones. Finalmente, se consumará la victoria de Dios y el Mesías reinará sobre toda el planeta (Salmos 22). Satán pretende impedir a toda costa que esto suceda, agitando el mar del mundo con su furia.

Estos hechos del mundo invisible podrían haber sido la razón por la que Jesús no solamente habló a la tormenta como el Creador, sino que la reprendió como el Señor. Podemos leer en Apocalipsis cómo una y otra vez los ángeles –celestiales y caídos– luchan entre sí para ejercer influencia sobre los acontecimientos mundiales. Unos intentan impedir el regreso de Jesús y los otros sirven a Dios en el cumplimiento de Su Palabra.

¿Qué hay detrás de las crisis mundiales y las catástrofes naturales de nuestro tiempo?, ¿acaso se trata de fuerzas demoníacas que, con el permiso de Dios, agitan el mar del mundo, causando miedo y terror, representan un gran peligro para este mundo y pretenden asegurar su caída? Debemos tener siempre presente esta mirada desde la profecía bíblica y la realidad espiritual, para así actuar de manera correcta.

Israel invocará un día a Jesús, al igual que los discípulos lo hicieron ante el peligro de la tormenta: “Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne […]. Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, oh Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los términos de la tierra, y de los más remotos confines del mar […]. El que sosiega el estruendo de los mares, el estruendo de sus ondas, y el alboroto de las naciones” (Sal. 65:2, 5, 7).

El poder sobre todo poder
Salmos 89:8 dice: “Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú? Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea”. Vivimos tiempos extraordinarios y emocionantes. El barco de la Iglesia también está siendo sacudido. No obstante, el Señor nos acompaña y su calma es también la nuestra. A Su tiempo, Él se levantará y mostrará Su poder. Cuando sobrevengan las tormentas del tiempo, no pereceremos, porque el Señor nos conducirá hacia la otra orilla; mientras tanto, nuestra fe será constantemente desafiada: “Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y lo obedecen?” (Lc. 8:25).

¿Por qué reprendió el Señor la incredulidad de los discípulos? Porque tenían miedo de hundirse, a pesar de que Jesús ya les había dicho que llegarían al otro lado: “Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron” (Lc. 8:22). Prefirieron creer en su experiencia respecto al viento y las olas, más que en la palabra de Jesús de que los llevaría a la otra orilla –cuando renuncias a la fe, la impotencia comienza a reinar en tu vida.

Si Jesús, estando con nosotros, nos dice: “vamos a la otra orilla, los llevo a los lugares celestiales”, entonces podemos estar seguros de que llegaremos allí, por muy terribles que sean las tormentas durante el viaje. Él nos ha prometido llegar a la orilla de Su Reino, y la alcanzaremos a pesar de las circunstancias que nos rodeen. Jesús se encargará de que no perezcamos. Como dijo una vez el evangelista austríaco Hans Peter Royer: “A veces Dios calma la tormenta; pero otras veces Dios deja que la tormenta se enfurezca y calma a Su hijo”.

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