El misterio de los 144 000

Norbert Lieth

¿Quiénes son los 144 000 y qué revelan las Sagradas Escrituras en conexión con ellos?

Los misteriosos 144 000 son mencionados dos veces en el libro del Apocalipsis. En el capítulo 14:1-5 dice sobre ellos: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente. Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.”

Al hablar del Monte Sion en el cual se encontraba el Cordero, no se refiere al Sion celestial (He. 12:22), sino al terrenal en Jerusalén. Eso queda claro en cuanto al lugar donde se encuentra Juan. Porque él dice que escuchó “una voz del cielo”. Eso significa que él se encontraba en la Tierra. Todo eso nos recuerda al Salmo 2:6: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”.

¿Por qué es importante? Porque esto enfatiza la importancia central del futuro de Israel en la tierra. Se trata del Monte de Sion en la Jerusalén terrenal. Se trata de que el Mesías regresa a este Jerusalén terrenal. Se trata de la Jerusalén en el Oriente Medio, donde será fundado el reino de Jesús, donde morará y gobernará el Señor. Y finalmente, se trata de la Jerusalén en la que, en el futuro los hijos de Israel reinarán con Él (Ap. 20:6; Lc. 22:29).

El futuro está fijado en Jerusalén (Monte de Sion) y en la fundación del reino mesiánico en la Tierra. “Así dice Jehová de los ejércitos: Aún rebosarán mis ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará Jehová a Sion, y escogerá todavía a Jerusalén” (Zac. 1:17).

Los 144 000 estaban en la presencia del Cordero, que es Emanuel: “Dios con nosotros”. En la señal de Su sacrificio estaban parados sobre el Monte de Sion. – Quien ha conocido a Jesús como el Cordero, Le pertenecerá eternamente y será protegido.

Apocalipsis 7 nos dice que los 144 000 fueron sellados. Aquí vemos con qué fueron sellados: ellos tienen el nombre del Cordero y de Su Padre escrito en sus frentes.

Un sello es una certificación, una garantía oficial de propiedad. Un sello garantiza la integridad de objetos o contenedores. Si estos tienen el sello de Dios, eso garantiza que ellos son propiedad de Dios y que ellos son llevados íntegros a través de la Gran Tribulación (cp. Ez 9:4).

Según Efesios 1:13-14 y 4:30, también nosotros somos sellados con el Espíritu Santo de Dios, y con eso tenemos en nosotros la prenda para la salvación futura del cuerpo. Según esto, nos es garantizado que somos llevados a través de este tiempo del mundo y llegaremos a la meta. Ningún cristiano nacido de nuevo se le perderá al Padre y al Cordero de Dios.

Estos 144 000 cantaban una canción que nadie podía aprender sin ser ellos, “que fueron redimidos de entre los de la tierra”. Se trata aquí de la única canción en la Biblia, cuyo texto no es mencionado. ¿Por qué es así? Es su canción muy propia, su canción de redención. La redención es un asunto personal. Solamente quien entra en la comunión con Jesús, puede entonar con ellos la canción de la redención. Solo quien Le pertenece y fue comprado con Su sangre valiosa, solo quien experimentó personalmente la salvación, es miembro del gran coro de Dios, el coro de los redimidos.

Los 144 000 son aquellos “que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira; pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Ap. 14:4-5).

Sobre esto hay muchas interpretaciones. ¿Se trata solamente de hombres? ¿No eran casados? ¿Vivían en celibato? ¿Se debe entenderlo tan solo simbólicamente? ¿Representan a la iglesia? Parto de la base, que, de hecho, se trata de ­ 144 000 hombres. En Apocalipsis 7:3 dice al sellarlos: “hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios”. Literalmente parece tratarse de siervos que en la Gran Tribulación venidera, es decir en la aflicción, seguirán al Cordero a donde sea que vaya, según una consagración especial (un tipo de servicio sacerdotal).

Esta no es una justificación para el celibato actual. Aquel tiempo, poco antes del fin, será muy especial y se diferenciará del tiempo nuestro. Se trata en este caso de una elección soberana y especial, y un llamado de Dios. No debemos cometer el error de comparar el tiempo de aflicción con el nuestro.

Si en el caso del término usado en el versículo 4 se trataría de pecados en general, debería decir: “Estos son los que no se contaminaron con el pecado”. Pero dice expresamente que ellos “no se han contaminado con mujeres” y que ellos son “vírgenes”. También las adiciones posteriores en el ver­sículo 5, de que “en sus bocas no fue hallada mentira” y que ellos “son sin mancha delante del trono de Dios”, solamente tienen sentido en el sentido literal. Por esta razón, no se puede tratar solamente de cuidarse de fornicación en general, sino que de hecho habla específicamente de hombres vírgenes.

La unión física en el matrimonio no es una contaminación (1 Co. 7:5). En el antiguo pacto, sin embargo, existían excepciones, y eso era en relación con el servicio sacerdotal. Cuando David estuvo huyendo y llegó al sacerdote Abimelec en Nob (en la tribu de Benjamín), pidió pan para sí y sus acompañantes. Pero solamente había pan de la proposición en el santuario, es decir, que se trataba de pan sacerdotal (Lv. 21:22). Por eso Abimelec dijo: “No tengo pan común a la mano, solamente tengo pan sagrado; pero lo daré si los criados se han guardado a lo menos de mujeres” (1 S. 21:5). Como David lo confirmó, le dio luego los panes sagrados de los sacerdotes. También era la regla, que antes de que los sacerdotes comenzaran su servicio, ellos debían permanecer siete días y noches delante de la entrada al tabernáculo de adoración y cumplir las ordenanzas del Señor (Lv. 8:31-36). En este tiempo, ellos vivían en abstinencia total.

El tiempo del Apocalipsis otra vez es un tiempo diferente dentro de la historia de la salvación. Ya la elección de los 144 000 lo deja claro. Quizás ellos puedan ser comparados con un Juan el Bautista, un apóstol Pablo o incluso con Cristo mismo. De todos modos, hacen recordar la declaración del Señor cuando dijo: “Pero también hay personas que no se casan, para dedicarse a trabajar solamente para el reino de Dios” (Mt. 19:12, TLA).

Los 144 000 fueron comprados como primicias “para Dios y el Cordero”. Eso significa que ellos son los primeros de los redimidos en el tiempo de la tribulación, y que muchos todavía les seguirán que también serán salvados. A los primeros también les siguen los “segundos”, los “terceros”, etc. A las primicias en la cosecha les seguía la cosecha principal. En Apocalipsis 7:3-4 vemos su sellado: “No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel”.

Y un poco más adelante vemos a los que obviamente les siguen: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos” (Ap. 7:9).

Esto, dicho sea de paso, también se refiere a la resurrección. Jesucristo ha sido resucitado de los muertos como “el primero de entre los que durmieron” (1 Co. 15:20). Esta expresión deja claro que la resurrección de Cristo no es nada cerrado en sí, sino que se extiende a aquellos que están en Cristo. La resurrección del Señor da lugar a la de estos. La resurrección de Cristo es la causa de nuestra resurrección futura; la resurrección de Jesús ya contiene nuestra resurrección: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1 Co. 15:21).

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