El mensaje de una vela

Norbert Lieth

Jesús dice: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Jn. 12:46). ¿Cómo se relaciona esto con las velas durante el Adviento?

El Adviento… las luces resplandecen en todas partes, creando un ambiente agradable y relajante. Encendemos algunas velas en el interior de los acogedores hogares. Sin embargo, ¿qué nos transmite la imagen de una vela encendida?

Una vela arde en silencio
Dios vino al mundo de manera silenciosa: no nació en un palacio real donde todos esperaban al futuro monarca, sino en un lugar anónimo. Como no había sitio en la posada, su alumbramiento se dio en un establo, por lo que no hubo invitados esa noche.

Durante unos treinta años, Jesús pasó sin fama (Lc. 3:23). El silencio lo rodeaba, por lo que aprendió y creció en silencio. Mateo recogió una profecía de Isaías (Is. 42:2), cumplida en Jesús: “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz” (Mt. 12:19), refiriéndose a las calles de Jerusalén.

Se presentó y actuó con humildad y mansedumbre, sin reivindicar su posición real. Se mostró como un cordero, no como un león. No era un agitador y se abstuvo de vociferar sus mensajes por las calles de Jerusalén. Jesús no tomó el poder por la fuerza. A menudo se retiraba para estar a solas, y rechazó el ser nombrado rey (Lc. 5:16; 9:10; Jn. 6:15). Hablaba en las sinagogas (Mr. 1:21; 3:1; 6:2; Lc. 4:15, 16; 6:6; Jn. 6:59), predicaba junto al lago y en los campos de Galilea, dirigiéndose a la gente entre el pueblo, a sus discípulos y a determinados grupos. También en la actualidad, cuando muchos alzan su voz, rugen y claman, el amor de Dios penetra silenciosa y serenamente en nuestros corazones.

He aquí un ejemplo profético del Antiguo Testamento: “Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 R. 19:11-13).

El Señor no estaba en el viento, en el terremoto o en el fuego, sino en un silbo apacible y delicado. De igual forma, Jesús no apareció con el viento impetuoso del juicio, ni con la fuerza abrumadora del terremoto, ni con fuego destructor, sino con el suave soplo del amor y la mansedumbre.

No gritemos, sino tan solo brillemos con mansedumbre en el lugar donde estemos.

La llama es pequeña…
… y sin embargo puede iluminar una gran sala.

Jesús nació durante la noche. Era tan solo un pequeño niño colocado en un pesebre, sin embargo, fue el único capaz de iluminar la tenebrosa noche de este mundo y de innumerables corazones.

Los sabios vieron la luz desde lejos y fueron tras ella.

Nadie ha podido ni podrá lograr lo que Él logró. Sus palabras no pierden relevancia, su obra de redención no caduca, sino que es tan válida como hace dos mil años. Su persona da luz y vida eterna. Cualquiera que lo invoque será iluminado. Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

Hay velas para todas las finalidades: grandes, medianas, pequeñas y hasta de té. No importa cuál de ellas seas, lo importante es si estás brillando y alcanzando tu propósito —Dios no te preguntará cuán grande has sido como vela, sino si has brillado.

La llama de una vela parpadea constantemente
La luz de una vela se mueve de manera constante, adoptando nuevas formas. Dios también da movimiento a la vida. Su Espíritu Santo no es estático: nos empuja, guía, frena, impulsa, nos pone cargas y nos otorga visiones espirituales. El Señor es bueno para las sorpresas. No puedes aburrirte con Él. Si lees los Evangelios, te darás cuenta de que los discípulos apenas podían seguir su ritmo, pues no paraban de asombrarse. Todo el tiempo ocurría algo nuevo. Acudía a lugares diversos, Sus palabras lo ponían todo “patas arriba”. A veces consolaba, y otras, desafiaba. Levantaba y echaba por tierra tradiciones. Animaba y desanimaba. Atraía y expulsaba. Donde sus discípulos querían quedarse, Él seguía andando; y donde no querían estar, se detenía. Hasta que exclamaron asombrados: “¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” (Lc. 8:25). Por otra parte, la gente preguntaba: “¿Quién es este, que también perdona pecados?” (Lc. 7:49)

Cuando Jesús quiso volver a Judea, los discípulos le sugirieron: “Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?” (Jn. 11:8). Más tarde, cuando Pablo y sus compañeros quisieron ir a Asia, el Espíritu se lo impidió, instándoles a ir a Macedonia (Hechos 16:6-10). Con Jesús, la vida es toda una aventura.

¿Te dejarás conmover y le seguirás?

Una vela se sacrifica
Es en su abnegación que la vela da luz, pues debe arder para entregarla. Jesús vino como la luz que ilumina el mundo. Entregó toda su vida, hasta la cruz del Gólgota, para que recibamos la vida eterna. En Filipenses 2:6-8 apreciamos un descenso del Señor Jesús en siete etapas, como una vela que va consumiéndose:

1. “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse…”. 

2. “…sino que se despojó a sí mismo…”. Se despojó, se vació a sí mismo, yendo del trono de Dios al pesebre. 

3. “…tomando forma de siervo…”. Se hizo siervo, un esclavo.

4. “…hecho semejante a los hombres…”. Dios quiso ser hombre. “…y estando en la condición de hombre…”. 

5. “…se humilló a sí mismo…”. Se subordinó ante la autoridad, soportó todas las dificultades, aunque era todopoderoso. 

6. “…haciéndose obediente hasta la muerte…”. Durante toda su vida recorrió un camino de muerte.

7. “…y muerte de cruz”.

¿Has consagrado toda tu vida, tu cuerpo y tus bienes a Jesús, incluso hasta la abnegación?

La llama apunta hacia arriba
Jesús dijo: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn. 14:9).

Cristo nos trajo la luz divina; glorificó al Padre y acercó nuevamente al mundo a la presencia de Dios, mostrándole el camino que debía transitar. Él dirige ahora nuestros corazones hacia arriba, hasta que seamos elevados en la resurrección.

Hans-Joachim Eckstein escribió: 

Todavía caminamos hacia Él y de ninguna manera hemos llegado a nuestro destino; sin embargo, Cristo, por su parte, hace tiempo que llegó a nosotros para caminar a nuestro lado, hacia la gran meta final de la comunión celestial con Él.(1)

La llama da calor
El calor es confortante, nos ayuda a relajarnos. Las personas de corazón cálido son agradables, pues nos sentimos tranquilos en su presencia. ¿Por qué Jesús atraía a tanta gente? No era solo por sus milagros, sino también por su acogedora calidez. Irradiaba un afecto de corazón muy singular, que contrastaba con la frialdad de los fariseos y escribas, quienes infundían temor y se distanciaban de los demás. Así como hizo Jesús, deberíamos también hacer nosotros, transmitir la calidez de una vela encendida: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Fil. 4:5).

Una vela tiene una mecha en el centro
Esta mecha arde y hace brotar la llama —esta es una bella imagen del Espíritu Santo que desea arder en nosotros. Jesús era un hombre lleno del Espíritu Santo. También lo estaban los apóstoles: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo…” (Hch. 2:4). Esta es la razón por la que Pablo escribió: “…antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18) y “No apaguéis el Espíritu” (1 Ts. 5:19).

¡De qué sirven todas las velas si el corazón permanece en tinieblas!

¡Deja que te alcance la luz y sé una luz!… ¿Guías el camino de otros?, ¿irradias calor espiritual?, ¿ardes por Jesús y su evangelio?, ¿te consumes por el reino de Dios?, ¿eres un testimonio silencioso, pero claro?

Cuando la vela se apaga, la mecha sigue ardiendo un poquito más. Es aquí donde el Señor interviene, diciendo de sí mismo: “La caña cascada no quebrará, y el pabilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio” (Mt. 12:20; Is. 42:3).

El apóstol escribió: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). El poder de Dios, quien es luz en sí mismo, y creó la luz para iluminar la Tierra, diciendo en el principio de la creación: “¡Sea la luz; y fue la luz!” (Gn. 1:3), también iluminó, con un nuevo nacimiento, nuestros corazones entenebrecidos, a través de la venida de Jesús a nuestras vidas: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef. 5:8). Dios creó el sol para que iluminara al planeta y floreciera. De igual manera, el Señor nos ha creado para ser luz y resplandecer como hijos de la luz: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos” (Mt. 5:16). Nuestro andar y nuestras buenas obras deben apuntar hacia arriba. 

Este es el mensaje de una vela encendida.

(1) Hans-Joachim Eckstein: Ich schenke deiner Hoffnung Flügel, scm, p. 76.

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