El mensaje de la primera carta a los tesalonicenses

Norbert Lieth

Lo que Pablo, en su tiempo, escribió a los tesalonicenses, también es relevante para nosotros en la actualidad. Vistazo a una carta apostólica profética y llena de consuelo.

El apóstol Pablo escribió la primera carta a los tesalonicenses –y a todos los cristianos (5:27)– a la iglesia en Tesalónica, en la provincia romana de Macedonia (1:1; 2:18). Se cree que probablemente la escribió desde Corinto (Hch. 18:5). Timoteo regresó con un buen informe de Tesalónica, cuando volvió a Corinto donde se encontraba Pablo. Eso impulsó a él a escribir la carta (1 Ts 3:1-2). Lo que sucedió alrededor de los años 50/51 d.C. La arqueología confirma que, en aquel tiempo, Galión fue el procónsul en Acaya. Macedonia en aquel entonces era la provincia del norte y Acaya la del sur (1 Ts. 1:8). Galión es mencionado en Hechos 18:12. Después de que Pablo llegara de Tesalónica a Corinto, pasando por Berea y Atenas, fue confrontado con Galión. Eso significa que la carta es una de las primeras, es decir más antiguas, de las cartas del apóstol Pablo en la Biblia (solamente la carta a los gálatas quizás haya sido escrita algún tiempo antes).

Tesalónica servía como capital y ciudad marítima más importante de la provincia Macedonia. En el 315 a.C., el Rey Casandro de Macedonia la había agrandado, unificando 26 sitios más pequeños, y dándole el nombre de su esposa Tesalónica, media hermana de Alejandro el Grande. La ciudad era muy estimada por los romanos. En el 42 a.C., el Emperador Augusto le concedió el estatus de ciudad libre. Con ello, los ciudadanos obtuvieron el derecho de la autonomía. En el tiempo de los Hechos de los Apóstoles, Tesalónica tenía aproximadamente 200 000 habitantes.

Esta ciudad se encontraba en el camino de Roma al Oriente, y por eso se había vuelto en una ciudad comercial importante. Eso también atraía a los comerciantes judíos y sus familias, de modo que en el lugar surgió una sinagoga, en la que Pablo y Silas pudieron predicar el evangelio.

En la primera carta a los tesalonicenses, Pablo fortalece a los creyentes en su fe, los consuela en la persecución, expresa su afecto por ellos, y les da la seguridad del retorno del Señor.

Pablo había fundado esa iglesia juntamente con Silas durante su segundo viaje misionero (Hch. 15:36-41). Después de que fueran azotados y encarcelados en Filipos y luego soltados (Hch. 16), llegaron a Tesalónica, donde, en tres semanas, fundaron la iglesia.

«Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo. Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas» (Hch. 17:1-4).

Es posible que Pablo haya estado algo más de tres semanas en la región de Tesalónica, solo que ese fue el tiempo que pasó en la sinagoga. Eso es lo que Pablo señala cuando les escribe a los filipenses: «Pues también a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades» (Fil. 4:16). Para un período de solo tres semanas habría sido muy extraño recibir dos veces un apoyo financiero. Además, Pablo les escribe a los tesalonicenses mismos: «Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios» (1 Ts. 2:9).

La pregunta es si para tres semanas ese esfuerzo habría sido necesario. Pero seguramente no estuvieron mucho tiempo en Tesalónica. En ese tiempo, Pablo había enseñado a los tesalonicenses lo esencial sobre la voluntad de salvación de Dios y sobre la profecía. Y él podía decir: «Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana» (2 Ts. 2:1).

Notable es la palabra «vana». También la encontramos en otros pasajes bíblicos: «Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres» (Mt. 15:9). – «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Co. 15:10). – «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1 Co. 15:14). – «Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Co. 15:58). – «Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2 Co. 6:1). – «No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás [en vano] murió Cristo» (Gá. 2:21). – «Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros» (Gá. 4:11). – «Asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado» (Fil. 2:16).

Así como Pablo deberíamos cuidarnos de no golpear el aire. «Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire» (1 Co. 9:26). Si no queremos trabajar en vano, debemos cuidar de proclamar la totalidad de la voluntad de Dios, y parte de eso también son sobre todo las cartas apostólicas. Quien tan solo utiliza los evangelios y el Antiguo Testamento como criterios de interpretación, sin prestar atención a los libros apostólicos como enseñanza suprema y concluyente de Jesús, está equivocado y no fomenta la iglesia (cp. Jn. 16:12-14).

De modo que notamos que la ida de Pablo y sus colaboradores a Tesalónica no fue en vano. ¿Por qué? ¿Qué hicieron? Encontramos la respuesta en Hechos 17. Lucas enfatiza que Pablo iba a la sinagoga y hablaba con los judíos «por medio de las Escrituras»: «Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo» (Hch. 17:2-3).

Pablo no utilizó una introducción, ni encuadre musical, nada de métodos modernos, trucos o inventos, ni retórica especial. Él no hablaba con base en las noticas del peiródico, de la política o sobre el imperio romano, tampoco sobre emergencias sociales o la conservación de la naturaleza. Él no cuestionó la Escritura, ni la criticó. Él no hablaba sobre la Escritura, sino desde la Escritura. Y su tema era el sufrimiento y la resurrección del Mesías, que Él es el Cristo, es decir el Rey de la profecía (Hch. 17:3,7; 2 Ts. 2:5).

Al poco tiempo, los judíos en Tesalónica comenzaron a perseguir a los cristianos, y Pablo y Silas siguieron viaje a Berea (Hch. 17:5-11). Ahora la iglesia estaba sola, y ya muy temprano estaba expuesta a persecución y acoso.

Como él había estado solo un corto tiempo con ellos y comenzó la persecución, Pablo se preocupaba por la iglesia joven de los tesalonicenses. Él le envió a Timoteo para consolarlos. Y cuando este regresó y le informó sobre el testimonio de los tesalonicenses, Pablo a su vez fue consolado grandemente.

«Por lo cual, no pudiendo soportarlo más, acordamos quedarnos solos en Atenas, y enviamos a Timoteo nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de Cristo, para confirmaros y exhortaros respecto a vuestra fe… Pero cuando Timoteo volvió de vosotros a nosotros, y nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor, y que siempre nos recordáis con cariño, deseando vernos, como también nosotros a vosotros, por ello, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe» (1 Ts. 3:1-2,6-7).

Según esto, esta joven iglesia muy tempranamente vivía un cristianismo independiente, sin acompañamiento de un gran pastor y predicador, y sin el control de un líder humano. Eso habla a favor de la obra del Espíritu Santo, quien mora en cada vida que ha sido renovada por Él. Aparentemente, Pablo escribió la carta para contar a los tesalonicenses cómo él fue consolado por el reporte de su andar ejemplar. Pero él también escribió para fortalecer a la iglesia, contestar sus preguntas y dar instrucciones más precisas.

Aparentemente, existía entre los tesalonicenses un malentendido con respecto a la segunda venida de Jesucristo. Había confusión, porque había hermanos amados que morían a pesar de que el Señor todavía no había vuelto. Obviamente, les inquietaba la pregunta, de lo que sucedería con los hermanos en la fe ya fallecidos. ¿Se perderían ellos el retorno glorioso del Señor, resucitando quizás recién en el día del juicio final? Por eso Pablo escribió esta carta, entre otras razones, también para corregir sus ideas erradas con respecto a la resurrección y la segunda venida del Señor.

La primera carta a los tesalonicenses (y también la segunda) es una carta «escatológica» (escatología = doctrina sobre las últimas cosas). De hecho, estas dos cartas, además de otros temas, están muy enfocadas al retorno de Jesús y a la profecía relacionada a la misma. En la primera carta a los tesalonicenses, en cinco capítulos trata seis veces de la segunda venida de Cristo (1:10; 2:19; 3:13; 4:13-18; 5:1-11,23). De un total de 83 versículos, 21 tienen contenido profético, eso corresponde al 25 por ciento. La segunda carta a los tesalonicenses trata tres veces en tres capítulos de este tema (1:5-10; 2:1-12). De un total de 47 versículos, hay 18 con contenido profético, lo que corresponde al 38 por ciento. Las dos cartas, en ocho capítulos (cinco en la primera y tres en la segunda carta a los tesalonicenses) señalan nueve veces el retorno del Señor –lo que es muchísimo en cuanto a un solo tema en cartas tan cortas.

El versículo clave para los tesalonicenses y para nosotros hoy es con respecto al arrebatamiento y la segunda venida de Jesús: «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (1 Ts. 4:18). La cercanía del retorno de Jesús, así como para los tesalonicenses, debe ser un consuelo para nosotros, y dirigir nuestra mirada a Cristo, alejándola de angustias y dudas.

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