El llamamiento de Oseas y su mensaje

Arno Froese

Oseas es el primero del grupo de los “profetas menores”. Pero, ¿por qué “menores”? Esto no es a causa de que sus profecías son menos importantes que las de Isaías o Jeremías, sino tan solo por la brevedad de sus textos.

El mensaje de estos profetas estaba dirigido sobre todo a las diez tribus rebeldes de Israel; sin embargo, Oseas fue el único originario del reino del Norte.

Algo a remarcar es que, en casi todo el libro, Dios nos habla en primera persona.

El mensaje del libro puede dividirse en dos partes: los tres primeros capítulos tratan acerca de la infidelidad, el rechazo y la readmisión de Israel, mientas que los capítulos 4 al 14 muestran el pecado y el castigo en relación a su pasado, presente y futuro.

Según la Biblia de Estudio de Profecía de Tim LaHaye, un 56 % del libro de Oseas es de contenido profético.

Es fundamental, a la hora de estudiar el primer libro de los “profetas menores”, distinguir tres grupos: Israel, que equivale a las diez tribus rebeldes del reino del Norte; el reino de Judá en el sur, también llamado Israel; y los gentiles, representados sobre todo por el reino de Nínive.

Las diez tribus rebeldes de Israel son el grupo principal en este libro. El juicio divino que recae sobre ellas culmina con las siguientes palabras: “…no me compadeceré más de la casa de Israel” (Os. 1:6) y “…vosotros no sois mi pueblo” (Os. 1:9). Pese a esta afirmación, el último capítulo nos habla de un remanente: “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos” (Os. 14:5).

El encargo de Dios a Oseas
Las diez tribus rebeldes de Israel habían perdido toda expectativa futura, pues el Señor dijo que haría “…cesar el reino de la casa de Israel” (1:4); en otras palabras, las diez tribus de Israel dejarían de existir como reino. 

Este hecho se acentúa aún más con el significado del nombre del primer hijo de Oseas, Jezreel “Dios esparcirá”, el cual anuncia el juicio para la casa de Jehú e ilustra el fin del poderío militar de Israel. Luego, Oseas tuvo una hija a quien llamó Lo-ruhama “no compadecida” y, por último, nació su hijo Lo-ammi “no pueblo mío”. En contraste, el nombre Oseas puede ser traducido como “salvación”.

El primer versículo del libro dice: “Palabra de Jehová que vino a Oseas hijo de Beeri, en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel” (Os. 1:1; compárese con 2 Pedro 1:21). Este es el comienzo de tres capítulos que nos muestran la infidelidad de Israel, representada de forma figurativa en el matrimonio de Oseas con una mujer fornicaria llamada Gomer, hija de Diblaim.

En el versículo 2 se registra algo inusual: “El principio de la palabra de Jehová por medio de Oseas. Dijo Jehová a Oseas: Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová” (Os. 1:2; compárese con Deuteronomio 31:16 y Jueces 2:17). El mandato de Dios es sumamente extraño; empero, Oseas obedeció sin protestar a pesar de que las leyes divinas dadas a Moisés prohibían tal unión. 

Dios le había dado una orden directa: “…Ve, tómate una mujer fornicaria…”, por lo que el profeta cumplió con Su mandato como un hijo obediente. Dicho de otra manera, ¡le hizo caso al Señor!

Ve, ven, haz
¿Sabías que las expresiones más usadas de los padres al comunicarse con sus hijos son “ve”, “ven” y “haz”? En lo personal, creo que si no enseñamos a temprana edad a nuestros hijos estos tres principios para que aprendan a obedecerlos, hemos fracasado en nuestra educación. En nuestros días solemos trasladar siempre la culpa a los demás; hacemos responsables del fracaso a las escuelas, a los profesores poco estrictos, a aquellos que intentan tentarnos, a la corrupción o la depravación social.

Observemos el ejemplo del centurión romano en el Nuevo Testamento: “Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” (Mt. 8:9).

En primer lugar, el centurión admitió que estaba bajo la autoridad de un superior a quien obedecía, por lo tanto, él también tenía autoridad sobre sus soldados: “Ve…, Ven…, Haz esto…”. Nuestra obediencia influye en la obediencia del otro. Es sumamente difícil tener autoridad ante nuestros hijos si nosotros mismos no obedecemos los mandamientos de Dios.

Oseas obedeció de forma inmediata y, como fruto de su matrimonio, nació un hijo: “Fue, pues, y tomó a Gomer hija de Diblaim, la cual concibió y le dio a luz un hijo” (Os. 1:3), y el Señor mismo determinó su nombre: “Y le dijo Jehová: Ponle por nombre Jezreel; porque de aquí a poco yo castigaré a la casa de Jehú por causa de la sangre de Jezreel, y haré cesar el reino de la casa de Israel” (Os. 1:4).

La casa de Israel
Debemos entender la expresión “casa de Israel” en su contexto. Aunque se refiere muchas veces a todos los descendientes de Jacob, en estos versículos se limita al Reino del Norte. Jehú era el rey de las diez tribus de Israel, por lo que el mensaje de Dios está dirigido al Reino del Norte. Solo las diez tribus de Israel, el reino rebelde, fue objeto de un juicio definitivo: “Y en aquel día quebraré yo el arco de Israel en el valle de Jezreel” (Os. 1:5). Este fue el fin del poder político de las diez tribus de Israel como un reino independiente.

El fin de su existencia como reino, sin embargo, no significó el fin de la esperanza basada en las promesas de Dios a nivel individual. La mayoría terminó en cautiverio. Muchos de los que habían quedado, después de la conquista del Reino del norte, se mezclaron con los pueblos paganos con los cuales el invasor colonizó la tierra ocupada, dando origen al pueblo de los samaritanos. Pero también hubo pobladores fieles que se unieron a Judá en el sur (2 Crónicas 30:1-11; 31:1,6; 34:9), y de este modo Dios preservó un remanente de todas las tribus de Israel. 

Por eso, Pedro en su discurso de Pentecostés, dirigiéndose a los judíos de Jerusalén, pudo decir: “Varones israelitas […]. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel” (Hch. 3:12; 4:10). 

Por eso, es importante distinguir entre el Reino de Judá y el Reino de las diez tribus, de lo contrario, caeríamos en el mismo error que cometen muchos grupos cristianos cuando afirman que Israel ha sido rechazada para siempre y carece de un significado espiritual. Sin embargo, la Biblia enseña lo contrario. Solo las diez tribus de Israel –el reino rebelde– fue objeto de un juicio definitivo. Tampoco hay necesidad de salir en busca de las diez tribus perdidas. Como entidad no volverán jamás, pero en lo individual cada tribu está presente en el Israel actual.

Lo-ruhama
La esposa de Oseas dio a luz a una hija: “Concibió ella otra vez y dio a luz una hija. Y le dijo Dios: Ponle por nombre Lo-ruhama, porque no me compadeceré más de la casa de Israel, sino que los quitaré del todo” (Os. 1:6). El nombre Lo-ruhama significa ‘no compadecida’, o ‘la que no obtuvo misericordia’. Los hijos de Oseas y Gomer, su esposa fornicaria, representan el juicio de Dios sobre las diez tribus de Israel: “…no me compadeceré más de la casa de Israel, sino que los quitaré del todo”.

En cambio, leemos en el siguiente versículo en cuanto al reino de Judá: “Mas de la casa de Judá tendré misericordia, y los salvaré por Jehová su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes” (Os. 1:7).

Podemos observar que Dios no dará la salvación a Judá a través de la fuerza política o militar, sino por medio de Su misericordia: “…no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes”; es decir, el poder militar no participará ni tendrá alguna influencia en la misericordia de Dios.

Si los judíos hubieran creído en estas profecías, no se habrían rebelado contra los babilonios, los persas, los griegos o los romanos, evitando muchas tragedias como la derrota de Masada.

A la espera del Prometido
Israel debe esperar algo: ¿Qué es esto? La revelación del Prometido, el Mesías de Israel. Esta espera es una de las fortalezas del pueblo judío. En la obra de 1929 del filósofo judío Ludwig Stein, el autor expresa: “Afirmo con toda sinceridad y absoluta certeza que sigo esperando la llegada del Mesías. Puede que no venga hasta dentro de mucho tiempo, pero esperaré pacientemente cada día hasta que venga”. Esto es lo que quienes creemos en la Biblia llamamos “la esperanza en la venida del Señor”. No esperamos días especiales, fiestas judías, señales o milagros, sino al Señor viniendo en las nubes del cielo. Él mismo nos exhortó, diciendo: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:44).

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