El evangelio de Pablo y la obediencia por la fe en Jesucristo

Norbert Lieth

El representante especial. Sobre la posición especial del apóstol Pablo. Parte 6

Pablo era un comisionado especial, apartado para el Evangelio de Dios: fue elegido por el Espíritu Santo entre los demás apóstoles para ministrar a las naciones (Hechos 13:2).

Leamos Romanos 1:1-5: “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios (que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras) acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, (que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre)…”.

El Evangelio de Dios ya fue prometido en el Antiguo Testamento donde se esperaba al Mesías descendiente de David, es decir, a Jesús. Toda la Escritura habla de Él y lo señala. Jesús mismo se refirió a esto cuando, luego de su resurrección, caminaba con dos de sus discípulos hacia Emaús: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:27).

En cambio, el evangelio de Pablo (“según mi evangelio”, Ro. 16:25), se mantuvo en secreto desde la Eternidad: “Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén” (Ro. 16:25-27).

Esta revelación incluye, por ejemplo, la enseñanza sobre el cuerpo de Cristo, las profundas declaraciones de Pablo sobre la posición de la Iglesia en las cartas de la cautividad o los diversos misterios revelados en sus cartas. Todas estas verdades adicionales se han manifestado a través de sus escritos proféticos, es decir, del evangelio de Pablo.

El apóstol no llama a la Iglesia a las obras de la Ley, sino a la fe en Jesucristo. Una verdad que defiende una y otra vez con vehemencia. Por ejemplo, en una ocasión utiliza como modelo a Abraham: “Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Ro. 4:2-3).

La fe en Jesucristo llama a las personas al arrepentimiento y a creer en la obra consumada de Jesús. Por lo tanto, como cristianos neotestamentarios tenemos el deber de guiar a nuestros semejantes no a las obras de la Ley (como ocurre a menudo), sino a la fe del Nuevo Pacto. En la Carta a los Romanos se nos revela el propósito que tuvo el Espíritu Santo al apartar especialmente a Pablo (Ro. 1:1; He. 13:2) y qué implica la obediencia por la fe en Jesucristo:

En Romanos 4:1-12 Pablo enseña que somos justificados por la fe y no por las obras (Ro. 3:28; 4:6); proclama cómo la gracia de Dios sobreabundó para con nosotros, poniendo a Abraham y a David como ejemplos.

En Romanos 6:14, el apóstol de las naciones enseñó, más que cualquier otro, que no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia. Es a esta misma gracia a la que debemos responder con obediencia: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. 

Cabe resaltar que Pablo no nos está invitando a practicar la anarquía, sino que nos pone bajo la ley del Nuevo Pacto. Sus cartas están llenas de instrucciones, mandatos, amonestaciones, advertencias y llamados a la santificación, no en base a la ley mosaica, sino a la gracia y el poder del Espíritu Santo.

Por tanto, Pablo nos llama a seguir el ejemplo de su enseñanza: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Ro. 6:17). Nos hemos comprometido con esta doctrina, la cual representa una guía para la Iglesia. Aunque esto no debilita las enseñanzas de los demás apóstoles, sino que sirve de complemento, es obvio que tiene una posición especial.

Romanos 7:6 dice: “Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte”. Como siervos del Nuevo Pacto, ya no estamos sujetos a la ley del Antiguo Pacto (compárese con 2 Corintios 3:6), por lo que no estamos obligados a practicar las obras de la Ley, sino la fe en Jesucristo, es decir, obedecer los mandamientos de Jesús bajo la ley del Espíritu y el amor.

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