El espíritu de Caín

Norbert Lieth

¿Cuál es el espíritu que nos caracteriza? ¿El espíritu de Caín o el Espíritu de Dios?

En Génesis 4:9 dice sobre Caín: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?”. En referencia a esto, el Apóstol Pablo señala: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:4).

Caín era un hombre insensible por ser impío. La Biblia dice que él era del maligno (1 Jn. 3:12) y que fue por eso que mató a su hermano. Él se miraba solo a sí mismo y le tenía envidia al otro; fue así como se convirtió en fratricida.

Contrariamente, quien se sabe unido a Dios se ejercita en la misericordia. La Biblia nos explica que Dios es el Padre de la misericordia: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Co. 1:3). De este modo, la misericordia es algo que debería sernos innato a los hijos de Dios, nacidos de nuevo. Dios es el Padre de la misericordia, por lo tanto nosotros somos los hijos de la misericordia; nuestra vida debería caracterizarse por la misericordia si queremos mostrarnos como verdaderos hijos de Dios. Por eso, esta no es solamente una virtud que proviene de la buena voluntad, que en ciertas circunstancias es alcanzada por el mundo. No; la misericordia en un cristiano es algo innato, algo que el Espíritu Santo ha puesto en él, y por eso esta tiene que ser visible en él y vivida por él.

Pero lamentablemente, dentro del cristianismo, sucede que se tiende más a la crítica destructiva, a la riña y la reprobación. La disciplina en la iglesia también es parte de la misericordia, pero siempre debe tener el objetivo enderezar y vendar aquello que se desvió y se dañó.

Kurt Marti lo expresó así:

“A menudo solo vemos el error y no el problema de fondo.

Vemos el vicio y no la añoranza.

Vemos lo negativo y no el deseo de transformación.

Estamos mal orientados, nunca guiados por el amor.”

En la carta de Filemón vemos cómo Pablo intercede como “paracletos” (consolador o intermediario) por el insignificante esclavo Onésimo. Pablo tomó el lugar de representante para apoyarlo lleno de misericordia: “Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta” (Flm. 17-18). Esta es la actitud ideal.

¿Nos caracteriza el espíritu de Caín o el Espíritu de Dios?

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