El ejemplo de María y el significado profético del magníficat

Norbert Lieth

Su actitud puede enseñarnos mucho, y su alabanza para la honra del Señor revela con exactitud el incomparable plan de salvación de nuestro Dios el Salvador.

“[…] porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37). Esto es lo que María, la madre de nuestro Señor, experimentó de manera impactante. Su actitud puede enseñarnos mucho, y su alabanza para la honra del Señor revela con exactitud el incomparable plan de salvación de nuestro Dios el Salvador

Una de las canciones más reconocidas de la Biblia es el cántico de María en Lucas 1:46-55:

“Entonces María dijo: engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. ¡Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre!”

Una Biblia de estudio en alemán ofrece una excelente introducción para esta canción:

Esta alabanza de María, la corona de todos los salmos del Antiguo Pacto y al mismo tiempo el glorioso comienzo de todas las alabanzas del Nuevo Pacto, es especialmente maravillosa. Como el rugir de una tormenta, el Espíritu Santo atraviesa la historia de las naciones y los tiempos, llamando a la conversión, a la fe y al discipulado. Nacidas de la impresionante experiencia de gracia que significa presenciar a Dios, las palabras de María se expresan allí como un sí y un amén a todas las expresiones del reino de Dios en la historia, y brillan hacia el futuro como una gran profecía hasta los tiempos más remotos. Así comenzó el glorioso y gran Aleluya del Nuevo Pacto. Con la alabanza de María se inician las alabanzas del Nuevo Testamento.

El magníficat (del latín: ‘mi alma exalta al Señor’) de María evidencia un talento poético y profundos conocimientos bíblicos. Esta canción está llena de referencias al Antiguo Testamento, pareciéndose mucho al cántico de Ana en 1 Samuel 2:1-10:

“Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, por cuanto me alegré en tu salvación. No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro. No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a él toca el pesar las acciones. Los arcos de los fuertes fueron quebrados, y los débiles se ciñeron de poder. Los saciados se alquilaron por pan, y los hambrientos dejaron de tener hambre; hasta la estéril ha dado a luz siete, y la que tenía muchos hijos languidece. Jehová mata, y él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece. Él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, y él afirmó sobre ellas el mundo. Él guarda los pies de sus santos, mas los impíos perecen en tinieblas; porque nadie será fuerte por su propia fuerza. Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido.”

María, al igual que una profetisa, mira la historia desde su cumplimiento. Ella profetizó para el presente. Además, la reacción y actitud de esta mujer son también un ejemplo para todos los creyentes. De esa manera, se convierte, en cierto sentido, en un prototipo de la forma en que deberíamos actuar como hijos de Dios. Su historia se convierte en una imagen que debería reflejar nuestra historia, pensada para animarnos en nuestra vida de fe.

El ángel Gabriel vino a María, anunciándole: “[…] has hallado gracia delante de Dios […]. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? […] Respondiendo el ángel, le dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra […]. Porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:30, 34, 35, 37). María tomó una decisión de fe y respondió: “[…] He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1:38). Luego de esto, Jesús fue concebido en ella.

“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet” (Lc. 1:39-40). El embarazo de María atravesaba su primer mes cuando sintió que debía ir de inmediato a la montaña de Judea para visitar a Elisabet. Aquí vemos cómo María era una mujer que tomaba sus propias decisiones. Dios se alegra de tener discípulos resueltos.

El camino a través de las montañas era largo y fatigoso, y no estaba exento de peligros. Además, parecía ir sola. De seguro estaba preocupada en su corazón, pensando en cómo explicaría su embarazo. No obstante, la fe de María fue confirmada de manera maravillosa. No tuvo ni siquiera la oportunidad de aclarar a Elizabet la razón de su maternidad: apenas entró en la casa, ­saltó el niño que estaba en el vientre de Elisabet y ella, llena del Espíritu Santo, le dijo: “bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lc. 1:45). Puede que la gente calumniara a María y se distanciara de ella, sin embargo, el Espíritu Santo había confirmado lo que otros creerían imposible.

Elisabet era pariente de María y recorría su sexto mes de embarazo cuando recibió su visita. Vemos aquí una interesante situación familiar: dos mujeres que comenzaron a hablar y a compartir una comunión intensa. Conversaban sobre la gloria de Dios, Sus promesas, Sus bendiciones y lo maravilloso que era dejarse guiar por Él. Se fortalecían de forma mutua en la fe. Las dos alzaban su voz para alabar a Dios. En la misma habitación se encuentra Zacarías, el esposo de Elisabet, el cual había quedado mudo por su falta de fe (v. 20). Contrario a esto, María creyó, por lo que fue llamada bienaventurada. Quien cree, vive el cumplimiento de las promesas de Dios, pero quien no cree, no puede decir nada.

Después de tres meses (vv. 36, 56 –es posible que haya esperado el nacimiento de Juan–), María regresó a Nazaret con cuatro meses de embarazo. A esa altura –aún no casada– era imposible no ver que estaba encinta. ¿Qué diría la gente en Nazaret? La joven comprometida, que se había ido sola a las montañas durante tres meses, volvía ahora embarazada. ¿Cómo reaccionaría José? ¡Sin embargo, Dios se haría cargo una vez más de todas sus preocupaciones!

José, de quien se decía que era justo, no quería exponer a María a la vergüenza pública, por lo que decidió abandonarla en secreto (Mateo 1:19). Pero Dios no lo permitió: “Pero, cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo’” (Mt. 1:20).

Nuestros caminos en la fe se asemejan a veces a los de María. Ya hemos decidido seguir a Jesús, continuar a pesar de las dificultades. El trayecto es largo y agotador, montañoso y rocoso, y a menudo también solitario, además acarreamos con nuestras preocupaciones y con problemas aún no resueltos.

Pero caminamos por fe, con Jesús en nuestros corazones y con la fuerza del Espíritu Santo, y es allí cuando nos damos cuenta que es el Señor quien nos carga y quien convierte nuestras profundas preocupaciones en Sus problemas, confirmando siempre la fe de Sus hijos y no dejándonos nunca desamparados.

María es la forma griega de Miriam, que deriva de la palabra mara (amargo) y cuyo significado en hebreo es ‘amargura’ o ‘aflicción’. Aun así, a la quinta, sexta  o séptima mujer en Israel se la llamaba María. El Nuevo Testamento habla de seis mujeres con este nombre y tan solo los evangelios mencionan cuatro de ellas. ¿Por qué resultaba tan popular, teniendo un significado tan negativo? Existen tres posibles razones:

1. Tal vez simbolice la amarga situación de Israel en aquel tiempo. Ya no habían profetas, el país había sido conquistado por los romanos y era gobernado por el tirano Herodes.

2. Quizá Dios quería mostrar que si le permitían entrar, podía cambiar la amargura en gozo: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc. 1:47).

3. El arameo era tan popular en aquel tiempo como el hebreo. Se hablaban ambas lenguas por igual. Una gran porción de los libros de Daniel y Esdras, en especial los fragmentos proféticos, fueron redactados en esta lengua. Vinculado a esto, la palabra maranatha, “¡Nuestro Señor, ven!” (1 Co. 16:22; Stg. 5:8; Ap. 22:20) es una expresión aramea compuesta por el término mara o mar (María, Miriam). ¿Expresaría el nombre María, en arameo, la añoranza y la esperanza del pueblo por la venida del Mesías, después de que Dios hubiera callado durante tanto tiempo y cuando ya no habían profetas? ¿Será por eso que tantas mujeres se llamaban de esta manera? Si este fuera el caso, y el Señor escogió a una María para encarnarse en ella, sería una confirmación de lo mucho que a Dios le agrada la esperanza que guardamos por la pronta venida de su Hijo. ¿Añoramos el regreso del Señor? ¿Clamamos “¡Maranatha!”?

Volvamos al cántico de María: “Entonces dijo María: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc. 1:46-47). Podemos apreciar cómo las expresiones alma y espíritu están juntas, formando una unidad. El alma (psiquis) tiene que ver con la esencia de nuestra personalidad, emociones y sentimientos; el espíritu controla nuestro pensar, querer y decidir. Ambos armonizan en María: con el alma exaltaba al Señor y con el espíritu se alegraba en Dios su Salvador.

Toda persona desea tener un gozo verdadero. ¿Dónde encontramos el gozo que no solamente afecta el alma, sino también el espíritu; un gozo estable, que perdure incluso en medio del sufrimiento? María llama a Dios mi Salvador, de modo que entendemos que mantenía una relación personal con el Señor. Esta fe es la que trae este tipo de gozo. Tener fe significa relacionarnos con él con una actitud que diga: “Creo en ti, Señor”. La fe no es algo hueco, inseguro o distanciado, tampoco es una práctica insensible o fría, sino que nos une y nos ancla a Dios, experimentando así una relación con él. Y cuando me relaciono con él, entonces puedo comprobar el verdadero gozo. Sin fe puedo sentir alegría en mi espíritu, sin experimentar lo mismo en mi alma. Sin embargo, en un vínculo con Dios, mi alma engrandece al Señor, porque “él ha hecho grandes cosas por mí” (v. 49). Ese es el motivo por el cual puedo gozarme tanto en mi alma como en mi espíritu.

La razón de María para alabar a Dios era que él había: “[…] mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; santo es su nombre” (Lc. 1:48-49). La versión nvi dice: “Pues se fijó en su humilde sierva” y la Biblia dhh expresa: “Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava”.

María poseía una profunda consciencia acerca de su bajeza e indignidad y un gran conocimiento de la grandeza de Dios y de la gracia que Él le había concedido. Dios se había dignado hacer grandes obras en ella.

Una vez leí esta frase: “Quien tiene la grandeza de hacerse pequeño, es verdaderamente grande”. Alá, el dios del Corán, exige una subordinación incondicional. Sin embargo, el Dios de la Biblia es un Dios de amor, quien se hizo pequeño y se inclinó hacia nosotros. Su obra es grandiosa: Su humillación nos enriquece. Jesús vino, porque “para Dios no hay nada imposible” (v. 37).

María tenía una fe sólida como una roca, esto es evidente cuando dice: “[…] desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” (v. 49). Es probable que estando en su condición, nos hubiésemos quejado: “Cuando llegue a casa, me lapidarán o me expulsarán avergonzada”.

María miró más allá de sí misma: “Su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia” (Lc. 1:50-54). Si bien expresaba su salvación personal, tenía también una visión profética que la sobrepasaba y que iba incluso más allá de las fronteras de Israel y de los tiempos. En este contexto, presenta ocho grandes revelaciones divinas expresadas en tiempo presente. Esto señala el poder profético de sus palabras inspiradas por el Espíritu Santo. Es así que ve y proclama todo como si ya se hubiese cumplido:

– Su misericordia es para con todos.
– Él hace proezas con Su brazo.
– Esparce a los soberbios.
– Quita del trono a los poderosos.
– Exalta a los humildes.
– Colma de bienes a los hambrientos.
– A los ricos envía vacíos.
– Socorre a Su siervo Israel.

María nos enseña que todas las personas pueden experimentar, al igual que ella, la atención y la misericordia divina. Sus experiencias con Dios nos son de ejemplo, sin embargo, él ha derramado su misericordia no solo en María, sino que su compasión ha sido experimentada por todos los judíos de todas las generaciones y, en última instancia, por los gentiles. Su misericordia es para con todos los que le temen.

Temer a Dios no significa tener miedo de Dios, sino respetarlo, creer en Su Palabra y comprometerse con Él de manera personal y decidida. Quien no lo hace, nunca estará seguro ni alcanzará el verdadero y duradero gozo.

Por otro lado, María también nos muestra cómo Dios también se resiste a los que se le resisten, sin importarle la popularidad que estos puedan tener delante de otros. Aquí alude a los fariseos y a los arrogantes escribas, quienes engañaban al pueblo, provocando como consecuencia su dispersión. También se refiere a Herodes, cuya dinastía al final pereció, al igual que sucumbiría todo el Imperio romano.

Dios también tenía qué reprocharle al emperador Augusto. Este sobrino nieto de César, reinó desde el 30 a. C. al 14 d. C., siendo conocido como Cayo Octavio, hasta que el Senado le concedió como título nobiliario el nombre Augusto, cuyo significado es “el Sublime”. El Señor Jesucristo fue la respuesta que Dios dio al “Sublime” entre los humanos ya que, a partir de su nacimiento, Jesucristo debía ser el Señor de los señores y el Rey de reyes: Él es el Sublime de Dios. Además, es la mano de Dios con la cual se escribe la historia: “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9). Pero esta aseveración también es válida hoy día para las naciones que se alejan cada vez más de Dios, las que son, en definitiva, parte del orden mundial del Anticristo hasta su destrucción final.

María también vio la fidelidad que Dios tenía con Israel: “Socorrió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia, de la cual habló con nuestros padres, con Abraham y con su descendencia para siempre” (Lc. 1:54-55). Ella llamó a Israel siervo de Dios. Dios ya lo había hecho por medio del profeta Isaías: “Pero tú, Israel, eres mi siervo; tú, Jacob, a quien yo escogí, desciendes de mi amigo Abraham. Yo fui quien te tomó de los confines de la tierra; yo te llamé de tierras lejanas. Yo te escogí, y no te rechacé” (Is. 41:8.9). Después de 400 años de silencio y de todo lo ocurrido, Israel podría haberse preguntado: “¿Nos abandonó Dios, acaso se olvidó de nosotros? ¿Ya no vendrá el Mesías? ¿Ha cambiado Dios Su plan?”. Pero es en estos momentos donde las profecías comienzan a ser parte de la historia y Dios se acuerda de su misericordia.

¡Nosotros también esperamos la venida del Señor! ¿Será que todo será diferente a lo que esperamos? ¡El plan de Dios no es el nuestro! Pero podemos estar seguros que nuestro Dios cumple con todo lo escrito. En este punto, la mirada profética de María resulta muy instructiva. Ella testifica de cinco acontecimientos que a mi parecer señalan el desarrollo de la historia de la salvación:

• “La misericordia de Dios es eterna para aquellos que le temen” (v. 50). Esto hace referencia a la primera venida de Jesús, a través de la cual Dios derramó Su misericordia sobre toda la humanidad.
• “Con su brazo hizo grandes proezas y deshizo los planes de los soberbios” (v. 51). Aludiendo a la dispersión de Israel, después de que esta nación rechazara a Jesús.
• “Derrocó del trono a los poderosos, y puso en alto a los humildes” (v. 52). Lo que se relaciona con la Iglesia y el rechazo temporal de Israel. Mientras que este fue derribado del pedestal, la Iglesia, despreciada entre las naciones, fue puesta en alto.
• “A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los dejó con las manos vacías” (v. 53). En el fin de la era de la Iglesia todo estará relacionado con la economía. La Iglesia de Jesús será quitada de la Tierra y la riqueza de los impíos se desvalorizará en el tiempo del apocalipsis (Stg. 5:1-9; Ap. 18).
• “Socorrió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia, de la cual habló con nuestros padres, con Abraham y con su descendencia para siempre” (vv. 54 y 55). Esto señala la reaceptación de Israel, es decir, del remanente piadoso. Dios se acordará de su misericordia y cumplirá sus promesas: Israel volverá a ser el “siervo del Señor”.

Tal vez podríamos destacar como título para la historia de María y sus profecías a las naciones, el versículo 37: “¡Para Dios no hay nada imposible!”.

Querido amigo, ¿con qué está cargando? ¿Qué está acarreando desde hace tiempo en su interior? ¿Se siente solo y excluido, en tierra montañosa y rocosa? Entonces recuerde: ¡La entrega de María a la voluntad de Dios, lo cambió todo!: “María dijo entonces: ‘Yo soy la sierva del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!’” (v. 38). ¡Una decisión como esta puede cambiar su vida de manera decisiva!

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad