El día del Señor, la gran voz y la misión concreta

Wim Malgo (1922–1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 10. Apocalipsis 1:10

¿De qué día habla Juan cuando dice: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”? Eso no fue un domingo, como algunos suponen, sino el gran día terrible, y sin embargo, al final otra vez maravillosamente glorioso, del cual también los profetas del Antiguo Testamento hablaron tanto. También ellos han mirado este terrible período de juicio que ahora es inminente, en cuyo final el Señor aparece en gran poder y gloria con Su iglesia. Jeremías confesó lo que él sintió en una visión de ese tipo: “¡Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de mí!” (Jer. 4:19).

El día grande y temible del Señor es la Gran Tribulación. ¿Por qué Juan lo mira como si fuera en el presente, a pesar de verlo unos dos mil años antes de su cumplimiento? Porque estaba en el Espíritu del Señor. Cuanto más no­sotros, como hijos de Dios, estamos en el Espíritu del Señor, tanto más el futuro se nos convierte en presente; tanto más somos capaces de conocer la Palabra profética y tanto más podemos escuchar el hablar de Dios. “Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos”, dice Él por medio del profeta Isaías (cap. 45:11).

Juan testifica y dice: “Y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta” (v.10). Con eso, en realidad, comienza la visión de la gloria del Señor. Juan aparentemente está sorprendido de escuchar esa gran voz detrás de él y no delante o del costado. ¿Por qué suena detrás de él? Posiblemente para que toda otra voz que pudiera engañarlo –también la suya propia– fuera eliminada.

Tantos hijos de Dios andan en zigzag porque no escuchan la voz del Señor detrás de ellos. No obstante, tenemos la promesa: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (Is. 30:21). Por eso: ¡calla! ¡Escucha y anda!

También Noé recién recibió la seguridad total de que él juntamente con su familia serían salvados, cuando el Señor cerró la puerta del arca detrás de él (Gn. 7:16). Ezequiel tuvo la misma experiencia. Ezequiel habla en cap. 3:12 de un viento que lo levantó y de un gran estruendo como de un gran terremoto que él escuchó detrás de él.

Juan ahora dice aquí en el versículo 10: “una gran voz como de trompeta”. La palabrita “como” determina que Juan intenta describir lo indescriptible. Por eso “como” aparece en el Apocalipsis unas setenta veces. Además, él también utiliza términos como “igual a” y “asimismo”. Es decir que aquí se trata de un sonido sobrenatural y aterrador, que lo contiene todo. Es la trompeta de Dios.

En la Biblia, hay dos trompetas que suenan una vez. La primera sonó en el Monte del Sinaí cuando Dios reunió a Su pueblo terrenal, Israel (Éx. 19:16). La última trompeta de Dios sonará cuando Él reúna a Su pueblo celestial, cuando Él arrebate a Su iglesia. Juan escucha esta trompeta.

Que él transmita dos veces (vs. 8 y 11) lo que el Señor le dijo como primerísima cosa, demuestra su conmoción. La voz dijo: “Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin”. ¡Ese es un consuelo fuerte para ti! Aquello que experimentas ahora –la vida diaria de la que tú quizás te atemorices por alguna razón, ya sea por tus relaciones familiares, tu estado de salud precario, tus condiciones de trabajo, etc.– no es lo primero ni lo último. ¡Jesús es el principio y el fin!

Juan está conmocionado, porque ya no ve al Señor Jesús como Salvador, sino como el Cristo. Es decir, que él ya no lo ve como Aquel que anduvo treinta y tres años en esta tierra, salvando y ayudando. No, él lo ve como el que es eternamente. Lo que nos llama la atención aquí es el hecho, de lo clara que es la misión que el Señor le da a Juan: “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea” (v. 11).

El Señor llama las cosas por su nombre para que Juan sepa ­exactamente lo que debe hacer: escribir lo que el Señor le ha encargado. Toda posibilidad de un malentendido quedó excluida. Su misión era para él un compromiso sublime, y también la llevó a cabo. Supongamos que todo lo que le fue revelado en una medida tan amplia, Juan lo habría guardado para su propia edificación. Después de todo podría haber dicho: ahora estoy totalmente solo aquí –qué maravilloso que el Señor me fortalezca de esta manera tan especial. O él podría haber dicho que estaba cansado, y por fin quería descansar un poco. ¡Pero no, Juan lo escribió!

El Señor nos dio misiones muy concretas. Estas tareas las conocemos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). “…y me seréis testigos” (Hch. 1:8). “Venid en pos de mí” (Mt. 4:19). Estas son misiones diferentes con el mismo objetivo: ¡que Él sea revelado! ¿Ya realizaste tu misión? ¡Si no lo has hecho, les has ocultado a otros la revelación de Jesucristo! Date prisa, porque el tiempo de gracia pronto terminará.

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