El Criterio de Dios para el Juicio sobre las Naciones - Parte 1

Norbert Lieth

¿Cómo se debe comportar un cristiano con el pueblo judío? ¿Tiene eso mucha importancia? A continuación, veremos por  qué sí es determinante lo que una persona individual, o una nación entera, opinen acerca de Israel.

“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: de cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:41-46).

A través del profeta Isaías, Dios deja en claro que en la historia no hay ninguna interrupción en cuanto a la elección de Israel: “Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará” (Is. 62:1-2).

Dios no callará con relación a Jerusalén, tampoco cuando haya terminado el tiempo de la Iglesia de Cristo en la Tierra, –hasta que, con el regreso visible de Su Hijo, “salga como resplandor Su justicia”. Y será precisamente durante el juicio a las naciones, con el regreso del Señor en gran poder y gloria, que se manifestará la plena vigencia de las palabras de Isaías.

Volvamos atrás en la historia, a los años 30 del siglo pasado: cuando surgió el nacionalsocialismo en Alemania y, a consecuencia de eso, cada vez más judíos fueron excluidos de la vida social, hasta que finalmente, en 1933, se proclamó un boicot generalizado contra ellos. Entonces se levantó un hombre y proclamó desde el púlpito de su iglesia: “¡El que no alza su voz a favor de los judíos, no puede alabar a Dios!”.

En la noche del 9 de noviembre de 1938, cuando se incendiaron y destruyeron, en todo el territorio del Reich, 1,300 sinagogas, se demolieron incontables casas, viviendas y comercios judíos, se asesinaron alrededor de 100 judíos y decenas de miles fueron deportados a los campos de concentración, este hombre se puso de pie públicamente y pregonó: “Por voluntad de Dios, la historia occidental está indeleblemente ligada al pueblo de Israel. (…) ¡La expulsión de los judíos del Occidente, acarreará necesariamente la expulsión de Cristo; pues Jesucristo fue judío! (…)¡Si hoy arden las sinagogas, mañana arderán las iglesias!”. Y finalmente, fue lo que sucedió.

En su Biblia, este hombre tenía marcados los versículos 8 al 10 del Salmo 74: “Dijeron en su corazón: Destruyámoslos de una vez; han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra. No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre? ¿Por qué retraes tu mano? ¿Por qué escondes tu diestra en tu seno?” Y, al margen, había anotado la fecha del 9 de noviembre de 1938.

Este hombre, que tuvo la valentía de luchar por el pueblo judío oponiéndose al régimen nacionalsocialista, fue el pastor Dietrich Bonhoeffer. Aunque polémico en algunas cuestiones teológicas, claramente confesaba creer en la reunión del pueblo de Israel con Cristo en el tiempo final, y en el cumplimiento de lo que Dios había predicho en Su Palabra para el pueblo judío. Esta postura le costó la vida. Fue a prisión, donde, poco antes de terminar la guerra, fue asesinado por los esbirros nazis. Estando ya en prisión, escribió el conocido himno Von guten Mächten wunderbar geborgen, que dice en el coro: “Protegidos maravillosamente por las fuerzas del bien, esperamos con confianza lo que haya de venir. Dios está con nosotros en la noche y en la mañana, y con toda certeza, en cada nuevo día”. Un médico del campo de concentración de Buchenwald, donde Bonhoeffer estuvo varios meses, escribió: “Este hombre, sin lugar a dudas, tenía una relación viva con Dios. Nunca vi orar a una persona como lo hacía él”.

En 1940, Bonhoeffer escribió: “La Iglesia confiesa haber presenciado el arbitrario uso de brutal la violencia, los sufrimientos físicos y síquicos de innumerables inocentes, la opresión, el odio y el asesinato, sin haber alzado su voz en defensa de los maltratados, sin haber buscado algún camino para socorrerlos. La Iglesia se hizo culpable de la muerte de los más indefensos y débiles hermanos de Jesucristo”.

Vendrá un tiempo que se asemejará mucho a la época del Holocausto, pero será aún mucho peor y más violento. Aparecerá en escena un hombre como Hitler, pero su proceder será aún más brutal. La Biblia lo llama el Anticristo. En Apocalipsis, encontramos el programa para los días finales. Leemos en el capítulo 12 que el “dragón” perseguirá a la mujer que dio a luz al niño (= el pueblo judío que nos ha traído a Jesucristo), e intentará por todos los medios eliminar a este pueblo, usando para este fin al Anticristo y a su régimen. En ese tiempo, el más difícil de todos para Israel, el cual todavía está por delante, será determinante para el posterior juicio de Dios cómo se comporten los hombres de la época frente al pueblo judío.

A mi entender, sin embargo, ya hoy en día es determinante cómo nos comportemos, como cristianos, con los judíos. ¿Bailamos al son del mundo, aceptando sin crítica todo lo que los medios informan acerca de Israel? ¿O apoyamos a Israel, tal como Dios Padre y Dios Hijo, Jesucristo, quien fue judío, apoyan a Israel? Desde el nacimiento de Cristo, y durante los más de 2,000 años posteriores, se ha demostrado una y otra vez que el que toca a Israel, toca la niña del ojo de Dios (comp. Zacarías 2:8).

El Rey regresará
En el sermón que el Señor Jesús pronunció en el Monte de los Olivos, a mi entender, se dirige en primer lugar al pueblo judío del tiempo final, que habrá vuelto a su propia tierra y estará atravesando el tiempo de la Gran Tribulación. Las palabras del Señor demuestran claramente la importancia que tiene el pueblo judío a los ojos de Dios, aunque en la actualidad todo el mundo levante su voz en contra de ellos.

El profeta Ezequiel anuncia, en los capítulos 40 al 47 de su libro, que el Templo de Jerusalén se volverá a edificar. Después de la Tribulación, el Señor Jesús vendrá otra vez y se sentará allí, sobre el trono de gloria: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria” (Mt. 25:31). Su trono estará en medio de Jerusalén por 1,000 años. De la Palabra de Dios podemos concluir que, a Su regreso, el Señor Jesús estará acompañado por ángeles y por Su Iglesia (Judas 14; 1 Tesalonicenses 3:13; Zacarías 14:5).

En la época del Antiguo Pacto, la gloria del Eterno estaba presente en el Templo salomónico. Y para el futuro, Dios, pensando en el Mesías, prometió: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte” (Sal. 2:6). Los habitantes de las naciones que hayan sobrevivido al tiempo de la Gran Tribulación, tendrán que presentarse ante Él y serán juzgados según hayan hecho, o no hayan hecho, al pueblo judío: “...y serán reunidas delante de él todas las naciones [lit. gentiles]; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mt. 25:32). Entre los que en ese momento serán juzgados, se distinguen tres grupos: los hermanos, las ovejas y los cabritos. La palabra “hermanos” se refiere a los judíos mesiánicos, “ovejas” a los redimidos, y “cabritos” a los no redimidos de todas las naciones.

Los “cabritos” serán juzgados por el Señor según lo que podrían haber hecho, pero no hicieron. Prestemos atención a los seis tipos de pecado de omisión que se nombran aquí:

1. “no me disteis de comer”;
2. “no me disteis de beber” (Mt. 25:42);
3. “no me recogisteis”;
4. “no me cubristeis”;
5. “no me visitasteis” (v. 43);
6. “en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (v. 45).

Las “ovejas”, sin embargo, serán elogiadas por el Señor por las siete cosas bien hechas:

1. “me disteis de comer”;
2. “me disteis de beber”;
3. “me recogisteis”(Mt.25:35);
4. “me cubristeis”;
5. “me visitasteis”;
6. “vinisteis a mí” (v. 36).
7. “…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (v. 40).

El juicio sobre las ovejas
En Mateo 25:33-40, leemos: “Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

¿Cuál es la medida que Dios aplica en Su juicio sobre los justos?
1. Su actuar frente a Jesús. Se trata de lo que las personas hayan hecho, o no, al Señor. Cada pecado, en primera instancia, es contra Dios mismo. José, en Egipto, nos dio una ilustración impresionante de este hecho. Cuando la mujer de Potifar lo quiso seducir, él le dijo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). Si les mentimos a las personas o les hacemos daño de cualquier otra manera, pecamos en primer lugar contra Dios, y es eso lo que hace que la cuestión sea tan seria. Por lo tanto, es decisiva nuestra relación con Jesús.

La relación que una persona tiene con el Señor, se hace evidente por la manera cómo trata a los hermanos, pues su comportamiento es reflejo de su fe. Por lo tanto, los que creerán en Jesucristo en el tiempo de la Gran Tribulación, harán bien a Sus hermanos y, con esto, a Él mismo. Sus acciones serán fruto de su fe. Lo vemos por el hecho de que el Reino ya está preparado para ellos, desde la fundación misma del mundo: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mt. 25:34).

No solo visitarán a Jesús, sino que también vendrán a Él: “...estuve en la cárcel, y vinisteis a mí” (v. 36). Hay una diferencia entre solo visitar a Jesús y realmente venir a Él, entre decir ser cristiano y conocer verdaderamente a Jesús.

Los “cabritos” a Su izquierda, sin embargo, estarán totalmente sorprendidos cuando tengan que escuchar que no Le han servido. Ellos han vivido en un autoengaño, con gravísimas consecuencias. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?” (v. 44). Ya en el tiempo de Jeremías, el Señor tuvo que decir acerca de los que creían servirle: “Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me conocieron” (Jer. 2:8; comp. Juan 16:2-3; Mateo 7:21-23).

Como cristianos, debemos amar a Israel. Pues el Espíritu de Dios, que habita en el creyente renacido, es el mismo Espíritu que restaura a Israel y no se puede contradecir a sí mismo.

Si una persona odia a Israel, es otro espíritu el que está actuando en ella. Jesús, sin embargo, establece una directa relación ente Israel y Él mismo. Lo que se le hace, o no se le hace, a Sus hermanos, es lo que se le hace, o no se le hace, a Él mismo.

2. Su actuar frente a los hermanos. En Isaías 54:17 leemos: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.” Y Proverbios 27:18 dice: “Quien cuida la higuera comerá su fruto...”.

En Apocalipsis, encontramos una alusión a la ayuda que muchas personas le prestarán, en el tiempo de la Gran Tribulación, a los perseguidos de Israel: “Cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón ...Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca” (Ap. 12:13.16). No vamos a discutir aquí si Israel realmente hallará refugio en Petra (Edom) en ese tiempo, como algunos intérpretes piensan. De todas maneras, la “tierra” que “ayudó a la mujer”, se refiere a la esfera humana. Quiere decir que serán hombres de esta tierra los que le van a brindar ayuda y protección a los judíos perseguidos. El galardón por estos servicios de amor prestados, por la fe en Jesucristo, será la entrada al Reino mesiánico y a la vida eterna. Las ovejas entrarán a las praderas del Buen Pastor: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo...e irán los justos a la vida eterna” (v. 34:46; comp. Mateo 10:40; 2 Timoteo 1:16; Hebreos 10:34).

En el Antiguo Testamento encontramos una maravillosa ilustración de esto: “Luego que David (que estaba huyendo) llegó a Mahanaim, Sobi hijo de Nahas, de Rabá de los hijos de Amón, Maquir hijo de Amiel, de Lodebar, y Barzilai galaadita de Rogelim, trajeron a David y al pueblo que estaba con él, camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas, garbanzos tostados, miel, manteca, ovejas, y quesos de vaca, para que comiesen; porque decían: el pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto” (2 Sam. 17:27-29). Cuando Barzilai, finalmente, volvió a cruzar el río Jordán junto al rey David en su regreso, leemos lo siguiente: “Era Barzilai muy anciano, de ochenta años, y él había dado provisiones al rey cuando estaba en Mahanaim, porque era hombre muy rico. Y el rey dijo a Barzilai: pasa conmigo y yo te sustentaré conmigo en Jerusalén” (cap. 19:33-34).

El juicio sobre los cabritos
En Mateo 25:41-46, leemos: “Entonces dirá también a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.

El Dios justo juzga a los “cabritos” utilizando el mismo criterio que empleó con las “ovejas” (comp. Santiago 2:13). Los “cabritos” han menospreciado a Jesús y, por consecuencia, también a Sus hermanos. No han creído en Jesús y, por eso, tampoco han ayudado a Su pueblo. En lugar de eso, se han dejado involucrar en el programa del Anticristo y han perseguido, denunciado, y entregado a la muerte a judíos y a creyentes.

Cuando el Señor Jesús los reprende, no solo dice que no vinieron a visitarlo, sino que también omite la frase “no vinisteis a mí”. Eso significa que nunca tuvieron una verdadera relación con Él.

Un reportaje sobre la época del gobierno nacionalsocialista dice: “Seis días a la semana, la nueva élite trabajaba en los campos de concentración. Los domingos, descansaban e iban con sus esposas e hijos a la iglesia...” (Cuando cesen el Día y la Noche, Ramón Bennett). A pesar de tanta religiosidad y aparente piedad cristiana, los líderes nazis odiaban a Dios y al pueblo de Israel. Hablaban contra Dios y también contra los suyos. Ya en el Salmo 44:23, el salmista exclama con angustia: “Pero por causa de ti nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero”. En Judas 14-15, leemos: “De estos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: he aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él.” Y el Salmo 83:3-6 dice: “Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos. Han dicho: venid, y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel. Porque se confabulan de corazón a una, contra ti han hecho alianza las tiendas de los edomitas y de los ismaelitas, Moab y los agarenos”.

Personas como estas serán excluidas del Reino e irán a la perdición eterna, la cual, en realidad, solo estaba destinada a Satanás y sus ángeles: “Entonces dirá también a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41; vea también v. 46; Apocalipsis 20:10,15). Estas personas se habrán creído muy inteligentes y superiores, pero al final quedará de manifiesto que no han sido ni más ni menos que engañadas por Satanás (Apocalipsis 20:8-10).

Existe un infierno, a pesar de que esta idea sea difícil de concebir para algunos. Sin embargo, la Biblia no habla de ningún tipo de purgatorio. ¿Por qué no hay purgatorio? Porque tanto la condenación eterna como la vida eterna son caracterizadas, justamente, por esta pequeña palabra de tanta trascendencia: “eterna”. Si una cosa no fuera eterna, la otra tampoco lo sería.

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