El consuelo de la cruz

Norbert Lieth

Aún cuando los tiempos se vuelven oscuros, en la cruz del Gólgota hallamos consuelo, sea en el perdón, la reconciliación o la responsabilidad que nos da el Señor. 

Entre las sinagogas alemanas más famosas está la Sinagoga de Essen, no solo por su hermosura, sino también por su historia especial. En la noche del 9 al 10 de noviembre del 1938, en la así llamada «Noche de los cristales rotos», también esta sinagoga fue incendiada por odio a los judíos. La misma quedó totalmente calcinada, y a los atacantes les habría encantado poder quitarla del todo–pero debido a su estructura fuerte hecha de hormigón armado, la sinagoga no pudo ser demolida, y una detonación demostró ser imposible a causa de las viviendas que la rodeaban. De este modo siguió siendo una señal visible del odio contra Dios y Su pueblo. Pero al mismo tiempo también llegó a ser un lugar de salvación y consuelo para cientos de personas al final de la Segunda Guerra Mundial. 

Esta historia fue narrada por el entonces pastor de Essen, Wilhelm Busch, quien escribió el libro famoso «Jesús nuestro destino».

En la noche de la devastación penetraron personas llenas de odio en la sinagoga y la incendiaron, vociferando y recitando dichos nazis con altoparlantes. Ahí estaba entonces la ruina, calcinada y desolada, pero como una señal que no pudo ser quitada del todo. 

Hacia fines de la guerra llegaron los aliados, tirando bombas incendiarias sobre ciudades alemanas. Así también sobre la ciudad de Essen. Muchos entonces buscaron un lugar que los pudiera proteger. Encontraron uno solo: la sinagoga calcinada hacía mucho tiempo. Cientos huyeron hacia allí; sus muros fuertes daban protección de las detonaciones, las cuales demolían todo lo que estaba alrededor. Pero la sinagoga, como ya estaba calcinada, ofreció refugio para muchos. Como el fuego ya había rugido en ella, ahora otros podían ser protegidos dentro de ella. 

Jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, aquellos que hacía un par de años todavía habían vociferado junto a otros, o incluso habían sido los que incendiaron la sinagoga, simpatizantes, pero también personas que sencillamente habían callado e ignorado todo– de todos los niveles hubo personas que encontraron protección en la sinagoga. 

Esto nos hace recordar la Cruz del Gólgota, en la que Jesucristo realizó la obra de la salvación. 

Consuelo en el perdón
«El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecado» (Col 1:13-14).

Perdón significa «dejar ir». Por ejemplo, como cuando alguien libera a un deudor de su deuda y lo deja ir sin exigir un reembolso, y sin jamás guardarle rencor. 

Eso queda claro en los dos machos cabríos para el sacrificio de expiación (Lv 16:4-10). Uno de los machos cabríos era sacrificado, el otro era enviado al desierto–de este modo el pecado de Israel era sacado de en medio del pueblo. 

Algo similar sucedía en cuanto a la ley para la purificación de la lepra. Aquí debían tomar dos pájaros vivos (Lv 14:1-7). Uno debía ser sacrificado, al otro debían dejarlo volar libre–esto lo explicó Jesús mismo con una parábola: 

«Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Y el señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda» (Mt. 18:23-27).

Tengamos presente la cantidad inimaginable de la deuda: 1 talento tenía el valor de 6,000 denarios. Un denario era el jornal de un obrero; 10,000 talentos entonces serían el salario de 60 millones de días de trabajo o de 250,000 años de trabajo. 

Jesús mismo es el sacrificio por nuestros pecados, y por eso a nosotros se nos deja ir en libertad. Perdón, dejar ir, significa en este contexto, que nuestra deuda nunca más será cobrada–está perdonada de una vez por todas. 

Las palabras «Él nos ha salvado» y «nos ha puesto», al igual que «en quien tenemos la salvación», en el texto original se encuentran en una conjugación que caracteriza una acción única, terminada y puntual, con un comienzo y un fin claramente definidos. La salvación tuvo lugar de una vez por todas y es irreversible–«Consumado es.»

Dios perdona total y definitivamente, el pecado nunca más es reprochado: «¡Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado!» (Jer 31:34).

El perdón llega tan lejos, que a la persona respectiva le son perdonados totalmente los pecados del pasado, del presente y del futuro (Hebreos 7:27; 9:12; 10:10,14). Si ese no fuera el caso, una persona salva todavía podría perderse. Sin embargo, quien ha sido salvo, es salvo y ya no se pierde. De una vez por todas ha sido sacado del reino de las tinieblas y puesto en el Reino del Hijo de Su amor. El perdón libera del gobernante anterior y nos somete a uno nuevo–del mismo modo que por esclavos a veces era pagado el rescate. 

De ahí que la conversión a Jesucristo al mismo tiempo va de la mano con la liberación de toda opresión demoníaca. Por esta razón ya no encontramos ninguna liberación de demonios en las cartas apostólicas–esto también es enfatizado por Colosenses 2:14-15:  «Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz».

En el siglo XIX, Johan Heinrich Wichern había levantado cerca de Hamburgo una casa cristiana para jóvenes fracasados. Un día, el Departamento de Protección al Menor una vez más le asignó a un muchacho, con la petición de recibirlo. El Departamento de Protección al Menor había enviado también un informe sobre el ­joven–dicho informe era devastador. Su joven vida ya estaba muy corrompida por maltratos y delitos. Después de leer la carta, Wichern miró al muchacho y le dijo: «Aquí puedes comenzar totalmente de nuevo; porque también por ti murió y resucitó Jesús».

Luego acercó el informe del Departamento de Protección al Menor a una vela encendida y le dijo que la culpa del muchacho podía quemarse en el amor de Jesucristo del mismo modo como ese trozo de papel en la vela. Él solamente tendría que pedírselo. Luego Wichern le aconsejó al muchacho de no contarle a nadie de su pasado, para que él nunca más pudiera ser comprometido por esos eventos. 

«Aquí llegarás a ser una persona nueva con la ayuda de Dios», le dijo Johan Heinrich Wichern. 

Por medio de la obra realizada por Jesucristo en la cruz sucedieron dos cosas: 

Primero, ya no estamos bajo culpa. Sobre la exclamación de Jesús: «Consumado es» (Jn 19:30), escribe Wilfried Plock: «La palabra griega ‹tetelestai› también podría ser reproducida con ‹pagado está› o ‹hecho está›. El Dr. Arnold G. Fruchtenbaum le agrega otro aspecto interesante: ‹El significado exacto de estas palabras salió a la luz hace algunos años atrás, cuando los arqueólogos excavaron algo así como una oficina de impuestos. Ellos encontraron un montón de facturas. A través de cada factura se había escrito una palabra: tetelestai. Esto significa consumado es; pero en un sentido específico, ‹totalmente pagado›. El castigo que tuvo que ser pagado por los pecados fue cubierto en su totalidad por la muerte de Jesús. Los miles de animales de sacrificio de los siglos anteriores eran algo así como pagos en cuotas, pero ahora fue pagado definitivamente. Por eso este tetelestai–‹totalmente pagado›». –Nosotros ya no podemos agregarle nada a esta salvación. 

Segundo, el diablo ya no tiene ningún derecho sobre personas creyentes en Jesucristo–él ya no puede acusarlos. Satanás ya no tiene ningún arma que tenga el derecho de dirigir contra nosotros, y ya no dispone de ningún pretexto con que pudiera acusarnos (1 Juan 5:18). De esto existe una ilustración hermosa en el Antiguo Testamento. Goliat, la imagen del diablo, se adelantaba, blasfemando contra Israel y contra su Dios. Él desafiaba a Israel, burlándose de ellos. Luego se le enfrentó David, como imagen de Cristo, en la confianza del Señor y lo venció. Y más adelante dice: «Y David tomó la cabeza del filisteo y la trajo a Jerusalén, pero las armas de él las puso en su tienda» (1 Samuel 17:54).

El perdón, sin embargo, también significa responsabilidad. La parábola del Señor Jesús sobre el deudor era Su respuesta a la pregunta de Pedro: «Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: ¡No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete!» (Mt. 18:21-22). 

El deber más sublime de un cristiano que ha recibido perdón es perdonar a otros también. Por eso el Señor continúa con la parábola y dice: «Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda» (Mt. 18:28-30).

Es y sigue siendo un deber sagrado perdonar–toda persona que no perdona, sufrirá. 

Un día me habían invitado a una conferencia en una colonia de vacaciones. El director de esa casa en la mañana leyó un devocional que me conmovió mucho. Le pedí, si me podría prestar el libro, y me lo regaló. El devocional era del 17 de junio, a pesar de que ese día era el 15 de marzo. Cuando le pregunté: «¿Por qué?», me dijo que a veces lo hacía así. Simplemente sacaba un tema que le tocaba–para mí no podría haber sido más apropiado. «Dios a más tardar siempre llega a tiempo».

El libro es de un reconocido psicoterapeuta, docente y fundador de varias instituciones de enseñanza; y sobre todo, es cristiano. Él escribe sobre el perdón: «El perdón y la salud emocional van de la mano. Quien no puede perdonar, sobrecarga sus órganos. Hace enfermar su cuerpo… un perdón falso se asemeja a una represión. Esta produce trastornos psicosomáticos. Quien calla o reprime, quien tiene reservas y mantiene heridas no queda liberado. El cuerpo reacciona, los órganos gritan, el ser humano gime. El verdadero perdón es gracia. Un regalo y no un esfuerzo arbitrario. El perdón libera, permite que cuerpo, alma y espíritu sanen y no oprime» (Reinhold Ruthe, «Du bist an meiner Seite» »Tú estás a mi lado«).

Quien perdona, libera a otros y se libera a sí mismo. 

Perdonar, sin embargo, no significa trivializar la culpa y consentir en la injusticia, haciendo como que no hubiera pasado nada. Se debe hablar de eso, condenar el pecado y perdonar. La Palabra de Dios y el Espíritu Santo en nuestra conciencia mencionan el pecado, lo condenan y nos conceden el perdón, cuando reconocemos la culpa y la confesamos. 

Consuelo en la reconciliación
«…y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él, si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro» (Col. 1:20-23).

Reconciliación significa «transformar totalmente». No es Dios quien debe cambiar; Él siempre ha sido amor y en todo momento tiene la salvación del ser humano en el corazón. Pero Él transformó las relaciones, al proporcionar acceso total a la gracia por medio de la muerte redentora de Jesucristo. En Jesús, Él ocasionó una transformación total. «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co. 5:19).

No se trataba ahí de un perdón y una reconciliación baratos. El precio es la sangre de Jesús y la cruz. Realmente hemos sido comprados por un precio muy alto. En febrero de 2016, el futbolista Gareth Bale se cambió de los Tottenham Hotspurs al Real Madrid por la suma de transferencia más alta de entonces: 101 millones de euros. No obstante, según la opinión del entrenador, no dio un rendimiento digno de tanto dinero. No lo designaban para los juegos, se quedaba en el banco de suplentes o en la tribuna; los diarios no escribían bien de él, lo abucheaban, y finalmente, abandonó Madrid otra vez. 

No es así con Dios. Delante de Él tienes el «valor de Jesús». De una vez y por todas fuiste hecho a medida para el cielo. El psiquiatra estadounidense Chris Thurman un día reunió 30 «mentiras que creemos los cristianos». En todas las áreas de la vida encontró mentiras que nosotros los cristianos consideramos verdades y que practicamos vigorosamente. Una de las mentiras la describe con las palabras: «Vales solo lo que rindes.» Sobre esto dice: «Muchas de esas personas atosigadas llegan (así) hasta el umbral de la autoeliminación…» (Ruthe, «Tú estás a mi lado»).

La Palabra de Dios testifica diciendo: «…a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:25-26).

Consuelo en la responsabilidad
«Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo, del cual yo Pablo fui hecho ministro» (Col. 1:23).

¿Qué significa eso ahora? ¿Será que, después de todo, un cristiano puede perderse? ¿Acaso en definitiva sus propios esfuerzos y obras sí son responsables de salvación o perdición? 

Hemos notado que el perdón y la reconciliación son válidos eternamente y son inalterables. Los mismos se originan en la gracia total y perfecta de Dios. Por eso es que Pablo escribe: «…ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte». Se trata aquí de una acción completada, pero esta salvación debe servir para algo, o sea «para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él». Si no estamos fundamentados en la fe y nos mantenemos firmes, sino que nos abrimos a legalismos, ascetismo, filosofías, pecados, desobediencia y otras cosas no bíblicas (Col. 2), entonces sufre nuestra santificación práctica, y un día tendremos que rendir cuentas de eso ante el tribunal de Cristo: «La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará» (1 Co. 3:13).

Exactamente en ese mismo sentido es que Pablo exhorta diciendo: «¡Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios!» (1 Co. 6:20). «Por precio fuisteis comprados; ¡no os hagáis esclavos de los hombres!» (1 Co. 7:23).

No existe ningún caso sin esperanza delante de Dios–Jesús realizó todo por todos. 

Resumiendo se puede decir: no existe ningún caso sin esperanza delante de Dios–Jesús realizó todo por todos. Y es así como existe una salvación perfecta para todos los que buscan a Jesús. Pero también deberíamos perdonar a otros y así prestar obediencia a la salvación.

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