El confinamiento y lo más importante en la vida

Reinhold Federolf

A causa de la pandemia del coronavirus, se presentaron preguntas totalmente nuevas y otras que por mucho tiempo fueron desplazadas. ¿Qué es lo importante, qué es lo secundario y qué es lo más importante en la vida?

Cuando el prestigioso apóstol Pablo comenzó a dar a conocer el cristianismo en Atenas ante los oradores y filósofos cultos de la alta cultura griega, argumentó de la siguiente manera: «Y de una sangre [humanos, Adán] ha hecho [Dios] el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, pueden hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hch. 17:26-27). 

¡Dios tiene un objetivo claro con todos los seres humanos!

Todo en la vida de nosotros los humanos está fijado de manera que debamos buscar y encontrar a Dios. Esa es una declaración de un alcance enorme, que deberíamos dejar que realmente actúe sobre nosotros. En el libro del Eclesiastés, nos encontramos con una orientación relacionada: «Todo [Dios] lo hizo hermoso a su tiempo, también colocó la eternidad en su corazón…». En otras palabras: estamos «programados» con una predisposición [eso significa: una susceptibilidad establecida de antemano], para reflexionar sobre Dios, el sentido de la vida, la muerte, la posibilidad de seguir viviendo después de la muerte, sobre perdición y salvación. ¡Debemos buscar a Dios y hallarlo!

Aun el campeón de lucha libre, el internacionalmente conocido Hulk Hogan, cuyo nombre real es Terry Gene Bollea, dice que esto es uno de los dones más poderosos dados a nuestra raza humana: «En tres meses cortos, Dios quitó todo lo que nosotros solemos adorar, tal como con las plagas de aquel tiempo en Egipto. Pareciera que Dios quiere decir lo siguiente: ustedes idolatran a los atletas, y yo cerraré los estadios. Ustedes se apasionan por los músicos, y yo prohibiré los escenarios. Ustedes veneran a los actores, y yo cerraré con cerrojo los teatros. Ustedes rinden culto al dinero, y yo derrumbaré la economía y haré reducirse las provisiones. Ustedes no quieren ir más a la iglesia para adorarme a mí, y yo intervendré de tal manera que ustedes ya no podrán hacer nada más. Quizás no necesitemos ninguna vacuna nueva, sino que tenemos necesidad de este tiempo de aislamiento de todas las distracciones de este mundo para experimentar un despertar personal. Y que a través de eso, nos concentremos en aquello que realmente vale: ¡en Jesús!»

Cuando el gran rey Salomón oró durante la inauguración del templo en Jerusalén, Dios mismo contestó: «Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia [contagiosa] a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (2 Cr. 7:13-14). Dios escucha, Dios perdona y Dios sana. 

En el libro de Deuteronomio, Dios advirtió a Su pueblo Israel de algunas cosas graves que Él implementaría como flagelo de juicio contra idolatría, inmoralidad e injusticias: «Jehová traerá sobre ti mortandad [contagiosa]… Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que perezcas» (Dt. 28:21-22). La traducción de Lutero menciona también un aire venenoso. Eso nos puede hacer pensar hoy en contaminación del medioambiente o en la trasmisión de enfermedades. 

Estos versículos citados revelan que Dios bien puede sacudirnos a los humanos por medio de catástrofes naturales, incluyendo epidemias peligrosas y contagiosas, para que lleguemos a ser conscientes de nuestro propio carácter efímero y de nuestra incapacidad, y huyamos hacia Dios. «Malos caminos, pecados y humillación» definen términos claros. Por eso, Dios aumenta la presión externa para provocar reacciones, para que tratemos con la pregunta tan importante acerca de Él. A Dios le importa la salvación eterna o la perdición eterna. La gran pregunta pendiente es: ¿se acercará Alemania, Suiza, el mundo entero a Dios a través de eso? ¿O se alejará aún más de Él? Oremos para que por lo menos haya individuos que despierten, presten atención, se examinen, se arrepientan, y con Jesús comiencen un camino agradable a Dios. 

En conexión con el juicio, en cuanto a una invasión militar abrumadora en el Israel moderno, leemos: «Y enviaré fuego sobre Magog, y sobre los que moran con seguridad en las costas; y sabrán que yo soy Jehová» (Ez. 39:6). «Costas» (gentiles) incluso puede referirse a continentes enteros. Pero seguramente la gente no vive sin preocupación (Mt. 6:31-32). Dios aquí advierte de la despreocupación con respecto a Él mismo y a nuestra salvación eterna. Esta despreocupación significa que, tal como antes del diluvio, Dios es totalmente dejado de lado y que la gente hace lo que quiere. 

El apóstol Pablo utiliza una expresión interesante para describir nuestro mundo: «También la creación misma será libertada de la ­esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:21). Esta palabra griega phtora (corrupción) caracteriza nuestro mundo desde el primer pecado: destrucción, descomposición, decadencia, corrupción, perdición, declive, destrucción, desintegración, transitoriedad y ruina. Es decir, que vivimos en un mundo moribundo. 

El comportamiento de la gente antes del terrible juicio del diluvio era descrito de la siguiente manera: «¡Ellos no quieren dejarse disciplinar por mi Espíritu!» (Gn. 6:3). A Dios se le dejaba de lado totalmente, y de los temerosos de Dios se reían y se burlaban. ¿No vemos todavía los paralelos actuales? Buscar y encontrar a Dios es la prioridad más alta. Porque, en lo que respecta a Europa y a la verdadera fe fiel a la Biblia, cada vez hay más caos. No permitamos que esta añoranza de Dios sea satisfecha solo superficialmente por mera religión y rituales vacíos. 

El cierre paralizador de emergencia del coronavirus fue y es, sin lugar a duda, el llamado de Dios: «¿No notas que estoy a la puerta y llamo? Quien me escucha llamar y me abre, con él entro» (Ap. 3:20). 

Y bien podemos suponer que, a través de esta pandemia mundial, suceden cambios enormes en economía, política y seguridad, y que el escenario apocalíptico mundial sigue siendo preparado. 

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