El Arrebatamiento, Hechos y Mitos - Parte 2

Ed Hindson, Mark Hitchcock

La profecía tiene mala reputación por varias razones [...] por las muchas predicciones erradas de almas bien intencionadas, pero mal orientadas. Edwin W. Lutzer

Interpretaciones
Las profecías solo nos revelan los hechos que en ella acontecen, nada más, advirtiéndonos acerca de no agregar ni quitar nada de las revelaciones que Dios ha dado en su palabra profética (Apocalipsis 22:18-19). Por ende, no deberíamos hacer decir a la Biblia ni más ni menos de lo que realmente dice. Todo exégeta bíblico se encuentra ante este de-safío. Nuestras interpretaciones y suposiciones deben basarse en una exégesis bien fundamentada de la Biblia. Si estas son correctas, nos llevarán hacia conclusiones bien fundamentadas, si no lo son, no lograremos más que una serie de especulaciones sin sentido. Asuntos como la resurrección corporal, la duración del dominio terrenal de Cristo o el verdadero carácter del cielo dependen tan solo de meras suposiciones interpretativas.

Especulaciones
Las especulaciones son conjeturas basadas en nuestras propias suposiciones interpretativas. En muchos casos, no existe una base objetiva para ellas, sino que se trata tan solo de supuestos fundamentados (o no tan fundamentados). Estas especulaciones son comunes en temas como el rol de América del Norte en la profecía bíblica, la identidad del Anticristo, quiénes participarán en las guerras que se desatarán en los últimos tiempos, la marca de la bestia, y si el arrebato de los pilotos creyentes que conduzcan en ese momento automóviles y aviones podría significar la causa de muchos accidentes. El mayor peligro en el trato con la profecía bíblica es suponer que nuestras especulaciones son correctas, declarándolas luego como hechos.

El tiempo ha llegado en que los estudiantes serios de la profecía bíblica decidan discernir entre los hechos, las suposiciones y las especulaciones. El hecho de que en Oriente Medio estalle una guerra, no es razón suficiente para afirmar que se trata de la antesala al Armagedón. Para ejemplificarlo, analicemos las profecías sobre los dos testigos en Apocalipsis 11:3-13. La Biblia dice que profetizarán durante 1260 días en Jerusalén –“dónde también fue crucificado nuestro Señor”–. Luego son asesinados, resucitados y arrebatados al cielo. Las suposiciones interpretativas se ocupan por el momento de algunas características de esos eventos: la identidad de los dos testigos, que festividades siguen a su muerte y la cuestión de si su resurrección y arrebatamiento deben ser tomados de manera literal o figurada. Todo aquello que va más allá de esto pertenece al área de la especulación, por ejemplo, la pregunta de si las trasmisiones satelitales harán posible que desde cualquier parte del mundo se pueda ver durante tres días y medio a los dos testigos yaciendo en la calle, mientras por todas partes las personas celebran su fallecimiento y se entregan regalos los unos a los otros.

No es importante si nuestro argumento es mejor que otro, sino si estamos interpretando bien la profecía bíblica. En ese intento debemos diferenciar con claridad los hechos bíblicos de nuestras suposiciones interpretativas y nuestras especulaciones personales –las cuales son intrínsecas a todos los puntos de vista proféticos–. La noticia más importante de todas es que en Cristo tenemos la esperanza de la vida eterna. Como dijo el apóstol Pedro: “[…] que según su grande misericordia [Dios] nos hizo renacer para una esperanza viva […], para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros […] [y] que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:3-5).

Más allá de la preferencia escatológica de cada creyente, la gran mayoría de los cristianos evangélicos toman en serio las profecías bíblicas sobre los últimos tiempos y el regreso de Cristo. Muchos de nosotros creemos estar viviendo en el tiempo postrero –cuando el mundo se ve inmerso en una serie de guerras devastadoras que sacudirán al planeta–, aunque solo porque creamos que esos acontecimientos ocurrirán, no significa que los queramos acelerar. De todas formas, tomamos con seriedad el funesto mensaje profético de las Escrituras. En siglos anteriores, los cristianos eran ridiculizados al hablar del fin del mundo: la destrucción total del planeta parecía inimaginable. En contraste, tanto los cristianos como los que no lo son, son conscientes en la actualidad de que una catástrofe de estas dimensiones es absolutamente posible.

Incluso, en los últimos años, el mundo llegó a reconocer que nos dirigimos hacia una catástrofe de “dimensiones bíblicas”. Las preocupaciones por el calentamiento global, la contaminación del aire y el agua, la destrucción de la capa protectora del ozono, la explosión demográfica y la inestabilidad de la corteza terrestre se citan como problemas serios que pueden repercutir en un futuro en la vida humana que habita el planeta.

La Biblia advierte: “[…] que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Ts. 5:1-2). Este será un acontecimiento dramático que tomará al mundo de improviso. Ya ha sido demostrado de forma definitiva e irrevocable que la humanidad no puede ofrecer a este mundo una paz duradera. Todos los esfuerzos en este sentido han sido, en el mejor de los casos, de corta duración, cada uno de ellos condenado al fracaso. En los últimos tiempos, cuando esté en juego el intento más grande jamás iniciado por alcanzar la paz, sobrevendrá la batalla más tremenda de todos los tiempos: el Armagedón.

En los últimos tiempos, cuando esté en juego el intento más grande jamás iniciado por alcanzar la paz, sobrevendrá la batalla más tremenda de todos los tiempos: el Armagedón.

Los extremos teológicos son en general causados por reacciones exageradas. Una persona acostumbrada a un contexto teológico cambia por completo de punto de vista al encontrarse con una perspectiva diferente. Eso es especialmente cierto en lo que respecta a temas escatológicos. Imagine, por ejemplo, que usted defiende la postura pretribulacionista (es decir, que el arrebatamiento sucede antes de la Tribulación), sin saber el porqué. Luego, es desafiado por algunas personas a través de preguntas para las cuales carece de respuestas inmediatas. Falto de sentido crítico y con una actitud ingenua, decide aceptar la postura opuesta. Muchos hacen precisamente eso: cambian de una opinión a otra, sin examinar la postura opuesta de forma detenida. Y así como existen algunos creyentes que cambian de iglesia sin razones sólidas, estos no son capaces de adoptar una nueva visión sin criticar la perspectiva anterior para fundamentar así su decisión.

Cada postura escatológica contiene aspectos que son verdaderos, de otro modo nadie creería en ella. Los pretribulacionistas creen que Jesús puede venir en cualquier momento y se aprontan para Su venida. Los que defienden que el arrebatamiento será a mitad o después de la tribulación opinan que tenemos que estar dispuestos a sufrir por nuestra fe antes de Su regreso. Los posmilenialistas entienden que deberíamos servir a nuestro Rey y propagar Su reino antes de Su regreso. Los amilenialistas nos hacen recordar que la escatología, al fin y al cabo, señala al cielo como nuestra meta definitiva.

Al mismo tiempo, cada una de estas perspectivas escatológicas tiene aspectos que, llevados a un extremo, pueden resultar peligrosos. Una ocupación excesiva en el arrebatamiento pretribulacionista ha llevado a algunos a no hacerse cargo de la realidad social de nuestro tiempo. Algunos de los que defienden que el arrebatamiento será a mitad o después de la tribulación se han ocupado tanto en este concepto que han abandonado la expectativa de la venida de Cristo. Entre los extremistas posmilenialistas se encuentra el dominionismo con su reclamo del “reino ahora”, los cuales han dado a muchos creyentes promesas irreales y una expectativa por alcanzar el éxito y la prosperidad. Algunos amilenialistas están tan enfocados en la espiritualidad celestial que descuidan los asuntos terrenales.

Los peligros de cada una de estas opiniones radican en una visión extrema de cada una de ellas. Toda perspectiva escatológica trata con las verdades bíblicas sobre Israel, la Iglesia, el reino de Dios, la segunda venida de Cristo, los juicios, además del cielo y el infierno. Junto a estos conceptos está el arrebatamiento y las preguntas relacionadas a este: cuándo, cómo, por qué y quién.

Han pasado casi 2000 años desde que Jesús prometió: “Vendré otra vez” (Jn. 14:3). Durante la historia eclesiástica, todas las generaciones de creyentes se han atenido a esta promesa. El apóstol Pablo lo llama “esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

Los creyentes reconocen una gran batalla espiritual contra las potestades de las tinieblas en cada uno de los acontecimientos históricos. Dios ha obrado de manera visible en la historia de la humanidad, al igual que lo ha hecho el diablo. La humanidad produce sus santos y sus pecadores –una Florence Nightingale o un Adolf Hitler–. Los ateos consideran que todo esto no es más que un proceso de selección natural. Contrario a esto, los cristianos ven, por encima de la evolución, la soberanía de Dios. El cristianismo comienza con la hipótesis de que Dios obra en la historia de la humanidad. Enseña, además, que Dios ha intervenido siempre en ella y que lo hará en el futuro.

El secularismo del siglo pasado ha empujado a la humanidad hacia el relativismo, el egocentrismo y el materialismo. Mientras tanto, la sociedad posmoderna ha llegado, en su viaje intelectual, a un punto en el que prefieren quitarse de encima la responsabilidad de las consecuencias de un mundo sin Dios. Pero en lugar de dirigirse a Dios, muchos recurren al misticismo científico, una combinación de trascendentalismo, espiritualismo, psicología transpersonal y globalización.

La necesidad de la gente de una brújula moral los ha llevado a preocuparse por la naturaleza, los animales y los derechos humanos, y a mostrar poco interés en las objetivas verdades bíblicas. En este contexto no nos sorprende que las generaciones más jóvenes tengan pocas ganas de tratar seriamente las afirmaciones objetivas acerca del futuro.

Entretanto, la tormenta que se divisa en el horizonte tiene un aspecto cada vez más funesto. Las tensiones políticas van en aumento. La economía mundial se vuelve cada vez más inestable. Los valores de nuestra sociedad se desintegran. La reorganización de los Estados europeos deja muchas preguntas con respecto al futuro de Europa. El resurgimiento de Rusia como potencia y los conflictos actuales en Oriente Medio nos ponen en estado de alerta, ya que nos recuerdan lo rápido que podría comenzar la marcha hacia el Armagedón.

El mundo occidental se aleja cada vez más de sus raíces bíblicas y toma el mismo camino que Israel en el tiempo de los jueces, donde “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21:25). La decadencia de Israel inició con una serie de acomodos espirituales que lo llevaron finalmente a la corrupción moral, lo que trajo como consecuencia una guerra civil. Con el tiempo, la sustancia espiritual, moral y social de la sociedad israelita se fue desintegrando. Se trataba de un tiempo de fracaso espiritual y caos moral que terminó en un conflicto civil. El pueblo que Dios prometió bendecir, se encontraba cerca de la extinción.

No necesitamos mirar demasiado para ver en la actualidad un patrón similar en América y Europa –o en todo el mundo civilizado–. La prosperidad material, impulsada por el avance tecnológico, hace que confiemos tanto en nosotros mismos que ya casi no sabemos qué hacer con Dios. Las enseñanzas bíblicas sobre la verdad y la moral son consideradas obsoletas. Albert Mohler ha dicho que “si aquello que en un tiempo era celebrado, hoy es condenado, y lo que en un tiempo era condenado, hoy es celebrado; y que aquellos que no quieren participar en esto son marginados, entonces la sociedad está muerta”. David Jeremiah cita en estos tiempos oscuros al gran predicador escocés Duncan Campbell, quien dijo: “En todas partes aumenta la convicción, y sobre todo entre personas pensantes, que sin un avivamiento serán otros poderes los que tomarán el campo, lo que nos hará hundirnos profundamente en el pantano del humanismo y del materialismo”. A continuación, el Dr. Jeremiah agrega: “La buena noticia es que el avivamiento es posible –la historia lo comprueba–”. Después de haber estudiado la historia de los avivamientos que han surgido en Estados Unidos durante los últimos dos siglos, exhorta a los cristianos en la actualidad a orar por un avivamiento. ¡Este es el pensamiento de un pretribulacionista que aunque cree en el futuro arrebatamiento, no ha abandonado su interés por el mundo actual!

Siempre han existido en las perspectivas proféticas dos extremos opuestos: uno de ellos ve el cumplimiento profético en prácticamente cada uno de los acontecimientos contemporáneos, mientras que el otro, de manera cínica, cierra sus ojos ante cualquier posible cumplimiento. No-sotros creemos que la clave para la correcta interpretación escatológica está en mantener una postura equilibrada, evitando ambos extremos. Las exageradas especulaciones, la fijación de fechas y el procesamiento de datos por medio de complejos cálculos matemáticos han llevado a conclusiones erradas y absurdas, las que a menudo llevan a la gente a abandonar el legítimo estudio de la profecía bíblica.

Renunciar al estudio de la profecía significa al mismo tiempo dejar de lado el 25 % del texto bíblico. La Biblia contiene más de mil profecías, de las cuales la mitad se han cumplido. Estas sirven como referencia para entender las predicciones y sus cumplimientos, dejándonos guiar por aquellas profecías que aún están por cumplirse. Cada estudio escatológico debe comenzar con un análisis de todas las Escrituras. En otras palabras, ¡deje que la Biblia hable por sí misma! El apóstol Pedro nos recuerda “que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21). Si creemos en la inspiración divina de este pasaje, no pasemos por alto sus advertencias y sus promesas.

Extracto del libro: “Esperamos en vano al arrebatamiento”.

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