El anciano y la mañana de la Pascua

Rolf Müller

La tristeza y la desesperación estaban escritas en las caras de las mujeres. Iban de camino mientras amanecía. Habían perdido a Aquel en quien habían puesto toda su esperanza. Cada una de Sus palabras se había grabado en sus corazones. Estaban totalmente convencidas: “Este hombre ha sido enviado por Dios, lo suyo es lo de Dios, Él es el Salvador que Dios envió.” Pero entonces llegó ese viernes espantoso. Lo procesaron pero de manera injusta: testigos falsos se presentaron y las autoridades de los judíos presionaron hasta lograr su crucifixión.

Ahora las mujeres estaban en camino, temprano en la mañana del domingo. Querían ungir el cuerpo de Jesús. Era un último acto de amor para despedirse de una persona muy venerada; al mismo tiempo, morían allí sus esperanzas.

El anciano no puede leer la narración de los acontecimientos de la Pascua sin emocionarse. Siente la preocupación de las mujeres por si iban a lograr quitar la gran piedra que cerraba el sepulcro; si no, no podrían llegar al cuerpo de Jesús. ¡Pero de pronto todo cambió!

¡Llegaron a la tumba y encontraron que la piedra había sido quitada y que el sepulcro estaba vacío! El anciano puede imaginarse el susto, la esperanza y el temor de las mujeres. Ellas veían la tumba vacía; estaba abierta y el cuerpo de Jesús no estaba. ¡No sabían qué pensar! Un robo del cuerpo era imposible: el sepulcro había sido sellado y muy bien vigilado por soldados romanos.

Pero a pesar de la vigilancia militar frente al sepulcro, la resurrección de Jesús no pudo ser evitada. El evangelista Mateo narra: “Hubo un terremoto. Ángeles de Dios bajaron del cielo. Uno quitó la piedra de la entrada al sepulcro y se sentó encima”. Las mujeres se espantaron. “Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado. Él resucitó. No está aquí”.

El anciano tiene claro que la resurrección de Jesús no es solamente un asunto espiritual; todo es muy real. Nadie podría negar la resurrección de Jesús, nadie podría decir: “¡Pero si allí está su tumba, allí está él, Jesús muerto!”. La tumba vacía frustraba toda objeción; fue un milagro que derribó toda noción humana.

El anciano puede sentir que a las mujeres, delante de la tumba, el miedo les corría como un escalofrío por la espalda. Ellas encontraron allí a dos hombres con vestiduras brillantes. “¿Por qué buscan al vivo entre los muertos? Él no está aquí. ¡Ha resucitado!”.

Los ángeles hicieron recordar a las mujeres que Jesús les había hablado de Su resurrección. Cuando Él lo hizo, ellas no habían entendido lo que había querido decir, pero ahora se estaban dando cuenta de que se estaba cumpliendo.

Las mujeres se apuraron a ir a los discípulos y contarles lo que habían visto. El anciano puede imaginarse que los discípulos, al principio, no quisieron creer que Jesús estaba vivo. Lo consideraron cuentos de viejas, pensaron que era demasiado bueno para ser verdad. Pero lentamente lo fueron aceptando. “¡El Señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!”.

En lo sucesivo, Jesús se le apareció a sus discípulos en diversos lugares. Ellos podían verlo, tocarlo con sus manos, comer y hablar con Él. Jesús se le apareció además a un gran número de personas.

El anciano nota que poco después de la Pascua comenzó la propaganda contra la resurrección. Para los judíos la resurrección de Jesús era vergonzosa: ellos querían sacarlo de en medio y ahora tenían el problema de que vivía. Por eso inventaron el rumor del robo del cadáver; sin embargo, los hechos hablaban en contra de esa teoría.

Al anciano le llama la atención que hasta el tiempo actual se niega y se ataca la resurrección de Jesús. Dicen que Él solamente aparentaba estar muerto. Hay teólogos que tienen dificultades con la tumba vacía; para ellos el cuerpo de Jesús se descompuso en la tumba y consideran su resurrección física como una mera fantasía.

El anciano le cree a la Biblia y confiesa juntamente con el Apóstol Pablo: “Si Jesús no hubiera resucitado de verdad, nosotros seríamos los más desgraciados entre todas las criaturas, porque entonces nuestra fe sería en vano. En ese caso aún estaríamos en nuestros pecados”.

El anciano se alegra de que Jesucristo sea la resurrección y la vida. Quien cree en Jesús vivirá, aún cuando muera. El anciano se alegra de que la muerte no sea la estación final para él, sino la entrada a la vida eterna; esta es la esperanza inquebrantable de todos los que creen. ¡Tenemos un Salvador maravilloso y grandioso! Él es nuestro único consuelo en la vida y en la muerte. Él es el primero, el último y el que vive. ¡A Él sea la gloria por la eternidad!

“¡Jesús vive, con Él también yo!
Muerte, ¿dónde está ahora tu terror?
Él está vivo y también a mí
Me levantará de los muertos.
Me transfigurará en su luz;
Esta es mi confianza.
¡Jesús vive! A Él fue dado
El reino sobre el mundo;
Con Él también yo
Reinaré eternamente y viviré.
Dios cumple, lo que Él promete,
Esta es mi confianza.
¡Jesús vive! Quien desespera
A Dios blasfema y a su honor.
Gracia ha prometido Él,
Al pecador que se convierta.
Dios en Cristo no desecha;
Esta es mi esperanza.
¡Jesús vive! Mía es su redención,
Suya también mi vida entera;
De corazón puro quiero ser,
Resistir a las pasiones.
Al débil no abandona Él;
Esta es mi confianza.
¡Jesús vive! Seguro es;
Nada de Jesús me ha de separar,
Ningún poder de las tinieblas,
Ni gloria, ni sufrir.
Su fidelidad no cambia;
Esta es mi confianza.
¡Jesús vive! Ahora la muerte
Para mí es puerta a la vida.
¡Qué consuelo en agonía
Él a mi alma dará,
Si con fe a Él le digo:
‘Señor, Señor, mi confianza eres Tú!’”

(Christian Fürchtegott Gellert).
 

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